Grynion Jinete-del-Buey también estaba allí, con un brazo rodeando la generosa cintura de Sheonan la Doncella del Hacha, otra mujer de impresionantes capacidades marciales. Grynion se había ganado su apodo por montar a un buey salvaje en el momento más encarnizado de un combate después de haber perdido su caballo y sus armas y de que le hubieran infligido una herida casi mortal. Ossan el de los Arreos, famoso por su gran habilidad a la hora de trabajar el cuero, estaba ocupado atacando un inmenso cuarto de buey con un cuchillo de hoja muy grande y afilada. Su jubón y su gorra eran de cuero repujado y finamente trabajado, y estaban cubiertos por una gran variedad de dibujos y motivos que fluían sobre la delicada piel. Ossan ya se estaba aproximando a la ancianidad, pero sus movimientos seguían siendo los de un joven. El guerrero-artesano sonrió mientras se metía la carne en la boca y la grasa fluía sobre su barba color canela, y se volvió para escuchar a un caballero que había empezado a contar un chiste a quienes se encontraban lo bastante cerca de él para poder oírle.
Y había muchos más: Fene el Sin Pierna, Uther del Valle de la Melancolía, Pwyll Rompe Espaldas, Shamane el Alto y Shamane el Bajo, Meyahn el Zorro Rojo, el Viejo Dylann, Ronan el Pálido y Ciar del Oeste entre ellos. Corum no los había conocido a todos mientras acudían a Caer Mahlod, y sabía que muchos de ellos morirían cuando por fin se enfrentaran en batalla a los Fhoi Myore.
La voz potente y límpida de Amergin resonó en la sala dirigiéndose a Corum.
–Y bien, Corum de la Mano de Plata, ¿estáis satisfecho del ejército que llevaréis a la guerra?
–Mi única duda es que aquí hay muchos hombres más capacitados que yo para guiar a tan grandes guerreros –respondió Corum con discreta cortesía–. Haber sido elegido para esta tarea supone un gran honor para mí.
–¡Bien dicho! –El rey Fiachadh alzó su cuerno de hidromiel–. Brindo por Corum, el que acabó con Sreng de las Siete Espadas, el salvador de nuestro Gran Rey.... ¡Brindo por Corum, quien nos ha devuelto el orgullo de los mabden!
Y Corum se sonrojó mientras le vitoreaban y bebían a su salud, y cuando hubieron terminado se puso en pie y alzó su cuerno de hidromiel y se dispuso a hablar.
–¡Brindo por ese orgullo! –exclamó–. ¡Brindo por el pueblo de los mabden!
Todos los presentes rugieron su aprobación y todos bebieron.
–Podemos considerarnos muy afortunados por contar con aliados sidhi que han escogido ayudarnos en nuestra contienda con los Fhoi Myore –dijo Amergin después–. Tenemos la fortuna de que muchos de nuestros grandes tesoros nos han sido devueltos y han sido utilizados para derrotar a los Fhoi Myore cuando intentaron destruirnos. Brindo por los sidhi y por los regalos de los sidhi.
Y de nuevo todos los presentes, salvo un bastante incómodo Ilbrec y un perplejo Goffanon, bebieron y lanzaron vítores.
Ilbrec fue el siguiente en hablar.
–Si los mabden no fueran valerosos y si no fueran un pueblo de espíritu noble y magnífico, los sidhi no les ayudarían –dijo–. Luchamos por aquello que es noble en todas las criaturas vivas.
Goffanon expresó su asentimiento a esa declaración mediante un gruñido.
–Los mabden son un pueblo que apenas conoce el egoísmo –dijo–. No son malvados. Se respetan los unos a los otros, y no son codiciosos. Son muy pocos los mabden que siempre crean tener razón y deseen salirse con la suya... Sí, me gusta este pueblo. Me alegra que por fin haya escogido combatir en defensa de su causa. Será bueno morir por una causa así.
