Juego de Tronos (85 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Juego de Tronos
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—Los dioses sean contigo, Nieve —saludó.

Jon supo que algo iba mal. Que algo iba muy mal.

Dejaron los cadáveres en uno de los almacenes de la base del muro, una celda oscura y fría excavada en el hielo, donde se guardaban la carne y los cereales, y a veces también la cerveza. Jon se encargó de dar de beber y cepillar al caballo de Mormont antes de ocuparse del suyo. Después, fue a buscar a sus amigos. Grenn y Sapo estaban de guardia, pero encontró a Pyp en la sala común.

—¿Qué ha pasado? —preguntó.

—El Rey ha muerto —respondió Pyp en voz baja.

Jon se quedó sin habla. Robert Baratheon le había parecido viejo y gordo en su visita a Invernalia, pero parecía sano, y nadie dijo que estuviera enfermo.

—¿Cómo lo sabes?

—Uno de los guardias oyó a Clydas leerle la carta al maestre Aemon. —Pyp se acercó más a él—. Lo siento mucho, Jon. Era amigo de tu padre, ¿verdad?

—En el pasado fueron como hermanos. —Jon se preguntó si Joffrey conservaría a su padre como Mano del Rey. No parecía probable, así que quizá Lord Eddard volvería a Invernalia, y también sus hermanas. Tal vez pudiera visitarlos, si Lord Mormont le daba permiso. Sería estupendo ver de nuevo la sonrisa de Arya, y hablar con su padre.

«Esta vez le preguntaré acerca de mi madre —decidió—. Ya soy un hombre; es hora de que me lo cuente todo. Aunque fuera una prostituta. No me importa. Quiero saberlo.»

—Hake ha dicho que los hombres muertos eran del grupo de tu tío —siguió Pyp.

—Sí —asintió Jon—. Dos de los seis que lo acompañaban. Llevan mucho tiempo muertos, sólo que... los cadáveres son extraños.

—¿Extraños? —Pyp estaba muerto de curiosidad—. ¿En qué sentido?

—Ya te lo contará Sam. —Jon no quería hablar de aquello—. Tengo que ir a ver si el Viejo Oso me necesita. —Se encaminó hacia la Torre del Lord Comandante con una rara sensación de aprensión. Los hermanos de la guardia lo miraron con solemnidad.

—El Viejo Oso está en sus habitaciones —le anunció uno de ellos—. Ha preguntado por ti.

Jon asintió. Debería haber ido allí nada más terminar en los establos. Subió rápidamente por las escaleras de la torre.

«Sólo quiere que le sirva vino, o que le encienda la chimenea, nada más», se repetía.


¡Maíz!
—graznó el cuervo de Mormont cuando entró en la estancia—.
¡Maíz! ¡Maíz! ¡Maíz!

—No le hagas caso; le acabo de dar de comer —gruñó el Viejo Oso. Estaba sentado junto a la ventana, leyendo una carta—. Tráeme una copa de vino, y sírvete otra para ti.

—¿Para mí, mi señor?

Mormont alzó los ojos de la carta y miró a Jon. Su mirada estaba teñida de compasión.

—Ya me has oído.

Jon sirvió el vino con cuidado exagerado, apenas consciente de que estaba prolongando la acción. Cuando las copas estuvieron llenas, no le quedó más remedio que enfrentarse a lo que fuera que decía aquella carta.

—Siéntate, muchacho —le ordenó Mormont—. Bebe.

—Se trata de mi padre, ¿verdad? —Jon permaneció de pie.

—De tu padre y del Rey —dijo con voz grave el Viejo Oso dando unos golpecitos a la carta con un dedo—. No te voy a mentir: son malas noticias. Nunca imaginé que vería otro rey, teniendo en cuenta mi edad, y que Robert tenía la mitad de mis años y era fuerte como un toro. —Bebió un trago de vino—. Dicen que al Rey le gustaba mucho cazar. Las cosas que amamos siempre acaban por destruirnos, muchacho, no lo olvides. Mi hijo amaba a su joven esposa. Una mujer presuntuosa y vana. De no ser por ella jamás se le hubiera ocurrido vender a aquellos cazadores furtivos como esclavos.

