La fortaleza (28 page)

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Authors: F. Paul Wilson

Tags: #Terror

BOOK: La fortaleza
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Siempre había pensado en Vlad como en una mancha rojo sangre en la historia rumana. Como hijo de Vlad Dracul, el Dragón, el príncipe Vlad era conocido como Vlad Drácula: el hijo del Dragón. Pero se había ganado el nombre de Vlad Tepes, que significaba Vlad el Empalador, debido a su método favorito para deshacerse de los prisioneros de guerra, súbditos desleales, boyardos traicioneros y prácticamente quien fuera que no le gustase. Magda recordaba dibujos que mostraban la masacre de Vlad el día de San Bartolomé, en Amias, cuando treinta mil habitantes de esa infortunada ciudad fueron empalados en largas varas de madera clavadas en la tierra. Las víctimas fueron abandonadas así, atravesadas y suspendidas en el aire, hasta que murieron. Ocasionalmente, el empalamiento tenía un propósito estratégico: en 1460 la visión de veinte mil cadáveres de prisioneros turcos pudriéndose al sol en las afueras de Targoviste, horrorizó tanto a un ejército invasor de turcos, que se regresó dejando el reino de Vlad en paz por un tiempo.

—Imagínate —murmuró ella— serle fiel a Vlad Tepes.

—No olvides que el mundo era muy distinto entonces —le recordó papá—. Vlad fue producto de su tiempo; Molasar es producto de la misma época. A Vlad aún se le considera un héroe nacional por estas regiones. Fue el azote de Valaquia, pero también fue su campeón contra los turcos.

—Estoy segura de que este Molasar no hallaba nada desagradable en el comportamiento de Vlad —comentó Magda. Su estómago se retorció al pensar en todos esos hombres, mujeres y niños empalados y abandonados a morir poco a poco—. Probablemente lo hallaba entretenido.

—¿Quién puede afirmarlo? Piensa por qué uno de los no-muertos gravitaría hacia alguien como Vlad: nunca había escasez de víctimas. Podía saciar su sed en los que agonizaban y nadie pensaría que las víctimas no fueron por el empalamiento. Sin muertes inexplicadas que originaran preguntas, podía darse festines sin que nadie sospechara su verdadera naturaleza.

—Eso no lo hace menos monstruoso —susurró Magda.

—¿Cómo puedes juzgarlo, Magda? Uno debe ser juzgado por sus semejantes. ¿Quién es un semejante a Molasar? ¿No te das cuenta de lo que significa su existencia? ¿No te das cuenta de cuántas cosas transforma? ¿Cuántos aceptados conceptos van a terminar como basura?

—Sí —asintió Magda lentamente. La enormidad de lo que habían encontrado la oprimía con gran fuerza—. Una forma de inmortalidad.

—¡Más que eso! ¡Mucho más! ¡Es como una nueva forma de vida, un nuevo modo de existir! No, eso no es correcto. Un antiguo modo, pero nuevo en cuanto respecta al conocimiento histórico y científico. Y más allá de lo racional. Piensa en las implicaciones espirituales —su voz vaciló—. Son… devastadoras.

—Pero ¿cómo puede ser verdad?
¿Cómo?
—Su mente aún se rebelaba.

—No lo sé. ¡Hay tanto que aprender y estuve tan poco tiempo con él! Se alimenta de la sangre de los vivos, eso se desprende evidentemente de lo que vi de los restos de los soldados. Todos fueron desangrados por la garganta. Anoche descubrí que
no
se refleja en los espejos; esa parte de las leyendas tradicionales de vampiros es verdad. Pero el miedo al ajo y a la plata son creencias falsas. Parece ser una criatura nocturna: sólo ataca y aparece de noche. Sin embargo, dudo mucho que pase las horas del día durmiendo en algo tan melodramático como un ataúd.

—Un vampiro —susurró Magda suavemente, exhalando—. Sentados aquí, con el sol sobre nosotros, parece tan risible, tan…

—¿Fue risible hace dos noches, cuando absorbió la luz de nuestra habitación? ¿Fue risible su garra en tu brazo?

