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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La cruzada de las máquinas (40 page)

BOOK: La cruzada de las máquinas
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Se puso en pie gritando insultos a la supermente. Miró con desaliento lo que quedaba de su equipo, que había sido eliminado en pocos segundos. Sujetando aún con mano de hierro a aquel refugiado llorica, Noret vio la ojiva junto a los cuerpos destrozados de los dos ingenieros. Una lanzadera de rescate estaría cruzando en aquellos momentos la atmósfera, sorteando la batalla que el primero Harkonnen dirigía allá arriba. Tendría que haberles dicho que no se molestaran.

Handon había llevado a los bravos soldados a una trampa.

Protegido aún por el escudo, Noret sujetó al hombre por el cuello con el brazo.

—Estamos luchando por la libertad de los humanos. ¿Por qué has tenido que echarlo a perder?

El hombre se debatió, pero la herida de las piernas había mermado su fuerza.

—Conozco tres formas de rebanarte el pescuezo solo con mi uña —le dijo al oído—. Y dos utilizando los dientes. ¿Te mato ahora mismo o me cuentas que puede darte Omnius que valga más que la vida de tus compañeros, de tu mujer, de tus seres queridos?

Handon rió con desprecio.

—El amor es una emoción para los hrethgir débiles. Si ayudo a Omnius a poner fin a esta insurrección me convertirá en neocimek. Y viviré durante siglos.

—No vivirás más que unos minutos. —Noret consultó su cronómetro, consciente de que debía calcular el movimiento con precisión. La lanzadera de rescate llegaría enseguida. Y no sabía durante cuánto tiempo podría mantener encendido su escudo sin que hubiera sobrecalentamiento. Tenía que actuar con rapidez.

La voz de Omnius atronó en la cámara.

—Fracasarás. No tienes ninguna posibilidad.

—Vuelve a calcular las probabilidades. —Noret obligó al traidor a avanzar hacia la ojiva. Antes de aquella misión, él y su equipo habían sido adiestrados en el uso de antiguas armas atómicas tomadas de las reservas de Zanbar. Aquella era una sencilla unidad de campo con un radio de acción de un kilómetro.

Más que suficiente.

Omnius seguía disparando sus mortíferos proyectiles contra el único objetivo que quedaba. Noret notaba el escudo cada vez más caliente y empezó a preocuparse. Handon le estaba haciendo perder mucho tiempo.

Así que se inclinó y arrancó el cable flexor del equipo de emergencia de uno de sus compañeros muertos. Con destreza, le sujetó a Handon los brazos a la espalda, le apretó el cable por los codos y fue bajando hasta las muñecas. Luego sacó lentamente el brazo del campo protector, cogió el generador de escudo de uno de sus compañeros y lo acopló al suyo. Lo activó y vio que aguantaba, reforzando su unidad sobrecalentada.

—Esto me dará el tiempo que necesito, que es más del que te queda a ti. —Y alejó al hombre de su lado—. Si eres tan fiel, a lo mejor Omnius no te destroza. Aunque sospecho que ni siquiera la supermente puede calcular la trayectoria de cada uno de esos proyectiles cuando rebotan contra las paredes irregulares.

El hombre cayó sobre sus piernas rotas y se arrastró.

—¡Deja de disparar, Omnius! Cuidado. —Mientras esperaba una respuesta, no dejó de gimotear de dolor.

La intensidad de los disparos disminuyó, pero una de las balas que rebotó le acertó en el hombro izquierdo, emitiendo un sonido similar al de una piedra que cae en el barro. El hombre aulló y rodó, pero tenía las manos atadas, así que no pudo tocarse la herida.

Noret se inclinó sobre la ojiva y completó la secuencia para iniciar la detonación. Puso el temporizador en ocho minutos y cerró el panel. Ahora ya no podrían pararlo.

Esperaba que la lanzadera de rescate llegara a tiempo, aunque aquello era secundario, siempre y cuando la misión culminara con éxito. Él era prescindible.

En un arrebato de rencor, utilizó otro cable flexor para atraer a Handon junto a la pesada ojiva. Pegó la cara del hombre aterrado al temporizador para que viera cómo corrían los segundos.

—Vigila esto por mí, ¿quieres? —le dijo.

Noret arrojó un explosivo de bolsillo contra una de las pequeñas compuertas de la cúpula protegida de la supermente y huyó por los pasadizos con la esperanza de que los planos que había memorizado fueran correctos. El escudo personal que había cogido parpadeó y se apagó definitivamente. Caliente e inútil.

Omnius estaba enviando robots tras él, pero Noret no tenía tiempo para eso. El reloj corría, segundo a segundo. Podía haber avisado a la lanzadera para que no fueran a buscarle y pasar sus últimos minutos de vida destruyendo a siervos de la supermente informática. Pero había logrado destruir él solo la encarnación de Omnius en Ix; sin duda eso era suficiente para satisfacer la promesa que se había hecho a sí mismo, ¿verdad?

