La Red del Cielo es Amplia (24 page)

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Authors: Lian Hearn

Tags: #Avéntura, Fantastico

BOOK: La Red del Cielo es Amplia
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—¡Ni siquiera una palabra de agradecimiento! —observó en tanto que Sadamu y sus lacayos se alejaban galopando.

—Te has creado un enemigo —repuso Irie.

—Es un Tohan. Somos enemigos desde la cuna.

—Pero ahora él te odia personalmente. Le salvaste la vida y nunca te lo perdonará.

* * *

Las lluvias de la ciruela comenzaron y Shigeru se instaló en Chigawa durante las semanas siguientes. Llegaron los refuerzos y se enviaron patrullas para establecer puestos de control a todo lo largo de la frontera hasta el final del otoño. Shigeru dedicó parte de su tiempo a examinar las condiciones agrícolas del distrito, así como a advertir a Kitano de que los impuestos eran demasiado elevados y que no debía tomar más del treinta por ciento de la cosecha. También pasó dos días escuchando las quejas de los campesinos con respecto a los funcionarios y mercaderes.

Visitó las minas de plata y las de cobre con Komori y departió sobre las posibles maneras de incrementar la producción, dándose cuenta una vez más de la importancia de mantener las minas alejadas del alcance de los Tohan. A Shigeru le habría gustado pasar en la ciudad todo el verano, pero al final del mes llegaron mensajeros de Hagi con una carta de su padre.

—Requieren mi presencia en casa —le dijo a Kiyoshige—. Ojalá no hubiera leído la carta, pero, una vez que lo he hecho, no tengo más remedio que obedecer.

Permitió que el hijo menor del señor Kitano regresase a Tsuwano con su padre, pero decidió que Tadao, el mayor de los hermanos, le acompañase a Hagi y permaneciese allí, con el fin de que el padre del joven mantuviese su voto de lealtad.

18

Shigeru cabalgaba en dirección a casa con ánimo alegre, al sentir que tenía razones más que suficientes para encontrarse satisfecho con los resultados de su resuelto proceder. Su popularidad y reputación se habían incrementado entre la población, que acudía a darle la bienvenida en cada una de las ciudades y aldeas por las que pasaba y le obsequiaba profusamente a él y a sus hombres con víveres, fruta y vino de arroz. El estado del tiempo seguía siendo magnífico; la cosecha sería abundante. Por lo que parecía, todo el mundo estaba contento.

Pero la recepción que recibió al llegar al castillo fue menos entusiasta. Apenas había desmontado junto al muro exterior, cuando el propio Endo Chikara acudió a recibirle y dijo:

—Tu padre ha pedido que vayas a verle ahora mismo.

—Me lavaré y me cambiaré de ropa —respondió Shigeru—. Los efectos del viaje...

—El señor Shigemori insiste en que sea "ahora mismo" —objetó Endo. Shigeru le pasó las riendas a Kiyoshige. Ambos jóvenes intercambiaron una mirada. Kiyoshige arqueó las cejas ligeramente, pero no pronunció palabra.

"Van a darme una reprimenda", pensó Shigeru con pesar. Aunque había contado con semejante reacción, no por ello le resultaba más fácil de soportar. Sus tíos estaban furiosos y su padre, confuso y compungido. El desagrado de Shigemori se debía en mayor parte al hecho de que Shigeru hubiera actuado independientemente, sin consultar o solicitar permiso; sus tíos, cuya presencia irritaba a Shigeru sobremanera, se preocupaban más por lo que ellos mismos describían como resultados desafortunados: las respectivas muertes de Honda y Maeda, la innecesaria provocación a los Tohan...

—¡Si yo no hubiera estado allí, Sadamu habría muerto! —replicó Shigeru—. Al menos, no podrán fabricar mentiras sobre su muerte. Además, juró ante testigos que controlaría a sus hombres y evitaría otras incursiones en el País Medio. Tendremos paz en la zona fronteriza, y las minas que rodean Chigawa se encuentran ahora a salvo.

