Juego de Tronos (41 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Juego de Tronos
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Jon Nieve también se echó a reír. Después, se sentaron juntos en el suelo helado, arrebujados en las capas y con
Fantasma
tendido entre ellos. Jon le contó cómo Robb y él habían encontrado a los cachorros recién nacidos entre las nieves de las postrimerías del verano. Le parecía como si hubieran pasado mil años. No tardó en hablarle también de Invernalia.

—A veces sueño con ese lugar —dijo—. Recorro las salas desiertas. Mi voz levanta ecos, pero nadie responde, así que camino más deprisa, abro las puertas, llamo a la gente. Ni siquiera sé a quién estoy buscando. La mayor parte de las noches es a mi padre, pero otras es a Robb, o a mi hermanita Arya, o a mi tío.

El recuerdo de Benjen Stark lo entristeció; su tío seguía desaparecido. El Viejo Oso había enviado expediciones en su búsqueda. Ser Jaremy Rykker había dirigido dos batidas, y Quorin Mediamano había recorrido todo el terreno desde la Torre Sombría, pero lo único que encontraron fueron unas marcas en los árboles que su tío había dejado para señalar el camino. En las tierras altas y pedregosas del noroeste, las marcas desaparecían de repente, y se perdía por completo todo rastro de Ben Stark.

—En tu sueño, ¿encuentras a alguien alguna vez? —preguntó Sam.

—A nadie —contestó Jon sacudiendo la cabeza—. El castillo está siempre desierto. —Nunca había hablado a nadie de aquel sueño, y no entendía por qué se lo contaba a Sam, pero se sentía bien al hacerlo—. Hasta los cuervos de la pajarera han desaparecido, y en los establos sólo quedan huesos. Es lo que más miedo me da siempre. Echo a correr, abro todas las puertas, subo los escalones de la torre de tres en tres, llamo a gritos a alguien, a cualquiera. Y por fin me encuentro ante la puerta que lleva a las criptas. Dentro todo es oscuridad, pero veo la escalera de caracol que desciende. Y sé que tengo que bajar, pero no quiero. Me da miedo lo que sea que me espera abajo. Los antiguos Reyes del Invierno están en las criptas, sentados en sus tronos, con lobos de piedra a los pies y espadas de hierro sobre el regazo, pero no son ellos los que me dan miedo. Grito que yo no soy un Stark, que aquel lugar no me corresponde, pero no sirve de nada, tengo que bajar, y empiezo a descender por las escaleras, tanteando las paredes porque no llevo ninguna antorcha y no hay luz. Todo está cada vez más oscuro, y empiezo a tener ganas de gritar. —Se detuvo, algo avergonzado—. En ese punto es donde siempre me despierto. —Y despertaba con la piel fría y pegajosa, temblando en la oscuridad de su celda.
Fantasma
se subía de un salto y se tendía junto a él, le proporcionaba un calor reconfortante como el amanecer. Volvía a dormirse con el rostro contra el pelaje blanco del huargo—. ¿Tú sueñas con Colina Cuerno? —preguntó.

—No. —Sam apretó los labios—. Detestaba aquel lugar.

Rascó a
Fantasma
detrás de las orejas, ensimismado, y Jon respetó el silencio. Pasó un largo rato. Al final, Samwell Tarly empezó a hablar, y Jon Nieve escuchó sin interrumpir, para descubrir cómo un cobarde confeso había llegado al Muro.

Los Tarly eran una familia antigua y honorable, abanderados de Mace Tyrell, señor de Altojardín y Guardián del Sur. El hijo mayor de Lord Randyll Tarly, Samwell, nació destinado a heredar tierras ricas, una fortaleza sólida y un mandoble casi legendario llamado
Veneno de Corazón
, forjado en acero valyrio y que se transmitía de padre a hijo desde hacía casi quinientos años.