Magda se puso en pie, frotándose el área sobre el codo derecho, preguntándose si las marcas aún estarían allí. Se volvió, alejándose de su padre, y se subió la manga. Sí… allí estaba… una mancha oblonga de piel blanca grisácea con apariencia muerta. Cuando empezó a bajarse la manga, notó que la marca comenzaba a desvanecerse y la piel volvía a adquirir un color rosado y saludable bajo la luz directa del sol. Mientras miraba, la marca desapareció por completo.

Sintiéndose súbitamente débil, se tambaleó y tuvo que aferrarse al respaldo de la silla de ruedas para recuperar el equilibrio. Luchando por mantener una expresión neutra, se volvió hacia papá.

No debía haberse preocupado; él estaba de nuevo mirando la fortaleza sin darse cuenta que ella se había alejado.

—Está allí ahora, en algún lado —decía papá—, esperando esta noche. Debo hablar con él de nuevo.

—¿Es realmente un vampiro, papá? ¿Podría en verdad haber sido un boyardo hace quinientos años? ¿Cómo sabemos que todo esto no es un truco? ¿Puede probar algo él?

—¿Probar? —preguntó con el enojo tiñendo su voz—. ¿Por qué debía probar algo? ¿Qué le importa lo que tú o yo pensemos? Tiene sus propias preocupaciones y cree que yo le puedo ser de utilidad. «Un aliado contra los extranjeros», dijo.

—¡No debes permitir que te use!

—¿Y por qué no? Si necesita un aliado contra los alemanes que han invadido su fortaleza puede que lo siga, aunque no tengo idea de qué utilidad logre obtener yo. Por eso no le he dicho nada a los alemanes.

Magda sintió que no se refería sólo a los alemanes. Le estaba ocultando algo a ella también. Y esa no era su costumbre.

—¡Papá, no puedes hablar en serio!

—Molasar y yo compartimos un enemigo común, ¿o no?

—Por el momento, quizá. Pero ¿después?

—Y no olvides que puede serme de gran utilidad en mi trabajo —continuó ignorando la pregunta—. Debo aprender todo sobre él. Debo hablar con él de nuevo. ¡Debo! —Su mirada volvió a la fortaleza—. Tanto ha cambiado ahora… hay que volver a pensar tantas cosas…

Magda intentó comprender su actitud, pero no pudo.

—¿Qué es lo que te molesta, papá? Durante años has dicho que pensabas que había algo detrás del mito de los vampiros. Te arriesgaste a la burla. Ahora que te has reivindicado, te ves molesto. Deberías estar feliz.

—¿Qué no entiendes nada? Ese era un ejercicio intelectual. Me gustaba jugar con la idea, usarla para autoestimularme y hacer temblar a esas mentes de piedra del Departamento de Historia.

—Era más que eso, y no lo niegues.

—Está bien… pero jamás soñé siquiera que tal criatura aún existiese. ¡Y jamás pensé que en realidad la conocería cara a cara! —Su voz se hundió hasta convertirse en un murmullo—. Y nunca consideré la posibilidad de que en realidad pudiera temer…

Magda esperó a que terminara, pero no lo hizo. Se había, vuelto hacia su interior mientras su mano buscaba distraídamente en el bolsillo superior de su saco.

—¿Temer qué, papá? ¿Qué es lo que teme?

Pero él estaba delirando. Sus ojos habían derivado de nuevo hacia la fortaleza en tanto su mano buscaba en el bolsillo.

—Él es definitivamente maléfico, Magda. Un parásito con poderes supranormales que se alimenta de sangre humana. Malvado en la carne. La maldad tangible. Y si es así, entonces, ¿dónde reside el bien?

—¿De qué estás hablando? —preguntó Magda asustada por los desarticulados pensamientos de su padre—. ¡Estás siendo incoherente!

Él sacó la mano del bolsillo y puso violentamente algo frente a la cara de su hija.

