Él no se preocupó por alcanzarla.
Magda dejó caer la piedra al llegar al primer escalón de la posada y entró. A su izquierda, Iuliu se encontraba en la mesa que usaba como comedor disponiéndose a apagar su vela.
—Es mejor que espere —le aconsejó Magda al pasar ligera—. Creo que tiene otro huésped en camino.
—¿Esta noche? —inquirió él mientras su rostro se iluminaba.
—De inmediato.
Radiante, abrió el libro de registro y destapó el tintero. La posada había sido propiedad de la familia de Iuliu durante generaciones. Algunas personas decían que fue construida para albergar a los trabajadores que levantaron la fortaleza. No era más que una pequeña casa de dos pisos, y de ningún modo un negocio que produjese ingresos, pues el número de viajeros que se detenían en la posada en el transcurso de un año era ridículo. Pero el primer piso servía de hogar a la familia y siempre había alguien en el raro caso de que un viajero apareciera. La mayor parte de los pequeños ingresos de Iuliu provenía de la comisión que recibía por actuar como intermediario con los trabajadores de la fortaleza. El resto procedía de la lana obtenida del rebaño de ovejas que su hijo cuidaba… de aquéllas que no habían sido sacrificadas para poner un poco de carne a la mesa de la familia y ropas sobre sus hombros.
Dos de las tres habitaciones de la posada, rentadas a la vez… una bonanza.
Magda corrió ligeramente hasta lo alto de las escaleras, pero no entró de inmediato a su habitación. Hizo una pausa para escuchar lo que el desconocido le diría a Iuliu. Se preguntó sobre su interés, mientras estaba allí. Le pareció poco atractivo el hombre. Y además de su olor y sucia apariencia, había un rastro de arrogancia y condescendencia que ella encontraba igualmente molesto.
¿Por qué estaba entonces escuchando a escondidas? No era su costumbre.
Escuchó fuertes pasos en el escalón del frente y luego en el piso cuando entraba el hombre. Su voz subió haciendo ecos por la escalera.
—¡Ah, posadero! ¡Qué bueno! Aún está de pie. Disponga que alguien friccione mi yegua y le dé establo aquí por unos pocos días. Es mi segunda cabalgadura de hoy y la he forzado bastante. La quiero bien seca antes de que la guarden a dormir. Oiga, ¿está escuchando?
—Sí… sí, señor —la voz de Iuliu sonaba ronca, forzada y atemorizada.
—¿Puede hacerlo?
—Sí. Yo… haré que mi sobrino baje de inmediato.
—Y una habitación para mí.
—Nos quedan dos. Firme por favor.
—¿Puede darme la que está exactamente aquí arriba, la que da al norte? —pidió el hombre después de una pausa.
—Oh, disculpe, señor, pero debe poner su apellido. «Glenn» no es suficiente —manifestó Iuliu con voz temblorosa.
—¿Tiene a alguien más llamado Glenn alojado aquí?
—No.
—¿Hay alguien más en esta zona, llamado Glenn?
—No, pero…
—Entonces, Glenn a secas servirá.
—Muy bien, señor. Pero debo decirle que la habitación norte está ocupada. Puedo darle la del este.
—Quienquiera que él sea, dígale que cambiaremos cuartos. Pagaré extra.
—No es un él, señor. Es una ella y no creo que se mude.
Cuán verdadero
, Iuliu, pensó Magda.
—¡Dígale! —ordenó en un tono al que no podía oponérsele.
Cuando Magda escuchó los apresurados pies de Iuliu acercarse a las escaleras, se metió a su habitación y esperó. La actitud del extraño la enfurecía. ¿Y qué había hecho para asustar así a Iuliu?
Abrió la puerta a la primera llamada y miró al gordo posadero cuyas manos sostenían y torcían nerviosamente la tela del frente de su camisa. Su cara estaba pálida y perlada, tan sudorosa que su bigote empezaba a colgar. Estaba aterrorizado.