Si su señor padre sintió algún orgullo cuando nació Samwell, éste se fue desvaneciendo a medida que el muchacho crecía regordete, blando y torpe. A Sam le gustaba escuchar música y componer canciones, vestir ropas de terciopelo y jugar junto a los cocineros en las cocinas del castillo, rodeado por los aromas deliciosos de los pasteles de limón y las tartas de arándanos. Sus grandes pasiones eran los libros, los gatitos y la danza, pese a su torpeza natural. Pero la mera visión de la sangre le daba mareos, y lloraba si veía matar un pollo. Por Colina Cuerno pasaron una docena de maestros de armas, que intentaron transformar a Samwell en el caballero que su padre soñaba. El niño recibió insultos y bastonazos, lo abofetearon y lo mataron de hambre. Un hombre lo hacía dormir con la cota de mallas para hacerlo más marcial. Otro lo vistió con las ropas de su madre y lo hizo desfilar por las afueras del castillo, para ver si la vergüenza le inculcaba algún valor. Pero Sam no hacía más que engordar y cada vez era más asustadizo, hasta que la decepción de Lord Randyll se transformó en furia y en desprecio.

—Una vez —le confió Sam en susurros—, vinieron al castillo dos hombres de Quarth, dos hechiceros de piel blanca y ojos azules. Mataron un uro y me hicieron bañarme en la sangre caliente porque decían que eso me daría valor. Pero me dieron arcadas y vomité. Mi padre los mandó azotar.

Por fin, después de tres niñas en otros tantos años, Lady Tarly dio a su señor esposo otro hijo varón. Desde aquel día en adelante Lord Randyll no volvió a mirar a Sam, y dedicó todo su tiempo a su hijo pequeño, un niño robusto y feroz mucho más de su agrado. Samwell conoció así varios años de paz y tranquilidad, con su música y sus libros.

Hasta que amaneció el decimoquinto día de su nombre, cuando lo despertaron y se encontró con el caballo ensillado y el equipaje listo. Tres hombres lo escoltaron hasta un bosque cercano a Colina Cuerno, donde su padre estaba despellejando un ciervo.

—Ya eres casi un hombre, y sigues siendo mi heredero —dijo Lord Randyll Tarly a su hijo mayor, sin dejar de limpiar la carcasa con un cuchillo largo—. No me has dado motivos para desheredarte, pero no permitiré que te quedes con las tierras y el título que corresponden a Dickon por derecho.
Veneno de Corazón
debe ser para un hombre que pueda esgrimirla, y tú no eres digno ni de tocar la empuñadura. Así que he decidido que hoy anunciarás que deseas vestir el negro. Renunciarás a todo derecho sobre la herencia de tu hermano, y emprenderás el viaje hacia el norte antes de que anochezca.

»De lo contrario, mañana habrá una cacería, tu caballo tropezará en estos bosques, tú te caerás y morirás... o eso es lo que diré a tu madre. Y por favor, no imagines que te resultaría fácil desafiarme. Nada me produciría mayor placer que darte caza como al cerdo que eres. —Dejó el cuchillo de desollar a un lado. Tenía los brazos empapados de sangre hasta el codo—. Así que puedes elegir. La Guardia de la Noche... —Metió las manos en las entrañas del ciervo, le arrancó el corazón y se lo mostró, ensangrentado y goteante—. O esto.

Sam contó la historia con voz tranquila, átona, como si le hubiera pasado a otra persona y no a él. Y por extraño que pareciera no lloró ni una vez. Cuando terminó, los dos chicos se quedaron sentados un rato, escuchando el sonido del viento. No se oía otra cosa en el mundo entero.

—Deberíamos volver a la sala común —dijo Jon al final.

—¿Por qué? —preguntó Sam.

—Hay sidra caliente, o vino especiado si lo prefieres —dijo Jon encogiéndose de hombros—. Algunas noches Daeron nos canta algo si está de humor. Antes era juglar... bueno, no del todo, era aprendiz de juglar.

—¿Cómo es que vino a parar aquí? —preguntó Sam.

