La Red del Cielo es Amplia (27 page)

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Authors: Lian Hearn

Tags: #Avéntura, Fantastico

BOOK: La Red del Cielo es Amplia
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Si Shigeru hubiera sido tan inexperto como la propia Moe, podrían haberse reconfortado mutuamente; si hubiera sido mayor que ella, tal vez la trataría con más paciencia y comedimiento. Pero estaba enredado en su primera relación amorosa como adulto, lo que de por sí le otorgaba un profundo placer físico y emocional. La reticencia y la frigidez de Moe le repelían; no se encontraba capaz de exigir aquello que a su esposa le resultaba claramente repugnante. Al final, Shigeru acabó por exasperarse, consciente de que debía producir herederos por el bien del clan, tratando de evitar herir a Moe o insultar a su familia política, incapaz de decidir cuál sería la solución a semejante problema, reticente a discutir el asunto con nadie, salvo con Akane. Y ésta siempre le decía lo mismo:

—Ten paciencia.

Mientras tanto, Akane sonreía en todo momento de manera misteriosa.

Moe, por su parte, estaba indignada con Shigeru. Una vez que supo de la existencia de Akane, le achacó toda la culpa de su fracaso matrimonial. El orgullo de la joven se vio profundamente herido, y llegó a detestar tanto a su marido como —a la mujer que, en su opinión, él amaba.

El final de la estación de las lluvias trajo consigo cierto alivio a una situación que se había tornado insoportable. Shigeru regresó al territorio fronterizo y pasó allí el verano con Kiyoshige y Takeshi. Llevaron con ellos a Miyoshi Kahei, quien, al igual que Takeshi, sólo tenía trece años; pero las condiciones no parecían peligrosas y el padre de Kahei deseaba que su hijo se beneficiase de la experiencia. Kitano Tadao obtuvo permiso para regresar a Tsuwano, ya que la amenaza de los Tohan parecía haberse aminorado. La frontera se encontraba tranquila, salvo por las idas y venidas habituales de los comerciantes por la carretera hacia Inuyama. A costa de dinero, obtuvieron noticias de la capital acerca de los Tohan; la más importante era la muerte de Iida Sadayoshi 'y el subsiguiente ascenso de Sadamu al liderazgo del clan. Kiyoshige y Shigeru entretenían a los muchachos repitiéndoles la historia del desafortunado accidente de Sadamu; no se habrían reído tan escandalosamente si hubieran sabido la cantidad de espías de los Tohan afincados en Chigawa que observaban hasta el más mínimo movimiento de Shigeru e informaban a Inuyama.

* * *

Los largos y calurosos días le resultaban a Akane de un aburrimiento insoportable, pero no lamentaba del todo el hecho de que Shigeru se encontrara de viaje. Si no estaba con ella, tampoco se encontraba con su esposa, y su ausencia le proporcionaba la posibilidad de volver a adquirir control sobre sus propios sentimientos. Akane se comportaba con discreción y realizaba visitas a su madre, a los templos de Daishoin y Tokoji —donde siempre entregaba generosos donativos— y a varios mercaderes a quienes encargaba artículos de lujo tales como perfumes, tés, utensilios lacados y nuevas túnicas de otoño e invierno. Evitaba acudir a casa de Haruna, pero a menudo se acercaba al jardín próximo al volcán. No dejaba de impresionarla lo que los amuletos del anciano habían conseguido. El calor no sentaba bien al viejo sacerdote, y Akane dispuso que le llevaran medicinas, así como infusiones refrescantes y diversas hierbas para purificar la sangre. También ordenó a sus propios jardineros que le ayudaran a regar las plantas mientras ella le hacía compañía. Cierto día, regresaba Akane a través del jardín en dirección a su palanquín. Había transcurrido casi un año desde su primera noche con Shigeru, y la estaba recordando con sentimientos encontrados mientras pasaba junto al seto que bordeaba el jardín trasero de la casa de Haruna. Aceleró el paso, pues no deseaba que nadie la viera por allí; pero cuando atravesó la entrada escuchó las pisadas de alguien que corría. Hayato, su antiguo amante, la llamó:

—¡Akane! ¡Akane!

