Y Corum descubrió que vacilaba, y que la perspectiva de volver a visitar aquel montículo desde el que había entrado por primera vez en aquel extraño sueño mabden no le resultaba nada agradable.
Oyó un sonido a su espalda. Corum giró nerviosamente sobre sí mismo y, para gran alivio suyo, vio que Jhary-a-Conel venía a reunirse con ellos, su gato alado posado encima de su hombro.
Jhary sonrió.
–La atmósfera de la gran sala se estaba volviendo demasiado cargada para el pobre Patillas –dijo mientras acariciaba la cabeza del gato–. Pensé que podía ir con vosotros.
Goffanon le observó con lo que parecía una cierta suspicacia, pero acabó asintiendo.
–Eres bienvenido para ser testigo de lo que ocurrirá esta noche, Jhary-a-Conel –dijo.
Jhary le hizo una reverencia.
–Gracias.
–¿No hay ningún otro sitio al cual podamos ir, Goffanon? –preguntó Corum–. ¿Tiene que ser el Túmulo de Cremm?
–El Túmulo de Cremm es el lugar de poder más cercano –se limitó a replicar Goffanon– . Ir a cualquier otro nos obligaría a recorrer una distancia excesiva.
Corum siguió inmóvil, y aguzó el oído para captar los sonidos del bosque.
–¿Oís el tañido de las cuerdas de un arpa? –preguntó.
–No estamos lo bastante cerca de la gran sala para poder oír a los músicos –dijo Hisak Ladrón de Sol.
–¿No oís la música de un arpa sonando en el bosque?
–No oigo nada –dijo Goffanon.
–Pues entonces yo no la oigo tampoco –dijo Corum–. Por un momento me pareció que era el arpa Dagdagh..., el arpa que oímos cuando invocamos a la Mujer del Roble.
–Sería el grito de un animal –dijo Medhbh.
–Temo esa arpa –dijo Corum, y su voz casi era un susurro.
–No existe ninguna razón para ello, pues el arpa Dagdagh es sabia –dijo Medhbh–. Es nuestra amiga.
Corum extendió la mano hacia ella y le apretó el brazo con fuerza.
–Es tu amiga, Medhbh del Largo Brazo, pero no lo es mía –dijo–. La anciana vidente me dijo que temiera un arpa, y ésa es el arpa de la que habló.
–Olvida esa profecía. Esa vieja estaba loca... No era una verdadera profecía. –Medhbh dio un paso hacia él y le abrazó–. Corum... De entre todos nosotros, tú eres quien menos debería sucumbir a las supersticiones precisamente ahora.
Corum hizo un gran esfuerzo y encerró el miedo en lo más profundo de su mente. Después su mirada se encontró por un instante con la de Jhary. Jhary estaba visiblemente preocupado, y le dio la espalda mientras ajustaba su sombrero de ala ancha sobre su cabeza.
–Debemos partir enseguida y apresurarnos –gruñó Goffanon–. Ya falta muy poco.
Y Corum siguió al enano sidhi, y se internó en el bosque detrás de él sin dejar de luchar ni un solo instante con aquella insidiosa sensación de catástrofe inminente.
La canción de la espada del sidhi
El Túmulo de Cremm estaba tal como Corum lo había visto antes, con los blancos rayos de la luna cayendo sobre él y las hojas de los robles brillando como plata oscura, totalmente inmóviles en la noche.
Corum contempló el montículo y se preguntó qué yacía bajo él. ¿Sería verdad que ocultaba los huesos de alguien que había sido llamado Corum de la Mano de Plata, y serían esos huesos realmente los suyos? El pensamiento apenas le inquietó en ese momento. Vio cómo Hisak Ladrón de Sol y Goffanon cavaban en la blanda tierra de la base del montículo y acababan sacando de ella una espada forjada y acabada, una hoja pesada y de un temple soberbio cuya empuñadura estaba hecha de cintas de hierro trenzadas. La espada pareció atraer la luz de la luna y reflejarla con un brillo todavía más potente.
Goffanon inspeccionó la espada, evitando cuidadosamente tocar la hoja y sosteniéndola por debajo de la empuñadura. Después se la mostró a Hisak, y éste asintió con aprobación.