—El señor Kitano está disgustado por tu intromisión en este asunto —indicó el mayor de sus tíos.

—Kitano me ratificó su lealtad personalmente, al igual que sus hijos —espetó Shigeru, tratando de controlar su ira—. Mientras tanto, Tadao estará cerca de mí en todo momento...

Ya no era cuestión de tener o no razón —aunque Shigeru estaba convencido de tenerla—, sino de quién haría prevalecer su voluntad, quién era el más fuerte. El joven recordó a sus tíos su propia posición como heredero de los Otori: ya era un hombre adulto y esperaba de ambos su absoluta lealtad por el bien del clan. No se disculpó ante ellos ni ante su padre, y abandonó la reunión embargado por la rabia. Sentía que Shigemori debería haberle apoyado, al tiempo que deploraba la indecisión, la falta de resolución por parte de su progenitor. El deber filial le obligaba a respetarle, pero si la seguridad del propio clan exigiese una actitud contraria, ¿qué debería hacer Shigeru? ¿Qué rumbo tendría que seguir?

Kiyoshige había acompañado a Tadao a los aposentos de los lacayos e Irie había regresado a su propia casa, situada en la ciudad, al otro lado de las murallas del castillo. Shigeru se dirigió sin compañía a sus habitaciones en la residencia. Se acercaba el atardecer, el sol empezaba a hundirse tras la empinada colina al extremo oeste de los jardines. Solicitó que una criada acudiera al pabellón del baño, situado junto al manantial de agua caliente, entre las rocas. La muchacha le restregó todo el cuerpo para librarle de la suciedad y del agarrotamiento de las extremidades; luego, Shigeru la despidió y se quedó descansando en el agua abrasadora.

Transcurrido un rato escuchó la voz de Takeshi, que llegaba desde el jardín. Le llamó, y su hermano acudió al pabellón del baño, se desvistió y se lavó. Después, se unió a Shigeru en el manantial.

—¡Bienvenido a casa! Todo el mundo habla de lo que has conseguido. Ha sido una maravilla. ¡Ojalá pudiera haber estado contigo!

Shigeru sonrió. La admiración de su hermano era sólo una sombra de lo que él mismo había esperado por parte de su padre, pero el genuino entusiasmo del joven le levantó el ánimo. Examinó a Takeshi. Había crecido durante el verano; sus piernas se veían mucho más largas y su torso se iba ensanchando.

—Conociste a Iida Sadamu. Yo me habría enfrentado a él y le habría matado en el acto.

—Iba desarmado, y tan desnudo como tú estás ahora. Para cuando se hubo terminado de vestir, me pareció más sensato negociar.

—Los Tohan nunca mantienen su palabra —masculló Takeshi—. No te fíes de él.

Kiyoshige llamó desde el exterior.

—¿Señor Shigeru?

—Ven con nosotros —le animó Shigeru cuando su amigo apareció en el umbral—. Cenaremos los tres juntos.

—Ya he hecho disposiciones para cenar con Kitano Tadao. Pensé que el señor Takeshi podría acompañarnos.

—Prefiero cenar con mi hermano mayor —repuso Takeshi—, para que me cuente sus hazañas.

—Shigeru no te contará nada —advirtió Kiyoshige—. Es demasiado modesto. Ven conmigo y te enterarás de hasta qué punto es un auténtico héroe y lo mucho que le quiere la población.

—¿Es que pensáis dejarme solo? —preguntó Shigeru, tumbándose bajo el agua y contemplando la idea de dar una cabezada.

—No exactamente.

Había algo en la voz de Kiyoshige que puso a Shigeru en alerta.

De manera inconsciente, Takeshi imitó a su hermano. Se estiró con indolencia, entrelazó las manos en la nuca y apoyó en ellas la cabeza.

—Me quedaré contigo —decidió.

Casi en el mismo instante, Shigeru le estaba diciendo:

—Takeshi, acompaña a Kiyoshige. Será una muestra de respeto hacia Tadao. Es la manera correcta de proceder.

Kiyoshige dijo:

—Te contaré cómo Sadamu estranguló a sus propios halcones.

