–Sería preferible que partierais sin demasiada ceremonia –le dijo Amergin–. En ese caso, yo informaría a nuestros hombres de que habéis iniciado una nueva empresa y que, si podéis, os reuniréis con nosotros antes del ataque a Caer Llud. Mientras tanto, si Goffanon se niega a ir a Ynys Scaith, alberguemos la esperanza de que al menos querrá ponerse al frente de los mabden sustituyéndoos, pues él conoce Caer Llud.
–Pero recordad que Goffanon tiene una debilidad –dijo Corum–. El hechicero Calatin ejerce un poder sobre él que sólo puede ser roto si Calatin pierde la bolsita llena de saliva que consiguió. Cuando ataquéis Caer Llud y si yo he perecido, buscad a Calatin y matadle de inmediato. Creo que de todos aquellos que se han puesto de parte de los Fhoi Myore no hay otro más peligroso que Calatin, pues es el más humano.
–Recordaré lo que me habéis dicho –respondió el Archidruida–, pero no creo que vayáis a perecer en Ynys Scaith, Corum.
–Quizá no. –Corum frunció el ceño–. Y, sin embargo, tengo la sensación de que este mundo se está volviendo cada vez más inhóspito para mí, al igual que es inhóspito para los moradores de la Isla de las Sombras.
–Puede que así sea –asintió Amergin–. La conjunción específica de los planos podría ser infortunada en vuestro caso.
Corum sonrió.
–Eso me suena a misticismo de muy dudosa veracidad, Gran Rey –dijo.
–La verdad suele sonar precisamente a eso. –El Archidruida se puso en pie–. ¿Cuándo partiréis hacia Ynys Scaith?
–Pronto. Debo hablar con Ilbrec.
–Dejad todo lo demás en mis manos –dijo Amergin–, y os suplico que no habléis demasiado en detalle de nuestro plan con nadie, ni siquiera con Medhbh.
–Muy bien.
Corum vio marchar a Amergin, y durante unos momentos se preguntó si el Archidruida no estaría jugando una partida todavía más complicada de lo que había supuesto, con Corum, como una pieza que se estaba preparando para sacrificar, pero acabó expulsando esos pensamientos de su mente con un encogimiento de hombros. La lógica de Amergin era sólida, particularmente si su visión había sido veraz y el ejército mabden corría un serio peligro de ser totalmente derrotado en Caer Llud. Poco después de que Amergin se hubiera marchado Corum le siguió, y salió de la ciudad-fortaleza y bajó por la colina en dirección al gran pabellón de Ilbrec.
Corum había vuelto a sus aposentos y se estaba armando cuando entró Medhbh. Había esperado encontrarle dormido, mas en vez de ello la joven mabden le descubrió preparado para la guerra.
–¿Qué es esto? ¿Es que vamos a emprender la marcha mañana?
Corum meneó la cabeza.
–Parto con rumbo a Ynys Scaith –le dijo.
–¿Te lanzas a una aventura personal cuando debes ponerte al frente de nosotros para guiarnos contra Caer Llud?
Medhbh se echó a reír, deseando creer que Corum estaba bromeando.
Corum se acordó de que Amergin deseaba que dijera lo menos posible sobre las razones que le impulsaban a emprender ese viaje.
–No se trata de una aventura personal –replicó–. Al menos, no del todo...
–¿No?
La voz de Medhbh sonaba temblorosa y a punto de quebrarse, y recorrió la estancia de un extremo a otro varias veces antes de volver a hablar.
–Nunca deberíamos haber confiado en alguien que no es de nuestra raza –dijo por fin–. ¿Por qué debíamos esperar que sintieras lealtad hacia nuestra causa?
–Sabes que siento esa lealtad, Medhbh. Corum fue hacia ella con los brazos extendidos, pero Medhbh le apartó las manos de un golpe y giró sobre sí misma para clavar la mirada en su rostro.
–Si vas a Ynys Scaith, vas hacia la locura y la muerte... ¡Ya oíste lo que nos contó Artek! –Medhbh intentó controlar sus emociones–. Si vas a Caer Llud con nosotros, lo peor que puede ocurrirte es que tengas una muerte noble.
