La cruzada de las máquinas (22 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La cruzada de las máquinas
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Aquella jungla exuberante y fecunda de color púrpura y plateado se había regenerado por sí misma, cauterizando las cicatrices mucho más deprisa de lo que Zufa pudo curar las heridas de su mente.

Desde aquel día, no había dejado de entrenar a mujeres que demostraban un poderoso potencial telepático, candidatas a las que enseñaba cómo llevar sus poderes psíquicos a niveles críticos para después liberarlos en ondas de choque capaces de aniquilar a los cimek, incluso a los titanes. Con los años, la jefa de las hechiceras había visto a muchas de sus pupilas ir hacia su muerte, convertirse en mártires para conseguir importantes victorias contra aquellos espantosos cimek.

En opinión de Zufa, eran unos monstruos terribles. Aunque en una época fueron humanos, su ambición y su deseo de inmortalidad les hizo ponerse del lado de Omnius, los convirtió en traidores, no muy distintos de los infiltrados que Iblis Ginjo y su Yipol capturaban.

En la Liga de Nobles eran muchos los que habían empezado a preguntarse si aquella Yihad sangrienta terminaría algún día. Zufa no pensaba en esos términos. Sabía que, mientras continuara la lucha, no podía rendirse. Un año tras otro debía crear y proporcionar un suministro inagotable de guerreras.

Aunque era consciente de esto, mientras observaba al grupo de jóvenes que tenía junto a ella en lo alto de los peñascos de Rossak —la mayor apenas tenía catorce años—, a Zufa le dieron ganas de llorar. Eran tantas las hechiceras que habían cumplido con su misión suicida que a cada año que pasaba las candidatas eran más y más jóvenes. Por mucho talento que tuvieran, no dejaban de ser unas niñas.

Haciendo un gran esfuerzo para no demostrar su desazón, Zufa escrutó a sus alumnas. Los ojos de las jóvenes brillaban, sus largos cabellos se movían con la brisa que barría los llanos inhabitables que se extendían entre los cañones, profundos y fértiles. Sus expresiones eran entusiastas, su determinación inflexible.

Zufa deseó poder salvar a todas aquellas voluntarias, pero sabía que nada podía salvarlas, excepto la paz, que traería una victoria total.

—Pongo mis esperanzas en vosotras —dijo—. No puedo negar que os espera un gran peligro. Incluso si lográis vuestro objetivo, moriréis. Si fracasáis, moriréis también, pero habrá sido en vano. Estoy aquí para asegurarme de que vuestras vidas y vuestras muertes no se pierden por nada, de que contribuís a la destrucción de Omnius y sus siervos.

Las jóvenes asintieron, escuchando atentamente. A pesar de su edad, todas sabían que no se trataba de un juego.

En la distancia, volcanes con la boca escarlata rezumaban lava sobre las ásperas llanuras y escupían un humo espeso y sulfuroso a la atmósfera sucia. Grandes desfiladeros protegían prósperos ecosistemas en la tierra volcánica y el agua que se filtraba a través de los acuíferos.

En Rossak el medio estaba cuajado de contaminantes que no quedaban del todo eliminados de la cadena alimentaria: mutágenos y teratógenos, así como sustancias que sí eran beneficiosas. Los embarazos eran difíciles y con frecuencia terminaban en aborto. Muchos bebés nacían con terribles malformaciones; otros, como aquellas jóvenes, recibían un empujoncito mental, un impulso en la capacidad telepática que nadie más en la Liga poseía.

Oh, cuánto había deseado Zufa tener una hija que fuera tan poderosa como aquellas jóvenes, alguien a quien poder pasar el testigo. Pero aunque había elegido a sus compañeros con mucho cuidado, haciendo incluso pruebas para asegurarse de que la combinación de rasgos genéticos producía una hija dotada, había fracasado una y otra vez. Después de cortar sus lazos con Aurelius Venport, no había querido más amantes. En otro tiempo le había parecido un candidato perfecto, pero de su simiente no salieron más que abortos deformes.

Zufa ya era mayor, y se acercaba al fin de su edad fértil, incluso a pesar de la energía y los sistemas reproductores mejorados de hechicera de Rossak. Los descubrimientos de Venport en el campo de la farmacia —destilación de sustancias extraídas de hongos y bulbos de las misteriosas junglas— permitían nuevos tratamientos que reducían drásticamente el riesgo de aborto y malformaciones, a la vez que aumentaban la fertilidad. Después de lo mucho que la había decepcionado, era irónico que fuera precisamente Venport quien había encontrado la solución a aquel problema.

Pero Zufa dejó a un lado aquellos pensamientos. Cerró los ojos y se concentró en la tarea que la ocupaba.

Dio instrucciones a sus alumnas, les explicó qué tenían que practicar y cómo. Ellas permanecieron ante ella, como niñas en la escuela, con las manos extendidas y los ojos muy abiertos. Sus cabellos claros se elevaron chisporroteando por la estática mientras incrementaban el poder explosivo en sus jóvenes cerebros.

