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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La cruzada de las máquinas (36 page)

BOOK: La cruzada de las máquinas
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Los científicos de la Liga no lo habrían entendido, o habrían insistido en realizar interminables pruebas. Y eso era un lujo que no podían permitirse en tiempo de guerra.

Con una profunda sensación de nostalgia y determinación, Vor dejó la Tierra atrás y se dirigió hacia su verdadero destino. Siguiendo la misma trayectoria que había recorrido durante la batalla de la Armada por la Tierra, llegó a los límites del sistema solar. En aquel entonces hacía muy poco que Vor había cambiado de bando, y aún no confiaban plenamente en él. Así que se saltó las normas y salió a perseguir una nave de actualizaciones que trataba de huir. Tras desactivar al capitán robot, dejó la nave a la deriva… durante veinticinco años.

Vor buscaba algún rastro de la nave, escaneaba las regiones donde podría haber ido a parar entre los residuos helados de los cometas, lejos de la luz del sol.

No te escondas de mí, Vieja Mentemetálica
—se dijo a sí mismo—.
Sal y juega.

Vor deseó haber sido más previsor y haber colocado un localizador en la nave de actualizaciones. Pero como no fue así, tuvo que hacer uso de sus conocimientos de cálculo y de los ordenadores para determinar posibles órbitas. Se tomó su tiempo. Finalmente, no muy lejos de una de las órbitas que había calculado, localizó la nave robot.

—Ah, ahí estás.

Sonriendo, Vor situó su nave junto a la otra y maniobró con habilidad para acoplarlas. En el laboratorio aislado de Zimia, había pasado meses trabajando en aquel Omnius, añadiendo bucles, errores sutiles y minas virtuales en el programa. En aquellos momentos la gelesfera plateada estaba a su lado, en la cabina, porque la había robado del laboratorio cibernético. Y pensaba utilizarla para introducir sus corrupciones en los Planetas Sincronizados.

Su viejo camarada Seurat lo haría por él.

Vor se puso una mascarilla de respiración y abrió la escotilla para penetrar en la atmósfera helada de la nave de actualizaciones. El piloto robot de piel cobriza que Vor desactivó mediante un descodificador tenía que seguir a bordo.

En el momento de su traición, Vor se había sentido muy incómodo. Seurat era su fiel compañero de viaje, un amigo peculiar, pero amigo al fin y al cabo. Vor aún lo llevaba en su corazón, pero su compromiso con la Yihad era más fuerte, y lo impulsaba una poderosa determinación y una gran fe en la causa de los humanos. A pesar de sus atributos, Seurat era una máquina pensante, y eso la convertía en enemigo a muerte de los humanos… y de Vorian Atreides.

Vor se sintió como un intruso en la nave. El aire mortalmente frío parecía una forma de resistencia, así que avanzó en silencio procurando no tocar nada. No podía dejar el menor rastro, ni una huella, ni una pisada. En el interior de la nave todas las superficies estaban cubiertas por una capa de humedad cristalizada. Pero Vor no dejó huellas sobre la cubierta de metal corrugado.

En la cabina descubrió la familiar figura humanoide del capitán al que había servido, el piloto que había llevado incontables esferas de actualización de Omnius de un Planeta Sincronizado a otro. Seurat estaba inmóvil, y en su rostro cobrizo reflectante Vor veía una imagen distorsionada de sí mismo, mirándolo a través de la máscara de respiración.

—Así que me ha esperado —dijo Vor, tratando de ahuyentar la nostalgia que aleteaba por los límites de su mente—. Me temo que no te dejé en una posición muy digna. Lo siento, Vieja Mentemetálica.

Abrió el compartimiento secreto de donde había robado la actualización de Omnius hacía un cuarto de siglo. Sacó la gelesfera plateada del paquete que llevaba al lado y la colocó en el mismo lugar donde la había encontrado. Aunque los científicos de la Liga la habían sometido a décadas de interrogatorios y análisis, Vor había borrado meticulosamente esos recuerdos. Ni siquiera la actualización modificada sabría qué había pasado.

Con una sonrisa traviesa, Vor volvió a sellar el compartimiento secreto, procurando no dejar ningún rastro. La información del interior parecería totalmente auténtica, aunque había sido sometida a modificaciones que ninguna máquina pensante podría detectar.

Por un momento, Vor se preocupó por lo que podía pasarle al robot independiente cuando Omnius descubriera los daños que había provocado involuntariamente. Esperaba que no lo destruyeran. Quizá borrarían su memoria. Un triste final para un buen compañero, pero al menos olvidaría todos aquellos chistes malísimos que solía contar.

O quizá Omnius volvería a conectarlo, si conseguía sobrevivir al caos que la Vieja Mentemetálica provocaría. Qué pena que no estuviera allí para verlo…

Finalmente, Vor reinició con gran placer todos los sistemas que había desactivado en el cuerpo de Seurat. Le habría gustado quedarse a charlar con su viejo amigo y enseñarle a jugar a
fleur de lys
, o contarle alguno de los perversos chistes que circulaban entre los soldados sobre Omnius… pero no podía ser. Si sus circuitos gelificados conseguían recuperarse, en pocos días el robot despertaría.