De todos modos era demasiado tarde para pensar en ello. La nave de rescate ya iba hacia allá. Pensar en aquellos valientes yihadíes, que quizá seguían luchando contra Omnius y estaban arriesgando su vida para salvarle a él le hizo poner todo su empeño. Con la cabeza inclinada, Noret se arrojó hacia delante y derribó con los hombros a todos los mek de combate que trataban de cerrarle el paso.

Cada vez más deprisa, saltó en el aire y asestó una patada tan fuerte a un robot que le separó la cabeza de los hombros. Recordaba cada instante de sus entrenamientos con el
sensei
mek Chirox, así que aprovechó para poner en práctica todo lo que había aprendido. El alma del mercenario caído Jav Barri parecía llenarle y convertir su sangre en pura adrenalina.

En el tiempo que le quedaba podría haber destruido a docenas de robots, pero Noret decidió correr, evitar la lucha e ir directamente hacia la abertura que había al final del túnel. Finalmente salió a la superficie, deslumbrado por la luz brumosa. No miró su cronómetro para ver cuántos segundos quedaban. Allá arriba, el cielo estaba lleno de destellos de colores, como en una peculiar tormenta eléctrica, pero no había nubes; lo que estaba viendo era una encarnizada batalla espacial.

Su localizador emitió una señal silenciosa que se transmitió a través de las bandas electromagnéticas. Noret no la oía, pero las máquinas seguramente la detectarían con la misma claridad que si hubiera sido un timbre. Igual que la lanzadera de rescate.

La figura plateada de la nave descendió como un ave rapaz a punto de atacar. Noret corrió hacia una zona descubierta entre almacenes y fábricas humeantes. Aunque se le veía perfectamente, agitó las manos para que el piloto lo viera. De las instalaciones más próximas empezaron a salir robots de combate, refuerzos que salían a montones por las arcadas. Le dispararían o le rodearían y acabarían por vencerle gracias a la superioridad numérica; lo despedazarían con una fuerza inhumana.

La solitaria nave de rescate descendió entre el rugido de los motores. Cuando Noret echó a correr para acercarse, la escotilla ya estaba abierta. Dos yihadíes de uniforme le hicieron señas con la mano para que se diera prisa. La nave ni siquiera tuvo tiempo de tocar el suelo.

—¡Vamos! ¡No queda mucho tiempo! —les gritó para que despegaran enseguida.

—¿Solo estás tú? —dijo uno de los hombres que lo recibió en la rampa—. ¿Y el resto de tu equipo? —El piloto no quería marcharse todavía.

—No hay nadie más. —Noret extendió una mano para que lo subieran—. La ojiva está colocada y preparada. Omnius ya tendrá robots tratando de desactivarla, pero no lo conseguirán… al menos no a tiempo. —Finalmente miró su cronómetro—. Faltan dos minutos para la detonación. ¡Vámonos!

Los yihadíes lo subieron de un tirón, asustados; cerraron la escotilla y gritaron para que el piloto los sacara de allí enseguida. La aceleración los hizo caer a todos de espaldas. La nave se dirigió a toda velocidad hacia el cielo de Ix.

Noret dejó escapar un suspiro de alivio y se apoyó en una mampara. Tuvo que protegerse los ojos y apartar la mirada de las portillas a causa de la deslumbrante nova que se formó con la explosión y que destruyó gran parte de la ciudad. Solo quedaría un cráter radiactivo y un Omnius eliminado.

Aunque les esperaban momentos muy duros y tardarían mucho en recuperarse, el pueblo de Ix se había librado de la supermente informática.

El ejército de la Yihad tendría que hacer un seguimiento y mantener aquel mundo recién conquistado bajo su protección. Pero, mientras tanto, Noret se permitió relajarse, con una sonrisa feroz. Ya había cumplido su parte. Ahora la flota de naves de la Yihad tenía que derrotar a la flota robótica en órbita.

Había dado un importante golpe, aunque no lo suficiente para satisfacer la promesa de luchar por sí mismo y por su padre, y llenar el agujero que había en su corazón.

Jool Noret había sobrevivido para seguir causando estragos.

En su interior se agitaba el espíritu del guerrero Jav Barri. Noret había demostrado que era digno de ser un mercenario de Ginaz. Su padre y su
sensei
mek, Chirox, estarían orgullosos.

Pero aquello solo era el comienzo.

41

La escoria solo engendra escoria.

O
MNIUS
, archivos de datos de la Yihad

Cuando Ix se estremeció bajo la explosión nuclear que acabó con Omnius, el primero Xavier Harkonnen vio la ocasión de huir limpiamente con sus naves. Pero no lo hizo. Si huía, las máquinas pensantes recuperarían su base industrial y toda aquella ofensiva no habría servido de nada.

Sus naves permanecieron en una órbita geoestacionaria mientras el resplandor de la explosión atómica se iba desvaneciendo. Desde las veloces naves de reconocimiento, las kindjal, recibía informes regulares de las divisiones militares robóticas que se estaban concentrando para responder a la ofensiva terrestre, mientras los rebeldes de las catacumbas se reunían.