—Por favor,
Domnisoara
Cuza —balbuceó—, hay un hombre allá abajo que desea esta habitación. ¿Podría por favor dejársela? ¿Por favor?
Estaba gimiendo. Suplicando. Magda sintió pena por él, pero no iba a dejar esta habitación.
—¡Absolutamente no! —exclamó y empezó a cerrar la puerta, pero él extendió la mano.
—¡Pero debe hacerlo!
—No lo haré, Iuliu. ¡Es mi última palabra!
—Entonces podría… ¿podría usted decírselo? ¿Por favor?
—¿Por qué le tiene tanto miedo? ¿Quién es él?
—No sé quién sea. Y realmente no… —su voz se hizo inaudible—. ¿No podría decírselo usted por mí?
De hecho, Iuliu temblaba de miedo. El primer impulso de Magda fue dejar que el posadero se encargara de sus asuntos, pero luego se le ocurrió que podría obtener cierto placer en el hecho de decirle al arrogante recién llegado que ella iba a conservar la habitación. Durante dos días no se le había permitido opinar sobre lo que ocurría. Mantenerse firme en este pequeño problema representaría un cambio bienvenido.
—Claro que se lo diré.
Se apretó contra la puerta para pasar junto a Iuliu y bajó corriendo los escalones. El hombre aguardaba impasible en el vestíbulo, inclinado confiada y casualmente en la angosta y larga caja que ella viera antes atada al flanco del caballo. Era la primera vez que lo veía a la luz y reconsideró el juicio inicial. Sí, estaba sucio y podía olerlo desde el pie de la escalera, pero sus facciones eran uniformes, la nariz larga y recta, los pómulos altos. Notó cuan pronunciadamente rojo era su cabello, como una llama oscura; quizá un poco desordenado y luengo, pero eso, como su olor, bien podría ser el resultado de un viaje largo y pesado. Sus ojos la atrajeron un momento, asombrosos en la profundidad de su azul y su claridad. La única nota discordante en su apariencia era el tono oliváceo de su piel, fuera de lugar en relación con su cabello y sus ojos.
—Pensé que podía ser usted.
—Mantendré mi habitación.
—La requiero —afirmó él enderezándose.
—Es mía por ahora. Será bienvenido a ella cuando me vaya.
—Es importante que yo tenga una orientación norte. Yo… —empezó a decir dando un paso hacia ella.
—Tengo mis propias razones para mantener la vista sobre la fortaleza —insistió Magda interrumpiéndolo antes de que dijera otra mentira—, y estoy igualmente segura que usted tiene las suyas. Pero las mías son de gran importancia personal. No me iré.
Sus ojos brillaron de pronto y, por un instante, Magda temió haber excedido sus límites. De forma igualmente súbita se tranquilizó y dio un paso atrás, con media sonrisa jugando en las comisuras de sus labios.
—Obviamente usted no es de por aquí.
—Bucarest.
—Eso pensé —afirmó, y Magda creyó haber visto el rastro de algo en sus ojos, algo parecido a un respeto desganado. Pero eso no parecía correcto. ¿Por qué la miraría así si ella estaba impidiéndole lo que quería? ¿No reconsiderará?
—No.
—Oh, bien —suspiró—. Que sea pues una orientación este. ¡Posadero! ¡Muéstreme mi habitación!
Iuliu se precipitó por las escaleras, casi tropezando por la prisa.
—Al instante, señor. La habitación de la derecha, al final de las escaleras, está lista para usted. Llevaré esto… —se ofreció acercándose al estuche, pero Glenn se lo arrebató.
—Puedo encargarme de esto perfectamente bien —le explicó—. Pero hay una manta enrollada en el lomo de mi caballo que podré necesitar. —Empezó a subir las escaleras—. ¡Y cerciórese de atender a ese caballo! Es una bestia buena y confiable. —Con una breve mirada que provocó en su interior una sensación poco familiar pero no desagradable, él subió los escalones de dos en dos—. ¡Y prepáreme un baño inmediatamente!