–Hará falta mucho para embotar su filo –dijo Goffanon–. Aparte de Vengadora, la espada de Ilbrec, ahora en todo el mundo no existe una hoja que la iguale.
–¿Es acero? –Jhary-a-Conel se acercó un poco más y contempló la espada–. No brilla como el acero.
–Es una aleación –le explicó Hisak con orgullo–. En parte acero, en parte metal sidhi...
–Creía que ya no quedaba metal sidhi en este plano –dijo Medhbh–. Pensaba que había desaparecido del todo, salvo el que hay en las armas de Ilbrec y Goffanon.
–Es lo que queda de una vieja espada sidhi –dijo Goffanon–. Hisak la había guardado como un tesoro. Cuando nos conocimos me contó que la había tenido en su poder desde hacía muchos años, y que no conocía forma alguna de darle el temple. Llegó a sus manos gracias a unos mineros que la encontraron mientras cavaban en busca de una veta de hierro. Estaba enterrada a gran profundidad. La reconocí como una de las cien espadas que forjé para los sidhi antes de las Nueve Contiendas, y sólo quedaba una parte de la hoja. Nunca conoceremos en qué circunstancias llegó a ser enterrada... Hisak y yo concebimos una manera de fundir el metal sidhi aleándolo con el metal mabden para producir una espada que poseyera las mejores cualidades de ambos metales.
Hisak Ladrón de Sol frunció el ceño.
–Y algunas propiedades más, según tengo entendido –dijo.
–Posiblemente –dijo Goffanon–. El tiempo nos irá revelando más cosas sobre ella.
–Es una espada soberbia –dijo Jhary alargando la mano hacia ella–. ¿Puedo cogerla?
Pero Goffanon retiró la espada muy deprisa y casi con nerviosismo mientras meneaba la cabeza.
–Sólo Corum –dijo–. Sólo Corum...
–Entonces...
Corum se dispuso a coger la espada, pero Goffanon alzó una mano para detenerle.
–Todavía no, Corum –dijo el enano–. Aún he de cantar la canción.
–¿La canción? –preguntó Medhbh con viva curiosidad.
–Mi canción de la espada. En un momento como éste siempre se cantaba una canción...
–Goffanon alzó la espada hacia la luna y durante un momento el arma cobró el aspecto de una criatura viva, y después volvió a ser una cruz de negrura absoluta recortada contra el gran disco de la luna–. Cada espada que forjo es distinta. Cada una debe tener una canción diferente, y así es como queda establecida su identidad. Pero no daré nombre a la espada, pues esa tarea corresponde a Corum... Debe dar nombre a la espada con el único nombre adecuado para ella. Cuando haya recibido su nombre, la espada acabará realizando su destino final.
–¿Y cuál es ese destino? –preguntó Corum.
Goffanon sonrió.
–No lo sé. Sólo la espada lo sabrá.
–¡Creía que estabas por encima de tales supersticiones, noble sidhi! –exclamó Jhary-aConel acariciando el cuello de su gato.
–No es ninguna superstición. Es algo que se halla relacionado con la capacidad de ver en otros planos y otros períodos de tiempo que llega en momentos como éste. Lo que haya de ocurrir ocurrirá. Nada de cuanto hagamos aquí cambiará eso, pero al menos tendremos un cierto atisbo de lo que ha de ocurrir, y ese conocimiento podría resultarnos de alguna utilidad. Lo único que sé es que he de cantar mi canción... – Goffanon parecía haberse puesto un poco a la defensiva, pero enseguida se relajó y alzó su rostro hacia la luna–. Debéis escuchar en silencio mientras canto.
–¿Y qué cantarás? –preguntó Medhbh.
–En estos momentos todavía no lo sé –murmuró Goffanon–. Mi corazón me lo dirá. Y todos retrocedieron de manera instintiva hacia las sombras de los robles mientras Goffanon subía lentamente hasta la cima del Túmulo de Cremm, llevando la espada sostenida por la hoja con ambas manos y alzada hacia la luna. El herrero sidhi llegó a la cima del montículo y se detuvo.
