Authors: Kiera Cass
Tags: #Infantil y juvenil, #Ciencia Ficción, #Romántico
—¡Público de Illéa, hoy tenemos un programa especial para ustedes! Esta noche van a averiguar cómo son todas estas jovencitas. Sabemos que se mueren de impaciencia por conocerlas y por saber cómo les van las cosas con nuestro príncipe Maxon, así que esta noche… ¡se lo preguntaremos! Vamos a empezar —Gavril miró las fichas donde llevaba sus anotaciones—. ¡La señorita Celeste Newsome de Clermont!
Celeste bajó sinuosamente los escalones desde su asiento, en la fila superior. Incluso le dio dos besos a Gavril en las mejillas antes de sentarse frente a él. La entrevista fue predecible, al igual que la de Bariel. Ambas intentaron resultar atractivas, inclinándose mucho hacia delante para que se vieran bien sus vestidos. Resultaba artificioso. En los monitores podía ver sus rostros: no dejaban de mirar a Maxon y de guiñarle el ojo. En algunas ocasiones, como cuando Bariel intentó humedecerse los labios en un gesto sensual, Marlee y yo nos miramos y tuvimos que apartar rápidamente la mirada para no reírnos.
Otras mostraron una mayor compostura. Tiny tenía un hilo de voz, y parecía ir encogiéndose a medida que avanzaba la entrevista. Pero sabía que era un encanto, y esperaba que Maxon no la expulsara simplemente por no ser una gran oradora. Emmica mostró una gran desenvoltura, y también Marlee: la diferencia era que esta parecía tan llena de entusiasmo que cada vez hablaba más alto.
Gavril formuló preguntas muy variadas, pero había dos que se repetían con casi todas: «¿Qué piensas del príncipe Maxon?» y «¿Eres tú la que le gritó?». Yo no tenía especial interés en contarle al país que había regañado al futuro rey. Y menos mal que todos pensaban que eso solo había sucedido una vez.
Todas las chicas se mostraron orgullosas al decir que no eran la que había gritado al príncipe. Y todas pensaban que Maxon era muy agradable. Aquella fue la palabra que más se repitió: agradable. Celeste dijo que era muy atractivo. Bariel aseguró que le veía una gran fuerza interior, lo cual, personalmente, me sonó bastante forzado. A algunas de las chicas les preguntaron si Maxon ya las había besado. Todas se ruborizaron y dijeron que no. Tras el tercer o cuarto no, Gavril se dirigió a Maxon
—¿Aún no ha besado a ninguna de ellas? —preguntó, sorprendido.
—¡Solo llevan aquí dos semanas! ¿Qué tipo de hombre crees que soy? —respondió Maxon. Lo dijo con aire desenfadado, pero me pareció que se agitaba ligeramente en la silla. Me pregunté si había besado a alguien alguna vez.
Samantha acababa de decir que se lo estaba pasando estupendamente, y entonces Gavril me llamó a mí. Mientras me ponía en pie, las otras chicas aplaudieron, al igual que se había hecho con las demás. Miré a Marlee y le sonreí, nerviosa. Al acercarme me concentré en mis pies, pero cuando llegué a la silla no me resultó difícil mirar por encima del hombro de Gavril hacia donde estaba Maxon. Él me lanzó un breve guiño mientras yo cogía el micrófono. Al momento me sentí más tranquila. No tenía que ganarme a nadie.
Le di la mano a Gavril y me senté frente a él. Así, de cerca, pude ver por fin la insignia que llevaba en la solapa. Por la tele se perdía el detalle, obviamente, pero ahora me daba cuenta de que no eran un simple signo de forte, sino que tenía una pequeña X grabada en el centro, lo que casi convertía el signo en una estrella. Era bonito.
—America Singer. Es un nombre interesante. ¿Esconde alguna historia? —preguntó Gavril.
Suspiré, aliviada. Esta era fácil.