—¡Sí, señor! —repuso Iuliu inclinándose hacia Magda y tomándole ambas manos entre las suyas—. ¡Gracias! —susurró, todavía asustado, pero aparentemente ya menos. Luego, se apresuró a atender al caballo.
Magda se detuvo durante un momento en mitad del vestíbulo, preguntándose sobre la extraña cadena de acontecimientos de la noche. Había preguntas sin respuesta aquí en la posada, pero no podía pensar en ellas ahora, no mientras hubiera preguntas más temibles que responder, allá en la fortaleza…
¡La fortaleza! ¡Había olvidado a papá! Subió las escaleras rápidamente, pasando junto a la puerta cerrada de la habitación de Glenn y luego entró a su propio aposento, precipitándose hacia la ventana. Allá en la torre, la luz de papá ardía igual que antes.
Suspiró con alivio y se recostó en la cama. Una cama… una cama verdadera. Quizá todo estaría bien después de esta noche. Sonrió. No, esa táctica no iba a funcionar. Iba a pasar algo. Cerró los ojos protegiéndolos de la luz de la estriada vela colocada sobre el ropero, con el resplandor duplicado por el espejo tras ella. Estaba cansada. Si sólo pudiera descansar sus ojos durante un minuto, se sentina mejor… pensaría, en cosas buenas, como que a papá se le permitiera regresar a Bucarest con ella, huyendo de los alemanes y de esa horrible manifestación…
El sonido de un movimiento en el corredor atrajo sus pensamientos, alejándolos de la fortaleza. Sonaba como si fuera un hombre, Glenn, que bajaba al cuarto trasero para tornar un baño. Por lo menos no olería siempre como esta noche. Pero ¿por qué le importaba eso? Él parecía preocupado por el bienestar de su caballo y eso podía ser interpretado como señal de que era un hombre compasivo. O solamente un hombre práctico. ¿Realmente había dicho que era su segunda montura del día? ¿Puede cualquier hombre montar dos caballos hasta cansarlos tanto? No podía imaginar por qué Iuliu se veía tan aterrorizado por el recién llegado. Parecía conocer a Glenn y, sin embargo, no supo su nombre hasta que él lo escribió. No tenía sentido.
Ya nada tenía sentido… sus pensamientos divagaban…
El sonido de una puerta al cerrarse la sorprendió, despertándola. No era la suya. Debía ser la de Glenn. Hubo un rechinido en la escalera. Magda se enderezó y miró la vela que había perdido la mitad de su tamaño desde la última vez que la vio. Saltó hacia la ventana. Todavía se veía luz en el cuarto de su padre.
No se oía ningún sonido abajo, pero podía distinguir la forma de un hombre moviéndose por el sendero que daba a la calzada. Sus movimientos era felinos. Silenciosos. Estaba segura de que era Glenn. Mientras Magda miraba, entró al matorral situado a la derecha de la calzada y se detuvo allí, precisamente donde ella estuviera antes. La niebla que llenaba la cañada se desbordaba y tocaba sus pies. Miraba hacia la fortaleza como un centinela.
Magda sintió una estocada de enojo. ¿Qué estaba haciendo él allí afuera? Ese era el sitio de ella. No tenía derecho a tomarlo. Deseó tener el valor de salir y decirle que se fuera, mas no lo tenía. Realmente no le temía, pero él se movía demasiado rápido, con demasiada decisión. Este Glenn resultaba ser un hombre peligroso. Aunque sentía que no lo era. Quizá para otros. Quizá para esos alemanes en la fortaleza. ¿Y acaso, de algún modo, eso no lo hacía un aliado? Sin embargo, no podía salir sin escolta en la oscuridad, para decirle que se fuera y le permitiera mantener su propia vigilancia.