Hayato atravesó la cancela como una exhalación; Akane tuvo que frenar en seco para no chocarse con él. Se miraron mutuamente durante unos instantes. Ella se sobresaltó al notar lo mucho que había cambiado. Su rostro se veía demacrado y su piel tenía un tinte amarillento; los ojos, hundidos, le brillaban con intensidad.

—¿Es que no te encuentras bien? —preguntó Akane, quien de pronto sintió lástima por el aspecto de Hayato.

—Ya conoces la razón. Akane, ¿por qué nos ha ocurrido esto? Nos amábamos el uno al otro...

—No —cortó ella. Continuó su camino, pero él la sujetó por el brazo.

—No puedo vivir sin ti. El amor me está matando.

—No seas estúpido, señor Hayato. ¡Nadie muere por amor!

—Huyamos juntos. Podemos abandonar los Tres Países, dirigirnos al norte. Por favor, Akane. Te lo ruego, ven conmigo.

—Imposible —repuso ella, tratando de liberarse—. Déjame en paz o llamaré a los guardias.

La alarmaba encontrarse junto a Hayato, sumido en semejante estado de desesperación. Temía que él prefiriera matarla y luego quitarse la propia vida antes que tener que vivir sin ella.

Hayato bajó la vista hacia su propia mano con sorpresa, como si otra persona se la hubiera colocado alrededor de la muñeca de Akane. Cuando ella había tratado de soltarse, él había apretado con más fuerza, llegando a hacerle daño. Ahora, de repente, la soltó. Akane se frotó la magulladura.

—No quiero lastimarte —dijo él—. Lo siento mucho. Es lo último que desearía. Quiero acariciarte, como antes. Debes de acordarte de lo bueno que era.

Akane no respondió, sino que se dio la vuelta y se alejó a toda velocidad. Le pareció escuchar que Hayato la llamaba, pero no volvió la vista atrás. Los porteadores se levantaron de un salto al ver que se aproximaba y el guardia que siempre escoltaba el palanquín la ayudó a subirse y recogió sus sandalias una vez que ella ya estaba dentro. Akane bajó las cortinas de seda aceitada, aunque en el interior del vehículo el calor era sofocante y un atrevido mosquito le zumbaba fastidiosamente alrededor del cuello. Akane temía que Hayato estuviera atrapado por unos celos devastadores que le afectaran como una enfermedad fatal. Ella le había dicho: "Nadie muere por amor". Pero se daba cuenta de que Hayato podría morir, o bien quitarse la vida, y luego su espíritu furioso la perseguiría para siempre... También sentía temor de los amuletos que pudiera utilizar contra ella. Ahora que la propia Akane se había adentrado en el oscuro mundo de la magia, era plenamente consciente del poder de ésta.

Se dirigió al altar de su propia casa y quemó incienso, encendió velas y rezó durante un tiempo prolongado para solicitar protección contra todos los males que pudieran acecharla. El ambiente de la noche resultaba denso y cargado. Se escuchaban truenos alrededor de las montañas, pero no llegó a llover. Akane durmió inquieta y se levantó tarde; apenas había acabado de arreglarse cuando Haruna se presentó a visitarla. La recién llegada iba tan elegantemente vestida como de costumbre, pero no podía ocultar el hecho de haber estado llorando aquella misma mañana. Akane notó la punzada de temor que la premonición de malas noticias suele traer consigo. Pidió que les sirvieran té e intercambió con Haruna las cortesías habituales. Luego despachó a las criadas y se acercó a su invitada hasta que ambas estuvieron sentadas rodilla con rodilla.

Haruna dijo en voz baja:

—Hayato ha muerto.

