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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Casa Corrino (71 page)

BOOK: La Casa Corrino
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El incendio del laboratorio continuaba quemando. El aire caliente olía a productos químicos. Los ojos de Duncan estaban irritados y llorosos. Soldados Atreides se acercaron para proteger a su maestro espadachín, pero este les alejó con un ademán, pues el honor exigía que luchara sin ayuda.

El conde atacó. Solía matar con métodos tortuosos, pocas veces en combate singular. Aun así, poseía muchas habilidades guerreras que Duncan no había experimentado antes.

El maestro espadachín gruñó con los dientes apretados.

—He visto demasiadas bajas hoy, pero no me disgustaría añadiros a ese número, conde Fenring.

Las espadas entrechocaron de nuevo.

Duncan luchaba con la elegancia de un maestro espadachín consumado, pero también con cierta brutalidad. No se guiaba por principios caballerescos ni ceremoniales, al contrario que otros muchos camaradas.

El conde alzó la espada para defenderse, pero Duncan concentró una gran fuerza en un solo golpe. La espada del viejo duque vibró, y apareció una muesca en la hoja. La espada de Fenring tembló en su mano, y se rompió como consecuencia del golpe. El impacto le arrojó contra una pared.

Fenring logró recobrar el equilibrio, y Duncan se lanzó hacia delante, preparado para asestar el golpe de gracia, pero alerta a todo. Este zorro tenía muchos trucos.

Las opciones desfilaron a toda prisa por la mente del conde Fenring. Si quería esquivar la afilada punta de la espada de su adversario, podía dar media vuelta y correr hacia las llamas. O rendirse. Sus alternativas eran muy limitadas.

—El emperador pagará rescate por mi vida. —Tiró el pomo inservible de su espada—. No os atreveréis a matarme a sangre fría delante de tantos testigos, ¿ummm? —Duncan avanzó con aire amenazador—. ¿Qué hay del famoso código de honor Atreides? ¿Qué defiende el duque Leto, si sus hombres gozan de libertad para matar a una persona que ya se ha rendido, ummm? —Fenring alzó sus manos vacías—. ¿Deseáis matarme ahora?

Duncan sabía que el duque nunca aprobaría un acto tan deshonroso. Vio quemar el laboratorio y oyó los gritos del violento combate que tenía lugar en la gruta. No cabía duda de que el duque encontraría maneras de utilizar a este prisionero político para estabilizar el zafarrancho imperial después de la batalla de Ix.

—Sirvo a mi duque antes que a mi propio corazón.

A una señal del maestro espadachín, hombres Atreides avanzaron y esposaron las muñecas del prisionero.

Duncan se acercó a él.

—Cuando acabe esta guerra, conde Fenring, tal vez desearéis haber muerto aquí.

El ministro de la Especia le miró como si conociera un oscuro secreto.

—Aún no habéis ganado, Atreides.

111

No es ningún secreto que todos tenemos secretos. Sin embargo, pocos están tan ocultos como nosotros pretendemos.

P
ITER
DE
V
RIES
, análisis mentat de los puntos vulnerables del Landsraad, documento privado Harkonnen

Bajo el mando del duque Leto, los guardias imperiales se desplegaron por los terrenos del palacio. A Leto le angustiaba dejar sola a una débil y agotada Jessica, pero no podía esperar a su lado mientras su hijo recién nacido estaba en peligro.

Gritó órdenes, sin tolerar la menor vacilación. Mientras corría a través de lujosos pasillos y confusos laberintos de espejos prismáticos, pensó en la ferocidad de los sabuesos que luchaban por proteger a su carnada. El duque Leto iba a demostrar que un padre ofendido podía ser un enemigo igual de formidable.

¡Han raptado a mi hijo!

Obsesionado por el recuerdo de Victor, juró por la Casa Atreides que nada malo le ocurriría a este niño.

Pero el palacio imperial tenía el tamaño de una ciudad pequeña, y albergaba incontables escondites. Mientras la búsqueda infructuosa continuaba, Leto procuró no desesperarse.

Piter de Vries estaba acostumbrado a mancharse las manos de sangre, pero ahora temía por su vida. No solo había secuestrado al hijo de un noble, sino que había asesinado a la esposa del emperador.

Después de abandonar el cadáver de Anirul, corrió por los pasillos, con el uniforme Sardaukar robado cubierto de sangre. Su corazón latía aceleradamente y le dolía la cabeza, pero a pesar de su adiestramiento, el mentat era incapaz de concentrarse e imaginar un nuevo plan de huida. Se le estaba corriendo el maquillaje, y dejaba al descubierto sus labios manchados de safo.

El bebé se revolvía en sus brazos, lloraba de vez en cuando, pero casi todo el tiempo guardaba un sorprendente silencio. Sus ojos brillaban con una extraña intensidad, como provisto de una comprensión superior a la de un niño normal. Era muy diferente del travieso Feyd-Rautha.

