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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Casa Corrino (24 page)

BOOK: La Casa Corrino
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—¡Mira, pequeño! —exclamó con voz infantil—. Ya traen el postre. Te gusta, ¿verdad?

El barón se inclinó hacia delante, contento de que la comida estuviera a punto de terminar, y porque había planeado en persona esta parte del banquete. Había tomado sus decisiones sin escuchar los consejos del asesor de etiqueta. Era una idea muy inteligente que tal vez los invitados considerarían divertida.

Seis criados entraron con un pastel de dos metros de largo, sobre una plataforma capaz de albergar un cuerpo humano, y lo dejaron en mitad de la mesa. El pastel era curvo y estrecho, en forma de gusano de arena y adornado con remolinos de potente melange.

—Este elemento simboliza las propiedades Harkonnen en Arrakis. Celebrad conmigo nuestros años de provechoso trabajo en el desierto.

El barón sonrió, y el conde Richese aplaudió con los demás, aunque ni siquiera él tenía que haber pasado por alto el insulto dirigido a los fracasos anteriores de su familia.

La capa de clara de huevo y azúcar parecía brillar, y el barón aguardó con ansia el momento de revelar la sorpresa que se ocultaba en el interior del pastel.

—¡Mira el pastel, pequeño!

Ilban dejó a Feyd sobre la mesa delante de él, una acción que hubiera horrorizado a Mephistis Cru.

Uno de los ayudantes del chef utilizó un cuchillo para abrir en canal el gusano de arena, como si estuviera practicando una autopsia. Los invitados se arremolinaron alrededor para ver mejor, y el conde Richese inclinó a Feyd hacia delante.

Cuando se abrió el pastel, unas formas se retorcieron en el interior, seres parecidos a serpientes que representaban los gusanos de arena de Arrakis. Las inofensivas serpientes habían sido drogadas y embutidas dentro del pastel, para que parecieran un nido de tentáculos. Una broma maravillosa.

Feyd parecía fascinado, pero el conde Richese ahogó un chillido. La tensión de la noche y las suspicacias de los invitados con respecto al barón habían puesto nervioso a todo el mundo. El conde, con la intención de comportarse como un héroe, se apoderó de Feyd-Rautha, pero volcó su silla.

Feyd, a quien las serpientes no habían asustado, cogió una rabieta. Cuando lloró, los guardaespaldas agarraron a sus señores y se prepararon para defenderles.

Al otro lado de la mesa, el vizconde Moritani se levantó. En sus ojos negros brillaba una extraña mezcla de alegría y furia. El maestro espadachín Hiih Resser se había preparado para proteger a su señor, lo cual no parecía impresionar a Moritani. El vizconde ajustó con frialdad un brazalete de su muñeca, y un rayo calórico disparado por una pistola oculta vaporizó a las serpientes, hasta convertirlas en briznas de carne escamosa y pedazos de carne chamuscada.

Los invitados gritaron. La mayoría corrió hacia las puertas de la sala de banquetes. Mephistis Cru entró y agitó los brazos para pedir calma.

A partir de aquel momento, el griterío no hizo más que aumentar.

33

Cuanto más compacto es el grupo, más necesidad tiene de rangos y normas sociales estrictos.

Doctrina Bene Gesserit

Liet-Kynes, vestido con la capa jubba tradicional, la capucha echada hacia atrás, se irguió una vez más en el alto balcón que dominaba la cámara del sietch. Se sentía más en casa aquí que en los pasillos de Kaitain, y mucho más intimidado. Hablaría de asuntos que afectarían al futuro de todos los hombres libres del planeta Dune.

Las sesiones habían transcurrido sin problemas, con la excepción de la oposición manifestada por Pemaq, el anciano naib del sietch del Agujero-en-la-Roca. El líder conservador rechazaba todo lo que Leto propugnaba, se resistía a toda forma de cambio, pero sin aportar alternativas racionales. Otros fremen le gritaban repetidamente que callara, hasta que al final el obstinado hombre desapareció en las sombras, gruñendo.