—¡De esto! ¡De esto es de lo que estoy hablando!

Era el crucifijo de plata que le pidiera prestado al capitán. ¿Qué quería decir papá? ¿Por qué tenía esa apariencia, con los ojos tan brillantes?

—No entiendo.

—Molasar se aterroriza ante él.

—¿Y qué? —¿Qué estaba pasando con papá?—. Por tradición se supone que un vampiro…


¡Por tradición!
¡Esto no es tradición! ¡Y lo
aterrorizó
! ¡Casi lo hizo huir de la habitación! ¡Una
cruz
!

De pronto, Magda supo qué era lo que estuvo molestando tan insistentemente a papá toda la mañana.


¡Ah!
Ahora lo ves, ¿no? —declaró asintiendo con la cabeza y mostrando una sonrisa triste.

Pobre papá. Haber pasado toda la noche con esa incertidumbre. La mente de Magda se retrajo, rehusándose a aceptar el significado de lo que se le estaba diciendo.

—Pero no puedes querer decir realmente…

—No puedes negarte a un hecho, Magda. —Él elevó la cruz, mirando cómo la luz brillaba sobre su gastada y pulida superficie—. Es parte de nuestra creencia, nuestra tradición, que Cristo no era el Mesías. Que el Mesías aún está por venir. Que Cristo era simplemente un hombre y que sus seguidores, por lo general, gente de buen corazón pero mal guiada. Si eso es cierto… —parecía estar hipnotizado por la cruz—. Si eso es cierto… si Cristo era sólo un hombre… ¿por qué debería una cruz, el instrumento de su muerte, aterrorizar tanto a un vampiro? ¿Por qué?

—Papá, creo que estás apresurando conclusiones. ¡Debe haber algo más detrás de todo esto!

—Estoy seguro que sí. Pero piensa: ha estado con nosotros todo el tiempo, en todos los relatos folclóricos, las novelas y los filmes derivados de esos relatos. Pero ¿quién de nosotros lo ha pensado dos veces? El vampiro teme a la cruz. ¿Por qué? Porque es el símbolo de la salvación humana. ¿Te das cuenta de lo que eso implica? No se me había ocurrido hasta anoche.

¿Puede ser?
, se preguntó a sí misma mientras papá hacía una pausa.
¿Puede ser realmente?

—Si una criatura como Molasar halla el símbolo de la cristiandad tan repulsivo, la conclusión lógica es que Cristo debe haber sido más que un hombre. —Papá volvió a hablar con voz monótona y mecánica—. Si eso es cierto, entonces nuestro pueblo, nuestras tradiciones y nuestras creencias han estado extraviados durante dos mil años. ¡El Mesías vino y no fuimos capaces de reconocerlo!

—¡No puedes decir eso! ¡Me rehúso a creerlo! ¡
Tiene
que haber otra respuesta!

—Tú no estabas ahí. No viste el odio en su cara cuando saqué la cruz. No viste cómo se alejaba aterrado y se agazapaba hasta que la regresé a la caja.
¡Tiene poder sobre él!

Debía ser cierto. Iba contra los principios más fundamentales de la educación de Magda. Pero si papá lo decía, si lo había visto, entonces debía ser cierto. Ella deseaba poder decir algo, algo tranquilizador, algo que restableciera su seguridad.

—Papá —fue la única palabra, simple y triste, que surgió.

—No te preocupes, niña —la calmó sonriendo apesadumbrado—. No estoy a punto de tirar mi Tora y buscar un monasterio. Mi fe es profunda. Pero esto le obliga a uno a hacer una pausa, ¿o no? Abre la interrogante de que podemos haber estado equivocados… todos podríamos haber perdido un barco que zarpó hace veinte siglos.

Él trataba de aligerarlo por ella, pero Magda sabía que papá, en su mente, estaba siendo desollado vivo.