—Mi señor, no lo entiendo. —Jon casi no había podido seguir bien lo que Mormont le había contado—. ¿Qué le ha pasado a mi padre?

—Te he dicho que te sientes —gruñó Mormont.


Que te sientes
—graznó el cuervo.

—Y bebe, maldita sea —añadió Mormont—. Es una orden, Nieve. —Jon se sentó y bebió un sorbo de vino—. Han detenido a Lord Eddard. Se lo acusa de traición. Se dice que estaba conspirando con los hermanos de Robert para arrebatarle el trono al príncipe Joffrey.

—No —replicó Jon al instante—. Es imposible. ¡Mi padre jamás traicionaría al Rey!

—Sea como sea —dijo Mormont—, no me corresponde a mí decidirlo. Y a ti tampoco.

—Pero es que es mentira —insistió Jon. ¿Cómo podían pensar que su padre fuera un traidor, se habían vuelto todos locos? Lord Eddard Stark jamás haría nada deshonroso... ¿verdad?

«Engendró un bastardo —dijo una vocecita en su interior—. Eso no es honorable. ¿Y qué pasa con tu madre? Ni siquiera menciona su nombre.»

—¿Qué será de él, mi señor? ¿Lo matarán?

—Eso tampoco lo sé, muchacho. Voy a enviar una carta. En mi juventud conocí a algunos de los consejeros del rey: el viejo Pycelle, Lord Stannis, Ser Barristan... No importa qué haya hecho tu padre, es un gran señor. Deberían permitirle vestir el negro y unirse a nosotros. Los dioses saben que necesitamos hombres del talento de Lord Eddard.

Jon sabía que, en el pasado, a otros hombres acusados de traición se les había permitido redimir su honor en el Muro. ¿Por qué no a Lord Eddard? Su padre... allí... era una idea extraña, y le resultaba incómoda. Sería una injusticia monstruosa que lo despojaran de Invernalia y lo obligaran a vestir el negro, pero si así salvaba la vida...

¿Lo permitiría Joffrey? Recordó los días que el príncipe pasó en Invernalia, su manera de burlarse de Robb y de Ser Rodrik en el patio. En Jon ni siquiera se había fijado, los bastardos no tenían derecho ni a su desprecio.

—¿Os escuchará el Rey, mi señor?

—Un rey niño... —El Viejo Oso se encogió de hombros—. Supongo que escuchará a su madre. Lástima que el enano no esté con ellos. Es el tío del chico, y cuando estuvo aquí vio lo necesitados que estamos de hombres. Lástima que tu señora madre lo tomara prisionero...

—Lady Stark no es mi madre —le recordó Jon con tono brusco. Tyrion Lannister se había comportado como un amigo con él. Si Lord Eddard Stark moría, sería culpa de Lady Catelyn tanto como de la Reina—. ¿Qué hay de mis hermanas, señor? Arya y Sansa, que estaban con mi padre...

—Pycelle no las menciona, pero no me cabe duda de que las tratarán bien. Preguntaré por ellas en mi carta. —Mormont sacudió la cabeza—. Esto no podría haber sucedido en un momento peor. Si alguna vez el reino ha tenido necesidad de un rey fuerte... Se avecinan días oscuros y noches frías, lo siento en los huesos... —Dirigió a Jon una mirada larga, inquisitiva—. Espero que no se te ocurra hacer ninguna tontería, muchacho.

«Se trata de mi padre», habría querido decir Jon, pero sabía que era lo qué menos deseaba oír Mormont. Tenía la garganta seca. Se forzó a beber otro sorbo de vino.

—Ahora tu deber está aquí —le recordó el Lord Comandante—. Tu antigua vida terminó el día en que vestiste el negro.


Negro
—repitió el pájaro con un graznido ronco.

—Lo que suceda en Desembarco del Rey ya no es asunto nuestro —siguió Mormont sin hacer caso del pájaro. Jon siguió sin responder. El anciano apuró la copa de vino—. Ya te puedes marchar. Por hoy no te necesito más. Mañana me ayudarás a escribir esa carta.

