—Sería capaz —respondió Akane—. El señor Takeshi es más atrevido que muchos hombres que le doblan en edad.
—Antes, tiene que aprender a luchar adecuadamente y alcanzar su estatura completa. —Shigeru hizo una pausa y luego prosiguió:— También voy a acompañar a mi mujer a la residencia de sus padres, en Kushimoto. Aún no ha realizado la visita formal a su casa familiar.
—¿Va a viajar tu esposa contigo? —Akane notó una punzada de celos, pensando en los días y las noches que pasarían juntos por el camino.
—Sabes que debo tener hijos, así que no tengo más remedio que acostarme con mi mujer. Tal vez el propio viaje y el hecho de alejarse de un lugar que detesta consigan que se sienta algo atraída por mí. Lamento que estés celosa, Akane, pero tienes que aceptar la situación.
—Yo podría darte hijos —respondió Akane, incapaz de poner freno a sus palabras aunque sabía que la mera idea resultaba absurda.
—Tú también me das motivos de celos. Kiyoshige me ha hablado de Hayato —terció Shigeru—. Dicen que intercediste ante mi tío por las vidas de sus hijos.
—Habría recurrido a ti si hubieras estado en Hagi. Confío en no haberte ofendido.
—Me sorprendió que mi tío se dejase convencer y me pregunté qué te habría pedido a cambio.
—Nada —respondió Akane con precipitación—. Creo que agradeció la oportunidad de mostrarse compasivo. Estaba borracho cuando ordenó que mataran a Hayato. A la mañana siguiente se arrepintió y deseó tomar alguna medida que sirviera de desagravio.
—No es propio de mi tío —respondió Shigeru en voz baja. Se apartó de Akane, se levantó y empezó a vestirse.
—¿No te quedas?
—No; esta noche no puedo. Debo ver a mis padres por la mañana, y a mi esposa, y empezar a hacer preparativos para el viaje.
—¿Te veré antes de que te vayas? —Akane escuchó un matiz de súplica en su propia voz, al tiempo que la decepción y la desesperanza le inundaban el corazón. "Estoy en peligro. Me estoy enamorando de él", pensó. Inmediatamente fingió indiferencia—. Pero, claro, estarás muy ocupado. Muy bien, aguardaré tu regreso.
—Volveré mañana por la noche —prometió él.
Una vez que se hubo ido y el sonido de cascos de caballo se hubo desvanecido, Akane permaneció tumbada escuchando el mar y el viento entre los pinos, recriminándose a sí misma por su estupidez. La asustaba enamorarse de él y el dolor que ello le causaría. Temía perderle en brazos de su esposa o en el campo de batalla —¿por qué habría mencionado la guerra?—, o tal vez por culpa de su propio pacto con Masahiro.
Tal como había prometido, Shigeru acudió la noche siguiente y habló un poco más acerca de su viaje. Tenía la intención de partir por la mañana, mientras el estado del tiempo se mantuviera estable. Akane trató de ocultar sus sentimientos y dedicarse exclusivamente a proporcionarle placer, pero tras el encuentro se quedó inusualmente inquieta e insatisfecha.
Se sintió aún más alterada cuando, después de que Shigeru hubiera abandonado la ciudad, llegó un mensaje en el que se sugería que aquella tarde hiciera una de sus acostumbradas visitas a Daishoin. La nota no iba firmada, aunque no le cabía duda de quién la enviaba. Akane no sabía si acudir o no a la cita. Hacía calor y se encontraba cansada y deprimida, pero la perspectiva de pasar el día entero encerrada en su casa tampoco le atraía. Al final, ordenó que trajeran el palanquín y se arregló con esmero.
