Juego de Tronos (40 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Juego de Tronos
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—En pie, Ser Cerdi —ordenó—. Recoge la espada. —Pero el chico siguió aferrado al suelo, de bruces, de modo que Thorne le hizo un ademán a Halder—. Dale golpes de plano con la espada hasta que se levante. —Halder asestó un golpe ligero en las nalgas de su rival—. ¿Ésa es toda la fuerza que tienes? —se mofó Thorne.

Halder alzó la espada larga con ambas manos y asestó un golpe tan fuerte que la coraza se rompió. El chico nuevo aulló de dolor.

Jon Nieve dio un paso al frente. Pyp le puso una mano enguantada en el hombro.

—No, Jon —susurró, clavando una mirada de ansiedad en Ser Alliser Thorne.

—En pie —repitió Thorne. El chico gordo se debatió para incorporarse, resbaló y cayó de nuevo—. Vaya, parece que Ser Cerdi empieza a captar la idea —observó Thorne—. Otra vez.

Halder alzó la espada para asestar un nuevo golpe.

—¡Córtanos un poco de jamón! —le gritó Rast entre carcajadas.

—Ya basta, Halder —dijo Jon mientras se liberaba de la mano de Pyp.

Halder miró a Ser Alliser.

—El bastardo habla y los campesinos tiemblan —dijo el maestro de armas con su voz gélida, hiriente—. Te recuerdo, Lord Nieve, que aquí mando yo.

—Mira a ese chico, Halder —dijo Jon haciendo caso omiso de Alliser—. No hay ningún honor en golpear a un enemigo caído. Se ha rendido. —Se arrodilló junto al chico gordo.

—Se ha rendido —repitió Halder bajando la espada.

—Vaya, por lo visto nuestro bastardo se ha enamorado —dijo Alliser con los ojos de ónice clavados en Jon Nieve mientras éste ayudaba al chico a ponerse en pie—. Quiero ver tu acero, Lord Nieve.

Jon desenfundó su espada larga. Se atrevía a desafiar a Ser Alliser sólo hasta cierto punto, y tenía la sensación de que lo había sobrepasado con creces. Thorne sonrió.

—El bastardo quiere defender a su amada, así que éste será el ejercicio. Rata, Espinilla, echadle una mano a Cabeza de Piedra. —Rast y Albett se adelantaron para situarse junto a Halder—. Los tres podréis hacer gritar un rato a Lady Cerdi. Solamente tenéis que derrotar antes al bastardo.

—Ponte detrás de mí —dijo Jon al chico gordo.

Ser Alliser solía hacer que se enfrentara contra dos rivales, pero nunca contra tres. Sabía que aquella noche se acostaría magullado y ensangrentado. Se preparó para resistir el ataque.

De repente, Pyp estuvo a su lado.

—Tres contra dos es más deportivo —dijo el muchacho menudo con tono alegre.

Se bajó el visor y desenfundó la espada. Antes de que Jon pudiera protestar, Grenn se había adelantado para unirse a ellos.

En el patio se hizo un silencio mortal. Jon sentía los ojos de Ser Alliser clavados en él.

—¿A qué esperáis? —preguntó a Rast y a los otros, con una voz engañosamente suave.

Pero Jon fue el primero en moverse. Halder apenas tuvo tiempo de detener el golpe con su espada.

Jon lo hizo retroceder, cada golpe era un ataque, quería mantener desequilibrado al muchacho mayor. «Debes conocer a tu enemigo», le había enseñado una vez Ser Rodrik. Jon conocía a Halder, tenía una fuerza brutal, pero carecía de paciencia y no le gustaba defenderse. Seguro que si lo frustraba lo suficiente bajaría la guardia.