—Creo recordar que no lo presenciaste con tus propios ojos —observó Shigeru.

—No, pero Komori y los otros hombres de Chigawa me lo contaron.

Takeshi se incorporó y levantó la vista hacia Kiyoshige.

—¿Dices que estranguló a sus halcones? Pero ¿por qué?

—Presumiblemente porque provocaron que se cayera al Almacén del Ogro.

—No me puedo perder eso. —Takeshi salió del agua de un salto, salpicando a Shigeru a su paso—. ¿No te importa?

—Es lo que debes hacer. Muéstrate cortés con Tadao. No nos conviene que sienta nostalgia de Inuyama.

Una vez que Kiyoshige y Takeshi se hubieron marchado, Shigeru se vistió con una ligera túnica de algodón y regresó a sus aposentos, deseando en parte pasar la noche a solas, aunque por otro lado... No estaba seguro de lo que quería, pero el pulso se le había acelerado y la sangre le cosquilleaba en las venas, y no sólo por el intenso calor del agua.

Casi había anochecido. A las puertas de sus habitaciones y en la estancia principal se habían encendido lámparas cuya luz hacía brillar los pálidos colores de las flores pintadas en los biombos, recortadas sobre un fondo dorado. Los ojos de los pinzones que asomaban entre las flores centelleaban como si los pájaros estuvieran vivos. Alguien había colocado en la hornacina un ramillete de jazmines y su fragancia inundaba el ambiente.

Mientras se descalzaba las sandalias, Shigeru apreció otro olor diferente bajo el del jazmín: el aroma de ropas y cabellos perfumados. Se detuvo un instante, disfrutando del momento; la expectativa del placer era un sentimiento tan intenso como el placer mismo sería.

Ella había hecho colocar las lámparas de manera que le iluminaran el rostro. Shigeru la identificó al instante. Reconoció la pálida piel, los ojos con la forma de hojas de sauce, los potentes pómulos que le robaban al semblante la auténtica belleza pero que le otorgaban personalidad y, de alguna mañera, aumentaban su atractivo. Era Akane, la hija del cantero. Shigeru escuchó el suave murmullo de las ropas de la joven mientras ésta hacía una reverencia hasta el suelo y en voz baja decía:

—Señor Otori.

Él se sentó frente a ella, con las piernas cruzadas.

Akane se incorporó y dijo:

—He venido a dar las gracias al señor Otori por su bondad conmigo y con mi madre. Honrasteis a mi padre en la muerte. Siempre estaremos en deuda con vos.

—Lamento la muerte de tu padre. El puente es una de las maravillas del País Medio. Su construcción y el propio fallecimiento de su creador realzan la gloria del clan. Me pareció que merecían una conmemoración.

—Mi familia os envía obsequios. Nada de importancia, tan sólo comida y vino. Sería pedir un honor demasiado grande, pero ¿me permitís que os los sirva, ahora?

El instinto de Shigeru le animaba a tocarla, a estrecharla entre sus brazos; pero también deseaba tratarla con cortesía, respetar su dolor. Quería conocer a la mujer que había emitido un grito en el momento en el que su padre fue sepultado, y no sencillamente a la cortesana que se entregaría a él porque él mismo había expresado ese deseo.

—Siempre que los compartas conmigo —respondió. El corazón le golpeaba en el pecho.

Akane hizo otra reverencia y, arrastrando las rodillas, se dirigió a la puerta, desde donde llamó a las criadas en voz baja. Su tono era suave y, sin embargo, denotaba una resuelta autoridad. Instantes después Shigeru escuchó las pisadas amortiguadas de los pies enfundados en calcetines de la criada, y ambas mujeres intercambiaron unas palabras. Luego, Akane regresó con una bandeja con comida y vino, con cuencos y tazones de poca profundidad.

Le entregó a Shigeru uno de los tazones y él lo sujetó con las dos manos mientras Akane le servía vino. Se lo bebió de un trago. Ella le volvió a servir y luego, una vez que Shigeru hubo bebido por segunda vez, adelantó su propio tazón para que él se lo llenara.