El calor provocaba que los tejados del templo brillaran tenuemente. Las palomas blancas encontraban refugio bajo los amplios aleros, y su zureo se mezclaba con el insistente piar de las golondrinas y el chirrido de las cigarras. Las libélulas rojas del otoño bailaban por encima del agua fresca del aljibe situado en el patio delantero. Akane se enjuagó las manos y la boca, e hizo una reverencia ante la entrada a la nave principal del templo; el oscuro interior parecía hallarse desierto. Continuó caminando, seguida por la criada que la acompañaba, hasta la sombra de la arboleda sagrada que rodeaba el santuario. Allí el ambiente resultaba un poco más fresco. Goteaba agua de una fuente y caía sobre una serie de estanques donde las carpas rojas y doradas nadaban perezosamente.
Un hombre se encontraba en cuclillas bajo los árboles, observando los peces. Akane reconoció a Masahiro, quien se puso de pie cuando ella se aproximó. No la saludó, ni se entretuvo con ninguna otra cortesía.
—Me preguntaba si tienes alguna noticia que darme.
—Sólo las que el señor Otori ya debe conocer: vuestro sobrino ha partido para escoltar a su esposa a su casa familiar.
—¿Es ése el verdadero propósito de su viaje, o tiene otras intenciones?
—Takeshi va a instalarse en Terayama.
—Sí, y Hagi será un lugar mucho más agradable sin él.
—Lo lamento, no me dijo nada más.
—Imagino que tenía otros asuntos en mente —Masahiro paseó la mirada lentamente por el cuerpo de Akane—. ¿Quién podría culparle?
Akane notó una punzada de pánico ante la lascivia de su interlocutor. Tenía que inventarse algo. Se acordó de una conversación que algún tiempo atrás había mantenido con Shigeru.
—Está interesado en las familias de los Seishuu. Puede que tenga la intención de reunirse con algún miembro de los Arai, o los Maruyama.
—¿Eso te dijo?
—Estoy segura de que se lo he oído mencionar.
Sabía que Shigeru no se lo había dicho explícitamente, pero la noticia tuvo el efecto deseado en Masahiro, quien distrajo su atención con respecto a ella.
—Lo sospechaba —masculló él—. Debo informar a mi hermano.
"Lo que le he contado no es verdad —pensó Akane mientras el palanquín la trasladaba de vuelta a casa—, así que no puede perjudicar a Shigeru".
El viaje fue pausado, pues tenían por delante varias semanas de buen tiempo y, dado que el aparente propósito del desplazamiento era de naturaleza doméstica e inofensiva, aprovecharon para detenerse por el camino en lugares famosos y parajes de especial belleza, así como para realizar varias visitas formales a vasallos y lacayos del clan Otori. La verdadera intención de Shigeru para viajar con tanta lentitud era ganar el tiempo suficiente para que los mensajeros que había enviado llegaran hasta Otori Eijiro y regresaran con su respuesta. También era necesario que los dos hijos mayores de Eijiro pudieran trasladarse hasta Kumamoto y Maruyama con objeto de concertar una reunión con representantes de las familias Arai y Maruyama.
Kumamoto se encontraba en el extremo suroeste de los Tres Países, a una distancia de entre siete y diez jomadas de viaje. Maruyama se hallaba a unos siete días de trayecto, hacia el Oeste de Yamagata. Mientras Shigeru y su comitiva —guerreros montados, sirvientes, soldados de a pie y caballos de carga, palanquines para su esposa y las mujeres que la acompañaban, estandartes y sombrillas— avanzaban a través del paisaje otoñal, entre arrozales dorados y lirios de tonos rojos, sus pensamientos se encontraban a kilómetros de distancia, centrados en aquellos mensajeros a los que urgía para que se apresurasen, y rezaba por un fructífero desenlace de sus precipitados planes. Los mensajeros habían sido escogidos entre los propios hombres de Shigeru. Uno de ellos era Harada, quien había llevado a cabo una misión similar el año anterior para llevar refuerzos hasta la frontera desde Yamagata y Kushimoto. A Harada le había afectado profundamente la muerte de Tomasu, el hombre al que había acarreado a su espalda a través de la meseta de Yaegahara. Era un acérrimo adversario de los Tohan y siempre estaba alerta ante cualquier debilidad por parte de los Otori que pudiera conducir a la reconciliación con el enemigo. Shigeru había confiado la carta para Eijiro a Harada, a quien también había dado instrucciones para que continuara viaje con los dos hijos de aquél. Le vino a la mente el trayecto que él mismo había realizado por aquella carretera dos años atrás, cuando se dirigía a Terayama para convertirse en pupilo de Matsuda. Se acordó de sus quince años con asombro. ¡Sólo era un niño! Ahora veía con claridad lo mucho que había madurado desde entonces, y los cambios que las enseñanzas de Matsuda, el apoyo constante de Irie y las circunstancias de su propia vida habían ejercido en él.
