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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

La espada y el corcel (7 page)

BOOK: La espada y el corcel
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–Así que nos habéis seguido, caballero demonio –dijo el líder de los jinetes. Suspiró, giró sobre su silla de montar y miró a sus jinetes–. Son todos los que quedan, pero quizá basten para venceros a vos y a vuestra demoníaca consorte...

–¡No es ningún demonio y yo tampoco lo soy! –exclamó Medhbh con irritación–. ¿Por qué nos acusáis de algo semejante? ¿Dónde nos habéis visto antes?

–No os hemos visto antes –dijo el líder, y calmó a su nervioso poni con un movimiento de las riendas. Su arnés crujió y el estribo de metal chocó con el borde de su largo escudo–. Sólo le hemos visto a él –movió la cabeza señalando a Corum– y le vimos en esas islas repugnantes y repletas de hechicerías que se extienden detrás de nosotros. – Volvió a mover la cabeza, esta vez en dirección al mar–. La isla en la que atracamos ocho buenos navíos y diez balsas llenas de provisiones y ganado, la isla a cuya costa bajamos en busca de agua fresca y carne... Recordaréis –siguió diciendo mientras sus ojos llenos de odio se clavaban en Corum– que cuando nos marchamos de ella sólo zarpó una embarcación, sin mujeres y sin niños, sin animales salvo nuestros ponis y con muy pocas provisiones.

–Os aseguro que no me habéis visto hasta este momento –dijo Corum–. Soy Corum y lucho contra los Fhoi Myore. He pasado estas últimas semanas en Caer Mahlod, y no he salido de allí en ningún instante. ¡Éste es el primer viaje que emprendo más allá de los confines de la ciudad en un mes!

–Sois el que cayó sobre nosotros en aquella isla –dijo el joven que había sido el primero en acusar a Corum–. Con vuestra capa roja, con vuestro yelmo de falsa plata, con vuestro rostro tan pálido como el de una criatura muerta, con vuestro parche en el ojo y vuestra risa...

–Un shefanhow –dijo el líder–. Os conocemos.

–Ha pasado literalmente toda una vida desde que oí utilizar por última vez esa palabra – dijo Corum con expresión sombría–. Estáis a punto de conseguir que me enfade, desconocido... Digo la verdad. Debéis haberos enfrentado con un enemigo que se me parecía en algún aspecto.

–¡Cierto! –exclamó el joven dejando escapar una carcajada llena de amargura–. ¡Se os parecía hasta el punto de ser vuestro gemelo! Temíamos que nos seguiríais, pero estamos preparados para defendernos de vos. ¿Dónde se esconden vuestros hombres?

Miró a su alrededor, y el movimiento de la cabeza hizo oscilar sus trenzas.

–No tengo hombres –replicó Corum con impaciencia.

El líder rió con una risa seca y áspera.

–Entonces sois un estúpido.

–No lucharé con vosotros –dijo Corum–. ¿Por qué estáis aquí?

–Hemos venido a reunimos con los que se han congregado en Caer Mahlod.

–Tal como pensaba... –Todos los lúgubres presentimientos anteriores de Corum habían vuelto de repente, y tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantenerlos a raya–. Si os entregamos nuestras armas y os llevamos hasta Caer Mahlod, ¿creeréis entonces que no os deseamos mal alguno? Una vez en Caer Mahlod descubriréis que decimos la verdad, que nunca os habíamos visto antes y que no somos vuestros enemigos.

–¡Podría ser un truco para atraernos hasta una trampa! –gritó aquel joven impetuoso e irascible.

–Cabalgad con la punta de vuestras espadas en nuestra garganta, si así lo preferís –dijo Corum despreocupadamente–. Si sois atacados, podéis matarnos.

El líder frunció el ceño.

–Vuestro comportamiento no se parece en nada al de aquel que encontramos en la isla – dijo–. Y si nos lleváis a Caer Mahlod, por lo menos habremos llegado a nuestro destino y con ello habremos sacado algo de este encuentro.