De Vries ciñó con más fuerza la manta alrededor del diminuto cuerpo, y por un momento sintió la tentación de estrangular al niño. Se contuvo, para luego internarse en una estancia apenas iluminada, llena de nichos que albergaban estatuas y trofeos, dedicada a exhibir los trofeos de algún olvidado miembro de la Casa Corrino, que por lo visto había sido un arquero consumado.

De pronto, vio la silueta de una mujer vestida de negro que se erguía como un espectro en la puerta y le impedía escapar.

—¡Alto! —ladró la reverenda madre Gaius Helen Mohiam, con todo el poder de la Voz.

La orden paralizó sus músculos. Mohiam se adentró en la sala de trofeos.

—Piter de Vries —dijo, pues le había reconocido pese al maquillaje—. Sospechaba que los Harkonnen estaban detrás de esto.

La cabeza del mentat dio vueltas, mientras intentaba liberarse del estupor.

—No te acerques más, bruja —advirtió con los dientes apretados—, o mataré al niño.

Consiguió flexionar su brazo y alcanzar un mínimo control corporal, pero ella podía paralizarle de nuevo con la Voz.

De Vries conocía las habilidades guerreras de las Bene Gesserit. Acababa de enfrentarse con la esposa del emperador, y derrotarla le había sorprendido. Sin embargo, Anirul estaba enferma. Su debilidad mental le había dado ventaja. Mohiam sería una contrincante mucho más formidable.

—Si asesinas al bebé, morirás con él —dijo la mujer.

—De todas formas, tu intención es matarme. Lo veo en tus ojos. —De Vries avanzó un paso más, audaz y desafiante, para demostrar que había roto el hechizo de la Voz—. ¿Por qué no debería asesinar al heredero del duque y arrojar más desdicha sobre su Casa?

Dio un segundo paso, y apretó al bebé contra su pecho como si fuera un escudo. Un veloz movimiento de sus músculos partiría el pequeño cuello. Pese a sus reflejos Bene Gesserit, Mohiam no podría detenerle.

Si la engañaba y escapaba por la puerta de aquella habitación olvidada, conseguiría huir. Sus músculos le ayudarían a dejar atrás a la anciana. A menos que llevara un arma arrojadiza bajo el hábito. De todos modos, tenía que probar algo…

—Este niño es vital para la Bene Gesserit, ¿verdad? —dijo De Vries, al tiempo que avanzaba un tercer paso—. Parte del programa de reproducción, sin duda.

El mentat vigilaba cualquier espasmo de sus músculos faciales, pero en cambio vio que los largos dedos se flexionaban. Aquellas uñas podían transformarse en garras afiladas que le arrancarían los ojos o desgarrarían su garganta. Su corazón se aceleró.

Alzó al niño un poco más para proteger su cara.

—Tal vez si me entregas el bebé, te dejaré pasar —dijo Mohiam—. Permitiré que los cazadores Sardaukar se ocupen de ti a su manera.

Recorrió la distancia que les separaba, y De Vries se puso en tensión, con todos los reflejos preparados y los ojos vigilantes.
¿Debería creerla?

La mujer tocó la manta con sus fuertes dedos, con la vista clavada en el mentat, pero antes de que pudiera apoderarse del niño, De Vries susurró:

—Conozco vuestro secreto, bruja. Sé la identidad de este niño. Y sé quién es Jessica en realidad.

Mohiam se quedó petrificada, como si hubieran utilizado la Voz contra ella.

—¿Sabe esa puta que es la hija del barón Vladimir Harkonnen? —Cuando observó su reacción sobresaltada, habló con más rapidez, convencido de que su deducción era correcta—. ¿Sabe Jessica que es tu hija, o las brujas ocultáis esos detalles sin importancia a vuestros hijos, y les tratáis como marionetas al servicio de un plan genético?

Mohiam, sin contestar, le arrebató el bebé. El mentat pervertido retrocedió, con la cabeza bien alta.

—Antes de atacarme, piénsatelo bien. Cuando averigüé todas estas cosas, las recopilé en un informe que será entregado al barón Harkonnen y al Landsraad en caso de que yo muera. Seguro que al duque Atreides le divertirá saber que su hermosa amante es la hija de su mortal enemigo, el barón, ¿verdad?

Mohiam depositó al niño junto a uno de los trofeos.

De Vries continuó a toda prisa, con la intención de convencerla.

—He hecho copias de estos documentos, y los he ocultado en varios lugares. No podrás impedir que salgan a la luz si yo muero. —De Vries avanzó un paso hacia la puerta, su única vía de escape—. No te atreverás a hacerme daño, bruja.

Una vez el bebé a salvo, Mohiam se volvió hacia él.

—Si lo que dices es cierto, mentat…, tendré que perdonarte la vida.

De Vries exhaló un suspiro de alivio. Sabía que la reverenda madre no podía correr el riesgo de que sus revelaciones salieran a la luz.

De repente, Mohiam se lanzó hacia él como una pantera herida. Descargó sobre el mentat un torbellino de patadas y puñetazos. De Vries cayó hacia atrás, mientras intentaba defenderse, y levantó un brazo para protegerse de una certera patada.