Una vez de regreso en Hagi había actuado con diligencia para dar lugar a la deseada reunión con los clanes del Oeste, pero había mantenido en secreto su verdadero propósito, que tan sólo desveló a Irie y Kiyoshige. Solicitó el permiso de su padre para llevar a su esposa a Kushimoto y a Takeshi a Terayama, pero no había sido más que una mera formalidad. Llevaba más de un año tomando sus propias decisiones, y la fortaleza de su carácter y su personalidad se habían incrementado hasta tal extremo que su padre ahora le daba la razón en casi todos los asuntos. Shigeru había abandonado ya la pantomima de consultar a sus tíos. A veces, cuando las quejas y protestas de ambos le enojaban, contemplaba la posibilidad de pedirles que abandonaran el castillo y exiliarlos a lejanos territorios rurales; pero en realidad prefería mantenerlos en Hagi, donde podía vigilar sus actividades.
Shigeru descubrió que poseía la cualidad de aparentar lo que no era. Adoptaba una actitud que le hacía parecer afable, anodino y relajado. Pero bajo esa máscara yacía una personalidad bien diferente, vigilante e incansable. El austero entrenamiento en Terayama empezaba a dar sus frutos. Necesitaba muy pocas horas de sueño, era capaz de resistir interminables reuniones así como las campañas en la frontera. Se acostumbró a tomar rápidas decisiones de las que nunca se arrepentía, y actuaba con diligencia para ponerlas en marcha. Invariablemente, sus decisiones resultaban acertadas, lo que le granjeaba la confianza de guerreros, comerciantes y campesinos por igual. Ahora tenía una idea nueva que llevaría a cabo: una alianza que traería la paz a los Tres Países y protegería al clan Otori de los Tohan. Estaba tan convencido de la justicia y la sensatez de la misión que sentía que podría conseguirla tan sólo con su propia fuerza de voluntad.
Esta nueva capacidad para ocultar sus verdaderos sentimientos le ayudaba a mantener una apariencia de armonía con su esposa durante el trayecto. Moe se sentía aliviada al escapar de la opresiva vida en las estancias más recónditas del castillo; pero no era una buena viajera, no le gustaban los caballos y le desagradaba el vaivén del palanquín. Le preocupaban los inconvenientes de la carretera —los mareos, los bandoleros, el tiempo desapacible—, y las pequeñas incomodidades tales como las pulgas, las alcobas mal ventiladas o el agua fría la irritaban en gran medida. Shigeru pasaba junto a ella el menor tiempo posible, aunque siempre la trataba con cortesía. Las habitaciones de las posadas, con sus débiles mamparas de separación, no propiciaban la intimidad, y aunque Shigeru era consciente de que debía seguir los consejos de Irie y continuar tratando de acercarse a Moe, a pesar de lo que él mismo le había dicho a Akane y de las buenas intenciones que había albergado, no hizo movimiento alguno hacia su mujer. Había decidido que ésta pasara el invierno con sus padres; cuando regresara a Hagi en primavera, podrían empezar desde el principio. De momento, Shigeru quedaría liberado de la ansiedad que Moe le provocaba y podría concentrarse en los preparativos para la guerra, pues estaba convencido de que estallaría a lo largo del próximo año.
