La fortaleza (31 page)

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Authors: F. Paul Wilson

Tags: #Terror

BOOK: La fortaleza
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Miró su pintura. Todo deseo de trabajar más en ella había huido y no quería comenzar otra. Ni siquiera tenía la suficiente ambición para sacar sus pigmentos y cubrir la sombra del cadáver colgante. Su atención se centraba ahora en la sombra. Cada vez que la miraba se veía más clara. La forma se notaba más oscura hoy, y la cabeza parecía estar más definida. Se agitó y miró hacia otra parte. Tonterías.

No… no eran tonterías realmente. Aún existía algo malvado rondando la fortaleza. La maldad no había partido, estaba sólo… descansando. ¿Descansando? ¿Era esa la palabra correcta? En realidad, no. Conteniéndose sería mejor. Ciertamente no se había alejado. Las paredes todavía se cerraban sobre él y el aire seguía percibiéndose pesado y cargado de amenazas. Los hombres podían palmearse la espalda y convencerse uno a otro de que no era así. Pero Woermann no podía. Con sólo mirar su corrupta pintura sabía con absoluta certeza que no se produjo un fin real a los asesinatos, sólo una pausa, una pausa que podría durar días o concluir esta noche. Nada había sido vencido o expulsado. La muerte aún estaba aquí, esperando, lista para atacar de nuevo cuando la ocasión fuera propicia.

Irguió los hombros para defenderse de un creciente escalofrío. Algo ocurriría pronto. Podía sentirlo en el centro de su espina.

Una noche más… sólo denme una noche más.

Si la muerte se contenía hasta la mañana siguiente, Kaempffer partiría hacia Ploiesti. Después de eso, Woermann podría imponer de nuevo sus propias reglas… sin la SS. Y alejar a sus hombres de la fortaleza si los problemas empezaban de nuevo.

Kaempffer… se preguntaba lo que el dulce y querido Erich estaría haciendo. No lo había visto en toda la tarde.

El SS-Sturbmannführer Kaempffer estaba sentado con la espalda encorvada sobre el mapa de trenes de Ploiesti extendido ante él en su cama. La luz del día se desvanecía rápidamente y los ojos le dolían de tanto esforzarse sobre las pequeñas líneas entrecruzadas. Mejor detenerse ahora en vez de tratar de continuar bajo una de las toscas bombillas eléctricas.

Irguiéndose, se frotó los ojos con pulgar e índice. Al menos, el día no fue un desperdicio total. El nuevo mapa de los nexos ferroviarios le había dado algo de información útil. Empezaría de la nada con los rumanos. Todo detalle de la construcción del campo quedaría en sus manos, incluso la elección del lugar. Creía haber hallado uno adecuado. Existía una hilera de viejas bodegas en el extremo este del nexo. Si no estaban siendo utilizadas o dedicadas a algún uso importante, podrían funcionar como la semilla del campo de Ploiesti. Se instalarían bardas de alambre en cuestión de días y entonces la Guardia de Hierro podría dedicarse a la tarea de recolectar a los judíos.

Kaempffer deseaba comenzar. Dejaría que la Guardia de Hierro reuniera, a los primeros «huéspedes» que desearan, mientras él supervisaba el diseño de la planta misma. Una vez que eso estuviese en marcha, dedicaría una mayor parte de su tiempo a enseñar a los rumanos los métodos probados de la SS para acorralar a los indeseables.

Doblando el mapa descubrió que sus pensamientos se volvían hacia las enormes utilidades que podrían ser obtenidas del campo, y los métodos para conservar la mayor parte de esas ganancias para sí. Kaempffer no veía razón por la cual él debía ser una excepción.

Y habría más. En un futuro cercano, después de que tuviese el campo funcionando como una máquina bien aceitada, seguramente se presentarían oportunidades de rentar algunos de los internos más saludables, a la industria rumana. Era una práctica cada vez más común en otros campos, y rendía buenos dividendos. Fácilmente podría ofrecer los contratos de gran número de internos, especialmente dado que la Operación Barbarroja iba a ser puesta en marcha dentro de poco. El ejército rumano invadiría Rusia pronto, junto con la Wehrmacht, absorbiendo gran parte de la fuerza de trabajo disponible en el país. Sí, las fábricas estarían ansiosas por tener obreros. Su paga, por supuesto, iría al comandante del campo.

Conocía los trucos. Hoess le enseñó bien en Auschwitz. No era frecuente que un hombre recibiese la oportunidad de servir a su país, mejorar el equilibrio genético de la raza humana y enriquecerse. Era un hombre afortunado…

A excepción de esta maldita fortaleza. Al menos el problema aquí parecía estar bajo control. Si las cosas se mantenían así, podría irse a la mañana siguiente e informar su éxito a Berlín. El informe se vería bien.

Había llegado y perdido dos hombres la primera noche, antes de poder establecer acciones contraofensivas: después de eso no hubo más asesinatos. (Sería algo vago sobre la forma en que había detenido las muertes, pero perfectamente claro en cuanto a quién correspondía el crédito). Después de tres noches sin más muertes, había partido. Misión cumplida. Si los asesinatos se reiniciaban después de su partida, era culpa de ese chapucero de Woermann. Para entonces, Kaempffer estaría demasiado involucrado en la instalación del campo Ploiesti. Tendrían que mandar a alguien más a sacar a Woermann del lío.