Durante días, el número de visitantes había fluctuado, pues algunos miembros habían abandonado la asamblea indignados, aunque más tarde habían regresado. Cada noche, después de la asamblea, Faroula abrazaba a Liet, le susurraba consejos, ayudaba en lo que podía, le amaba. Pese a la creciente desazón de Liet, ella conseguía que se mantuviera fuerte y equilibrado.

Los observadores fremen informaban de los sutiles progresos de su batalla por domar el desierto. En tan solo una generación, el desierto estaba dando muestras tenues, pero definitivas, de ir mejorando. Veinte años antes, Umma Kynes les había aconsejado paciencia, había dicho que el esfuerzo se prolongaría durante siglos. Pero sus sueños ya estaban empezando a convertirse en realidad.

En los profundos arroyos de las regiones del sur florecían plantaciones disimuladas con inteligencia, alimentadas por espejos solares y lentes de aumento que calentaban el aire y fundían la escarcha del suelo. Palmeras achaparradas crecían en pequeño número, junto con girasoles del desierto, calabazas y tubérculos. Algunos días, hilillos de agua corrían en libertad. ¡Agua en la superficie de Dune! Era algo asombroso.

Hasta el momento, los Harkonnen no habían advertido los cambios, pues su atención estaba concentrada en la recolección de la especia. El planeta se iba recuperando, de hectárea en hectárea. Una buena noticia, en conjunto.

Liet exhaló un suspiro de impaciencia. Pese al amplio apoyo que había recibido en la convocatoria (mucho más del que esperaba), esta tarde podía aparecer alguna disidencia significativa…, una vez escucharan su propuesta.

En los balcones y plataformas que zigzagueaban sobre las paredes, más de un millar de fremen regresaron del descanso de mediodía y ocuparon sus puestos. Llevaban ropajes manchados por el desierto y botas
temag
. Algunos fumaban fibras mezcladas con melange en pipas de arcilla, tal como era la costumbre a primera hora de la tarde. Liet Kynes empezó a hablar, perfumado por el agradable aroma de la especia quemada.

—Umma Kynes, mi padre, fue un gran visionario. Lanzó a nuestro pueblo hacia la ambiciosa y ardua tarea de despertar Dune. Nos enseñó que el ecosistema es complejo, que cada forma de vida necesita relacionarse con su medio ambiente. En muchas ocasiones habló de las consecuencias ecológicas de nuestros actos. Umma Kynes consideraba el entorno un sistema interactivo, con estabilidad y orden.

Liet carraspeó.

—Hemos traído de otros planetas insectos que oxigenan el suelo, lo cual permite que las plantas crezcan con más facilidad. Tenemos ciempiés, escorpiones y abejas. Animales grandes y pequeños se están diseminando por la arena y las rocas, zorros, liebres, halcones del desierto, búhos enanos.

»Dune es como un gran motor que estamos lubricando y reparando. Un día, este planeta nos servirá de nuevas y prodigiosas maneras, del mismo modo que nosotros continuaremos honrándolo y sirviéndole. Hermanos fremen, nosotros somos parte del ecosistema, una parte integral. Ocupamos un lugar esencial.

El público escuchaba con atención, con una reverencia especial siempre que Liet mencionaba el nombre y la obra de su legendario padre.

—Pero ¿cuál es nuestro papel? ¿Somos simples planetólogos, que recuperamos la flora y la fauna? Yo digo que hemos de hacer mucho más que eso. Hemos de luchar contra los agresores Harkonnen a una escala jamás imaginada hasta ahora. Durante años, nuestros comandos les han acosado, pero no lo suficiente para afectar a sus rapaces operaciones. Hoy, el barón roba más especia que nunca.