—Lord Rowan de Sotodeoro lo pescó en la cama con su hija. La chica tenía dos años más que él, y Daeron dice que lo ayudó a entrar por la ventana, pero delante de su padre dijo que había sido una violación, y aquí acabó el pobre. Cuando el maestre Aemon lo oyó cantar dijo que su voz era miel derramada sobre un trueno. —Jon sonrió—. Sapo también canta, si es que a eso se lo puede llamar cantar. Canciones de borracho que aprendió en la taberna de su padre. Pyp dice que su voz es como meados derramados sobre un pedo.

Ambos rieron juntos.

—Me gustaría oírlos a los dos —reconoció Sam—, pero no querrán que esté ahí. —Se le ensombreció el rostro—. Mañana me obligará a pelear otra vez, ¿verdad?

—Sí —tuvo que reconocer Jon.

—Más vale que intente dormir. —Sam se puso en pie con torpeza. Se arrebujó en su capa y se alejó con pasos pesados.

Cuando Jon volvió a la sala común, con
Fantasma
por toda compañía, los demás aún estaban allí.

—¿Dónde te habías metido? —preguntó Pyp.

—Estaba hablando con Sam —dijo.

—Es un verdadero gallina —dijo Grenn—. Durante la cena había sitio en el banco con nosotros, pero le dio miedo y se sentó lejos.

—A Lord Jamón no le parecemos suficientemente dignos para compartir la cena con nosotros —apuntó Jeren.

—Se ha comido un trozo de empanada de cerdo —dijo Sapo con una sonrisa—. ¿Sería pariente suyo?
¡Oink!
¡Oink!

—¡Basta ya! —les espetó Jon, furioso. Los chicos, desconcertados por lo repentino de su furia, se quedaron callados—. Escuchadme —añadió Jon.

Y les explicó qué iban a hacer. Pyp le dio su apoyo, como sabía que haría, pero se llevó una sorpresa muy agradable cuando Halder también lo respaldó. Grenn no se decidía al principio, pero Jon sabía cómo convencerlo. Uno por uno fueron accediendo todos los demás. Jon persuadió a algunos, lisonjeó a otros, humilló a unos cuantos, y amenazó cuando fue necesario. Al final todos estuvieron de acuerdo. Todos menos Rast.

—Haced lo que os dé la gana, nenitas —dijo Rast—, pero si Thorne vuelve a decirme que ataque a Lady Cerdi, cortaré una loncha de beicon para la cena. —Se rió en la cara de Jon antes de darse media vuelta y marcharse.

Horas después, mientras el castillo dormía, tres muchachos lo visitaron en su celda. Grenn le sujetó los brazos y Pyp se le sentó en las piernas. Jon oyó la respiración acelerada de Rast cuando
Fantasma
le saltó sobre el pecho. Los ojos del lobo huargo ardían como brasas rojas mientras mordisqueaba la piel tierna de la garganta del muchacho, lo justo para que brotaran unas gotas de sangre.

—Acuérdate de que sabemos dónde duermes —le dijo Jon con voz suave.

Por la mañana Jon oyó cómo Rast contaba a Albett y a Sapo que se había cortado al afeitarse.

Desde aquel día en adelante, ni Rast ni nadie hizo daño a Samwell Tarly. Cuando Ser Alliser los enfrentaba al chico gordo se limitaban a defenderse y a detener sus golpes lentos y torpes. Si el maestro de armas les ordenaba que atacaran, se limitaban a bailar en torno a Sam, y a asestar ligeros golpes contra la coraza del pecho, el yelmo o la pierna. Ser Alliser se enfurecía, los amenazaba, los llamaba gallinas, mujercitas y cosas peores, pero nadie hacía daño a Sam. Al cabo de unas pocas noches, ante la insistencia de Jon, se sentó a cenar con ellos, ocupando un puesto junto a Halder en el banco. Pasaron dos semanas antes de que juntara el valor suficiente para intervenir en la conversación, pero al poco tiempo se reía de las muecas de Pyp y bromeaba con Grenn como el que más.

Samwell Tarly era gordo, torpe y asustadizo, pero no carecía de cerebro. Una noche fue a ver a Jon a su celda.

