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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Casa Corrino (62 page)

BOOK: La Casa Corrino
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—Jessica se portará bien, mi señora. Siempre ha sido mi mejor estudiante. Hoy, será digna de todo el adiestramiento recibido.

Jessica, abrumada por el temor a lo que pudieran hacer aquellas poderosas mujeres, deseó que Leto estuviera a su lado. Jamás permitiría que ella o su hijo sufrieran el menor daño. Habían pasado juntos la noche anterior, y ella se había sentido agradecida tan solo de abrazarle en la cama, piel contra piel. Para Jessica, aquel consuelo significaba más que momentos de pasión desenfrenada.

A la suave luz de los globos, Jessica había notado un cambio en el duque. Volvía a ser el de antes, el duro pero poderoso duque Leto Atreides al que amaba, más vivo que nunca.

Pero hoy debía hablar ante el Landsraad. El duque de una Gran Casa tenía responsabilidades mucho más importantes que estar al lado de su concubina.

En la sala de partos, rendida al proceso natural de su cuerpo, Jessica se tendió y cerró los ojos. No tenía otra alternativa que cooperar con las Bene Gesserit y confiar.
Puedo tener más hijos, una niña la próxima vez. Si me permiten vivir.

Jessica sabía que había frustrado sus planes, al adelantar una generación el nacimiento de un varón, pero la genética era una ciencia incierta.
¿Podría ser mi hijo, pese a todo?
Era una posibilidad aterradora, estimulante.

Abrió los ojos y vio que dos hermanas Galenas se movían como centilenas a cada lado de su cama. Susurraron entre sí en un idioma que Jessica no entendió y examinaron aparatos de diagnóstico, mientras aplicaban sondas y sensores a su piel. Al pie de la cama con Yohsa, lady Anirul lo miraba todo, con los ojos hundidos sobre sus mejillas. Como una persona que se hubiera levantado de su lecho de muerte, la esposa del emperador no paraba de dar instrucciones a las mujeres, lo cual las ponía nerviosas e irritables.

La preocupación de Yohsa estaba dividida entre Jessica y lady Anirul.

—Por favor, mi señora, se trata de un parto sencillo y corriente. No es necesario que os preocupéis. Volved a vuestros aposentos y descansad. Tengo una nueva receta para vos, que silenciará las voces de la Otra Memoria.

Yohsa introdujo la mano en el bolsillo.

Anirul indicó con un gesto a la mujer que se alejara.

—No entiendes nada. Ya me has dado demasiadas drogas. Mi amiga Lobia está intentando advertirme de algo…, desde dentro. He de escuchar, no cerrar mis oídos.

Yohsa habló en tono ofendido.

—No tendríais que haber profundizado tanto sin ayuda de vuestras hermanas.

—¿Olvidas quién soy? Es una cuestión que concierne a mi Rango Oculto. No me desafiarás. —Cogió un escalpelo láser quirúrgico de una bandeja y habló en tono amenazador—. Si te digo que hundas este cuchillo en tu corazón, lo harás.

Las otras hermanas Galenas retrocedieron, sin saber qué pensar.

Anirul fulminó con la mirada a Yohsa.

—Si decido que tu continuada presencia pone en peligro el éxito del proyecto, te mataré con mis propias manos. Ten cuidado, mucho cuidado.

Mohiam se acercó e intervino.

—¿Os han aconsejado las voces, mi señora? ¿Las oíais ahora? —¡Sí!, y más fuertes que nunca.

Con un veloz movimiento, Mohiam empujó a la hermana Galena lejos del alcance de la agitada mujer.

—Lady Anirul, es vuestro deber y derecho dirigir este parto tan especial, pero no debéis molestar a estas mujeres.

Anirul, sin soltar el escalpelo, con el cuerpo agitado como si estuviera luchando con la Otra Memoria por el control de su mente y sus músculos, se sentó en una silla ingrávida al lado de Jessica. Las otras dos hermanas Galenas se mantuvieron alejadas, pero Mohiam les indicó con un ademán que reanudaran su trabajo.

En medio de este caos, Jessica hacía ejercicios respiratorios relajantes, técnicas que Mohiam le había enseñado…

Anirul intentó controlar su creciente angustia, con el fin de que emociones peligrosas no contaminaran la sala de partos. Pensamientos feroces recorrían la mente perturbada de la madre Kwisatz, se esforzaban por hacerse oír sobre el desorden interno y externo. Se mordió los nudillos de una mano. Si algo salía mal durante las horas siguientes, cabía la posibilidad de que el programa del Kwisatz Haderach se retrasara durante siglos, tal vez arruinado para siempre.

No debe suceder.

De repente, Anirul contempló el escalpelo, sorprendida, y después lo dejó sobre una mesa cercana, pero todavía al alcance de su mano.

—Lo siento, hija. No quería preocuparte —murmuró. Siguió hablando como si recitara una oración—. En este momento trascendental, has de utilizar técnicas Prana-Bindu para guiar al feto por el canal del parto. —Miró el escalpelo reluciente—. Yo misma cortaré el cordón umbilical de tu hija.