Pero sí observarlo. Podía colocarse detrás de él y averiguar qué pretendía, mientras mantenía el ojo sobre la ventana de papá. Tal vez sabría por qué estaba él aquí. Esa era la pregunta que la aguijoneaba cuando bajaba silenciosamente la escalera, atravesaba el oscurecido recibidor y salía al camino. Trepó por una gran roca que no se hallaba, demasiado lejos, detrás de él. Nunca sabría que estaba allí.
—¿Vino a reclamar su puesto de vigilancia?
¡Magda saltó al oír el sonido de su voz, ya que ni siquiera había mirado a su alrededor!
—¿Cómo supo que me encontraba aquí? —preguntó ella.
—Oí que se acercaba desde que salió de la posada. Realmente es bastante torpe.
Allí estaba otra vez esa complaciente autoconfianza.
Él se volvió y le hizo un gesto.
—Suba y dígame por qué cree que los alemanes tienen iluminada así la fortaleza a deshoras. ¿Acaso nunca duermen?
Ella retrocedió y luego decidió aceptar su invitación. Se mantendría en la orilla, pero no demasiado cerca de él. Mientras se acercaba, notó que olía mucho mejor.
—Tienen miedo a la oscuridad —explicó ella.
—Miedo a la oscuridad —repitió él y su tono se había vuelto plano. No parecía sorprendido por su respuesta—. ¿Y por qué es eso?
—Creen que hay un vampiro.
A la tenue luz de la fortaleza que se filtraba a través de la cañada, Magda vio que levantaba las cejas.
—¡Oh! ¿Eso es lo que le dijeron? ¿Conoce a alguien allí?
—Yo misma he estado allí. Y mi padre lo está ahora —explicó y señaló hacia la fortaleza—. La ventana más baja en la torre es la de él, la que está iluminada. —¡Cómo anhelaba que estuviera bien!
—Pero ¿por qué iba a pensar alguien que hay un vampiro rondando?
—Murieron ocho hombres, todos soldados alemanes, todos con las gargantas destrozadas.
—Aun así… ¿un vampiro?
—También está el asunto de dos cadáveres que supuestamente caminaron. Un vampiro parece ser lo único que puede explicar todo lo que ha pasado allí. Y después de lo que vi…
—¿Usted lo vio? —la interrumpió Glenn volviéndose e inclinándose hacia ella, sus ojos penetrándola, concentrados en su respuesta.
—Sí —contestó Magda retrocediendo un paso.
—¿Cómo era?
—¿Por qué quiere saberlo? —Ahora le asustaba. Sus palabras la golpeaban mientras él se acercaba más.
—¡Dígame! —exigió—. ¿Era oscuro? ¿Era pálido? ¿Atractivo? ¿Feo? ¿Qué?
—Ni siquiera estoy segura de recordarlo exactamente —vaciló ella—. Lo único que sé es que parecía loco… y profano, si eso tiene algún significado para usted.
—Sí —repuso él enderezándose—. Eso dice mucho. Y no quise incomodarla —hizo una breve pausa—. ¿Qué hay con sus ojos?
Magda sintió que la garganta se le tensaba y le preguntó:
—¿Cómo sabe acerca de sus ojos?
—No sé nada de sus ojos —respondió él rápidamente—. Pero se dice que son las ventanas del alma.
—De ser cierto eso, su alma es un pozo sin fondo —repuso ella con la voz disminuyendo por voluntad propia hasta convertirse en un susurro.
Ninguno habló durante un rato y ambos miraron la fortaleza en silencio. Magda se preguntó qué estaría pensando Glenn. Finalmente, él habló:
—Una cosa más: ¿Sabe cómo empezó todo?
—Mi padre y yo no estábamos aquí, pero nos dijeron que el primer hombre murió cuando él y un amigo rompieron una pared del sótano.
Ella lo vio sonreír y cerrar los ojos, como con dolor y como lo había visto horas antes, sus labios formaron otra vez la palabra «tontos» sin decirla en voz alta.