—De hecho, sí. Al parecer, cuando aún estaba en el vientre de mi madre daba muchas patadas. Ella decía que llevaba dentro una luchadora, así que me puso el nombre del país que tanto había luchado por mantener unido este territorio. Resulta raro, pero hay que decir que tenía razón: desde entonces siempre nos hemos peleado.
Gavril se rió.
—Ella también debe de ser una mujer de carácter fuerte.
—Sí que lo es. Todo lo tozuda que soy, lo he heredado de ella.
—¿Así que eres tozuda? Tienes carácter, ¿eh?
Vi que Maxon se tapaba la boca con las manos para ocultar la risa.
—A veces.
—Si tienes tanto carácter, ¿no serás la que le gritó a nuestro príncipe?
Suspiré.
—Sí, fui yo. Y ahora mismo mi madre está sufriendo un ataque al corazón.
Maxon se dirigió a Gavril:
—¡Haz que te cuente toda la historia!
Gavril miró atrás y adelante con un rápido movimiento del cuello.
—¡Oh! ¿Y cuál es la historia?
Intenté mirar a Maxon, pero la situación era tan tonta que no sirvió de nada.
—La primera noche tuve… un pequeño ataque de claustrofobia, y estaba desesperada por salir al exterior. Los guardias no me dejaban salir. De hecho, estaba a punto de desmayarme en los brazos de uno de ellos, pero el príncipe pasaba por allí y les ordenó que me abrieran las puertas.
—¡Ah! —dijo Gavril, ladeando un poco la cabeza.
—Sí, y luego me siguió para asegurarse de que estaba bien… Pero me sentía muy tensa, así que, cuando me habló, básicamente acabé acusándole de engreído y superficial.
Gavril se sonrió al oír aquello. Miré más allá, hacia donde estaba Maxon, que no podía contener la risa. Pero lo más embarazoso fue que el rey y la reina también se reían. No me giré hacia las chicas, pero también oí alguna risita mal contenida entre ellas. Bueno, quizá fuera mejor así, y por fin dejarían de verme como una especie de amenaza. Al fin y al cabo, Maxon simplemente me encontraba divertida.
—¿Y te perdonó? —preguntó Gavril, ya algo más serio.
—Curiosamente, sí —me encogí de hombros.
Gavril volvió a los temas que le interesaban:
—Bueno, dado que habéis recuperado la buena relación, ¿qué tipo de actividades habéis hecho juntos?
—Solemos salir a pasear por el jardín. Sabe que me gusta estar al aire libre. Y hablamos —dije. Sonaba patético, sobre todo después de lo que habían dicho algunas de las otras chicas. Las salidas al cine, de caza o para montar a caballo parecían impresionantes en comparación con mi historia.
Sin embargo, de pronto comprendí por qué tenía tanta prisa en salir con todas las chicas la última semana. Las chicas debían tener algo que contar a Gavril, así que Maxon se había encargado de que lo tuvieran. Aun así, me parecía raro que no me lo hubiera dicho, aunque al menos todo aquello ya tenía una explicación.
—Suena muy relajante. ¿Dirías que el jardín es lo que más te gusta del palacio?
—Quizá —sonreí—. Pero la comida es exquisita, así que…
Gavril volvió a reír.
—Eres la última Cinco que queda en competición, ¿verdad? ¿Crees que eso limita tus posibilidades de llegar a ser la princesa?
—¡No! —respondí, sin pensármelo ni un momento.
—¡Vaya! ¡Desde luego tienes confianza! —Gavril parecía satisfecho de haber obtenido una respuesta tan entusiasta—. ¿Así que crees que ganarás a todas las demás? ¿Que llegarás al final?
—No, no —rectifiqué—. No es eso. No creo que sea mejor que ninguna de las otras: todas son estupendas. Es solo que… no creo que Maxon hiciera eso, que descartara a alguien solo por su casta.
