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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La cruzada de las máquinas (43 page)

BOOK: La cruzada de las máquinas
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En un rincón, Serena también vio al frenético mercader tlulaxa Rekur Van, que con tanta generosidad había suministrado a la Yihad órganos y tejido humano trasplantado de las misteriosas granjas de órganos. Aquel pueblo enigmático y reservado había respondido a su llamada cuando les pidió ayuda para los veteranos de Anbus IV. Después de todo, los tlulaxa eran humanos. Extraños, pero humanos.

El día anterior, Xavier Harkonnen había regresado con los supervivientes del contingente que había luchado en Ix, algo aturdido por la virulencia del combate, pero victorioso. En el planeta había quedado un contingente de soldados, grupos de rescate, ingenieros de apoyo y personal médico cuya misión sería peinar las ruinas de las ciudades ixianas y establecer una fuerte presencia de la Liga en la zona. Pero aún necesitaban urgentemente tropas defensivas.

Y el caso es que las noticias que Xavier traía eran sorprendentes: la victoria sobre las máquinas demoníacas. Para felicitarlo, Serena le dio un casto beso en la frente, aunque lo único que consiguió fue incomodarle. Ahora, en la mesa de reuniones, el primero estaba rígido, con su rostro delgado muy serio, como si no acabara de creer que estaba vivo.

Ni siquiera Serena recordaba ya al joven y atrevido oficial que tenía grandes planes para su vida; el hombre que había salvado a Zimia del primer ataque de los cimek hacía veintiocho años. En aquel entonces ella era una joven optimista y enamorada, totalmente ajena a los horrores y responsabilidades que el universo podía imponer a una persona…

En la pared de enfrente había un cuadro piadoso del pequeño Manion, con la aureola, un inocente cuya expresión parecía reflejar los ojos de todos los humanos. Como símbolo, desde su muerte el niño había conseguido mucho más que la mayoría de hombres en toda su vida.

Ya era hora de llamar al orden. Apoyando las manos en la madera granulosa, Serena se puso en pie a la cabeza de la mesa larga y pulida.

Sin preguntar, había ocupado el asiento que normalmente se reservaba al Gran Patriarca, así que Iblis se sentó a su izquierda y sonrió con reverencia mientras ella hablaba, aunque se permitía fruncir ligeramente el ceño cuando volvía la cara y miraba hacia otro lado.

Dos tenientes de la Yipol estaban sentados en silencio, apoyados en la pared. Vestían de paisano y había en ellos una dureza que a Serena no le gustaba.

Con los años, Iblis Ginjo había impuesto muchos cambios, con ayuda de su Yipol, cada vez más poderosa. Tiempo atrás, debido al gran número de bajas que hubo en la matanza de Honru por culpa del mal trabajo de la inteligencia, Iblis ordenó una investigación. El joven, inteligente y ambicioso detective Yorek Thurr fue el encargado de llevar el caso, y encontró pruebas contundentes de que algunos humanos desleales habían difundido deliberadamente falsas informaciones.

Tras la formación de la policía de la Yihad, Yorek Thurr ascendió rápidamente en la escala de mando gracias a su intuición para descubrir traidores vinculados insidiosamente a Omnius. Después, las sucesivas purgas de sospechosos hicieron que se impusiera una fuerte vigilancia sobre la población, y provocaron una gran paranoia.

Serena, protegida en la Ciudad de la Introspección, apenas había reparado en los cambios, y ahora se lo reprochaba a sí misma.

Durante años, ajena al mundo exterior, se había dedicado a pronunciar discursos grandilocuentes, a enviar a grupos de combate y a propiciar ofensivas desesperadas contra Omnius… cualquier cosa que Iblis dijera. Había ofrecido su amor y su determinación a la causa, pero ¿había plantado sin querer las semillas para un gobierno en el que la crueldad de las máquinas era sustituida solo por la ambición?

Y había otras cosas que la preocupaban. Sobre todo, la poca importancia que había dado al gran número de vidas humanas que estaba costando aquella guerra, lo que Iblis llamaba
pérdidas comprensibles
o
costes aceptables
, como si las víctimas de carne y hueso no fueran más que estadísticas. Aquello parecía más propio de la mentalidad de una máquina que de un humano, y así lo dijo a Iblis y a los demás.

Serena, alta y fuerte, trató de imponer el orden en la sesión del Consejo.

—Después de meditar y debatir largamente con mis consejeros, debo anunciar un nuevo amanecer para nuestra Yihad, una luz al final de este largo y oscuro túnel que ha tenido sometidos a los humanos.

Iblis se sintió perturbado por sus palabras, pero permaneció sentado con las manos cogidas sobre la mesa, mientras en su cerebro las ruedas giraban y giraban buscando la forma de adelantarse a cualquier sorpresa que Serena pudiera tenerle preparada.

—Es hora de que busquemos un nuevo enfoque para mi Yihad. Nuestro Gran Patriarca ha hecho un trabajo magistral al convertir nuestra lucha en la afilada arma de una guerra santa. Pero desde que huí de Omnius y volví a Salusa, no he sido tan eficiente como debiera.