El impacto partió su muñeca, pero después de una exclamación ahogada, bloqueó mentalmente el dolor y respondió con el otro brazo. Mohiam se precipitó sobre él de nuevo, y De Vries no pudo contrarrestar, ni ver, cada fase de su ataque.

Un talón aterrizó en el centro de su estómago. Un puño se hundió en su esternón. Notó que sus costillas se rompían, y que órganos internos se desgarraban. Intentó chillar, pero solo brotó sangre de su boca, de un color más intenso que sus labios manchados de safo.

Lanzó una patada, con la intención de partir la rótula de su enemiga, pero Mohiam le esquivó. De Vries levantó el brazo incólume para detener una patada, pero solo consiguió otra muñeca rota.

Dio media vuelta para escapar, en dirección a la puerta. Mohiam llegó primero. De una patada le rompió el cuello, como si fuera leña seca. Piter de Vries cayó muerto al suelo, con expresión de asombro.

Mohiam se quedó inmóvil para recuperar el aliento. Se recobró al cabo de un momento. Después, fue en busca del bebé Atreides.

Antes de salir de la sala de trofeos, se detuvo ante el cadáver, y una sonrisa despectiva se dibujó en su cara durante un segundo. Escupió en la cara del muerto, y recordó que se había burlado de ella mientras el barón la violaba.

Mohiam sabía que no existía documentación alguna de los secretos que De Vries había descubierto. Todas sus terribles revelaciones habían muerto con él.

—Nunca mientas a una Decidora de Verdad —dijo.

112

La menor aversión de un emperador se transmite a aquellos que le sirven, y se traduce en rabia.

Supremo Bashar Z
UM
G
ARON
, comandante de las tropas imperiales Sardaukar

Antes de que Shaddam pudiera ordenar a su flota que destruyera el planeta, la Cofradía violó sus canales de comunicación privados y le exigió aclaraciones y explicaciones.

De pie en el puente de mando de su nave insignia, el emperador no les concedió la satisfacción de una respuesta, ni siquiera una justificación de sus actos. La Cofradía, y todo el Imperio, sabría pronto la respuesta.

A su lado, el Supremo Bashar Zum Garon se erguía ante la estación de control.

—Todas las armas preparadas, señor. —Contempló la pantalla, y después miró a su emperador, que le estaba observando. El rostro del veterano era implacable—. A la espera de vuestra orden de disparar.

¿Por qué todos mis súbditos no pueden ser como él?

El delegado de la Cofradía transmitió un holograma sólido al puente de la nave insignia.

—Emperador Shaddam —dijo su imagen, alta e impresionante—, insistimos en que desistáis de esta postura. No sirve de nada.

Irritado por el hecho de que la Cofradía hubiera logrado burlar su seguridad, Shaddam miró a la imagen con el ceño fruncido.

—¿Quiénes sois para decidir mi postura? Yo soy el emperador.

—Y yo represento a la Cofradía Espacial —replicó el delegado, como si ambas cosas fueran de importancia equiparable.

—La Cofradía no determina la ley y la justicia. Hemos dictado sentencia. El barón es culpable, e impondremos el castigo. —Shaddam se volvió hacia Zum Garon—. Dad la orden, Supremo Bashar. Bombardead Arrakis, hasta que no quede piedra sobre piedra.

Liet-chih despertó inquieto sobre un saliente situado en el exterior de los túneles fríos y resecos del sietch de la Muralla Roja. Aunque solo contaba cuatro años, se levantó de la esterilla donde estaba tumbado y miró a su alrededor. La noche era calurosa, y apenas soplaba una brisa. Su madre, Faroula, permitía pocas veces que su hijo durmiera fuera, pero ella y otros fremen tenían cosas que hacer en la oscuridad, al aire libre.

Vio formas que se movían en silencio, gente del desierto que actuaba con movimientos eficaces, sin hacer ruidos innecesarios. Apenas visibles a la luz de la luna, su madre y sus compañeros abrían pequeñas jaulas de murciélagos distrans, para que los animales portaran mensajes a otros sietches.

Detrás de los trabajadores fremen, los sellos de puerta retenían la humedad en las madrigueras ocultas del sietch, donde algunas cámaras comunales albergaban las zonas de producción: telares de fibra de especia, mesas de montaje de destiltrajes, prensas de moldear plástico. Esas máquinas estaban silenciosas ahora.

Faroula miró a Liet-chih, y con los ojos acostumbrados a la oscuridad, vio que su hijo estaba bien. Sacó otro murciélago negro de su jaula. Oyó que aleteaba contra los barrotes. Sostuvo al animal en sus manos y acarició su cuerpo peludo.

De repente, con un murmullo de alarma, dos mujeres fremen hicieron señales en dirección al cielo. Faroula ladeó la cabeza para mirar a lo alto, y debido a la sorpresa soltó al murciélago antes de que estuviera preparada. Desapareció en la penumbra, a la caza de insectos.

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