La cruzada de las máquinas (70 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La cruzada de las máquinas
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—Normalmente soy yo el que aboga por una acción más directa y tú el que prefiere métodos más sutiles —dijo Xavier con una sonrisa cansada.

Tras un breve descanso, un representante de Kirana III tomó la palabra. Era un hombre pequeño y moreno, con bigote negro, y propuso que pospusieran la decisión para poder estudiarla con mayor detenimiento,
para que pudieran enfrentarse a aquella decisión tan importante con la mente clara
. Propuso que el Consejo reuniera toda la información disponible y retomara el debate la semana siguiente.

Varios representantes apoyaron la moción.

—¿La semana que viene? —exclamó Vor poniéndose en pie.

—¡Es demasiado tiempo! —gritó Xavier.

—¡Todo estará perdido! —dijo Iblis con desesperación, consciente de que tendría que ganarse los votos. No recordaba haber fracasado nunca tan estrepitosamente ante el Consejo de la Yihad.

—Con el debido respeto, este Consejo tiene muchos asuntos importantes que tratar —dijo el representante de Kirana.

Furioso y decepcionado, Iblis bajó la cabeza y ni siquiera se atrevió a mirar a los dos primeros a la cara. Los tres sabían que volverían a perder Bela Tegeuse. Innecesariamente.

—Tengo una pregunta, general Agamenón —dijo el Omnius-Corrin. La voz de la supermente, que salía de todas partes a la vez, era tranquila pero extremadamente amenazadora—: ¿Quieres que haga retirar y pulverizar tu cerebro? —Cada palabra sonaba más fuerte que la anterior y vibraba por toda la estructura de metal líquido de la ciudadela central—. He decidido que es una respuesta apropiada a tus numerosos errores y fracasos.

El titán, con un cuerpo blindado dorado cubierto de púas y puertos para armas, replicó:

—No os aconsejaría que le hicierais algo así a un cimek tan valioso como yo, después de diez siglos de servicio productivo a los Planetas Sincronizados. Soy uno de los tres titanes originales que quedan. —Agamenón sabía que las restricciones introducidas en su programación le impedirían cumplir su amenaza.

A su alrededor, las paredes sin ventanas de la ciudadela empezaron a abrirse y cerrarse en una vertiginosa variedad de colores y formas. Aquella cámara flexible y cambiante, que a veces parecía inmensa, se redujo considerablemente, como si quisiera aplastar al titán. De pronto, cuando las paredes estaban a escasos centímetros de él, volvió a expandirse, como si inspirara profundamente.

A continuación, la ciudadela empezó a serpentear como una serpiente, y Agamenón tuvo que utilizar los estabilizadores de su cuerpo móvil para mantener el equilibrio. Nunca habría esperado un comportamiento tan inmaduro de una supermente informática, era como un crío con una rabieta. Quizá el software dañado de la versión corrupta del Omnius-Tierra seguía afectándole y provocaba ese peculiar comportamiento.

Estas máquinas merecen que las venzamos, que las destruyamos… con Jerjes o sin él.
Agamenón hizo un esfuerzo para evitar que su cuerpo mecánico se crispara.

—¿Crees que no podría encontrar la forma de librarme de las restricciones que Barbarroja introdujo en mi programa de base? —preguntó Omnius—. Sería un grave error por tu parte que subestimaras mis capacidades.

Agamenón pensó en lo que acababa de decirle. Si la supermente había descubierto cómo burlar la orden primaria de no perjudicar a ninguno de los veinte titanes, ¿no los habría destruido hacía tiempo?

—Me limitaré a recordarte que sigo siendo muy útil, Omnius. Vuestro imperio mecánico se ha beneficiado enormemente de mi éxito en las operaciones militares. Mi cuerpo es una máquina, mientras que mi cerebro es humano. Yo represento lo mejor de los dos mundos.

—Tu base mental orgánica sigue siendo defectuosa. Te iría mucho mejor sin ella.

Agamenón no entendía a qué venían aquellas protestas, pero conservó la calma.

—Mi cerebro humano me permite entender mejor al enemigo. Las máquinas pensantes, con su lógica y eficacia, no pueden entender la naturaleza caótica del hombre. Tácticamente sería un grave error que no aprovechéis todos vuestros recursos.

Debajo del cimek el suelo se hundió, porque la altísima ciudadela se contrajo hasta el nivel de la calle. De pronto la sensación de movimiento cesó y las paredes de metal líquido se volvieron totalmente transparentes, lo que dio a Agamenón una panorámica nocturna de la ciudad robótica. Deslumbrantes luces azules brillaban en el exterior del edificio; naves robóticas pasaban volando por encima.

—Ese asunto de Hécate me disgusta, si es ésa realmente su identidad. —El volumen de la voz de Omnius fue como una bofetada para el cimek—. Es uno de tus titanes, y debería estar bajo tu control. Recientemente ha provocado graves daños en Bela Tegeuse.

—Es una ex titán. Hécate ha estado escondida durante mil años. No me considero responsable de sus actos.

—Tendrías que haberle seguido la pista y haberla eliminado. Hace mucho tiempo.