La noche estaba llena de olores, crujidos y las voces de pequeños animales. La oscuridad que reinaba en el bosquecillo circundante era casi impenetrable. Los robles estaban sumidos en el silencio más absoluto. De repente los sonidos del bosque parecieron alejarse a una gran distancia y perderse en el vacío, y Corum sólo pudo oír la respiración de sus compañeros.
Goffanon permaneció inmóvil y en silencio durante un momento que pareció hacerse muy largo. Su enorme pecho subía y bajaba rápidamente, y había cerrado los ojos. Después se movió muy despacio alzando la espada para apuntar con ella en ocho direcciones distintas antes de volver a su postura original.
Y después empezó a cantar. Cantó en la hermosa y líquida lengua de los sidhi, que era tan parecida a la lengua de los vadahgh y que Corum podía comprender sin ninguna dificultad. Y ésta es la canción que surgió de los labios de Goffanon:
¡Escuchad! Yo forjé las grandes espadas
de un centenar de caballeros sidhi.
Noventa y nueve se rompieron en la batalla.
Sólo una volvió al hogar.
Algunas se pudrieron en la tierra, algunas en el hielo.
Algunas en los árboles, algunas bajo los mares.
Algunas se fundieron en el fuego o fueron devoradas.
Sólo una volvió al hogar.
Una hoja, todas rotas, todas destrozadas.
No había metal sidhi
suficiente para una espada,
y hierro se le añadió.
Fuerza de los sidhi y fuerza de los mabden
combinadas en la hoja de Goffanon, en su regalo para Corum.
Mas este cuchillo de guerra también encierra debilidad.
Las manos de Goffanon se movieron sobre la empuñadura, y alzaron un poco más la espada. El enano sidhi se tambaleó de un lado a otro durante unos momentos como si estuviera sumido en un trance antes de seguir cantando:
Forjada en el fuego, templada en la escarcha,
poder del sol, sabiduría de la luna,
hermosa y falible,
esta espada tiene un destino.
¡Ah! ¡Cómo la odiarán
los fantasmas de quienes aún no han nacido!
La espada ya tiene sed y quiere saciarla con ellos,
y la sangre se les hiela en las venas.
Pareció como si Goffanon colocara en equilibrio la hoja sobre su punta, y la espada pareció mantenerse inmóvil en esa posición por voluntad propia.
(Y Corum se acordó de un sueño y retrocedió. ¿Cuándo había empuñado una espada semejante?)
Pronto llegará el momento de darle nombre,
¡y entonces el enemigo se estremecerá!
¡Qué hermosa aguja
para coser el sudario de los Fhoi Myore!
¡Espada, Goffanon te forjó!
¡Ahora serás de Corum!
Los gusanos y los devoradores de carroña
te llamarán «Amiga».
Terrible será la matanza
hasta que el invierno haya sido vencido.
¡Abundante y roja será la cosecha
para la guadaña sidhi! Y así ha de llegar el nombre,
y así ha de llegar el precio,
y el sidhi y el vadhagh
pagarán la deuda pendiente.
Un estremecimiento se adueñó del enorme cuerpo de Goffanon, y faltó muy poco para que la espada se le escapara de entre los dedos.
Corum se preguntó por qué los demás no parecieron oír a Goffanon cuando gimió. Contempló sus rostros y vio que todos permanecían inmóviles y como en trance, abrumados y sin comprender nada de cuanto estaba ocurriendo.
Goffanon vaciló, logró recuperarse y siguió cantando:
¡Hoja sin nombre, yo te llamo espada de Corum!
¡Hisak y Goffanon renuncian a ti!
¡Vientos negros aúllan en el Limbo!
¡Ríos ciegos aguardan la llegada de mi alma!
Goffanon pronunció esas últimas palabras en forma de grito. Lo que estaba viendo a través de sus ojos cerrados parecía aterrorizarle, pero su canción de la espada continuaba brotando de sus barbudos labios.
(¿Había visto Corum esa espada con anterioridad? No, pero había existido otra como ella. Corum sabía que esta espada resultaba muy útil contra los Fhoi Myore, pero se preguntó si la espada realmente era amiga suya. ¿Por qué la consideraba ya como una enemiga?)