Xavier tenía la esperanza de que la destrucción de la supermente del planeta desorientaría totalmente a las máquinas pensantes. Por desgracia, los robots de combate eran lo suficientemente autónomos para arrojarse sobre el enemigo sin la supervisión de Omnius. Las naves enemigas dispersas empezaron a reagruparse. Según las transmisiones que habían interceptado, ahora había un cimek al mando. Uno de los titanes originarios.

Malo.

Xavier aún recordaba una de las primeras batallas en Bela Tegeuse, cuando el ejército de la Yihad se replegó, pensando que habían causado los daños suficientes para cantar victoria… Sin embargo, al final vieron que se habían retirado demasiado pronto y habían perdido hasta el último centímetro de terreno conquistado.

Habría sido una pena que la victoria de Ix también acabara en nada. Necesitaban las fábricas y los recursos de aquel planeta.

—Mantened las posiciones —ordenó a sus hombres en el puente de mando, y la misma orden fue transmitida al resto de naves.

Mientras observaba el flujo constante de naves de rescate que iban y venían a toda velocidad desde la superficie del planeta, Xavier era plenamente consciente de que el tiempo se agotaba. O luchaban o huían.

En las pantallas de proyección veía cómo las fuerzas enemigas se dirigían como enjambres de abejas furiosas hacia sus naves, inferiores en número y en armamento. Como militar, le habían enseñado a calcular sus posibilidades y a actuar en consecuencia, y, obviamente, en esta ocasión se imponía reducir las pérdidas al mínimo. No podrían contener una cantidad tan abrumadora de naves enemigas.

Solo tenía unos momentos para decidir. Luchar o huir.

El rostro de Serena apareció en su mente, y el de su hijo asesinado. Con un adversario tan brutal no tenían elección. Posponer las cosas solo llevaría a más muertes. Si no allí, en algún otro lugar. Tenían que detener como fuera a Omnius, estuvieran donde estuviesen.

—O todo o nada —musitó, lo bastante fuerte para que los hombres que había en el puente le oyeran—. No nos marcharemos hasta que Ix esté seguro. Hasta que la gente sea libre.

El acceso a las instalaciones de Ix hacía que el titán Jerjes tuviera más naves de guerra y más potencia de fuego a su disposición que la molesta flota de hrethgir, pero decidió no atacar. Todavía no. El enjambre de naves robóticas redujo velocidad, se desplazó a nuevas posiciones, más cerca del enemigo. Jerjes quería que el número de efectivos siguiera aumentando hasta superarlos de forma abrumadora, y asestar entonces un golpe demoledor. Machacaría a aquel desafiante ejército, igual que hacía a veces cuando aplastaba a algún molesto insecto humano bajo sus pies metálicos.

Le habría gustado que Agamenón pudiera verlo. Jerjes no era particularmente respetado como comandante, ni había dirigido directamente ninguna victoria desde la caída del Imperio Antiguo. Pero era un titán, y ahora que el Omnius-Ix estaba neutralizado, él era el único líder que había allí.

Jerjes se desplazaba por el espacio ataviado con su forma mecánica más imponente, un cuerpo con la forma de una inmensa ave prehistórica con una feroz cabeza acabada en punta, colmillos relucientes y sensores ópticos rojos, fieros como los ojos de un predador. Aquella forma voladora simulaba el movimiento de un cóndor en vuelo, incluso en el vacío, pero era tan inmensa como una nave. Protegido en el interior, estaba el recipiente donde se conservaba el antiguo cerebro del cimek, que no dejaba de pensar en la gloriosa victoria que iba a conseguir contra los fanáticos hrethgir, y en la esperada admiración del general Agamenón. Durante siglos, Jerjes había tratado sin éxito de complacer a su comandante.

Con su cuerpo de rapaz, el titán iba de un lado a otro en el espacio, inspeccionando una tras otra las hileras de naves en formación de ataque. El áspero viento solar golpeaba contra los neocimek y las naves robot. Con tantas naves a su disposición, nada podía salir mal. Aniquilaría a los humanos.

—Las naves enemigas están en posición —informó un oficial neocimek por una de las líneas de comunicación en el lenguaje cifrado de las máquinas.

En ese momento detectó la presencia de una pequeña nave plateada y negra que se aproximaba, una nave de actualización que llegaba con la versión actual de Omnius. Jerjes dio orden de que esperara en los alrededores del sistema planetario, con el retén de naves de guardia. ¡Qué oportuna! En un solo día hasta podía reparar la pérdida de la supermente… ¡Qué gran triunfo!

Mientras el titán y otros neocimek esperaban bajo la protección de la flota robótica, sus naves avanzaron en formación de ataque hacia los humanos. Perfecto. Todo jugaba en su favor, así que Jerjes dio la orden.

—Al ataque. Todas las naves hacia la vanguardia. Después de lo que esos gusanos le han hecho a Omnius, no importan las bajas. Borrad del mapa a los hrethgir.

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