Gritos de descontento resonaron en la cámara, acompañados por nerviosos susurros que criticaban el sacrilegio. Liet alzó la voz.

—Mi padre no intuyó que fuerzas poderosas del Imperio, el emperador, la Casa Harkonnen, el Landsraad, no compartirían su visión. Estamos solos en esto, y hemos de impedir que la situación continúe así.

Los murmullos aumentaron de intensidad. Liet confiaba en despertar a su pueblo, en convencerles de que dejaran a un lado sus diferencias y trabajaran unidos por un objetivo común.

—¿De qué sirve construir un hogar si no lo defiendes? Somos millones. ¡Luchemos por el nuevo mundo que mi padre soñó, el mundo que nuestros nietos deberían heredar!

Los aplausos resonaron en la enorme caverna, así como los pateos que indicaban aprobación, procedentes en especial de los jóvenes, siempre dispuestos a guerrear contra los opresores.

Entonces, Kynes detectó un cambio en el ruido. La gente señalaba hacia un balcón opuesto, donde un anciano nervudo blandía su cuchillo en el aire. Pelo correoso se agitaba a su alrededor, lo cual le daba el aspecto de un loco de las profundidades del desierto. Pemaq otra vez.

—¡Taqwa! —gritó desde su balcón, un antiguo grito de batalla fremen que significaba «El precio de la libertad».

La multitud guardó silencio. Todos los ojos se clavaron en el naib del sietch del Agujero-en-la-Roca y en la hoja de un blanco lechoso. La tradición fremen sostenía que un criscuchillo desenvainado no podía enfundarse hasta que probara la sangre. Pemaq había elegido un rumbo peligroso.

Liet tocó el mango del cuchillo ceñido a su cinturón. Vio que Stilgar y Turok empezaban a subir una escalera de piedra, en dirección al último nivel.

—¡Liet-Kynes, te desafío a responderme! —Aulló Pemaq—. ¡Si no considero satisfactoria tu respuesta, el tiempo de las palabras habrá terminado y la sangre decidirá! ¿Aceptas mi reto?

Aquel loco podía destruir todos los progresos políticos realizados por Liet.

—Si eso va a hacer que te calles, Pemaq —contestó Liet, pues no tenía otra elección, ya que su honor y capacidad estaban en juego—, acepto. «No hay hombre más ciego que el que ha tomado una decisión».

Carcajadas ahogadas recorrieron a los reunidos, al escuchar el hábil empleo de un viejo adagio fremen.

Pemaq, airado por la réplica, señaló con la punta del cuchillo.

—Tú solo eres medio fremen, Liet-Kynes, y tu sangre extraplanetaria te ha infundido ideas diabólicas. Has pasado demasiado tiempo en Salusa Secundus y en Kaitain. Te has corrompido, y ahora intentas contaminar a los demás con ilusiones dañinas.

El corazón de Liet martilleaba en su pecho. Una justa ira le invadía, y tenía ganas de silenciar al hombre. Vio que Stilgar tomaba posiciones a la entrada del balcón de Liet.

El disidente continuó.

—Durante años, Heinar, el naib del sietch de la Muralla Roja, ha sido mi amigo. Luché a su lado contra los Harkonnen cuando llegaron a Dune, después de la partida de la Casa Richese. Le cargué a mis espaldas después del ataque en que perdió el ojo. Heinar aumentó la prosperidad del pueblo bajo su gobierno, pero es viejo, como yo.

»Ahora, consigues el apoyo de otros líderes fremen, y los traes aquí para cimentar tu posición. Hablas de los logros de tu padre, Liet-Kynes, pero no citas ninguno que te pertenezca. —El hombre temblaba de furia—. Tus motivos son transparentes: deseas ser el naib.

Liet parpadeó sorprendido al escuchar la ridícula afirmación.

—Se dice que, si mil hombres se reúnen en una sala, uno de ellos será un loco. Creo que aquí hay mil hombres, Pemaq… Ya hemos encontrado a nuestro loco.