El sonido del acero contra el acero resonó por el patio cuando los muchachos se enfrentaron. Jon detuvo un mandoble salvaje que le iba directo a la cabeza, pero el impacto de las espadas hizo que un calambre le recorriera el brazo. Lanzó un golpe lateral que acertó a Halder en las costillas, y su recompensa fue un grito amortiguado de dolor. El contraataque acertó a Jon de pleno en el hombro. La cota de mallas crujió, y el dolor le recorrió el cuello como un latigazo, pero Halder había perdido el equilibrio durante un instante. Jon lo golpeó en la pierna izquierda, y el muchacho cayó con una maldición.

Grenn se defendía bien, tal como Jon le había enseñado, y apenas daba tregua a Albett, pero la presión era excesiva para Pyp. Rast tenía dos años más que él, y también pesaba veinte kilos más. Jon se le acercó por detrás y dio un golpe en el casco del violador, que resonó como una campana. Rast se tambaleó, Pyp se coló bajo su guardia, lo derribó y le puso la espada en la garganta. Jon también estaba sobre él.

—Me rindo —gritó Albett, al verse enfrentado a dos espadas.

—Esta farsa ya se ha prolongado demasiado por hoy —dijo despectivo Ser Alliser Thorne contemplando aquello con repugnancia.

Se marchó. La sesión de entrenamiento había terminado.

Daeron ayudó a Halder a ponerse en pie. El hijo del picapedrero se quitó el yelmo con dificultad y lo lanzó al otro lado del patio.

—Durante un instante pensé que, por fin, ya te tenía, Nieve.

—Durante un instante me tuviste —replicó Jon.

Sentía un dolor lacerante en el hombro, bajo la cota de mallas y la coraza. Envainó la espada y fue a quitarse el yelmo, pero cuando levantó el brazo el dolor fue tal que lo obligó a apretar los dientes.

—Espera, te ayudo —dijo una voz. Unas manos de dedos gruesos le soltaron el yelmo del gorjal y lo alzaron con suavidad—. ¿Te ha hecho daño?

—No es la primera vez que recibo un golpe. —Se tocó el hombro e hizo una mueca. A su alrededor, los muchachos salían del patio. El chico gordo tenía sangre en el pelo, allí donde Halder le había hendido el casco.

—Me llamo Samwell Tarly, de Colina... —Se detuvo y se pasó la lengua por los labios—. No, era de Colina Cuerno, hasta que... que me fui. He venido a vestir el negro. Mi padre es Lord Randyll, abanderado de los Tyrell de Altojardín. Yo era su heredero, pero... —Se quedó sin voz.

—Yo soy Jon Nieve, bastardo de Ned Stark, de Invernalia.

Samwell Tarly asintió.

—Si... si quieres puedes llamarme Sam. Mi madre me llama Sam.

—Tú a él lo puedes llamar Lord Nieve —dijo Pyp al tiempo que se acercaba a ellos—. Y ni te imaginas cómo lo llama su madre.

—Estos dos son Grenn y Pypar —presentó Jon.

—Grenn es el feo —indicó Pyp.

—Tú eres más feo que yo —dijo Grenn frunciendo el ceño—. Yo al menos no tengo orejas de murciélago.

—Quiero daros las gracias a todos —dijo el chico gordo con seriedad.

—¿Por qué no te levantaste y luchaste? —quiso saber Grenn.

—Lo intenté, de verdad, pero... no pude. No quería que me pegara más. —Clavó la vista en el suelo—. Es que... soy un cobarde. Mi padre me lo dice siempre.

Grenn lo miró atónito. Hasta Pyp, que siempre tenía algo que decir, se había quedado sin palabras. ¿Qué clase de hombre se calificaba como cobarde?

Samwell Tarly debió de ver en sus rostros lo que pensaban. Sus ojos buscaron los de Jon y luego se apartaron rápidamente como animales asustados.

—Lo siento, de verdad que lo siento —añadió—. Yo no elegí... ser como soy. —Echó a andar hacia la armería con pasos pesados.

—Te han hecho daño —le gritó Jon—. Mañana lo harás mejor.

—No. —Sam lo miró por encima de un hombro, con gesto triste—. No lo haré mejor. —Parpadeó para contener las lágrimas—. Nunca lo hago mejor.