Akane había esperado la noticia en cierto modo, pero, aun así, sintió que se mareaba a causa de la conmoción y la congoja. "Debes de acordarte de lo bueno que era." Las últimas palabras de Hayato le vinieron a la mente y, en efecto, se acordó. Se acordó de todas las cualidades de su antiguo amante y empezó a llorar desconsoladamente por lo lastimoso de la vida y la muerte de Hayato, y por la existencia que ambos podrían haber compartido.

—Le vi ayer. Temí que se quitase la vida.

—No se la quitó él mismo; habría sido preferible. El señor Masahiro ordenó que le mataran. Sus lacayos acabaron con él a las puertas de mi casa.

—¿Masahiro?

—El tío del señor Shigeru. El menor de los hermanos. Le conoces, ¿verdad?

Akane le conocía, naturalmente, y le había visto de vez en cuando; la última vez, en el entierro de su propio padre, en el puente. Masahiro no gozaba de buena reputación en Hagi, aunque nadie se atrevía a expresar su opinión a las claras. En una ciudad que no se ofendía con facilidad, se le consideraba lujurioso y, peor aún, se comentaba que era un cobarde.

—¿Por qué? ¿Qué pudo hacer Hayato para ofender a Masahiro? ¿Cómo es posible que siquiera se cruzaran el uno con el otro?

Haruna se rebulló, incómoda, evitando encontrarse con la mirada de Akane.

—El señor Masahiro nos visita de vez en cuando. Se identifica con otro nombre, claro está, y todos fingimos que no le conocemos.

—Es la primera noticia que tengo —comentó Akane—. Pero dime, ¿qué pasó?

—Hayato estaba borracho; imagino que no había parado de beber desde su encuentro contigo. Traté de que se marchara sin armar jaleo, pero cuando por fin salió de mi casa vio en la calle a los acompañantes de Masahiro. Empezó a lanzarles improperios, a maldecir de los señores de los Otori, en particular al señor Shigeru... Perdóname por contarte un suceso tan terrible. Los hombres se mostraron indulgentes e intentaron calmarle. Como es natural, vestían ropas sin identificación; era fácil simular que no se sentían insultados personalmente. Todo el mundo conoce a Hayato, siempre se le ha apreciado, por lo que los increpados habrían hecho caso omiso de sus impertinencias; pero Masahiro salió de la casa y, al escuchar sus comentarios, decidió zanjar el asunto.

—Nadie culpará a Masahiro —observó Akane, rompiendo a llorar de nuevo por lo desdichado de la situación.

—No, claro que no; pero ha ido aún más lejos. Ha dado órdenes para que toda la familia sea expulsada de su casa, para que las tierras de Hayato le sean entregadas y que sus hijos sean también ejecutados.

—¡Pero si no son más que niños!

—Así es, tienen seis y ocho años. Masahiro dice que deben pagar por los insultos de su padre.

Akane se quedó en silencio. La dureza del castigo le helaba la sangre y, sin embargo, el señor Masahiro tenía el derecho de actuar a su conveniencia.

—¿Por qué no vas a verle, Akane? ¿Por qué no le suplicas que les perdone la vida?

—Si el señor Shigeru estuviera en Hagi podría acercarme a su tío a través de él; pero se encuentra de viaje, en el Este. Aunque enviáramos al más rápido de los mensajeros, sería demasiado tarde. No creo que Masahiro se dignara siquiera a recibirme.

—Créeme, lamento pedírtelo, pero eres la única persona que conozco con influencia en el castillo. Le debo a Hayato el tratar de salvar a sus hijos y que éstos no pierdan la herencia que les corresponde.

—Masahiro se sentirá insultado incluso por mi solicitud de audiencia. Probablemente ordenará que me maten a mí también.

—No, porque siente interés por ti. Por lo que se comenta, con frecuencia ha expresado su pesar por el hecho de que ya no estés en mi casa. Compara a todas las chicas contigo.

—En ese caso, podría ser aún peor —replicó Akane—; me pondría en sus manos. Si decide perdonar a los niños, ¿qué querrá a cambio?