—Estoy preparada para empezar —anunció Jessica—. Aceleraré los trabajos de parto ahora.

Cómo me odiarán cuando lo vean.

Ejerció un estricto control Bene Gesserit sobre su cuerpo, sobre todos los músculos implicados. ¿Qué haría lady Anirul? Sus ojos eran heraldos de la locura, pero ¿la esposa del emperador era capaz de matar?

Jessica juró que estaría alerta y dispuesta a proteger al hijo de Leto cuanto fuera posible.

98

El emperador todavía habla gracias a la autoridad del pueblo y su Landsraad elegido, pero el gran consejo se está convirtiendo cada vez más en un poder subordinado y el pueblo en un proletariado desarraigado, una turba fácilmente manipulada e incitada por demagogos. Estamos en el proceso de transformarnos en un imperio militar.

Primer ministro E
IN
C
ALIMAR
, de Richese, Discurso ante el Landsraad

Un despliegue de fuerza raudo e impresionante. El efecto satisfizo sobremanera a Shaddam. Arrakis, y el Imperio, nunca volverían a ser el mismo.

Sin previo aviso, de manera inesperada, una armada de naves de la Cofradía apareció en los cielos sobre el planeta desierto. Cinco cruceros, cada uno de los cuales medía más de veinte kilómetros de longitud, tomó posiciones en órbita, a plena vista de la capital Harkonnen, Carthag.

Un estupefacto barón Harkonnen estaba en el balcón de la residencia, con la vista clavada en el cielo nocturno. Un gran despliegue de descargas de ionización formaba configuraciones que le dieron escalofríos.

—¡Maldición! ¿Qué pasa ahí?

El barón se agarró para no derivar, suspendido gracias a su cinturón ingrávido. Lamentó con todas sus fuerzas no haber regresado a Giedi Prime la semana anterior, tal como estaba previsto.

Una brisa tórrida avanzaba como una plaga por las calles oscuras. En el cielo, las formas brillantes de los cruceros se desplegaron a baja altura, como joyas que flotaran sobre un mar negro. Sonaron las alarmas de la guardia de la ciudad. Las tropas salieron de los barracones e impusieron la ley marcial al populacho.

Un ayudante entró corriendo, todavía más asustado del espectáculo que de su amo.

—Mi señor barón, un delegado de la Cofradía ha enviado un mensaje desde los cruceros. Desea hablar con vos.

El obeso hombre, indignado, resopló.

—Siento una gran curiosidad por saber qué demonios creen que están haciendo sobre mi planeta.

La producción de melange había excedido las expectativas del emperador, pese a la cantidad cada vez mayor de especia que apartaba para sí. La Casa Harkonnen no debería temer nada, ni siquiera teniendo en cuenta la reciente petulancia y agresividad de Shaddam, por otra parte incomprensibles.

El ayudante conectó una pantalla de comunicaciones y ajustó los controles. Duras palabras sonaron en el altavoz.

—Barón Vladimir Harkonnen, vuestros delitos han sido descubiertos. La Cofradía y el emperador decidirán vuestro castigo. Seréis sometido a un juicio conjunto.

El barón estaba acostumbrado a negar su culpabilidad en asuntos delictivos, pero en este caso su asombro era tal que ni siquiera pudo imaginar una excusa.

—Pero…, pero…, no sé de qué…

—Esto no es un diálogo —dijo la voz, en tono aún más tajante—. Es un anuncio. Auditores de la CHOAM y representantes de la Cofradía van a descender para examinar todos los aspectos de vuestras operaciones relacionadas con la especia.

El barón apenas podía respirar.

—¿Por qué? ¡Exijo saber de qué se me acusa!

—Vuestros secretos serán aireados y vuestras transgresiones castigadas. Hasta que decretemos lo contrario, la circulación de especia por el Imperio será interrumpida. Vos, barón Harkonnen, debéis proporcionar las respuestas que buscamos.

El barón se sintió presa del pánico. No tenía ni idea de qué había provocado aquella absurda reacción.

—¿Quién me acusa? ¿Cuáles son las pruebas?

—La Cofradía interrumpirá ahora vuestras comunicaciones y clausurará todos los espaciopuertos de Arrakis. Con efecto inmediato, suspenderemos todas las operaciones de recogida de especia. Todos los tópteros permanecerán en el suelo. —El sistema de comunicaciones empezó a echar humo y chispas—. Este mensaje ha concluido.

La armada de naves de la Cofradía retransmitió potentes impulsos que averiaron todos los circuitos y sistemas de navegación de todas las naves que había en el espaciopuerto de Carthag. En la residencia del barón, los globos de luz se apagaron y encendieron cuando resultaron afectados. Algunos estallaron en fragmentos que llovieron sobre la cabeza del barón.

Se cubrió la cara y gritó por el sistema de comunicaciones, pero no hubo respuesta. Hasta las comunicaciones locales se habían cortado. Ciego de rabia, se puso a chillar, pero solo le oyeron las personas presentes (que huyeron al instante).