—No sé qué hiciste —dijo—, pero sé que hiciste algo. —Apartó la vista con timidez—. Nunca había tenido un amigo.

—No somos amigos —dijo Jon. Puso una mano en el hombro carnoso de Sam—. Somos hermanos.

Y era cierto, pensó cuando Sam se fue. Robb, Bran y Rickon eran hijos de su padre, y todavía los quería, pero Jon sabía que nunca había sido uno de ellos. Catelyn Stark se había encargado de eso. Los muros grises de Invernalia seguirían apareciendo en sus sueños, pero su vida estaba en el Castillo Negro, y sus hermanos eran Sam, Grenn, Halder, Pyp y el resto de los marginados que vestían el negro de la Guardia de la Noche.

—Mi tío tenía razón —susurró a
Fantasma
.

Deseó con todo su corazón volver a ver a Benjen Stark para poder decírselo.

EDDARD (6)

—La causa de todos los problemas es el torneo de la Mano, señores —se quejó el comandante de la Guardia de la Ciudad ante el Consejo del Rey.

—El torneo del Rey —lo corrigió Ned con una mueca—. Te garantizo que la Mano no quiere saber nada del tema.

—Podéis llamarlo como queráis, mi señor. Llegan caballeros de todas partes del reino, y por cada caballero llegan también dos mercenarios, tres artesanos, seis soldados, una docena de comerciantes y dos de prostitutas, y más ladrones de los que quiero imaginar. Este condenado calor tiene a los ciudadanos al borde de un ataque, y ahora, con tantos visitantes... Anoche tuvimos un ahogado, una reyerta de taberna, tres peleas con navajas, una violación, dos incendios, ni se sabe cuántos robos, y una carrera de caballos de borrachos por la calle de las Hermanas. La noche anterior encontramos la cabeza de una mujer en el Gran Sept, en el estanque del arco iris. Por lo visto nadie sabe de quién era, ni cómo llegó allí.

—Qué espanto —comentó Varys con un escalofrío.

—Si no puedes mantener la paz del rey, quizá otro deba dirigir la Guardia de la Ciudad, Janos. —Lord Renly Baratheon era menos compasivo—. Otro que sí pueda.

—Ni el propio Aegon
el Dragón
podría mantener la paz, Lord Renly. —Janos, un hombre grueso y con papada, se hinchó como un sapo furioso, con el rostro enrojecido—. Lo que necesito son más hombres.

—¿Cuántos? —preguntó Ned inclinándose hacia adelante. Como de costumbre, Robert no se había molestado en asistir a la sesión del Consejo, así que la Mano tenía la obligación de hablar en su nombre.

—Tantos como sea posible, Lord Mano.

—Contrata a cincuenta hombres —le dijo Ned—. Lord Baelish se encargará de que recibas fondos.

—Ah, ¿sí? —dijo Meñique.

—Desde luego. Conseguiste cuarenta mil dragones de oro para el torneo, no me cabe duda de que encontrarás algo de calderilla para mantener la paz del rey. —Ned se volvió hacia Janos Slynt—. También te cederé a veinte espadas de mi casa para que sirvan con la Guardia hasta que acaben los festejos.

—Os lo agradezco, Lord Mano —dijo Slynt con una reverencia—. Os prometo que aprovecharemos al máximo vuestro esfuerzo.

Cuando el comandante salió de la estancia, Eddard se volvió hacia el resto del Consejo.

—Cuanto antes acabe esta locura, mejor —dijo.

Por si no fuera suficiente con los gastos y las molestias, todos se empeñaban en echar sal en la herida de Ned denominándolo «el torneo de la Mano», como si él fuera la causa. ¡Y Robert creía sinceramente que debería sentirse honrado!

—Estos acontecimientos hacen prosperar al reino, mi señor —dijo el Gran Maestre Pycelle—. Dan a los grandes una oportunidad de alcanzar la gloria, y a los pequeños un descanso en medio de sus preocupaciones.

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