Oí un murmullo de asombro generalizado. Repasé mentalmente lo que acababa de decir. Tardé un minuto en descubrir mi error: le había llamado Maxon. Llamarle así en conversaciones privadas con las chicas era una cosa, pero decir en público su nombre sin la palabra «príncipe» delante quedaba increíblemente informal. Y acababa de soltarlo en un programa de televisión en directo.
Miré a Maxon para ver si estaba enfadado. Tenía una sonrisa tranquila en el rostro. Así que no se había enfadado…, pero yo me sentía avergonzada. Me puse coloradísima.
—Ah, da la impresión de que has tenido ocasión de conocer de verdad a nuestro príncipe. Dime, ¿qué te parece «Maxon»?
Había pensado varias respuestas mientras esperaba mi turno. Iba a gastar una broma sobre su modo de reír o sobre el apodo cariñoso que querría que usara su esposa con él.
Daba la impresión de que el único modo de salvar la situación era darle un tono cómico. Pero cuando levanté la vista, dispuesta a hacer uno de mis comentarios, vi el rostro de Maxon. Parecía interesado en conocer mi opinión.
Y no podía tomarle el pelo, ahora que tenía ocasión de decir lo que empezaba a pensar de él, ahora que era mi amigo. No podía bromear sobre la persona que me había salvado de tener que afrontar el mayor desengaño de mi vida en casa, que enviaba cajas de pasteles a mi familia, que corría a mi encuentro en cuanto le llamaba para preguntarme si me había ofendido.
Un mes antes, en la pantalla de la tele, veía a una persona estirada, distante y aburrida, alguien que no creía que nadie pudiera llegar a querer. Y aunque no se parecía lo más mínimo a la persona a la que aún amaba, se merecía tener a alguien que le quisiera.
—Maxon Schreave es la personificación de todo lo bueno. Será un rey fenomenal. Deja que unas chicas que deberían ir todo el día con vestidos se pongan vaqueros y no se enfada cuando alguien que no conoce le cuelga etiquetas evidentemente erróneas —miré a Gavril, que sonrió. Y tras él, Maxon parecía intrigado—. La que se case con él será una chica afortunada. Y sea lo que sea lo que me depare el futuro, será para mí un honor ser súbdita suya.
Vi que Maxon tragaba saliva, y bajé la mirada.
—America Singer, muchísimas gracias —dijo Gavril, que se acercó a darme la mano—. A continuación tenemos a la señorita Tallulah Bell.
No me enteré de nada de lo que dijeron las chicas que pasaron después de mí, aunque no aparté la mirada de los dos asientos. Aquella entrevista se había vuelto mucho más personal de lo que yo pretendía. No podía mirar a Maxon a la cara. Solo podía permanecer ahí, dándole vueltas una y otra vez a todo lo que había dicho.
Hacia las diez llamaron a mi puerta. La abrí, y ahí estaba Maxon, que levantó la mirada hacia el techo.
—Por la noche tendrías que tener una doncella en la habitación.
—¡Maxon! Lo siento muchísimo. No quería llamarte así delante de todo el mundo. He sido una tonta.
—¿Crees que estoy enfadado contigo? —preguntó, mientras entraba y cerraba la puerta—. America, me llamas por mi nombre tan a menudo que era fácil que se te escapara. Sí, ojalá hubiera sido en un entorno algo más privado —añadió, con una sonrisa socarrona—, pero no te lo tengo en cuenta.
—¿De verdad?
—Claro. De verdad.
—¡Agh! Esta noche me he sentido como una tonta. ¡No puedo creerme que me hicieras contar esa historia! —exclamé, dándole un suave cachete en la mejilla.
—¡Eso ha sido lo mejor de toda la noche! Mamá se ha divertido de lo lindo. En sus días, las chicas eran más reservadas incluso que Tiny, y vas tú y me llamas superficial… No podía creérselo.
Genial. Ahora hasta la reina pensaba que era una inadaptada. Atravesamos la habitación y acabamos en el balcón. Soplaba una suave brisa templada que nos hacía llegar el olor de los miles de flores del jardín. En lo alto brillaba una luna llena, cuya luz se sumaba a las del palacio y le daba a Maxon un brillo misterioso.