—Pero vos me teníais ocupado con otros asuntos, Omnius. Nunca me habéis dado permiso para que pasara décadas buscando a alguien que, hasta hace poco, no había causado ningún problema.

Agamenón tenía la sospecha de que aquella ostentosa ira de Omnius no era más que un farol, otra irritante forma de intimidación. ¡Como si la supermente supiera algo de manipulación!

—Esta es mi generosa decisión, Agamenón: te permitiré vivir un poco más, pero debes acabar con Hécate. Asegura nuestra posición en Bela Tegeuse e instala una copia completa de mi supermente antes de que los humanos puedan establecer una avanzadilla en el planeta. Tienes que darte prisa. —De pronto, las paredes transparentes volvieron a sellarse con sus barreras de metal líquido.

—Sí, Omnius, haré como ordenéis.

La voz cambió y le llegó desde un único punto. Desde arriba.

—Entonces este es el trato. Si te libras de Hécate, vivirás. Pero si fracasas, te aplastaré.

—Siempre es mi deseo serviros adecuadamente, Omnius. Pero, como bien decís, la parte humana que queda en mí me hace ser imperfecto.

—Me diviertes, Agamenón. Pero eso no es suficiente.

El general cimek salió de la ciudadela lleno de rabia y siguió calle abajo con su inmenso cuerpo de combate. Al ver a dos esclavos humanos por las calles de Corrin, se desvió de su camino expresamente y los aplastó contra una pared. Otros humanos de confianza corrieron a cobijarse en los edificios más próximos.

Durante siglos, Agamenón y su grupo menguante de titanes habían servido a Omnius porque no tenían elección. Ahora el general deseaba más que nunca mover ficha. Al menos el necio de Jerjes ya no volvería a entrometerse.

La determinación palpitaba en su interior como si se la hubieran infundido. Ya había esperado suficiente. Beowulf, su nuevo aliado, había localizado bastante más de cien neos secretamente desleales. Tenía que aprovechar la oportunidad. Ahora.

No encontraría momento ni lugar mejor que Bela Tegeuse.

73

La mente humana, cuando no se enfrenta a ningún desafío real, no tarda en estancarse. Así pues, para la supervivencia del humano como especie es esencial que cree dificultades, que las afronte y las supere. La Yihad Butleriana fue producto de este proceso en su mayor parte inconsciente, y sus raíces se remontan a la decisión originaria de ceder demasiado control a las máquinas pensantes y la inevitable aparición del imperio de Omnius.

P
RINCESA
I
RULAN
,
Lecciones de la Gran Revuelta

Dado que la colonia fronteriza de Kolhar tenía pocos negocios, Aurelius Venport nunca había estado allí. Aquel planeta desolado e inactivo no era un lugar donde él pudiera ver posibles beneficios.

Pero, en cuanto recibió el mensaje de Norma —¡estaba viva!—, no se le ocurrió un lugar mejor al que ir. Habría ido a donde fuera por verla, a pesar del críptico comentario que le hizo.

—No te sorprendas por nada de lo que veas.

Venport era un hombre de negocios, y sabía que las sorpresas muchas veces se traducían en pérdidas. VenKee Enterprises sacaba grandes beneficios con negocios bien planificados basados en sólidas prácticas empresariales, la experiencia personal y el instinto. Y a pesar de ello, no se le ocurría una sorpresa más agradable, más deliciosamente inesperada, que saber que su querida y preciosa Norma había sobrevivido.

Recibió el escueto mensaje cuando estaba en los campos farmacéuticos de Rossak, y en él no le daba detalles. ¿Cómo había escapado de la revuelta de Poritrin? ¿Qué había pasado con el prototipo? ¿Dónde estaba Tuk Keedair? ¿Por qué y cómo había ido a parar a Kolhar?

Cuando llegó al discreto puerto espacial, Venport se quedó perplejo al ver que Zufa Cenva iba a recibirlo. Su ex amante parecía cambiada, su expresión era menos agria, su belleza glacial tenía cierta calidez.

—Zufa, ¿qué haces aquí? He recibido un mensaje de Norma…

—Yo también. —Su actitud parecía más positiva que en los años que estuvieron juntos, menos dura, más optimista—. Te vas a llevar una gran sorpresa, Aurelius. Esto lo va a cambiar todo en la Yihad.

Sin embargo, a los pocos momentos Zufa volvía a ser la de siempre y, con un irritante aire de superioridad, se negó a contestar a ninguna de sus preguntas. Le aseguró que Norma estaba sana y salva, pero no dijo más. Aurelius, impaciente, la miró con el ceño fruncido. Zufa siempre andaba con sus jueguecitos mentales, como un luchador que trataba de echarle la pierna encima.

En un taxi-rail, Zufa se lo llevó de la ciudad a un lugar aislado en una llanura cenagosa y fría rodeada de montañas escarpadas. El suelo, cubierto a tramos de nieve sucia y trozos de hielo, crujía bajo los pies del comerciante, que siguió a la mujer hasta una sencilla cabaña de troncos. Un banco desnudo era lo único que había en el pequeño porche exterior. En uno de los lados de la casa, un toldo protegía una pila de leña, aunque Venport no veía árboles por ningún lado.