–Me reuniré con vosotros en Caer Llud si me es posible hacerlo. El ejército viajará mucho más despacio de lo que lo haré yo... Hay muchas probabilidades de que os haya alcanzado incluso antes de que iniciéis el ataque contra Caer Llud.
–Y todas de que nunca vuelvas de Ynys Scaith –replicó Medhbh con voz sombría.
Corum se encogió de hombros.
Aquel gesto enfureció todavía más a Medhbh. Una palabra a medio articular brotó de sus labios, y después fue hacia la puerta, la abrió y salió cerrándola con un estruendoso golpe detrás de ella.
Corum se dispuso a seguirla, pero enseguida pensó que sería mejor no hacerlo pues sabía que una continuación de la discusión sólo serviría para producir nuevos malentendidos entre ellos. Albergaba la esperanza de que Amergin explicaría su situación a Medhbh en algún momento o, por lo menos, la convencería de que su visita a Ynys Scaith no era del todo el resultado de una obsesión privada.
Pero aun así fue con el corazón apenado y lleno de dolor como Corum volvió al campamento donde le esperaba Ilbrec.
El gigante dorado se había acorazado para la guerra. Su enorme espada Vengadora estaba envainada en su cintura, y su inmenso caballo
Crines Espléndidas
estaba preparado para ser montado. Ilbrec sonreía, claramente excitado por la perspectiva de su aventura; pero cuando intentó devolver la sonrisa del sidhi, Corum sólo podía sentir dolor y ninguna otra emoción.
–No hay tiempo que perder –dijo Ilbrec–. Como ya acordamos, los dos cabalgaremos sobre
Crines Espléndidas
... Puede galopar más deprisa que cualquier caballo mortal y nos llevará a Ynys Scaith y de regreso antes de que nos hayamos dado cuenta. Kawahn me ha dado el mapa, y no hay nada más que nos retenga aquí.
–No –dijo Corum–. Nada más nos retiene aquí...
–¡Idiotas irresponsables!
Corum giró sobre sí mismo para encontrarse cara a cara con Goffanon, cuyos rasgos estaban oscurecidos por la rabia. El enano sidhi agitó el puño que blandía su hacha de guerra de doble filo, y sus labios dejaron escapar un gruñido amenazador.
–Si volvéis de Ynys Scaith vivos, habréis enloquecido –dijo–. No nos serviréis de nada... Os necesitamos en esta campaña. Los mabden esperan que los tres vayamos al frente de ellos, y nuestra presencia les da confianza. No vayáis a Ynys Scaith... ¡No vayáis allí!
–Goffanon, respeto tu sabiduría en casi todas las cosas –dijo Ilbrec intentando razonar con el enfurecido enano–, pero en este asunto debemos seguir nuestros instintos.
–¡Vuestros instintos son falsos si os llevan a la destrucción y a traicionar a quienes habéis jurado servir! ¡No vayáis allí!
–Iremos –dijo Corum en voz baja y sin perder la calma–. Debemos ir.
–Entonces es que un demonio maligno os impulsa, y ya no sois mis amigos –dijo Goffanon–. Ya no sois mis amigos...
–Creo que deberías respetar nuestros motivos, Goffanon... –empezó a decir Corum, pero fue interrumpido por los feroces juramentos del enano.
–Aun suponiendo que volváis de Ynys Scaith con vuestra cordura intacta, y dudo mucho de que lo hagáis, traeréis con vosotros vuestra propia perdición. Eso es indudable, pues lo he visto con mis propios ojos... Mis sueños me han dado ciertos indicios de ello durante los últimos tiempos.
–Los vadhagh tenían la teoría de que los sueños revelan más sobre el hombre que los tiene que sobre el mundo en el que mora –replicó Corum en un tono levemente desafiante–. ¿No tendrás quizá otros motivos para no desear que vayamos a Ynys Scaith...?
Goffanon le lanzó una mirada despectiva.
–Iré con los mabden a Caer Llud –dijo.
–¡Cuídate de Calatin! –se apresuró a decir Corum.
–Creo que Calatin era un amigo mejor que vosotros dos.
Cuando se dispuso a salir del campamento, Goffanon tenía la espalda encorvada.