Se oyeron murmullos de desacuerdo, pero Serena levantó una mano para acallarlos.

—No tendría que haber permitido que unos pocos intentos de asesinato me llevaran a esconderme. Iblis Ginjo solo quería protegerme, pero al aislarme he puesto gran parte de la carga del liderazgo sobre sus hombros. —Le sonrió con expresión bondadosa—. He sido injusta con él, que ha hablado en mi nombre en muchas de estas reuniones. De ahora en adelante, pienso tener un papel más activo en las decisiones cotidianas de la guerra. Desde hoy ocuparé mi lugar como líder legítima del Consejo de la Yihad. Iblis merece un poco de descanso.

El Gran Patriarca se sonrojó por la sorpresa y el disgusto.

—No es necesario, Serena. Estoy orgulloso y deseoso de…

—Oh, sigue habiendo muchísimo trabajo para vos, querido Iblis. Os prometo que no dejaré que os volváis gordo y feo.

Se oyeron algunas risitas, pero los oficiales de la Yipol no sonrieron. Rekur Van parecía desorientado, como si aquella reunión no tuviera nada que ver con lo que esperaba. Su mirada fue de un lado a otro, luego se posó en Iblis. Los dos hombres se miraron con inquietud.

Serena dedicó una mirada significativa al cuadro de su hijo.

—Sin embargo, el tiempo que he permanecido en la Ciudad de la Introspección no lo he dedicado solo a relajarme. Después de años de profundos debates filosóficos con la pensadora Kwyna, he aprendido mucho… y ahora tendré ocasión de poner en práctica esos conocimientos.

Sin querer, cerró los ojos un momento. Todavía estaba impresionada por el suicidio de Kwyna, por su desconexión voluntaria. Tantos conocimientos y tanta experiencia perdidos… pero la antigua filósofa también había aludido a la existencia de otros pensadores aislados que habían elegido vivir en metafóricas torres de marfil sin preocuparse por la lucha que se extendía por toda la galaxia.

—He decidido que desarrollaremos un plan más exhaustivo para seguir con esta gran Yihad. Un plan diseñado para que nos dé la victoria. Debemos hacer uso de cada mente y cada idea que estén al servicio de nuestra guerra santa. —Vio que los ojos de Xavier se iluminaban, decididos a hacer todo lo que ella le pidiera, a él y a sus soldados. Se puso derecho en su asiento, listo para escuchar su nuevo plan.

—Nuestros objetivos siguen siendo los mismos. Destruir todas las encarnaciones de Omnius.

44

Arrakis: Allí los hombres veían grandes peligros, y grandes oportunidades.

P
RINCESA
I
RULAN
, en
Paul de Dune

Ah, los beneficios tienen que seguir fluyendo
, pensó Venport. Aun así, le habría gustado estar en cualquier sitio que no fuera Arrakis.

Iba sentado en la parte de atrás de un ruidoso y primitivo vehículo terrestre que avanzaba por una ruta de caravanas y que había salido del poblado de cuevas donde había dejado al naib Dhartha. Venport miró atrás y vio el perfil aserrado de una formación rocosa recortada contra el intenso color naranja del crepúsculo. Llevaba un cuaderno apoyado en el regazo, y no dejaba de tomar notas, consciente de que tendría que permanecer allí al menos dos meses más, mientras Tuk Keedair se quedaba en Poritrin con Norma. La echaba de menos.

El intenso sol penetraba por las ventanillas de plaz del vehículo y en el compartimiento de pasajeros hacía demasiado calor. Pensando si no se habría averiado el sistema de refrigeración, Venport olfateó el aire agrio y frunció el ceño al ver el polvillo marrón que parecía rezumar por las grietas y las junturas como si fuera un ser vivo.

¿Por qué no podía haber especia en algún otro planeta, en cualquier sitio menos aquí?

En compañía de Dhartha, Venport había visitado campamentos de recolección de especia, incluido uno que recientemente había sido atacado por los bandidos. Le asustó ver los estragos que aquellos ataques causaban en el material, y la gran cantidad de melange que se perdía. Uno de los tenientes del naib les contó que había escapado por muy poco durante un angustioso ataque. La experiencia le había impresionado tanto que no hacía más que contar fantásticas historias acerca de los forajidos, como si fueran sobrehumanos.

Durante años, Dhartha había evitado dar respuestas claras, pero hacía ya tiempo que Venport y Keedair sospechaban algo parecido. Cuando lo enfrentaron a la evidencia de la irregularidad en la entrega de los cargamentos, el naib no pudo seguir negándolo. Ahora que había visto personalmente los resultados de uno de esos ataques, Venport empezó a sospechar hasta qué punto les estaban perjudicando aquellos forajidos. Dos horas antes, cuando estaba en lo que quedaba de uno de los campamentos arrasados, había mirado al líder zensuní con el ceño fruncido.

—Las cosas tienen que cambiar, y rápido. ¿Lo entiende?