Se sentó en la hierba a pensar y, al moverse, vio un destello de movimiento en la ventana abierta de arriba. Una ojeada de cabello color óxido. Sus puños se crisparon al darse cuenta de que la ventana se abría frente a la habitación de Glenn. Él debió haberlo oído todo.

Magda estuvo vigilante los siguientes minutos, esperando atraparlo, tratando de oír a hurtadillas, pero no vio nada. Estaba a punto de rendirse cuando una voz la sobresaltó:

—¡Buenos días!

Era Glenn, dando la vuelta por la esquina sur de la posada, llevando en cada mano una pequeña silla de madera con respaldo de barrotes.

—¿Quién está ahí? —preguntó papá, incapaz de girar en su asiento para ver a sus espaldas.

—Alguien a quien conocí ayer. Su nombre es Glenn. Su habitación está del otro lado del pasillo de la mía.

Glenn asintió alegremente hacia Magda mientras caminaba alrededor de ella y se detenía ante papá, destacándose ante él como un gigante. Llevaba pantalones de lana, botas de alpinismo y una camisa suelta con el cuello abierto. Puso ambas sillas en el suelo y dirigió la mano hacia su padre.

—Y buenos días a usted, señor. Ya he conocido a su hija.

—Theodor Cuza —respondió dubitativamente papá, con recelo mal disimulado. Puso su enguantada mano, rígida, y torcida, en la de Glenn. Siguió la parodia de un estrechamiento de manos y Glenn le indicó una de las sillas a Magda.

—Use esto. El suelo aún está demasiado húmedo para sentarse en él.

—Prefiero estar de pie, gracias —manifestó con toda la arrogancia de que fue capaz. Se sentía ofendida por su fisgoneo y resentía aún más la intrusión en su compañía—. De todos modos, mi papá y yo ya nos íbamos.

Al dirigirse Magda hacia la parte posterior de la silla de ruedas, Glenn puso una mano gentilmente sobre su brazo.

—Por favor, no se vayan todavía. Desperté por el sonido de dos voces discutiendo sobre la fortaleza y algo sobre un vampiro. Hablemos sobre eso, ¿sí? —propuso y sonrió.

Magda se encontró incapaz de hablar, furiosa por la temeridad de su intrusión y la casual libertad que se tomó al tocarla. Sin embargo, no retiró el brazo. Su contacto la hacía temblar. Se sentía bien.

Papá, en cambio, no tenía nada que lo detuviera.

—¡No debe mencionar a nadie una sola palabra de lo que ha oído! ¡Podría costamos la vida!

—No se preocupe ni un momento por eso —lo tranquilizó Glenn mientras su sonrisa se desvanecía—. Los alemanes y yo no tenemos nada que decirnos. —Volvió los ojos a Magda—. ¿No desea sentarse? Traje la silla para usted.

—¿Papá? —inquirió mirando a su padre.

—No creo que tengamos elección —asintió él resignadamente.

La mano de Glenn se alejó cuando Magda se movió para sentarse y ella sintió un pequeño vacío dentro de sí, que no podía explicar. Lo vio balancear la otra silla y sentarse en ella al revés, a horcajadas, y descansando los codos en el barrote superior.

—Magda me habló anoche sobre el vampiro en la fortaleza —explicó—, pero no estoy seguro de haber oído el nombre que le dio a usted.

—Molasar —repuso papá.

—Molasar —repitió Glenn lentamente, haciendo rodar el nombre en la lengua, con expresión confusa—. Mo… la… sar. —Luego, su expresión se avivó, como si hubiera resuelto un acertijo—. Sí, Molasar. Un hombre extraño, ¿no lo cree?

—Poco familiar —admitió papá—, pero no tan extraño.

—¿Y eso? —empezó Glenn haciendo una seña hacia la cruz que aún estaba sostenida entre los crispados dedos—. ¿Alcancé a oír que Molasar la teme?

—Sí.

Magda se dio cuenta de que papá no estaba ofreciéndose a, dar información.

—Usted es judío, profesor, ¿no es así?

Hubo un asentimiento.

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