El barón no pudo exigir más explicaciones, ni pedir ayuda a nadie.

Las panzas de tres cruceros se abrieron, y la flota principal Sardaukar descendió. Cruceros de batalla, corbetas, bombarderos, todas las naves militares que el emperador había podido reunir en tan breve plazo. Al montar esta operación, Shaddam sabía que dejaba vulnerables otras partes del Imperio, pero tenía demasiado que ganar con una sola jugada maestra. Ni siquiera la Cofradía conocía sus verdaderos propósitos.

El emperador, con un uniforme en el que destacaba el distintivo de comandante en jefe, estaba sentado en el puente de su nave insignia. Sería la culminación de años de planificación, un final rápido e inesperado para el Proyecto Amal. Por una vez, guiaría a sus tropas a la victoria en persona, para concluir la Gran Guerra de la Especia. Su Proyecto Amal estaba preparado, y ahora eliminaría a Arrakis de la ecuación.

Los Sardaukar debían obedecer sus órdenes directas, pese a que el Supremo Bashar Zum Garon supervisaría las maniobras. Shaddam necesitaba alguien de confianza que actuara sin hacer preguntas, porque habría muchas preguntas. El veterano Sardaukar desconocía el plan del emperador, así como el resultado deseado de esta operación. Pero obedecería las órdenes de su superior, como siempre.

Con la ayuda de las armas destructivas que habían probado en Zanovar, las naves de guerra Sardaukar se disponían a eliminar toda la especia de Arrakis, un paso necesario en la formación del nuevo Imperio de Shaddam. Después, solo él sabría la única respuesta restante. Amal. Con este ataque, Shaddam IV fortalecería el Trono del León Dorado y aplastaría los monopolios y conglomerados comerciales que habían interferido en su gobierno.

Ay, ojalá Hasimir pudiera ver mi victoria.
El emperador recordó que había demostrado una y otra vez que no necesitaba a ningún asesor que le sermoneara, contradijera sus ideas y le robara los méritos.

Cuando la nave insignia se acercó al borde de la atmósfera, el emperador se inclinó hacia delante en la silla de mando y contempló el planeta.
Feo lugar.
¿Se notaría un poco más de devastación? Vio un anillo incompleto de satélites, observadores meteorológicos ineficaces que la Cofradía había puesto en órbita a regañadientes tras años de insistencia del barón. Vigilaban tan solo las zonas controladas por los Harkonnen, pero no proporcionaban la menor información sobre el desierto y las regiones polares.

—Es hora de practicar el tiro al blanco —anunció—. Envía nuestros cazas a destruir esos satélites. Todos. —Tamborileó con los dedos sobre el brazo acolchado de la silla de mando. Siempre le había gustado jugar a la guerra—. Ceguemos todavía más al barón.

—Sí, Vuestra Majestad Imperial —dijo Zum Garon. Momentos después, naves de ataque pequeñas salieron de los cruceros y se desplegaron como hordas de langostas. Con disparos precisos, desintegraron los satélites uno tras otro. Shaddam saboreó cada diminuta explosión.

Desde el suelo, la flota debía resultar aterradora. La Cofradía suponía que solo deseaba establecer una firme presencia militar en el planeta y maniatar a las defensas Harkonnen, para que los Sardaukar pudieran confiscar las reservas ilegales de melange. Los nobles del Landsraad, los pocos enterados de la operación, ya estaban pidiendo favores y cambiando de bando, con la esperanza de convertirse en los futuros detentadores del feudo de Arrakis y su industria de especia.

Una industria que pronto no valdría nada.

Oh, con qué impaciencia aguardaba Shaddam el siguiente acto de su excelsa obra. Pensó en aquel aburrido y anticuado drama,
La sombra de mi padre
, que exaltaba las virtudes del príncipe heredero Raphael Corrino, un idiota que nunca había aceptado el trono imperial.

Shaddam había considerado la idea de convertirse en un mecenas de las artes, aunque sus logros no se limitarían a los culturales. Un biógrafo imperial documentaría sus victorias militares y económicas, y un equipo de escritores crearían obras literarias imperecederas que asombrarían a posteriores generaciones con la grandeza de Shaddam. Todo sería muy sencillo, en cuanto el emperador recibiera el poder absoluto que merecía.

Después de que el planeta desierto no fuera más que una bola carbonizada, tendría en su poder a la Cofradía Espacial y a todos los que habían dependido de la melange. Decidió llamar a esta campaña el Gambito de Arrakis.

Por un triunfo tan fabuloso, valía la pena correr riesgos extravagantes.

99

La grandeza siempre ha de ir combinada con la vulnerabilidad.

Príncipe heredero R
APHAEL
C
ORRINO

Dispuesto a afrontar otro momento crucial de su vida, el duque Leto entró en la Sala de la Oratoria del Landsraad. Pese a que el emperador se hallaba ocupado en algún juego de guerra, Leto estaba preparado para pronunciar el que tal vez sería el discurso más importante de su carrera.

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