Más tarde Jon no recordaría haberse levantado, ni salir de la estancia. Cuando se quiso dar cuenta bajaba por los peldaños de la torre.

«Se trata de mi padre, de mis hermanas —iba pensando—. ¿Cómo no va a ser asunto mío?»

—Sé fuerte, muchacho —le dijo mirándolo uno de los guardias cuando salió—. Los dioses son crueles.

—Mi padre no es ningún traidor —dijo Jon con voz ronca; comprendió que lo sabían todo.

Hasta las palabras se le atravesaban en la garganta como si quisieran ahogarlo. El viento soplaba con fuerza, y parecía más frío que antes en el patio. El espíritu del verano se estaba agotando.

El resto de la tarde pasó como en un sueño. Jon no habría sabido decir qué hizo ni con quién habló. En cambio sí sabía que
Fantasma
lo acompañó en todo momento. La presencia silenciosa del lobo huargo lo consolaba.

«Las chicas no tienen ni eso —pensó—. Sus lobas las habrían protegido, pero
Dama
está muerta, y
Nymeria
desapareció; están solas.»

El sol se puso, y empezó a soplar un viento del norte. Jon lo oyó silbando contra el Muro y entre las almenas heladas cuando entró en la sala común a la hora de la cena. Hobb había preparado un guiso de venado, con mucha cebada, cebollas y zanahorias. A Jon le sirvió un cazo extra y le dio el extremo con corteza del pan, y el muchacho supo qué significaba. «Lo sabe —Miró a su alrededor; vio que las cabezas se giraban rápidamente, que los ojos lo esquivaban con cortesía—. Todos lo saben.»

Sus amigos corrieron junto a él.

—Le hemos pedido al septon que encienda una vela por tu padre —le dijo Matthar.

—Es mentira, todos sabemos que es mentira, hasta Grenn sabe que es mentira —apoyó Pyp.

Grenn asintió, y Sam palmeó la mano de Jon.

—Ahora tú eres mi hermano, así que también es mi padre —dijo el muchacho gordo—. Si quieres ir a los arcianos, a rezarles a los antiguos dioses, te acompañaré.

Los arcianos estaban al otro lado del Muro, pero Jon sabía que Sam lo decía en serio.

«Son mis hermanos —pensó—. Tanto como Robb, como Bran, como Rickon.»

Y en aquel momento oyó la carcajada, mordiente y cruel como un látigo, y la voz de Ser Alliser Thorne.

—No sólo un bastardo, sino el bastardo de un traidor —decía a los hombres que lo rodeaban.

En un abrir y cerrar de ojos, Jon se subió a la mesa empuñando la daga. Pyp intentó agarrarlo, pero se sacudió sus manos de la pierna, corrió por la mesa y pateó el cuenco que Ser Alliser sujetaba. El guiso salió volando y salpicó a los hermanos. Thorne dio un salto hacia atrás. Todo el mundo gritaba, pero Jon Nieve no oía nada. Se lanzó contra el rostro de Ser Alliser, hendió el aire con la daga junto a los fríos ojos de ónice, pero Sam se interpuso entre ellos, y antes de que Jon pudiera atacar de nuevo Pyp le saltó a la espalda y se le enganchó como un mono, mientras Grenn le agarraba el brazo y Sapo le retorcía los dedos para quitarle el cuchillo.

Más tarde, mucho más tarde, después de que lo llevaran a su celda dormitorio, Mormont bajó a verlo con su cuervo en el hombro.

—Te dije que no se te ocurriera hacer ninguna tontería, chico —dijo el Viejo Oso.


Chico
—coreó su pájaro.

—Y pensar que había depositado tantas esperanzas en ti —dijo Mormont sacudiendo la cabeza disgustado.

Le quitaron el cuchillo y la espada, y le dijeron que no podría salir de la celda hasta que los oficiales superiores decidieran qué iban a hacer con él. Luego pusieron un guardia en la puerta para estar seguros de que obedecía. Sus amigos no podían visitarlo, pero el Viejo Oso se ablandó y permitió que se quedara con
Fantasma
, de manera que no se encontraba completamente solo.