–¡Ten cuidado, Artek! –gritó el joven.

El líder se volvió hacia él.

–Silencio, Kawanh –le dijo–. ¡Siempre podemos matar al shefanhow luego!

–Querría rogaros con la máxima cortesía posible que no empleéis esa palabra refiriéndoos a mí –dijo Corum sin perder la calma–. No es una palabra que me guste, y no me inclina a sentir simpatía hacia vos.

Artek abrió la boca para responder con una sonrisa salvaje a medio formar en sus labios, pero entonces su mirada se posó en el único ojo de Corum y pareció decidir que sería mejor callar. Dejó escapar un gruñido y ordenó a dos de sus hombres que avanzaran.

–Quitadles las armas –dijo– y no apartéis vuestras espadas de ellos mientras viajamos. Muy bien... Corum, llevadnos a Caer Mahlod.

Corum obtuvo cierto placer de las expresiones de perplejidad que aparecieron en los rostros de los forasteros cuando llegaron al perímetro del campamento y vieron arder el brillo de la preocupación y la ira en los ojos de cada mabden apenas se daba cuenta de que Corum y Medhbh habían caído prisioneros. Fue su turno de sonreír, y su sonrisa se fue haciendo más ancha a medida que la multitud que se iba agrupando alrededor de los veinte jinetes se volvía más y más numerosa, hasta que llegó un momento en el que no pudieron seguir avanzando y tuvieron que detenerse en el centro del campamento cuando aún estaban a cierta distancia de la colina sobre la que había sido edificado Caer Mahlod. Un jefe de guerreros de los Tir-nam-Beo clavó la mirada en el rostro de Artek, quien mantenía la punta de su espada apoyada en el pecho de Corum.

–¿Qué pretendes con esto? ¿Por qué mantienes como rehén a nuestra princesa? ¿Por qué amenazas la vida de nuestro amigo el príncipe Corum?

El azoramiento de Artek era tan completo que su rostro se puso más rojo que su barba y su cabellera.

–Así que habéis dicho la verdad... –murmuró, pero no bajó su espada–. A menos que esto sea alguna ilusión monstruosa, y que en realidad todas estas gentes sean demonios seguidores vuestros.

Corum se encogió de hombros.

–Si son demonios, noble Artek, entonces estáis condenado a perecer de todas maneras, ¿verdad?

Artek envainó su espada con expresión abatida.

–Tenéis razón. Debo creeros... Pero vuestro parecido con aquel que nos atacó en esa maldita isla encantada es tan grande que si le hubierais visto no me culparíais, príncipe Corum.

Corum respondió en un tono de voz lo bastante bajo como para que sólo Artek pudiera oírle.

–Creo que le he visto en un sueño –dijo–. Vos y yo debemos hablar más tarde de él, noble Artek, pues creo que el mal del que fuisteis víctima no tardará en ser dirigido contra mí..., y los resultados serán todavía más trágicos.

Artek le lanzó una rápida mirada de soslayo llena de perplejidad, pero respetó el tono de las palabras de Corum y no dijo nada.

–Debéis descansar y comer –dijo Corum. El bárbaro le había caído bien a pesar de las nada favorables circunstancias en que había tenido lugar su primer encuentro–. Después tendréis que contar vuestra historia a todo el mundo en la gran sala de Caer Mahlod.

Artek se inclinó ante él.

–Sois generoso, príncipe Corum, y también sois cortés. Ahora comprendo por qué os respetan tanto los mabden.

Sexto capítulo

Concerniente al viaje del Pueblo de Fyean

–Somos un pueblo isleño –dijo Artek– y vivimos básicamente del mar. Pescamos y... – Hizo una pausa–. Bueno, en el pasado, hasta hace poco tiempo, nosotros... Bien, la verdad es que somos saqueadores del mar. La vida en nuestras islas es dura, y poco es lo que crece en ellas. A veces hacíamos incursiones en las costas cercanas, y de vez en cuando también atacábamos navíos y nos llevábamos lo que necesitábamos para sobrevivir...