Debido al trabajo que Zufa realizaba, el ejército de la Yihad le informaba regularmente de sus misiones de reconocimiento. Los mercenarios pilotaban veloces naves para tener controlados los movimientos de las fuerzas de Omnius, sobre todo los de los cimek.

Cuando localizaban a algún cimek, la hechicera era informada y escogía a la guerrera más apropiada, el arma más apropiada, para que fuera y entregara su vida en un ataque telepático que aniquilara a las máquinas con mente humana.

Pero hacía meses que no recibía buenas noticias. Los cimek ya conocían sus tácticas y rara vez viajaban solos, porque quedaban muy pocos. No, cada cimek, sobre todo los titanes, iba escoltado por robots de combate y una extraordinaria potencia de fuego. Era difícil que una hechicera sola se acercara a ellos lo bastante para poder afectarles con sus poderes mentales.

Así que Zufa tendría que esperar y enseñar hasta que llegara su oportunidad. Se negaba a desperdiciar la vida de aquellas jóvenes entregadas y con talento. Eran el recurso más importante de Rossak.

Cuando las jóvenes completaron sus ejercicios, Zufa sonrió radiante de orgullo.

—Excelente. Creo que lo habéis entendido. Ahora observadme.

Alzó sus pálidas manos al cielo y cerró los ojos, extendiendo los dedos para que una red plateada de electricidad chisporroteara entre ellos.

—Acceder al poder no es difícil —dijo con voz neutra y labios exangües—. Lo difícil es controlarlo. Debéis convertiros en un arma de precisión, una afilada hoja guiada por una diestra asesina. No solo un accidente destructivo.

Las jóvenes extendieron las manos y empezaron a saltar chispas. Algunas se rieron tontamente, pero enseguida se controlaron y se concentraron en la seriedad de su tarea. Zufa vio que sentían el poder e intuían el peligro.

Por encima de todo, le hubiera gustado que su hija fuera una valiente patriota como aquellas. Pero su única hija, Norma, no tenía ese don. Sus habilidades como hechicera eran completamente nulas. Norma estaba desaprovechando su vida con ecuaciones y diseños, investigando en el campo de las matemáticas en lugar de desarrollar posibles capacidades latentes. Tio Holtzman la había tomado bajo su protección, en Poritrin, y Zufa estaba agradecida por la compasión que el científico había demostrado por ella.

Pero después de todo aquel tiempo, por lo visto incluso Holtzman quería olvidarse de Norma y había dejado que siguiera con sus ideas donde no molestara a nadie.

Zufa no había cortado del todo su relación con Norma, pero le resultaba difícil visitar a aquella hija que tanto la había decepcionado. Había puesto tantas esperanzas en ella…

Quizá algún día Zufa tendría otra hija, si podía encontrar a un hombre con un ADN digno de mezclarse con el suyo. Y entonces todo volvería a ir bien.

Pero, de momento, aquellas jovencitas eran lo más parecido a unas hijas que tenía, y se prometió no fallarles. Al abrir los ojos, se dio cuenta de que sus cabellos volaban a su alrededor, como si los moviera un huracán silencioso.

Las pupilas la observaban con expresión intimidada y asombrada. Zufa les sonrió.

—Eso está bien. Ahora lo repetiremos.

176 a.C.
Año 26 de la Yihad
Un año después de la batalla por Anbus IV
22

Cuanto más estudio el fenómeno de la creatividad humana, más misterioso me parece. En conjunto, se trata de un proceso de innovación escurridizo, pero es imprescindible que lo comprendamos. Si fracasamos en esta empresa, las máquinas pensantes están condenadas.

E
RASMO
, notas de laboratorio

Cuando la entusiasta carta de Norma Cenva llegó finalmente hasta él, Aurelius Venport no perdió el tiempo y desvió enseguida una de sus naves de transporte hacia Poritrin. Aunque su posición como director de VenKee Enterprises le exigía mucho tiempo, no había cosa que deseara más que ver a su querida amiga Norma. Ocupaba un lugar muy especial en su corazón, y habían pasado muchos años… demasiados.

Norma era una persona abierta y sincera, y veía a Venport de una forma muy distinta a los demás, sin implicaciones políticas, sin sus contactos, sin su riqueza. Invariablemente, todo el mundo quería siempre algo de VenKee Enterprises, siempre buscaban algún tipo de provecho personal. En cambio, la hija de Zufa Cenva, con su baja estatura y su aspecto sencillo, siempre le había ofrecido una amistad sincera, y eso era un bien muy escaso en la vida del comerciante.

Además, estaba cansado de las tediosas acciones legales que lord Bludd emprendía continuamente contra VenKee para exigir su parte de los beneficios por la comercialización de los globos de luz y tratar de congelar los activos de la empresa. Era de lo más ridículo, pero aun así, legalmente cabía la posibilidad de que el noble de Poritrin ganara. Si el asunto seguía en manos de los tribunales, los recursos de VenKee podían mermar considerablemente, así que Venport había solicitado una reunión con lord Bludd en Starda con la intención de negociar un acuerdo.