–Bien, ¿debo decidir? –La voz era jovial y un poco irónica. Y pertenecía a Jhary-aConel, quien había salido de entre las sombras y estaba inmóvil con una mano apoyada en la cadera y la otra en el mentón, contemplando a los tres amigos enfrentados desde debajo de sus cejas fruncidas–. ¿Debo decidir entre ir a Ynys Scaith o a Caer Llud? ¿Van a verse divididas mis lealtades?
–Ve a Caer Llud –dijo Corum–. Tu sabiduría y tus conocimientos serán muy necesarios allí. Son más grandes que los míos...
–¿Y cuáles no lo serían? –exclamó sin poder contenerse Goffanon, quien seguía dando la espalda a Corum.
–Ve con Goffanon, Jhary –le dijo Corum en voz baja y suave al Compañero de los Héroes–. Ayuda a protegerle contra las brujerías de Calatin.
Jhary asintió y puso la mano sobre el hombro de Corum.
–Adiós, mi traicionero amigo –murmuró, y la leve sonrisa que curvaba sus labios estaba llena de melancolía.
Mientras hablaban Ilbrec había montado sobre
Crines Espléndidas
con un tintinear de arreos.
–¿Corum?
–Goffanon, estoy seguro de que lo que hago es lo más necesario para servir mejor a nuestra causa –dijo secamente Corum.
–Pagarás un precio por ello –replicó Goffanon–. Lo pagarás, Corum... Escucha mi advertencia y recuérdala.
Corum golpeó suavemente con un dedo de plata la espada que colgaba de su cinto.
–Y, sin embargo, el peligro que corro ha disminuido un poco gracias a tu regalo –dijo–. Tengo fe en esta hoja que has forjado. ¿Estás afirmando que no me protegerá en lo más mínimo?
Goffanon movió su enorme cabeza de un lado a otro y dejó escapar un gemido, como si estuviera siendo atormentado por un agudo dolor.
–Eso depende de para qué sea utilizada, pero juro por las almas de todos los héroes sidhi, grandes y muertos, que desearía no haberla forjado.
En Ynys Scaith son experimentados muchos terrores, muchos engaños son puestos al descubierto, y algunas fortunas pasan por bruscos cambios...
Los encantamientos de Ynys Scaith
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no había olvidado los viejos caminos existentes entre los planos y cuando las primeras luces del alba encontraron a Ilbrec y Corum, ambos a grupas de la misma montura y lejos de cualquier tierra visible, el caballo sidhi parecía estar galopando sobre las mismísimas aguas del mar. El frío océano se ondulaba lentamente, azul con vetas blancas, extendiéndose en todas direcciones a su alrededor, y se iba volviendo de color rosa y oro primero y azul nuevamente después a medida que el sol iba trepando poco a poco por el cielo.
–Amergin dijo que la Isla de las Sombras existía incluso antes de la llegada de los sidhi.
–Corum estaba sentado detrás de Ilbrec, agarrándose al enorme cinturón del gigante–. Sin embargo, tú me dijiste que sólo apareció en este plano cuando los sidhi llegaron a él.
–Como bien sabes, siempre hubo adeptos en ciertas artes que eran capaces de viajar entre los planos –le explicó Ilbrec mientras disfrutaba del contacto de la espuma marina en su rostro–, y sin duda algunos druidas mabden visitaron Ynys Scaith antes de que llegara a este plano.
–¿Y quiénes eran originalmente las criaturas que ahora habitan en Ynys Scaith? ¿Eran mabden?
–Nunca lo fueron. Eran una raza más antigua, como los vhadagh, que fue siendo sustituida por los mabden. Vivir en un exilio virtual sobre su isla hizo que se unieran los unos con los otros y se fueron volviendo cada vez más crueles..., y ya se unían los unos con los otros y ya eran crueles antes de que la isla se convirtiera en su único hogar.
–¿Cómo era llamada esa raza?
–Eso lo ignoro.
Ilbrec sacó el mapa de Kawahn de debajo de su armadura, inspeccionó el pergamino con gran atención y después se inclinó hacia delante para murmurar algo en la oreja de
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.
El caballo empezó a alterar ligeramente la dirección de su avance casi enseguida, y siguió galopando con rumbo noroeste.