—Mi padre no es ningún traidor —dijo al lobo huargo, cuando todos los demás se hubieron marchado.

Fantasma
lo miró en silencio. Jon se recostó contra la pared, se abrazó las rodillas, y contempló la velita que brillaba en la mesa, junto a su catre. La llama parpadeaba y temblaba, las sombras se movían a su alrededor, y la habitación parecía cada vez más oscura y fría.

«Esta noche no voy a dormir», pensó.

Pero debió de quedarse adormilado. Cuando se despertó tenía las piernas rígidas y con calambres, y la vela se había apagado hacía mucho rato.
Fantasma
estaba de pie sobre las patas traseras, con las delanteras contra la puerta, rascando la madera. Jon se sobresaltó, no se había dado cuenta de lo grande que estaba.

—¿Qué pasa,
Fantasma
? —preguntó en voz baja. El lobo huargo volvió la cabeza y lo miró desde arriba, desnudando los colmillos en un gruñido silencioso. Durante un instante, Jon temió que se hubiera vuelto rabioso—. Soy yo,
Fantasma
—murmuró, tratando de que el miedo no se transparentara en su voz. Pero temblaba violentamente, ¿por qué de repente hacía tanto frío?

Fantasma
se alejó de la puerta, en la que había dejado profundos arañazos con las garras. Jon lo observó, cada vez más inquieto.

—Hay alguien ahí fuera, ¿verdad? —susurró.

El lobo huargo se agazapó y se arrastró hacia adelante, con el pelaje del cuello erizado.

«El guardia —pensó Jon—. Dejaron un guardia ante la puerta.
Fantasma
lo huele a través de la madera, eso es todo.»

Jon se puso en pie muy despacio. Temblaba de manera incontrolable; deseaba con todas sus fuerzas tener una espada. Llegó junto a la puerta en tres pasos rápidos. Cogió el pestillo y tiró hacia adentro. El crujido de las bisagras casi le hizo dar un salto.

El guardia estaba tumbado sobre los peldaños, inerte, mirando hacia arriba. Mirando hacia arriba aunque estaba caído sobre el estómago. Tenía la cabeza completamente girada.

«No puede ser —se dijo Jon—. Ésta es la torre del Lord Comandante; está vigilada día y noche. Es un sueño. Tengo una pesadilla.»

Fantasma
se le adelantó y cruzó la puerta. El lobo empezó a subir por las escaleras, se detuvo y volvió la vista hacia Jon. Y entonces lo oyó: el roce suave de una bota contra la piedra, el sonido de un pestillo al girar. Los ruidos procedían de arriba. De las habitaciones del Lord Comandante.

Quizá fuera una pesadilla, pero no se trataba de un sueño.

La espada del guardia seguía en su vaina. Jon se arrodilló y la cogió. El peso del acero en la mano lo hizo sentir más osado. Empezó a subir, siguiendo las pisadas silenciosas de
Fantasma
. En cada giro de la escalera acechaban las sombras. Jon siguió subiendo con cautela, hurgando con la punta de la espada en cada sombra sospechosa.

De repente oyó el graznido del cuervo de Mormont.


¡Maíz!
—chillaba el pájaro—.
Maíz, maíz, maíz, maíz, maíz, maíz.

Fantasma
saltó hacia adelante, y Jon fue tras él. La puerta de la habitación de Mormont estaba abierta de par en par. Jon se detuvo en el umbral, con la espada en la mano, para que sus ojos tuvieran tiempo de acostumbrarse. Las pesadas cortinas estaban corridas, y la oscuridad resultaba negra como la tinta.

—¿Quién anda ahí? —exclamó.

Y entonces lo vio: una sombra entre las sombras, que se deslizaba hacia la puerta interior que llevaba a la celda dormitorio de Mormont. Era una forma humana, toda de negro, con capa y capucha... pero, bajo la capucha, los ojos brillaban con un gélido fulgor azul.

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