El tocar de Lidia en la puerta anunciando la cena despertó súbitamente a Magda. Un poco de agua del lavabo sobre su cara la despertó completamente. Pero no sentía hambre. Su estómago estaba tan anudado que sabía que le resultaría imposible pasar un solo bocado de alimento.

Se detuvo ante la ventana. Todavía quedaban rastros de luz en el cielo, pero ya no en el paso. La noche había llegado a la fortaleza y, sin embargo, no fueron encendidas las brillantes luces del patio. Había ventanas iluminadas aquí y allá en los muros, como ojos en la oscuridad, la de papá entre ellas, pero aún no estaba iluminada como, ¿cómo lo había llamado Glenn la primera noche?, «una barata atracción turística».

Se preguntó si Glenn se encontraría abajo, sentado a la mesa. ¿Estaría pensando en ella? ¿Esperándola, quizá? ¿O concentrado solamente en su comida? No importaba. Ella no podría permitir que la viera, bajo ninguna circunstancia. Una mirada de él a sus ojos y sabría lo que pretendía hacer y podría intentar detenerla.

Magda trató de concentrarse en la fortaleza. ¿Por qué estaba pensando en Glenn? Él obviamente podía cuidarse solo. Debería estar pensando en papá y su misión de esta noche, no en Glenn.

Y, sin embargo, sus pensamientos insistían en volver a Glenn. Incluso había soñado con él durante su siesta. Los detalles eran poco claros ahora, pero las impresiones que permanecían las sentía tibias y de algún modo eróticas. ¿Qué le estaba ocurriendo? Nunca reaccionó así ante nadie, jamás. Hubo épocas al final de su adolescencia, cuando los jóvenes la cortejaron. Se había sentido adulada y brevemente embrujada por dos o tres de ellos, pero nada más. E incluso Mihail… había estado cerca, pero ella nunca lo deseó.

Eso era: con una sacudida se dio cuenta de que deseaba a Glenn, lo quería cerca de ella, haciéndola sentirse…

¡Esto era absurdo! Estaba actuando como una chica de rancho, sin cerebro y en celo al encontrarse al primer hombre de la gran ciudad, que hablara suavemente. No, no podía permitirse involucrarse con Glenn ni con ningún otro hombre. No en tanto papá no pudiera defenderse por sí mismo. Y especialmente mientras estuviese encerrado en la fortaleza con los alemanes y esa cosa. Papá era primero. Él no tenía a nadie más y ella no lo abandonaría nunca.

Ah, pero Glenn… si sólo hubiera más hombres como él. La hacía sentirse importante, como si fuera bueno ser lo que ella era, algo para enorgullecerse. Podía hablar con él sin sentirse una desadaptada entregada a los libros, que los demás parecían ver en ella.

Fue después de las diez de la noche que Magda abandonó la posada. Desde su ventana vio a Glenn bajar por el sendero y apostarse en la maleza a la orilla de la cañada. Después de asegurarse que él se había agazapado allí, se ató el cabello con su pañuelo, tomó de su mesa la linterna de mano y bajó las escaleras, pasando por el vestíbulo y penetrando a la oscuridad del exterior.

No se dirigió a la calzada. En vez de eso, cruzó la vereda y caminó hacia las imponentes sombras de las montañas, tanteando el camino en la oscuridad. No podía usar la linterna hasta estar en el interior de la fortaleza; prenderla aquí o en la cañada revelaría su presencia a alguno de los centinelas en el muro. Se levantó el suéter y se metió la linterna en la pretina de la falda, sintiendo el frío del metal contra su piel.

Sabia exactamente a dónde se dirigía. En la unión de la cañada y la pared occidental del paso se hallaba una pila de tierra, carbón y rocas en forma de cuña, que se había deslizado y acumulado por la montaña durante siglos. Su pendiente era suave y tenía buen apoyo para caminar; ella aprendió esto años antes, cuando se lanzó a su primera exploración de la cañada en busca de la inexistente piedra angular. Había escalado el lugar numerosas veces desde entonces, pero siempre de día. Esta noche se vería obstaculizada por la oscuridad y la niebla. No habría siquiera luz de luna, pues ésta saldría hasta después de la medianoche. Esto iba a ser arriesgado, pero ella estaba segura de que podía lograrlo.

Llegó a la pared de la montaña donde la cañada se cortaba abruptamente. La cuña de desperdicios formaba un medio cono, con la base en el piso de la cañada llena de niebla unos veinte metros más abajo y el extremo terminaba a dos pasos del lugar donde ella estaba.

Afirmándose la quijada y aspirando profundamente una, dos veces, comenzó el descenso. Se movía lenta y cautelosamente, probando cada paso antes de afirmar todo el peso, sosteniéndose en las rocas más grandes para balancearse. Había suficiente tiempo. La cautela era la clave, la cautela y el silencio. Un movimiento equivocado y empezaría a deslizarse. Las aguzadas rocas desgarrarían su piel hasta convertirla en jirones para cuando llegara abajo. Y aun si sobreviviese a la caída, el derrumbe de rocas que causara alertaría a los centinelas del muro. Tenía que ser cuidadosa.