–Ahora sé quiénes sois –dijo el rey Fiachadh, y dejó escapar una ruidosa carcajada–. Sois piratas, ¿verdad? Tú eres Artek de Clonghar... ¡Vaya, pero si los que viven en nuestros puertos de mar se orinan de miedo con sólo oír mencionar tu nombre!

Artek movió una mano en un gesto vacilante y volvió a enrojecer.

–Soy ese mismo Artek –admitió.

–No temas, Artek de Clonghar, pues en Caer Mahlod todas las viejas deudas pendientes han sido olvidadas –dijo sonriendo el Rey Mannach, y se inclinó sobre la mesa y le dio unas palmaditas al pirata en la mano–. Aquí sólo tenemos un enemigo..., los Fhoi Myore. Cuéntanos cómo habéis llegado hasta aquí.

–Uno de los navíos que atacamos venía de Gwyddneu Garanhir... Descubrimos que se dirigía a Tir-nam-Beo y que llevaba un mensaje para el rey de aquella tierra, y fue a través de ese navío como nos enteramos de que había una gran reunión contra los Fhoi Myore. Nosotros vivimos en el remoto noroeste y nunca habíamos tenido ninguna clase de contactos con aquel pueblo, pero pensamos que si todos los mabden se iban a unir contra el Pueblo Frío nosotros también deberíamos ayudar... Pensamos que en este caso su lucha era nuestra lucha. –Artek sonrió, y pareció empezar a sentirse un poco más animado–. Además, ¿cómo íbamos a sobrevivir sin vuestros navíos? Así pues, nuestro propio interés nos dictaba asegurarnos de que sobreviviríais... Preparamos todas nuestras embarcaciones, más de una veintena, y construimos sólidas balsas a prueba de agua para remolcarlas detrás de ellas, sacando a toda nuestra gente de Fyean, que es el nombre de nuestra isla, pues no deseábamos dejar sin protección a nuestras mujeres y niños.

Artek se calló y bajó la mirada.

–Ah, cómo deseo ahora que los hubiéramos dejado allí... Entonces por lo menos quizá hubiesen muerto en sus hogares, y no en las traicioneras orillas de aquella terrible isla.

–¿Dónde se encuentra esa isla? –preguntó en voz baja Ilbrec, que había logrado hacerse un hueco en la estancia para escuchar la historia de Artek.

–Un poco al norte y al oeste de Clonghar. La tormenta nos empujó en esa dirección. Durante esa misma tormenta perdimos casi toda nuestra agua y gran parte de nuestra carne. ¿Conocéis ese lugar, noble sidhi?

–¿Tiene una colina de proporciones muy regulares alzándose en su mismo centro?

Artek inclinó la cabeza.

–Así es.

–¿Y hay un pino enorme que crece en la cima de esa colina, justo en su centro?

–Allí se alzaba el pino más grande que he visto en toda mi vida –dijo Artek.

–Y cuando has puesto los pies en la isla, ¿ves quizá que todo parece brillar con una luz iridiscente y amenaza con cambiar de un momento a otro, salvo esa colina que sigue siendo nítida y perfectamente visible?

–¡Habéis estado allí! –exclamó Artek.

–No –dijo Ilbrec–, sólo he oído hablar de ese sitio.

Y clavó la mirada en Goffanon, quien fingía no sentir el más mínimo interés por aquella isla y se esforzaba por dar la impresión de estar aburridísimo. Pero Corum comprendió que el enano sabía lo suficiente de ella como para darse cuenta de que Goffanon estaba ignorando deliberadamente la importancia que tenía la mirada de Ilbrec.

–Los guerreros del mar habíamos pasado navegando ante esa isla con anterioridad, naturalmente, pero suele estar rodeada por neblinas y hay rocas ocultas en varios puntos cercanos a la costa, por lo que nunca habíamos llegado a desembarcar allí. Nunca habíamos tenido la necesidad de hacerlo.