Algunas risitas disminuyeron la tensión, pero Pemaq no se arredró.

—Tú no eres un fremen, Liet-Kynes. No eres uno de los nuestros. Primero te casaste con la hija de Heinar, y ahora intentas sustituirle.

—Te arrojaré la verdad a la cara, Pemaq, y ojalá atraviese tu corazón mentiroso. Mi sangre extraplanetaria procede del mismísimo Umma Kynes, ¿y llamas a eso una debilidad? Más aún, la historia de mi hermano de sangre Warrick y de su muerte es conocida en todos los sietches. Le juré que me casaría con Faroula y adoptaría a su hijo.

Pemaq replicó en tono sombrío.

—Tal vez invocaste al viento del demonio en el desierto para asesinar a tu rival. No pretendo conocer los poderes de los demonios extraplanetarios.

Cansado de tantas tonterías, Liet volvió la vista hacia los delegados reunidos en la cámara.

—He aceptado este desafío, pero él solo hace juegos de palabras. Si nos enzarzamos en un duelo, ¿seré yo el primero en derramar sangre, o será él? Pemaq es un viejo, y si le mato me deshonraré. Aun en el caso de que muera, consigue su propósito. ¿Es esta tu intención, viejo loco?

En aquel momento, el naib Heinar entró en el balcón y se quedó al lado de Pemaq. El disidente reaccionó con sorpresa, y luego con incredulidad cuando el naib tuerto habló.

—Conozco a Liet desde que nació, y no ha conspirado a mis espaldas. Ha heredado la verdadera visión de su padre, y es tan fremen como cualquiera de nosotros.

Se volvió hacia el hombre de cabello alborotado, que aún blandía en alto su cuchillo.

—Mi viejo amigo Pemaq cree que habla en mi nombre, pero yo le digo que ha de pensar más allá de las preocupaciones de un solo sietch, en todo Dune. Preferiría ver sangre Harkonnen derramada antes que la de mi camarada, o la de mi yerno.

—Me adentraré en el desierto y me enfrentaré solo a Shai-Hulud antes que luchar contigo —gritó Liet en el silencio que siguió—. Debéis creerme o desterrarme.

Un cántico, iniciado por Stilgar y Turok, llenó la cámara, coreado por los jóvenes fremen sedientos de sangre. Más de mil hombres del desierto repitieron su nombre una y otra vez.

—¡Liet! ¡Liet!

Se produjo un repentino movimiento en el balcón de enfrente, una refriega entre Pemaq y Heinar. Sin decir palabra, el tozudo anciano intentó caer sobre su cuchillo, pero Heinar se lo impidió. Arrebató la hoja de la mano sudorosa de su camarada. Pemaq cayó sobre el suelo del balcón, vivo pero derrotado.

Heinar retrocedió, sujetando el cuchillo, y efectuó un corte en la frente de Pemaq, que le dejaría una cicatriz durante el resto de su vida. La sangre exigida había sido derramada. Pemaq alzó la vista, con la furia aplacada. Una línea de sangre resbalaba sobre sus cejas y ojos. Heinar dio la vuelta al cuchillo y lo entregó a su propietario, sosteniéndolo por la hoja.

—Todos los aquí reunidos, considerad esto un buen presagio —gritó Heinar—, porque une a los fremen bajo las órdenes de Liet-Kynes.

Pemaq se puso en pie de un salto, se secó la sangre de los ojos y manchó con ella sus mejillas, como pintura de guerra. Respiró hondo para hablar, tal como era su derecho. Liet se preparó, todavía estupefacto por la velocidad a la que se habían desarrollado los acontecimientos. El fremen de pelo alborotado miró a Heinar con el ceño fruncido, y después habló.

—Propongo que elijamos a Liet-Kynes nuestro Abu Naib, el padre y líder de todos los sietches.

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