Avanzó a ritmo constante, todo el tiempo alejando la idea de que Molasar podría estar esperándola abajo, en la cañada. Hubo un mal momento; ocurrió después de que caminó bajo la superficie levemente ondulante de la niebla. Por un momento no pudo hallar apoyo. Se aferró a una laja con ambas piernas, colgando en el brumoso abismo, incapaz de hacer contacto con nada. Era como si todo el mundo se hubiese caído, dejándola colgando de esta saliente roca, sola, eternamente. Pero luchó para alejar el pánico y se movió con lentitud a la izquierda, hasta que sus pies, buscando, hallaron algo en qué apoyarse.

El resto del descenso fue más fácil. Alcanzó ilesa la base de la cuña. Sin embargo, el terreno que yacía al frente era más duro. El piso de la cañada era una tierra de nunca jamás, un reino de rocas aguzadas y pastos apretados, escarpándose en la envolvente niebla que giraba a su alrededor mientras caminaba, aferrándose a ella con tentáculos intangibles. Caminó lentamente, con el mayor cuidado. Las rocas eran hábiles y traicioneras, capaces de causar una caída que le rompiera los huesos al primer paso incierto. Estaba prácticamente ciega en la niebla, pero siguió andando. Después de una eternidad pasó la primera señal reconocible: una borrosa y oscura franja de sombras sobre su cabeza. Estaba bajo la calzada. La base de la torre debía encontrarse al frente y a la izquierda.

Supo que estaba casi allí cuando su pie izquierdo se hundió hasta el tobillo en agua helada. Rápidamente retrocedió para quitarse los zapatos y las gruesas medias y subirse la falda hasta las rodillas. Entonces recuperó fuerzas. Con los dientes apretados, caminó hacia el agua. Su aliento escapó súbitamente cuando el frío aguijoneó sus pies y pantorrillas, forzando clavos de dolor en su médula. Sin embargo, mantuvo un paso lento, parejo, suprimiendo con determinación el deseo de lanzarse corriendo a la tibieza y sequedad de la otra orilla. Apresurarse significaría hacer ruido, y éste haría que la descubrieran.

Caminó unos cuatro metros más allá del agua antes de darse cuenta de que ya había salido de ella. Sus pies estaban entumidos. Temblando, se sentó en una roca y masajeó los dedos de sus pies hasta que recuperaron la sensibilidad. Luego, se volvió a poner las medias y los zapatos.

Unos pocos pasos más la llevaron al crestón de granito que formaba la base sobre la que descansaba la fortaleza. Fue fácil seguir su áspera superficie hasta el punto donde el extremo de la torre se extendía hasta el piso de la cañada. Allí sintió que comenzaban las superficies planas y los ángulos rectos de los bloques hechos por la mano del hombre.

Palpó a su alrededor hasta que sintió el excesivamente grande bloque que buscaba y lo empujó. Con un suspiro y un raspar apenas audible, la losa giró hacia adentro. Un rectángulo negro la esperaba como una boca abierta. Magda no se permitió titubear. Sacando la linterna de su cinto, cruzó el umbral.

La sensación de maldad la hizo tambalearse como si la golpeara al entrar, haciendo que se perlara de sudor helado, forzándola a querer saltar de cabeza, regresando por la abertura hacia la niebla. Era mucho peor que cuando ella y papá pasaron por el portón la noche del martes, y peor también que esta mañana; cuando ella atravesó el umbral del portón. ¿Se había hecho más sensible a ella o la maldad se volvió más fuerte?

Él flotaba lenta, lánguidamente, sin meta precisa, por los más profundos nichos de la caverna que formaba el subsótano de la fortaleza, moviéndose de sombra a sombra, como parte de la oscuridad; con forma humana, pero cuyos elementos esenciales de humanidad habían sido desecados mucho antes.

Se detuvo, percibiendo nueva vida que no estuvo presente un momento antes. Alguien acababa de entrar a la fortaleza. Después de concentrarse un momento reconoció la presencia de la hija del inválido, a la que había tocado dos noches antes, la que estaba tan madura de fuerza y bondad que su siempre insaciable hambre se aceleró hasta convertirse en una necesidad voraz. Se enfureció cuando los alemanes la alejaron de la fortaleza.

Ahora había vuelto.

Empezó a flotar de nuevo a través de la oscuridad, pero su deriva ya no era lánguida, ya no carecía de meta precisa.

Magda se detuvo en la infernal oscuridad, temblorosa e indecisa. Su garganta y nariz se vieron irritadas por esporas de moho y partículas de polvo, que fueron molestadas por su entrada, ahogándola. Debía salir. Esta era una empresa descabellada. ¿Qué podría hacer ella para ayudar a papá contra uno de los no-muertos? ¿Qué esperaba lograr realmente viniendo aquí? ¡Heroísmos tontos como éste hacían que la gente muriera! ¿Quién creía ella ser? ¿Qué le hacía pensar…?

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