Amergin sonrió.
–Espero que esas palabras no signifiquen que aguardáis la llegada de la muerte, noble Goffanon –dijo–. Habláis de ella como si fuera una consecuencia inevitable de esta empresa.
Y Goffanon bajó los ojos y se encogió de hombros.
El rey Mannach se apresuró a intervenir.
–Derrotaremos a los Fhoi Myore. Debemos hacerlo, pero admito que no nos vendría nada mal contar con cualquier otra ventaja que el destino tenga a bien enviarnos.
Sus ojos se encontraron con Corum como queriendo averiguar si estaba de acuerdo con sus palabras, y Corum asintió.
–La magia siempre es la mejor arma contra la magia –dijo–, si es a eso a lo que os referís, rey Mannach.
–A eso me refiero –dijo el padre de Medhbh.
–¡Magia! –Goffanon se rió–. Ahora ya queda muy poca, salvo de la variedad que los Fhoi Myore y sus amigos pueden invocar y utilizar en su favor.
–Y sin embargo he oído hablar de algo...
Corum apenas se dio cuenta de que estaba hablando. Un instante después se calló, como si no estuviera muy seguro de cuál era el impulso que le había hecho pronunciar aquellas palabras y empezara a arrepentirse de ello.
–¿Qué habéis oído? –preguntó Amergin inclinándose hacia delante.
Corum miró a Ilbrec.
–Esta mañana hablaste de un lugar mágico, Ilbrec, y dijiste que quizá conocías un sitio en el que cabía una posibilidad de encontrar aliados de naturaleza mágica.
Ilbrec miró a Goffanon, quien frunció el ceño.
–Dije que quizá conocía un lugar así, cierto. Era un recuerdo muy vago y nebuloso...
–Es demasiado peligroso –dijo Goffanon–. Como ya te he dicho antes, Ilbrec, me asombra que hayas llegado a sugerirlo... Creo que haríamos mucho mejor sacando el máximo provecho de los recursos con los que contamos en estos momentos.
–Muy bien –dijo Ilbrec–. Siempre fuiste cauteloso, Goffanon.
–Y en este caso con razón –gruñó el enano sidhi.
Pero el silencio se había adueñado de la gran sala mientras todos escuchaban el intercambio de comentarios que se producía entre los dos sidhi.
Ilbrec miró a su alrededor, y cuando habló se dirigió a todos los presentes.
–Cometí un error –dijo–. La magia y ese tipo de cosas suelen acabar dañando a quienes las utilizan.
–Cierto –dijo Amergin–. Respetaremos vuestra reserva, noble Ilbrec.
–Es mejor así –dijo Ilbrec.
Pero estaba claro que en realidad no compartía los recelos de Goffanon. La cautela no formaba parte del carácter del joven sidhi, al igual que tampoco había formado parte de la naturaleza del gran Manannan.
–Vuestro pueblo se enfrentó con los Fhoi Myore en nueve grandes contiendas –dijo el rey Fiachadh limpiándose los labios de las pegajosas gotitas de hidromiel que se habían adherido a ellos–. Así pues, vos conocéis a los Fhoi Myore mucho mejor que nosotros, y en consecuencia acogeremos con gran respeto cualquier consejo que queráis llegar a darnos.
–¿Y tenéis algún consejo que darnos, noble sidhi? –preguntó Amergin.
Goffanon alzó los ojos del cuerno de hidromiel que había estado contemplando con expresión entre lúgubre y pensativa. Su mirada era dura y penetrante, y sus pupilas ardían con un fuego que ninguno de los presentes había visto en ellas hasta aquel momento.
–Sólo uno, y es que deberíais temer a los héroes –dijo.
Y nadie le preguntó qué pretendía decirles con aquellas palabras, pues todos habían quedado perplejos y profundamente trastornados por su observación.
El silencio se prolongó hasta que acabó siendo roto por el rey Mannach.