La comida había sido escogida y elaborada para aumentar la sensibilidad de la boca y de la lengua: erizo de mar, de carne tierna y naranja; ostras y vieiras, de tacto viscoso, y un exquisito caldo sazonado con jengibre y hojas de perilla. A continuación, frutas frescas y jugosas: nísperos y melocotones. Ambos bebieron con moderación, sólo lo suficiente para prender fuego a sus sentidos. Rara cuando hubieron terminado de comer, Shigeru se sentía como si le hubieran transportado a un palacio encantado donde una princesa le estuviera hechizando sin remedio.

Al mirarle cara a cara, Akane pensó: "Nunca se ha enamorado. Seré yo de quien se enamore por primera vez".

Ella también empezaba a notar la punzada del deseo.

Shigeru nunca lo había imaginado así: la urgencia incontrolable por perderse dentro del cuerpo de aquella mujer, la rendición más absoluta al tacto de la piel, la boca y los dedos de Akane. Había contado con que ocurriera un alivio físico —como le sucedía en sueños o como cuando se procuraba placer por sí mismo— sobre el que mantendría el control; una sensación rápida, placentera, pero no apabullante o aniquiladora. Sabía que Akane era una mujer de la vida, una cortesana que había aprendido su oficio con numerosos hombres, si bien no estaba preparado para el hecho de que ella pareciera adorar su cuerpo y disfrutara tanto como el propio Shigeru. Este último nunca había conocido la intimidad, apenas había hablado con mujer alguna desde sus conversaciones de niño con Chiyo. Era como si la mitad de sí mismo, que hubiera estado dormida en la oscuridad la mayor parte de su existencia, hubiese sido de pronto acariciada y hubiese cobrado vida por sorpresa.

—Te he estado esperando todo el verano —dijo Akane.

—No he dejado de pensar en ti desde que te vi en el puente —respondió él—. Siento haberte hecho esperar tanto tiempo.

—A veces, esperar es bueno. Nadie aprecia lo que se consigue fácilmente. Vi cómo te alejabas cabalgando. La gente dice que ibas a dar un escarmiento a los Tohan. Sabía que enviarías a buscarme, pero los días se me hacían interminables... —hizo una breve pausa y luego, con un hilo de voz, añadió:— Nos conocíamos de antes; no te acordarás, fue hace mucho tiempo. Fui yo quien te ayudó cuando tu hermano estaba a punto de ahogarse.

—No te imaginas cuántas veces he soñado contigo —dijo él, maravillado ante los dictados del destino.

Shigeru sintió deseos de contárselo todo: las torturas a los Ocultos, los niños moribundos, la valentía de Tomasu y Nesutoro, la feroz y satisfactoria escaramuza con los Tohan. Quería hablarle de Iida Sadamu, de su propia decepción y disgusto ante la reacción de su padre, de la desconfianza que sus tíos le inspiraban. Sabía que debía ser precavido, que no era conveniente confiar en nadie; pero no podía evitarlo. Abrió su corazón a Akane como jamás lo había hecho con nadie, y encontró la mente de la joven tan receptiva y tan dispuesta a recibirle como su cuerpo.

Sabía que se arriesgaba a que le ocurriese aquello mismo contra lo que su padre le había advertido: dejarse cautivar por Akane. "No te enamores de ella", le había advertido su progenitor. ¿Pero cómo podría evitarlo, cuando ella le satisfacía por completo? A medianoche semejante idea le parecía imposible; pero cuando se despertó al amanecer se quedó reflexionando sobre las palabras de su padre, e hizo un inmenso esfuerzo para apartarse del borde del abismo, tan peligroso e infalible como el Almacén del Ogro. Se repitió a sí mismo que ella no era hermosa, que era
una
prostituta, que nunca podría entregarle su confianza. Jamás concebiría los hijos de Shigeru, su única función consistía en proporcionarle placer. Era impensable enamorarse de semejantes mujeres, no estaba dispuesto a caer en el mismo error que Otori Shigemori.

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