Nubes grises empezaron a aparecer en el cielo, trayendo con ellas una llovizna que no resultaba excesivamente molesta, y no tardaron en hallarse de nuevo bajo los rayos del sol. Corum descubrió que se había quedado medio dormido mientras se agarraba al cinturón de Ilbrec, y aprovechó deliberadamente aquella oportunidad de proporcionar el máximo reposo posible a su mente y a su cuerpo, pues sabía que necesitaría todos sus recursos en cuanto hubieran llegado a Ynys Scaith.
Los dos héroes atravesaron el océano y acabaron llegando al Ynys Scaith, una pequeña isla que tenía la forma de un picacho de montaña y estaba envuelta en nubes oscuras a pesar de que todo el cielo se hallaba azul y despejado a su alrededor. Podían oír el rugido de las olas que rompían en sus playas desoladas y podían ver la colina que se alzaba en el centro exacto de la isla, y no tardaron en ver el pino gigantesco que se alzaba sobre la cima de la colina, pero del resto de la isla pudieron vislumbrar muy poco a pesar de que cada vez se encontraban más cerca de ella. Ilbrec detuvo a
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con un murmullo y un leve movimiento de su mano, y el caballo y sus jinetes se quedaron inmóviles mientras el mar giraba y se arremolinaba rodeándoles por todas partes.
Corum cogió su yelmo cónico de plata y se lo puso en la cabeza, y después se inclinó para tensar las tiras que sujetaban sus grebas de cobre sobredorado mientras encogía los hombros para que su cota de mallas adoptara una posición más cómoda alrededor de su cuerpo. Su aljaba de flechas y su arco, aún sin tensar, ocuparon su lugar habitual sobre su hombro; el escudo de piel blanca protegió su brazo izquierdo y su mano de plata empuñó un hacha de guerra de largo astil dejando a su mano derecha libre para que se agarrase al cinturón de Ilbrec o desenvainara su extraña espada cuando las circunstancias así lo exigieran.
Ilbrec echó hacia atrás su gruesa capa, y el gesto hizo que el sol arrancara destellos a su dorada cabellera recogida en trenzas, su escudo y su armadura de bronce y sus brazaletes de oro. Se volvió hacia Corum, y sus ojos verdigrises eran del mismo color que el mar, y le sonrió.
–¿Estás preparado, amigo Corum?
Corum no consiguió imitar la sonrisa temeraria y jovial del sidhi, y la que apareció en sus labios cuando inclinó ligeramente la cabeza fue bastante más sombría.
–Bien, vayamos a Ynys Scaith –dijo.
Ilbrec agitó las riendas de
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y el gigantesco caballo reanudó el galope, y los chorros de espuma se alzaron a gran altura por los aires mientras se acercaban cada vez más deprisa a la isla de los encantamientos.
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ya casi había llegado a la playa, pero seguía siendo imposible definir ninguna imagen clara en el aspecto de oscuridad general que ofrecía la isla. Había una confusa impresión de un bosque muy frondoso, de edificios medio en ruinas, de playas repletas de toda clase de restos que habían sido arrojados allí por el mar, de niebla que giraba en remolinos, de pájaros de gran envergadura que aleteaban aquí y allá; pero cada vez que el ojo parecía estar a punto de distinguir claramente algo, el panorama cambiaba de nuevo y volvía a hacerse borroso. En un momento dado Corum creyó ver una cara enorme, más grande que la de Ilbrec, que le contemplaba desde lo alto de una roca, pero un instante después tanto la cara como la roca parecieron convertirse en un árbol, o un edificio, o un animal. Había algo sucio y doloroso en Ynys Scaith, y no poseía ni una–– sombra de la belleza de Hy-Breasail. Era como si aquella isla mágica fuese el reverso de la que Corum había visitado en el pasado. Sonidos ahogados y desagradables brotaban del interior, y a veces parecía como si fueran voces que le hablaban en susurros. Una ráfaga de viento que azotó su rostro llevó a sus fosas nasales un fuerte olor a corrupción. La impresión general que producía Ynys Scaith era de podredumbre y corrupción —la de un alma que se está pudriendo—, y en ese aspecto tenía algo en común con los Fhoi Myore. Corum se sintió invadido por oscuros presentimientos. ¿Qué razón podían tener los habitantes de Ynys Scaith para unirse a los mabden? Parecía mucho más probable que prefiriesen ayudar al Pueblo Frío.