Zufa cruzó el porche y, tras abrir la puerta le indicó que la siguiera. Venport no se molestó en preguntar, y se limitó a entrar a toda prisa, con la esperanza de encontrar a Norma dentro. Recordó el mensaje —
No te sorprendas por nada de lo que veas
— y respiró hondo. Entró en la modesta casa, sonriendo.

Dentro, notó el calorcito de una chimenea natural, el resplandor rojizo del fuego. El dulce olor de la madera impregnaba el aire. Una mujer alta y sorprendentemente adorable, con el pelo dorado y la piel lechosa, se volvió hacia él, sonriendo, riendo, con una expresión alegre como la de una niña. ¿Qué hacía allí una de las hechiceras de Zufa?

—¡Aurelius! —Y corrió hacia él.

La mujer lo abrazó, pero él estaba perplejo.

—¿Norma? —La separó un poco de su cuerpo para poder mirarla con atención. Los ojos eran azul claro, chispeantes; aquel rostro perfecto lo dejó sin aliento—. ¿Mi pequeña Norma?

Al ver la cara que ponía, ella se echó a reír.

—He crecido.

Venport se volvió hacia Zufa, suplicando en silencio que se explicara, pero ella se limitó a asentir.

—Aurelius, soy yo… Norma. De verdad. —Le echó las manos a los hombros y lo acercó a su lado.

Finalmente, viendo que realmente aquellos eran los ojos que tantas veces le habían mirado durante los cálidos momentos y las deliciosas conversaciones que habían compartido, Venport la abrazó, sintiendo que se derretía. Ahora, los ojos eran de un color diferente, pero el alma que se adivinaba a través de ellos era la misma. La abrazó con fuerza, la meció contra él y hundió su rostro entre sus largos y delicados cabellos.

—No me importa el aspecto que tengas, Norma, mientras sepa que eres tú y que estás bien.

Norma se inclinó para besarlo, con timidez, pero al ver que Venport respondía, se animó. Su adorable rostro estaba lleno de alegría, y su voz profunda y gutural sonaba auténtica. Y aquellos ojos… aquellos ojos tenían una mirada tan profunda. Las pestañas eran largas y negras.

Zufa los observaba, algo incómoda, pero a Venport no le importaba.

—Yo… yo fui a Poritrin. Busqué por todas partes, pero nadie sabía nada. La ciudad de Starda ha sido destruida. Tio Holtzman ha muerto, junto con lord Bludd y cientos de miles de personas. El prototipo ha desaparecido, tu laboratorio ha sido saqueado. Y no pude encontrar a Keedair por ningún lado.

Norma frunció el ceño.

—No tengo ni idea de qué pasó con Keedair. Anularon su visado, y estaba a la espera de que lo deportaran, igual que yo. Me temo lo peor.

—Yo también.

—No importa si el prototipo ha desaparecido, Aurelius, porque ahora sé muchas más cosas. Sé cómo plegar el espacio y cómo construir las naves. Viajarán más deprisa que ninguna nave conocida. Debes construirlas… aquí, en Kolhar. En realidad, a partir de ahora te quiero siempre aquí, conmigo.

Entonces, todavía abrazado a ella, porque no quería apartarse de su lado, escuchó mientras Norma se lo explicaba todo.

Mientras trataba de asimilar aquella historia increíble, Venport le sonrió con expresión pensativa.

—Me costará un poco acostumbrarme a esta nueva… encarnación tuya, Norma. Ya sabes que estaba muy encariñado con la otra versión. Si lo recuerdas, hace tiempo te hice una importante propuesta, y tú prometiste contestarme cuando nos volviéramos a ver. Yo… siento que hayamos tardado tanto.

La mirada de Norma venía de muy adentro de aquellas hermosas facciones. Estaba pensando, como si infinidad de ideas y posibilidades pasaran simultáneamente por su cabeza, con una rapidez y eficacia que ningún humano lograría. Venport la abrazó. Se notaba tenso, no estaba seguro de cuál sería la respuesta.

Finalmente, ella habló.

—Te necesito a mi lado, Aurelius. Necesito tu apoyo y tus conocimientos. Y el matrimonio nos facilitará mucho las cosas.

Aurelius tardó un momento en comprender que le estaba diciendo que sí. Se rió entre dientes y la abrazó con más fuerza.

—Norma, Norma… voy a tener que enseñarte a ser un poco más romántica.

Zufa dio un bufido, pero él no hizo caso.

Norma parecía sorprendida de sí misma.

—Oh, por supuesto que quiero estar contigo más que con nadie en todo el universo, Aurelius. Pero la nuestra será una relación que irá más allá del plano personal o los negocios. Juntos, tú y yo crearemos el futuro de la humanidad. Mi visión es tan clara…, y tú eres parte esencial de ella…, tú y mi madre.

La expresión de Zufa se veía más tensa a cada momento que pasaba. Venport entendía que se sintiera incómoda: durante años él había sido su amante, y ahora quería casarse con su hija. Pero la eminente hechicera había dejado de verlo como un compañero hacía mucho tiempo.

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