Y para entonces él ya estaría muy lejos.

Una vez cumplida su misión, Vor volvió a su nave. Aún pasaría un tiempo antes de que se vieran los resultados, pero estaba convencido de que acababa de asestar un golpe mortal a los Planetas Sincronizados.

Después de años de luchas encarnizadas, había llegado el momento de dejar que Omnius se derrotara a sí mismo. Vor casi podía saborear aquella ironía…

36

Hay un momento para atacar y un momento para esperar.

De una actualización del Omnius-Corrin

Tras cumplir religiosamente con su aparición pública en Poritrin, a Iblis Ginjo se le pidió que considerara la posibilidad de ir a Ix, donde la batalla sería más dura. Lord Bludd insistió diciendo que su presencia levantaría la moral de los yihadíes, que tanto se estaban sacrificando.

Pero Iblis descartó la idea. Ni siquiera comentó esa posibilidad con Yorek Thurr. La situación allí era demasiado inestable y peligrosa. En aquel Planeta Sincronizado la revolución de los humanos ya llevaba tiempo en marcha, encabezada por los agitadores profesionales de la Yipol. Incluso si las fuerzas aliadas ganaban aquella ofensiva, habría decenas de miles de muertos por las calles. Y si el primero Harkonnen perdía, el coste en vidas humanas sería incluso mayor.

No, no quería estar allí. Habría sido demasiado arriesgado, tanto en el aspecto personal como en el político.

Solo cuando la victoria estuviera asegurada en Ix y los yihadíes hubieran eliminado a las máquinas pensantes, haría su aparición triunfal. El Gran Patriarca se pasearía tranquilamente por el planeta y se atribuiría el mérito por la victoria. Y podría utilizar Ix como ejemplo para convocar otras ofensivas a gran escala, como había hecho con Poritrin.

Si todo iba como estaba previsto, el primero Harkonnen no tardaría en llegar a Ix, aunque no había forma de establecer una conexión directa a una distancia tan grande. La gran batalla empezaría en cuestión de días, pero aún pasaría un tiempo antes de que el Gran Patriarca conociera los resultados.

Iblis se quedó en Poritrin un mes y arregló diversos encuentros privados con otros nobles, algunos de los cuales habían viajado hasta allí desde Ecaz y otros mundos de la Liga para el festival. A pesar de la gravedad de la amenaza de las máquinas, los patricios no estaban de humor para tratar asuntos tan serios. Querían disfrutar de su victoria, aunque solo fuera un pequeño paso hacia su objetivo último. Entre tanto necio, Iblis acabó por sentirse totalmente asqueado y finalmente anunció que debía partir para supervisar importantes asuntos de la Yihad.

Lord Bludd protestó de buen humor por su prematura marcha, aunque Iblis sabía que le importaba muy poco lo que hiciera. Así pues, abandonó Poritrin acompañado por dos oficiales de la Yipol, el sombrío e inmutable York Thurr y una joven sargento recién reclutada por la guardia privada de Iblis. Thurr pilotaba la nave con pericia, y la sargento, Floriscia Xico, hacía las veces de copiloto y ayudante. Iblis se retiró a su cabina para relajarse y hacer sus planes durante el largo trayecto.

En la lujosa cámara, se sentó en un mullido sillón y se sumergió en un bioholograma interactivo ambientado en la antigua Tierra, en teoría para aprender cosas del fundador del islam originario antes del Segundo y Tercer Movimientos en el Imperio Antiguo. El propósito de Iblis era conocer la primera Yihad y comprenderla.

En el bioholograma, Iblis Ginjo se veía como un compañero ficticio que caminaba junto al gran profeta sin llegar a hablar con él. El profeta, con una túnica blanca, estaba en lo alto de una duna, hablando a una multitud de seguidores que le rodeaban.

De pronto, a su alrededor las imágenes empezaron a vacilar y se desenfocaron, hasta que las paredes de su cabina quedaron nuevamente definidas a su alrededor. Las voces de la reproducción se mezclaban con las voces reales que le llegaban por el comunicador. Las alarmas sonaban, Iblis volvió a la realidad.

Alguien le estaba sacudiendo y le gritaba al oído. Miró el rostro sofocado de Floriscia Xico, con sus rizos.

—Gran Patriarca, debéis venir a la cabina del piloto inmediatamente.

Haciendo un gran esfuerzo para situarse, Iblis salió detrás de la joven. A través de la pantalla frontal vio un inmenso asteroide que giraba a toda velocidad y se dirigía hacia ellos.

—No sigue una órbita normal, señor —dijo Thurr, sin apartar los ojos de los controles y del mapa de trayectorias—. Cada vez que trato de hacer una maniobra evasiva, el asteroide ajusta el rumbo; su aceleración es artificial.