—Bueno, me alegro de que te hayas divertido —dije, pasando los dedos por la baranda.
Maxon dio un salto y se sentó sobre la baranda, aparentemente muy relajado.
—Siempre me diviertes. Me estoy acostumbrando.
Hmm. Casi resultaba cómico.
—Y… sobre eso que has dicho…
—¿Qué parte? ¿La de las cosas que te he llamado en público o la de las peleas con mi madre, o cuando he dicho que la comida era mi principal motivación? —dije, poniendo los ojos en blanco.
Él se rió.
—Lo de que yo era bueno…
—Ah, sí. ¿Qué hay de eso? —aquellas pocas frases de pronto me parecieron lo más embarazoso del mundo. Bajé la cabeza y empecé a darle vueltas a un trozo de tela del vestido.
—Te agradezco que quieras hacerlo creíble, pero no hacía falta que fueras tan lejos.
Levanté la cabeza de pronto. ¿Cómo podía pensar eso?
—Maxon, eso no lo dije por el programa. Si me hubieras pedido mi opinión sincera hace un mes, habría sido muy diferente. Pero ahora te conozco, y sé la verdad, y eres todo lo que dije que eras. Y más.
Se quedó en silencio, pero había una tímida sonrisa en su rostro.
—Gracias —soltó por fin.
—No hay de qué.
Maxon se aclaró la voz.
—Él también tendrá suerte —afirmó, bajando de la baranda y acercándose al lado del balcón donde estaba yo.
—¿Eh?
—Tu novio. Cuando recupere la lucidez y te ruegue que le dejes volver —añadió, con toda naturalidad.
No pude evitar reírme. Aquello no sucedería jamás.
—Ya no es mi novio. Y dejó bastante claro que habíamos acabado —hasta yo misma noté el minúsculo rastro de esperanza en mi voz.
—Eso no es posible. Ahora te habrá visto en la tele y habrá vuelto a caer prendado de ti. Aunque en mi opinión sigue sin merecerte —Maxon hablaba casi como si estuviera aburrido, como si hubiera visto cosas así un millón de veces—. Y eso me recuerda… —añadió, levantando un poco la voz—. Si no quieres que me enamore de ti, vas a tener que dejar de estar tan encantadora. Mañana a primera hora haré que tus doncellas te cosan unos vestidos hechos con sacos de patatas.
Le di un golpe en el brazo.
—Calla.
—No bromeo. Eres tan guapa que corres peligro. Cuando te vayas, tendremos que enviar guardaespaldas para que te sigan. Nunca sobrevivirías por tu cuenta, pobrecilla —dijo, fingiendo compasión.
—No puedo evitarlo —suspiré—. ¡Qué voy a hacerle, si he nacido perfecta! —y eché la cabeza atrás, como si estuviera agotada de ser tan guapa.
—Nada, supongo que no puedes hacer nada.
Me reí, sin darme cuenta de que Maxon no hablaba tan en broma.
Me quedé contemplando el jardín y por el rabillo del ojo vi que me miraba. Su cara estaba increíblemente cerca de la mía. Cuando me giré para preguntarle qué era lo que miraba tanto, me sorprendió notar que estaba tan cerca que podría haberme besado.
Y más aún me sorprendió que lo hiciera.
Di un paso atrás enseguida, apartándome. Maxon también retrocedió.
—Lo siento —murmuró, ruborizado.
—¿Qué estás haciendo? —susurré, sorprendida.
—Lo siento —repitió, girando la cara, evidentemente avergonzado.
—¿Por qué has hecho eso? —me llevé una mano a la boca.
—Es que… con lo que has dicho antes, y al ver que ayer me buscabas…, tu forma de actuar…, pensé que tus sentimientos habrían cambiado. E igual que tú…, pensé que lo habrías notado —se giró hacia mí—. Bueno… ¿Tan terrible ha sido? Pareces hasta molesta.