–Aunque se cree que en el pasado hay quien ha naufragado allí y nunca ha sido encontrado después –añadió el joven y nervioso Kawahn–. Hay muchas supersticiones acerca de ese lugar. Se dice que está habitado por shefanhows y criaturas similares, y...

Había ido bajando poco a poco la voz hasta que se calló.

–¿Y ese lugar es llamado a veces Ynys Scaith? –preguntó Ilbrec, con expresión todavía pensativa.

–Sí, he oído llamarlo así –dijo Artek–. Es un nombre muy, muy viejo para ese lugar.

–Bien, así que habéis estado en la Isla de las Sombras... –Ilbrec meneó su rubia cabeza, pareciendo sentirse entre perplejo y divertido–. El destino tira de más hebras de lo que suponíamos, ¿verdad, Goffanon?

Pero Goffanon fingió no haber oído a Ilbrec, aunque poco después Corum vio que lanzaba una disimulada mirada de advertencia a su congénere sidhi.

–Cierto, y es allí donde vimos al príncipe Corum..., o a su doble –balbuceó Kawahn, e hizo una pausa–. Os pido disculpas, príncipe Corum –añadió–. No pretendía...

Corum sonrió.

–Quizá visteis a mi sombra. Después de todo, el lugar es llamado Ynys Scaith..., la Isla de las Sombras. Pero se trataba de una sombra maligna.

La sonrisa se desvaneció de su rostro.

–He oído hablar de Ynys Scaith. –Amergin había guardado silencio hasta aquel momento, dejando aparte el saludo que había dirigido a Artek y sus hombres–. Es un lugar de oscuras hechicerías al que acuden los druidas malvados para hacer su magia, un lugar rehuido incluso por los sidhi...

Esta vez fue Amergin quien lanzó una mirada llena de sobrentendidos a Ilbrec y Goffanon, y Corum supuso que el sabio Archidruida también se había percatado del intercambio de miradas que había tenido lugar entre los dos sidhi.

–Cuando era un novicio, me enseñaron que Ynys Scaith ya existía incluso antes de la llegada de los sidhi. Comparte ciertas propiedades con la isla sidhi de Hy-Breasail, pero en otros aspectos es totalmente distinta a ese lugar. Allí donde se supone que HyBreasail es una isla de encantamientos bellísimos, se dice que Ynys Scaith es una isla de la más negra locura...

–Así es –gruñó Goffanon–. Lo menos malo que se puede decir de ella es que no acoge bien ni a los sidhi ni a los mabden.

–¿Habéis estado allí, Goffanon? –le preguntó Amergin en voz baja y suave.

Pero Goffanon ya había vuelto a adoptar su actitud recelosa anterior.

–Estuve allí en una ocasión –replicó.

–Locura negra y roja desesperación... –dijo Artek–. Una vez hubimos desembarcado allí descubrimos que éramos incapaces de volver a nuestros navíos. Bosques repugnantes crecían en mitad de nuestro camino, las nieblas se amontonaban a nuestro alrededor... Fuimos atacados por demonios. Bestias deformes de todas clases nos acechaban esperando el momento de caer sobre nosotros... Acabaron con todos nuestros niños. Mataron a todas nuestras mujeres y a la mayor parte de nuestros hombres. De toda la raza de Fyean sólo nosotros hemos sobrevivido..., y eso se debió a la suerte, pues dio la casualidad de que tropezamos con uno de nuestros navíos y zarpamos poniendo rumbo directo a vuestras costas. –Artek se estremeció–. No volvería a Ynys Scaith ni aunque supiera que mi esposa está viva y atrapada allí... –Artek juntó las manos y las tensó espasmódicamente–—. No podría volver.

–Está muerta –dijo Kawahn con dulzura consolando a su líder–. Yo vi cómo ocurría todo.

–¡Cómo podíamos estar seguros de que hubiera algo de realidad en lo que vimos allí! Los ojos de Artek se habían llenado de un dolor insoportable.

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