Con notable alivio por parte de Shigeru, abandonaron la casa del señor Yanagi, en Kushimoto, y partieron hacia el templo de Terayama, donde dejaría a su hermano. Había llevado a Takeshi a todas partes con él, pues deseaba que el muchacho se familiarizara con el territorio y conociera en persona a los lacayos y a las familias del clan; confiaba en compartir con él su noción del feudo como una granja, la necesidad de dar apoyo a los guerreros para que lo defendieran. Takeshi era astuto a la hora de calibrar las reacciones de los Kitano, por ejemplo, y se llevaba bien con los hijos de Yanagi; pero resultaba evidente que lo que más le atraían eran los sables y los caballos, él mismo lo decía en más de una ocasión. Shigeru respondía que, sin arroz, no podrían disponer de armas ni de monturas: el heroísmo del guerrero no servía de nada si la población moría de hambre, y los preparativos para la guerra incluían la labranza de la tierra tanto como el entrenamiento y equipamiento de los soldados. Sin embargo, Shigeru encontró poco apoyo para su teoría entre las familias gobernantes, con la excepción de Eijiro. Lo que más les interesaba a aquéllos era la manera de aumentar los impuestos. Los métodos agrícolas que utilizaban eran anticuados; cualquier innovación, en caso de que la hubiera, resultaba inconsistente y poco sistemática. "Después de que ganemos la guerra, reformaré el feudo por completo", se prometió Shigeru. Pero, por el momento, la tarea principal consistía en asegurarse la lealtad y la disponibilidad militar de la totalidad del clan, lo que únicamente podía conseguirse confirmando alianzas y evitando enfrentamientos.
Mientras proseguían el viaje, decidió alojarse dos noches en Tsuwano, donde el señor Kitano y sus hijos le recibieron con fría deferencia. La estrecha amistad que Shigeru había mantenido con Tadao y Masaji parecía haberse evaporado después de que el heredero de los Otori hubiera ordenado que regresaran de Inuyama el año anterior. Los tres renovaron sus votos de lealtad y ofrecieron informes detallados sobre las tropas que habían enviado a la frontera con el Este.
—Me sorprende que tus hijos se encuentren en Tsuwano —dijo Shigeru—. Esperaba que permaneciesen en Chigawa hasta principios de invierno.
—Su madre no se encuentra bien de salud —respondió Kitano con voz suave—. Hubo un momento en el que temimos por su vida.
—Me alegra ver que se ha recuperado por completo —replicó Shigeru.
—Si me permites un consejo, señor Shigeru, más vale no provocar a Iida Sadamu más de lo que ya has hecho. Nos han llegado noticias de su antagonismo hacia ti. Le has dado motivos para odiarte.
—Sadamu aprovecha cualquier pretexto para justificar sus agresiones y su sed de poder —afirmó Shigeru—. Sabe que no le tengo miedo.
—Debes ser consciente de que el dominio de Tsuwano sería el más perjudicado en caso de ataque por parte de los Tohan.
—Razón de más para asegurarnos de que está debidamente defendido.
Las palabras de Kitano acompañaron a Shigeru una vez que éste hubo partido de Tsuwano, y le causaban cierta ansiedad. Le hubiera gustado viajar más hacia el sur y volver a visitar a Noguchi Masayoshi. El recuerdo de la primera reunión entre ambos también le inquietaba. Noguchi había acompañado a los hijos de Kitano a Inuyama; desde entonces, Shigeru no había recibido noticia alguna de sus movimientos, con la excepción de las comunicaciones formales que exigían las relaciones de Noguchi con el clan: el pago de impuestos derivados del arroz y otras tasas sobre el lucrativo comercio llevado a cabo a través del puerto de Hofu. Matsuda había descrito a Noguchi como cobarde y oportunista, y aseguraba que tanto él como Kitano eran de naturaleza pragmática. "Debería haber insistido en que los chicos regresaran a Hagi conmigo —pensó—. Y ojalá tuviera tiempo de viajar a Hofu".