La sombra del hado ha caído sobre la forja
de esta espada, mas ya está terminada.
La hoja, como su destino,
no puede romperse.
Corum sólo podía ver la espada. Se dio cuenta de que estaba avanzando hacia ella y de que subía por el montículo. Era como si Goffanon hubiese desaparecido y la hoja flotara en el aire, y había momentos en los que ardía con un resplandor blanco como el de la luna y otros en los que ardía con un fuego rojo como el del sol.
Corum extendió sus dedos de plata hacia la empuñadura, pero la espada pareció retroceder y esquivarlos; y no le permitió acercarse a ella hasta que Corum extendió su mano izquierda, su mano de carne y hueso.
Corum seguía oyendo la canción de Goffanon. La canción había empezado siendo un cántico lleno de orgullo, pero se había convertido en una elegía melancólica. ¿Y no estaba acompañada a lo lejos por el tañir de las cuerdas de un arpa?
Mitad mortal, mitad inmortal,
ésta es la espada adecuada
para el héroe vadhagh.
Ésta es la espada de Corum.
No hay consuelo en la hoja que he creado.
Fue forjada para algo más que la guerra,
y matará algo más que la carne,
y concederá algo que es más y menos que la muerte.
¡Vuela, espada! ¡Corre a la mano de Corum!
¡Olvida que Goffanon te forjó!
¡Reserva tu condena para los enemigos de los mabden!
¡Aprende la lealtad, y huye de la traición!
Y de repente la espada estaba en la mano izquierda de Corum, y era como si Corum hubiese conocido a esa espada durante toda su vida. El arma encajaba a la perfección entre sus dedos, y su equilibrio era soberbio. Corum la hizo girar a un lado y a otro bajo la luz de la luna, y se maravilló ante lo fácil que resultaba manejarla y lo afilada que era la hoja.
–Es mi espada –dijo.
Tuvo la sensación de estar unido con algo que había perdido hacía mucho tiempo y que había olvidado por completo.
–Es mi espada...
¡Sirve bien al caballero que te conoce!
La canción de Goffanon terminó de repente. Los ojos del gigantesco enano se abrieron, y su expresión era una mezcla de culpabilidad atormentada, simpatía por Corum y triunfo.
Y después Goffanon giró sobre sí mismo y alzó los ojos hacia la luna. Corum siguió la dirección de su mirada y quedó fascinado por el gran disco de plata que parecía ocupar todo el cielo. Sintió como si estuviera siendo atraído hacia la luna y vio en ella rostros, ejércitos que combatían, eriales, ciudades en ruinas y campos pisoteados. Se vio a sí mismo, aunque su rostro no era el suyo. Vio una espada muy parecida a la que sostenía en la mano, pero la otra espada era negra en tanto que la suya era blanca. Vio a Jhary-a-Conel. Vio a Medhbh. Vio a Rhalina y vio a otras mujeres, y las amó a todas, pero Medhbh era la única que le inspiraba miedo. Después apareció el arpa Dagdagh, y el arpa cambió y adquirió la forma de un joven cuyo cuerpo relucía con un extraño color dorado y que, de una manera inexplicable, también era el arpa. Después vio un gran caballo blanco, y supo que aquel caballo le pertenecía pero no osó pensar en el lugar al que le llevaría. Después Corum vio una llanura totalmente cubierta por el blanco manto de la nieve y un jinete solitario apareció en la lejanía y cruzó la llanura al galope, y el jinete llevaba una túnica escarlata y sus brazos y su armadura eran de los vadhagh, y tenía una mano de carne y hueso y una mano de metal, y su ojo derecho estaba cubierto por un parche adornado con complejos bordados y sus rasgos eran los de un vadhagh, los rasgos de Corum. Y Corum supo que aquel jinete no era él y un jadeo ahogado de terror escapó de sus labios e intentó desviar la mirada mientras el jinete se acercaba más y más con una expresión de odio burlón en su rostro, y en su único ojo se veía brillar lo que sólo podía ser el decidido deseo de matar a Corum y ocupar su lugar.