Pero primero quería ver a Norma.

En otro tiempo, cuando era la niña de los ojos de Tio Holtzman, Norma tenía sus propios laboratorios y talleres en la propiedad del savant en los acantilados. El hombre la exprimió y le expolió sus ideas y descubrimientos; y cuando la pobre Norma se dedicó a investigaciones más esotéricas y dejó de hacer avances significativos con la suficiente frecuencia, la relegó a unos alojamientos inferiores, junto a las tierras bajas del río Isana.

Llevaba ya un cuarto de siglo en Poritrin, y sin embargo seguía siendo una
científica invitada
cuyos papeles podían revocarse en cualquier momento. ¿Por qué la mantenía Holtzman en su equipo? Seguramente para poder reclamar sus derechos sobre cualquier cosa que descubriera.

Del otro lado del delta, fábricas y astilleros gigantes estaban produciendo los últimos componentes de la inmensa flota que se estaba ensamblando en la órbita de Poritrin. El aire olía a metal y humo, y se oía permanentemente un estrépito de fondo que debía de hacer muy difícil que se concentrara. ¿Cómo podía trabajar en aquellas condiciones?

Venport se paró ante la entrada del lugar donde Norma vivía y trabajaba y observó la marisma olorosa; supo hasta qué punto había caído en desgracia, aunque seguramente ella ni siquiera se había dado cuenta. Meneó la cabeza, furioso por la forma en que Holtzman estaba tratando a aquella jovencita encantadora. ¿Jovencita? Volvió a menear la cabeza. Bueno, ya tenía más de cuarenta años.

Bajo la húmeda luz del sol, pulsó el timbre. Como era costumbre en Poritrin, esperaba que un esclavo budislámico saliera a abrir, pero entonces recordó que Norma no veía con buenos ojos el esclavismo.

En su última carta se mostraba entusiasmada por un nuevo concepto que había desarrollado después de años de esfuerzos y callejones sin salida. Venport sonrió con afecto al pensar en aquella exuberancia intelectual. Estaba tan absorta en su idea, que la letra de su carta era más ilegible de lo habitual, como si sus pensamientos fueran muy por delante de su mano.

Venport se saltó la parte con las derivaciones matemáticas y los detalles de ingeniería que demostraban cómo modificar el efecto Holtzman para conseguir una distorsión del espacio. No tenía ninguna duda de que los cálculos de Norma eran correctos, pero, como comerciante, a él le interesaban mucho más las aplicaciones comerciales y la forma de quitar de en medio a la competencia, que los detalles técnicos del producto. Norma era brillante en todo lo que hacía, pero muy poco práctica.

Durante un largo momento, nadie acudió a abrir, así que volvió a llamar. Supuso que Norma estaría concentrada en su trabajo, perdida en su mundo de ecuaciones y símbolos. No le gustaba tener que interrumpirla, pero esperaría cuanto hiciera falta.

Norma no le esperaba, aunque se había anunciado la llegada de una nave de VenKee. Sus obligaciones le habían retenido en Salusa un mes más de lo que pensaba, y los viajes espaciales eran tan tediosamente lentos…

Dejándose guiar por el entusiasmo de la carta, Venport también había llamado a su socio en el negocio de la melange, Tuk Keedair, para que se reuniera con ellos en Poritrin. De todos modos, el antiguo esclavista tenía asuntos que resolver en Starda, así que Venport podía solicitar una segunda opinión… si la necesitaba.

Pero primero quería ver los ojos de Norma cuando hablaba del concepto de plegar el espacio. Su instinto le diría todo lo que necesitaba saber. Estaba impaciente por ver la expresión de alegría y sorpresa que pondría.

Y Norma no le decepcionó. Cuando finalmente abrió, entrecerrando los ojos por el sol, y le miró, Venport sintió que su corazón se llenaba de alegría.

—¡Norma! —La abrazó antes de que ella tuviera tiempo de reconocerle, y al poco la joven ya estaba riendo y tratando de echarle los brazos al cuello.

El pelo marrón de Norma estaba desgreñado, pero sus ojos destellaban. Parecía mayor, como él, aunque en su caso el uso frecuente de melange había ralentizado drásticamente el proceso de envejecimiento.

—Aurelius, has recibido mi carta. Has venido.

Aunque había cambiado bastante, Venport se acordaba muy bien de cuando los dos salían a la selva a explorar el follaje púrpura y plateado de Rossak. Ella no dejaba de hablar de sus ideas, las compartía con él, y él movía los hilos necesarios para que sus tratados matemáticos se publicaran y distribuyeran. Cuando Holtzman la invitó a trabajar con él, Venport le pagó el pasaje. Zufa siempre decía que si se llevaban tan bien era porque los
inadaptados se entienden mejor entre ellos
.

Venport sonrió y le revolvió el pelo.

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