El rostro aguileño de aquel hombre del desierto siguió impertérrito.

—Yo lo entiendo, Aurelius Venport. Quien no lo entiende es usted. Este problema incumbe solo a mi pueblo. No puede venir aquí y decirnos cómo llevar nuestros asuntos.

—Puedo pagaros mucho dinero. Se trata de negocios, no de un insignificante problema tribal. —Y se preguntó, aunque no lo dijo, si detrás de aquellos actos de sabotaje no estaría alguno de sus competidores en el negocio. Pero ¿cómo iban a saber que tenían que ir allí?

Tras decir aquello, Venport vio que algunos de aquellos agrestes zensuníes lo miraban con expresión sombría y amenazadora, e intuyó el peligro. Los dos guardas que había contratado se pusieron tensos, porque el naib se arrancó el grueso pañuelo de la cara con gesto furioso y lo arrojó al suelo con desprecio… era un regalo que le había hecho Tuk Keedair. Dhartha solo tenía que dar un grito o hacer una señal, y sus hombres acabarían con Venport y sus guardas sin problemas.

Pero el mercader no dio muestras de tener miedo. Aurelius habló con firmeza, sin intimidar.

—He invertido mucho en esto, naib Dhartha, y me niego a perder beneficios por culpa de unos vándalos. Vuestros gastos han aumentado mucho en estos últimos años, y los cargamentos de melange ya no satisfacen la cantidad que prometéis. Un hombre de honor cumple con su palabra.

Dhartha estaba furioso.

—¡Soy un hombre de honor! ¿Acaso insinúa lo contrario?

Venport calló un momento para causar mayor impresión, y luego dijo:

—Entonces no será necesario que volvamos a hablar de ello.

Aunque habló con valentía, su pulso se aceleró. Aquella era gente dura, y Venport acababa de enfrentarse a su líder respondiendo a la fuerza con más fuerza. Ese era el único lenguaje que entendían, junto con el de los beneficios. Venport ya se había dado cuenta de hasta qué punto el naib Dhartha dependía de los productos extraplanetarios, y aquella gente era ahora bastante más blanda que cuando la conoció hacía años. El cambio era tan drástico que, de hecho, dudaba que pudieran volver a las miserables condiciones de subsistencia en las que vivían antes de comerciar con la especia.

Luego, deseando alejarse de aquella amenazadora aldea de cuevas, hizo una señal a sus guardas y volvió a toda prisa al vehículo terrestre que estaba esperando. Venport volvió a mirar por la ventanilla trasera, preocupado por la posibilidad de que los zensuníes lo siguieran con un escuadrón de asesinos del desierto.

Avanzaban dando tumbos por el terreno irregular al pie de los riscos. El conductor nativo iba sentado en lo alto del vehículo, en un compartimiento polvoriento, junto a los dos guardas. A veces los surcos que señalaban el camino en el suelo endurecido desaparecían, pero el conductor seguía, como si lo guiara su instinto. Rodearon unas grandes dunas y, finalmente, Venport vio una ciudad a lo lejos. Más relajado, miró su cuaderno y se concentró en las estimaciones numéricas. Se rascó la cabeza, mientras estudiaba una columna de números.

Después de confirmar los cálculos de Norma acerca del dinero que necesitaría para desarrollar el prototipo gigante de su nave, Venport hinchó las estimaciones por precaución y ordenó a los contables de VenKee que llevaran detallados libros con el desglose de todos los gastos. Convencido de que Norma ni siquiera se daría cuenta, Venport añadió categorías adicionales de gastos basándose en su experiencia en los negocios. Keedair supervisaría la cuestión económica desde Poritrin.

En el conjunto de VenKee Enterprises, el proyecto de Norma aún no había provocado ningún cambio importante, aunque la concesión a lord Bludd de parte de los beneficios de los globos de luz le estaba saliendo muy cara. Norma solo necesitaba algunos edificios donde investigar, un grupo de esclavos a un precio razonable, algo de dinero para sus pequeños gastos y una vieja nave. Pero, a pesar del coste, Venport se prometió proporcionar a Norma el capital. Su corazón le decía que debía hacerlo.

El vehículo terrestre topó con un profundo surco y dio un bandazo. El cuaderno de Venport cayó de su regazo. Lo recogió con el ceño fruncido y le sacudió el polvo. Detestaba aquel planeta sucio y polvoriento, pero estaba atrapado allí. Sus pensamientos se perdieron…

La noche antes de irse de Poritrin para estar fuera durante casi un año, Venport fue a hablar con Norma Cenva. Quería decirle adiós… y otras cosas. La idea seguía sorprendiéndolo, pero a pesar de ello, sabía que estaba haciendo lo correcto.

Mucho más abajo, el afluente del Isana pasaba borboteando por el cañón en su viaje hacia la corriente más lenta pero poderosa del río principal. El gran almacén estaba bien iluminado, por dentro y por fuera, e intensos globos de luz emitían un resplandor deslumbrante desde las esquinas del edificio. Reptiles voladores revoloteaban velozmente alrededor de las luces capturando insectos.

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