–Se ha acordado que avanzaremos directamente contra Caer Llud y que lanzaremos nuestro primer ataque allí –dijo–. Este plan tiene algunas desventajas, ya que nos obligará a internarnos en los más fríos de los territorios que dominan los Fhoi Myore, pero a pesar de ello nos ofrece la oportunidad de pillarles por sorpresa.
–Después nos retiraremos –dijo Corum–. Nos dirigiremos lo más deprisa posible a Craig Dôn, donde habremos dejado previamente armas, cabalgaduras y provisiones. Usaremos Craig Dôn como base para lanzar incursiones contra los Fhoi Myore, sabiendo que no estarán dispuestos a seguirnos a través de los siete círculos... El único peligro al que quizá tengamos que enfrentarnos es el de que los Fhoi Myore sean lo bastante fuertes como para asediar Craig Dôn hasta que nuestras provisiones se hayan terminado.
–Y ésa es la razón por la cual debemos atacar Caer Llud con todas nuestras fuerzas y lo más deprisa posible, acabando con tantos enemigos como podamos y conservando nuestras fuerzas –dijo Morkyan de las Dos Sonrisas mientras acariciaba su puntiaguda barbita–. No debe haber ninguna exhibición de valor, y Caer Llud no debe convertirse en un escenario de hazañas gloriosas.
Sus palabras no fueron demasiado bien recibidas por muchos de los presentes.
–Hacer la guerra es un arte –dijo Kernyn el Harapiento, y su flaco y largo rostro pareció enflaquecer todavía más y volverse aún más alargado–, aunque se trate de un arte terrible e inmoral. Y la gran mayoría de los que nos hemos reunido aquí somos artistas, y nos enorgullecemos de nuestras dotes..., sí, y también de nuestro estilo. Si no podemos expresarnos a nosotros mismos y hacerlo cada uno a su manera, ¿tiene objeto que luchemos?
–Las contiendas de los mabden son una cosa –dijo Corum en voz baja y suave–, pero una guerra de los mabden contra los Fhoi Myore es otra cosa y muy distinta. Hay mucho más que perder que el orgullo en las batallas que estamos planeando esta noche.
–Os comprendo, noble sidhi –dijo Kernyn el Harapiento–, pero no sé si estoy de acuerdo con vuestras opiniones.
–Podríamos acabar renunciando a demasiadas cosas para salvar nuestras vidas –dijo Sheonan la Doncella del Hacha, librándose del abrazo de Grynion.
–Habéis hablado de lo que admiráis en los mabden –dijo Phadrac, el Héroe de la Rama, dirigiéndose a Goffanon–, y sin embargo existe el peligro de que sacrifiquemos todas las virtudes de nuestro pueblo meramente para seguir existiendo.
–No debéis sacrificar nada de todo eso –replicó Goffanon–. Nos estamos limitando a aconsejaros prudencia durante el ataque a Caer Llud. Una de las razones por las que los mabden sufrieron pérdidas tan graves ante los Fhoi Myore fue que los guerreros mabden luchaban como individuos, en tanto que los Fhoi Myore organizan a sus fuerzas como una sola unidad. Aunque sólo sea en Caer Llud, debemos copiar esos métodos y emplear a la caballería para asestar golpes rápidos, y emplear los carros como plataformas móviles desde las que lanzar proyectiles. Mantenerse firme y luchar contra el horrendo aliento de Rhannon serviría de muy poco, ¿no os parece?
–Los sidhi han hablado con sabiduría –dijo Amergin–, y suplico a todo mi pueblo que preste oídos a sus palabras. Después de todo, ésa es la razón por la que nos hemos reunido aquí esta noche... Yo presencié la caída de Caer Llud. Vi cómo nobles y valerosos caballeros caían antes de que pudieran dar un solo mandoble a sus enemigos. En los viejos tiempos, en los tiempos de las Nueve Contiendas, los sidhi lucharon contra los Fhoi Myore en combate singular, uno contra uno, pero nosotros no somos sidhi. Somos mabden. En este caso, debemos luchar como un solo pueblo.