Iblis se tranquilizó y se mantuvo firme, como el comandante de su Yipol esperaba. Tanto el atezado y menudo Thurr como la joven y menos curtida Xico parecían inusualmente inquietos.

—Nuestra nave tiene motores muy potentes —dijo—. Podemos superar a cualquier asteroide.

—En teoría sí, señor —dijo Thurr mientras se debatía con los controles—, pero no deja de acelerar. Y viene directo hacia nosotros.

—Cincuenta segundos para la colisión —informó Xico desde el asiento del copiloto.

—Esto es ridículo. No es más que un asteroide…

Uno de los mayores cráteres de la roca se encendió. De pronto la nave salió disparada hacia delante, como si hubiera quedado atrapada en la red de un pescador. Las luces perdieron intensidad y la cabina del piloto empezó a vibrar.

—Hemos quedado atrapados por un rayo tractor —dijo Thurr.

Una lluvia de chispas salió del panel de mandos como en uno de los espectáculos de fuegos artificiales de Poritrin. El panel quedó a oscuras.

El asteroide estaba cada vez más cerca, moviéndose inexorablemente con su propio impulso. Xico se dejó caer en su asiento como si se hubiera dado por vencida. Thurr golpeó los controles desesperadamente.

—¡Nuestros motores están inutilizados! Estamos perdidos. —El sudor brillaba en su calva.

El asteroide seguía acercándose, atrayéndolos hacia el profundo cráter. Evidentemente, aquel cuerpo cósmico era una inmensa nave camuflada. Pero ¿de quién? Iblis tragó con dificultad, furioso y asustado.

De pronto, todos los sistemas se apagaron, incluso los de soporte vital. Un aire helado llegó acompañando la oscuridad que llenó la nave cuando el gigantesco asteroide se los tragó.

37

La existencia biológica es una fuerza insidiosa y potente. Incluso cuando piensas que la has eliminado, encuentra la forma de ocultarse… y regenerarse. Cuando la mente humana se combina con este extremo instinto de supervivencia, tenemos un enemigo formidable.

O
MNIUS
, archivos de datos de la Yihad

Mucho más allá del sistema solar terrestre, la pequeña nave de actualizaciones iba a la deriva, sin motores, y se acercaba al límite de una nube cometaria difusa. Seurat empezaba a recuperar la conciencia, aunque no sabía dónde estaba ni cuánto tiempo había pasado.

Los sistemas normales se reactivaron en la nave helada, y la escarcha de las mamparas se fundió, goteando sobre la figura inmóvil del capitán robot. En su interior, en algún lugar de su conciencia mecánica, Seurat sentía las gotas que caían sobre él, las vaharadas de humedad que se condensaban. Patrones inconexos de pensamiento le hicieron recordar un antiguo sistema de tortura de la Tierra, pero, por el momento, la mayor parte de los circuitos de su memoria seguían siendo inaccesibles.

No era capaz de determinar cuánto tiempo había pasado ni dónde estaba. Cuando sus últimos pensamientos conscientes terminaron bruscamente estaba en su nave de actualización. Un programa de probabilidades le dijo:
Seguramente es ahí donde estoy.
Y el robot recordó su última misión.

Sin moverse, asimiló la poca información que tenía. Otra minúscula gota cayó sobre su cuerpo de metal, como rocío.

La cabina se está deshelando. Por tanto, ha estado helada. Por tanto, tiene que haber pasado el tiempo suficiente para que los sistemas estándar se desactivaran y la temperatura interior descendiera.

Sus circuitos internos aún no funcionaban a pleno rendimiento, y Seurat se preguntó si los circuitos gelificados de su mente habrían resultado dañados. ¿Cuánto tiempo había pasado? Trató de adivinarlo, pero no podía saberlo. Sin embargo, mientras comprobaba sus pistas mentales, se dio cuenta de que cada vez podía acceder a más.

Estaba desactivado.

El proceso de volver a la vida le parecía lento. Conscientemente, activó un programa secundario de evaluación de daños y reparación. Su memoria, dispersa, seguía siendo un caos en su mayor parte inaccesible, pero al menos empezaba a reacoplarse poco a poco.

¿Estoy en un sueño? ¿Es esto el resultado de una disfunción en los circuitos gelificados? ¿Pueden soñar las máquinas?

El programa de probabilidades amplió sus funciones y, como una voz interior, le dijo:

Esto es real.

Seurat oía sonidos, como pequeñas explosiones y chasquidos, y engranajes que giraban muy deprisa. El programa de base quedó activado y empezó a ordenar rápidamente recuerdos inconexos, finalmente consiguió un informe interno de los últimos momentos: Seurat escapando de la Tierra cuando estaba siendo sometida a un ataque atómico por la Armada de la Liga… la persecución… Vorian Atreides. El humano de confianza atacó la nave, la abordó y le desactivó.

Aunque la mayor parte de los sensores externos del robot aún no estaban operativos, no detectaba la presencia de ningún otro ser racional en el interior de la cabina; ni humanos ni máquinas. El agresor humano ya no estaba.

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