—Estás bajo la protección de Shigeru. Ni siquiera Masahiro se atrevería a aprovecharse de ti.

—Me temo que a Shigeru no le agradaría —repuso Akane, deseando que su amante estuviera presente para poder hablarle directamente.

—El señor Shigeru es de naturaleza compasiva —respondió Haruna—. Nunca aprobaría un castigo así.

—No puedo hacerlo —concluyó Akane—. Perdóname.

—Entonces, morirán mañana —dijo Haruna, al tiempo que estallaba en lágrimas.

* * *

Una vez que Haruna se hubo marchado, Akane se dirigió al altar para rezar por el espíritu de Hayato, para solicitar su perdón por el papel que ella misma había jugado en su trágico destino y por el desastre al que su familia se había visto abocada por culpa del amor de Hayato por ella. "Le encantaban los niños —pensó—. Quería que yo tuviera hijos con él. Ahora, va a perder a sus dos varones; no tendrá descendencia que continúe su linaje. Su familia se extinguirá y no habrá nadie que rece por su alma. La gente me culpará, llegará a odiarme. ¿Y si se descubre que he utilizado la magia para perjudicar a la esposa de Shigeru? Ya se comenta que le he hechizado...".

Los pensamientos de Akane siguieron retorciéndose y contorsionándose como un nido de víboras. Cuando las criadas le trajeron la comida del mediodía fue incapaz de probar bocado.

A medida que avanzaba la tarde, el calor iba en aumento y el chirrido de las cigarras parecía más opresivo. Poco a poco, la agitación de Akane fue dando paso al entumecimiento y la desgana. Se encontraba tan exhausta que apenas conseguía moverse o pensar.

Pidió que le preparasen la cama, se desvistió, se enfundó una ligera túnica de verano y se tumbó. No contaba con dormirse, pero casi de inmediato se sumió en una especie de ensoñación. El muerto entraba en su habitación, se quitaba la ropa y se echaba a su lado. Akane notó la familiar suavidad de su piel; el olor de él la envolvió por completo. Notó sobre sí el peso de su antiguo amante, tal como lo había sentido la primera vez que hicieron el amor, cuando él la había tratado con infinita ternura; y como el día que murió el padre de Akane, cuando ella necesitó a Hayato con tanta intensidad.

—Akane —susurró él—. Te amo.

—Lo sé —respondió ella, mientras los ojos se le cuajaban de lágrimas—; pero estás muerto, y no hay nada que yo pueda hacer.

El peso de Hayato sufrió una alteración; ya no era la solidez reconfortante de un hombre vivo, sino el peso muerto de un cadáver. Oprimía a Akane, le impedía respirar y hacía que el corazón se le acelerase de manera desaforada. Akane se escuchaba a sí misma jadear, falta de aliento, y sentía que sus piernas y brazos se agitaban inútilmente.

De pronto se despertó, sola en la habitación, empapada de sudor, sofocada. Nunca se libraría del fantasma de Hayato —que había acudido a poseerla— a menos que le ofreciese alguna retribución.

La atacó una febril ansiedad al pensar que podía ser demasiado tarde. A pesar de las palabras de Haruna, no confiaba en que se le permitiera hablar con el señor Masahiro. Llamó a las criadas, tomó un baño y se preparó mientras pensaba en la mejor manera de acercarse al tío de Shigeru. La impaciencia que la invadía, su temor al rápido transcurso del tiempo le hizo darse cuenta de que su única vía consistía en escribirle directamente. Era lo más osado que se le ocurría; si fallaba, no habría nada que Akane pudiera hacer. Pidió que le trajeran tinta y papel y redactó la nota a toda velocidad. Su padre, que escribía en la piedra con tanta facilidad como los eruditos en el papel, le había enseñado el arte de la escritura. La caligrafía de Akane era potente y fluida, como su propio temperamento. Empleó frases corteses, si bien exentas de adornos o fiorituras, con las que solicitaba al señor Masahiro que le permitiera acudir a verle.

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