El Héroe de la Rama inclinó hacia atrás su robusto cuerpo sentado en el banco y asintió.
–Si Amergin así lo decreta, entonces yo lucharé tal como sugieren los sidhi –dijo–. Eso es suficiente para mí.
Y los demás murmuraron su asentimiento.
Ilbrec metió una mano en su jubón y sacó de él un pergamino apretadamente enrollado.
–Tengo aquí un mapa de Caer Llud –dijo.
Desenrolló el pergamino y lo hizo girar sobre la mesa para mostrarlo.
–Atacaremos simultáneamente desde cuatro direcciones distintas. Cada fuerza estará al mando de su rey. Este muro está considerado como el más débil, por lo que será atacado por dos reyes y sus gentes. En circunstancias ideales, podríamos avanzar para aplastar a los Fhoi Myore y a sus esclavos en el centro de la ciudad, pero probablemente no tendremos tanto éxito como para que eso sea posible y nos veremos obligados a retirarnos después de haber infligido el máximo de daño posible, reservando tantas de nuestras vidas como podamos para el segundo combate, en Craig Dôn...
Y el joven gigante sidhi llamado Ilbrec siguió hablando y explicando los detalles del plan.
Corum era uno de los principales responsables del plan, pero en su fuero interno lo consideraba excesivamente optimista, sin embargo, no había ningún plan mejor y en consecuencia tendría que ser el que utilizaran. Se sirvió más hidromiel de la jarra que había junto a su codo, y después se la pasó a Goffanon. Corum seguía deseando que Goffanon hubiera permitido que Ilbrec hablara de los misteriosos aliados mágicos a los que consideraba demasiado peligrosos como para solicitar su ayuda en la inminente batalla.
–Debemos marcharnos de aquí pronto, pues la medianoche se aproxima –dijo Goffanon en voz baja mientras aceptaba la jarra que le ofrecía Corum–. La espada estará preparada.
–Ya queda muy poco que discutir –asintió Corum–. Hazme saber en qué momento deseas marcharte y me encargaré de excusarnos.
Ilbrec estaba respondiendo a las preguntas de algunos guerreros que deseaban saber cómo se podía abrir una brecha en un baluarte o una muralla determinadas, y durante cuánto tiempo se podía esperar que un mortal ordinario sobreviviese cuando estaba envuelto por la neblina de los Fhoi Myore y qué clase de ropa ofrecería la mejor protección posible, así como otras cuestiones similares. Corum comprendió que ya no tenía nada más que añadir a la discusión, se puso en pie, se despidió cortésmente del Gran Rey y del resto de los presentes y abandonó la sala atestada, con Medhbh, Goffanon y el herrero Hisak Ladrón de Sol a su lado, para salir a las angostas calles y el frescor de la noche.
El cielo estaba casi tan iluminado como si fuese de día y los edificios de la ciudadfortaleza recortaban sus negras masas achaparradas contra él. Unas cuantas nubéculas teñidas de azul se deslizaban sobre la luna y seguían avanzando hacia el horizonte en dirección al mar. Fueron hasta la puerta y recorrieron el puente que salvaba el foso, y después contornearon el perímetro del campamento y se dirigieron hacia los árboles que había más allá de él. Un búho muy grande ululó en algún lugar y un instante después se oyó un chasquear de alas, y el chillido de un conejo joven. Los insectos parloteaban entre los tallos de hierba ya muy crecida mientras el grupo se abría paso por el pastizal y entraba en el bosque.
Corum alzó la mirada hacia la bóveda del cielo despejado cuando los árboles aún no se habían espesado a su alrededor, y se dio cuenta de que la luna estaba llena, igual que lo había estado la última vez en que había ido a aquel bosque.
–Ahora iremos al lugar de poder donde nos aguarda la espada –dijo Goffanon.