Cuando el chico gordo estuvo lejos, Grenn frunció el ceño.

—A nadie le caen bien los gallinas —dijo, incómodo—. Me arrepiento de que lo hayamos ayudado. Ahora todos pensarán que nosotros también somos unos gallinas.

—Tú eres demasiado tonto, no llegas a gallina —le dijo Pyp.

—Eso es mentira —bufó Grenn.

—Es verdad. Si un oso te atacara en el bosque, serías demasiado tonto para escapar corriendo.

—Mentira —insistió Grenn—. Escaparía corriendo más rápido que tú.

Se detuvo de golpe al ver la sonrisa de Pyp y comprendió qué había dicho. Se le puso rojo el cuello. Jon dejó allí a sus compañeros, discutiendo, y entró en la armería para colgar la espada y despojarse de la maltratada armadura.

La vida en el Castillo Negro seguía ciertas pautas; por las mañanas había entrenamientos con espada y por las tardes todo tipo de trabajos. Los hermanos negros encomendaban a los reclutas tareas diferentes, para ver cuáles eran sus habilidades. Jon adoraba las escasas tardes en que lo enviaban a cazar con
Fantasma
para abastecer la mesa del Lord Comandante, pero por cada uno de esos días tenía que pasar una docena con Donal Noye en la armería, manejando la piedra de amolar mientras el herrero manco afilaba las hachas embotadas por el uso, o bombeando el fuelle para que Noye forjara una espada nueva. En otras ocasiones le correspondía llevar mensajes, montar guardia, limpiar el estiércol de los establos, hacer flechas, ayudar al maestre Aemon con los pájaros o bien a Bowen Marsh con la contabilidad y los inventarios.

Aquella tarde el comandante de las guardias lo envió a la jaula de la grúa con cuatro toneles de piedra machacada, para tender gravilla por los caminos helados de la cima del muro. Era un trabajo aburrido y solitario, pese a la compañía de
Fantasma
, pero a Jon no le importaba. En los días despejados, desde la cima del Muro se divisaba medio mundo, y el aire era siempre frío y tonificante. Allí tenía tiempo para pensar, y se dedicó a pensar en Samwell Tarly... y, curiosamente, también en Tyrion Lannister. Se preguntaba qué habría pensado Tyrion del chico gordo.

—Casi todos los hombres prefieren negar la verdad antes que enfrentarse a ella —le había dicho el enano con una sonrisa.

El mundo estaba lleno de gallinas que se hacían pasar por héroes. Para admitir la propia cobardía, como había hecho Samwell Tarly, hacía falta una especie singular de valor.

El hombro magullado le hacía trabajar despacio. La tarde estaba ya bien avanzada cuando Jon terminó de echar gravilla por los caminos. Remoloneó en la cima del Muro para ver la puesta de sol, que teñía el cielo del oeste de un color rojo sangre. Por fin, cuando empezó a envolverlo la oscuridad, Jon hizo rodar los toneles vacíos hacia la jaula, e indicó a los hombres de la grúa que lo bajaran.

Cuando llegó con
Fantasma
a la sala común, los demás estaban ya terminando de cenar. Un grupo de hermanos negros bebía vino especiado y jugaba a los dados cerca de la chimenea. Sus amigos estaban sentados en el banco más cercano a la pared oeste, y reían a carcajadas. Pyp estaba contando una historia. El chico actor de las orejas inmensas era un magnífico mentiroso capaz de imitar cien voces, y más que contar historias las vivía, representaba todos los papeles, en un momento era el rey y al siguiente un porquerizo. Cuando se convertía en tabernera o en princesa virginal ponía una voz en falsete que hacía llorar de risa a todos los que lo rodeaban, y sus eunucos eran siempre parodias escalofriantemente certeras de Ser Alliser. A Jon le gustaban tanto como a cualquiera las representaciones de Pyp, pero aquella noche se dio media vuelta y se dirigió hacia el final del banco, donde Samwell Tarly estaba sentado, a solas, tan lejos de los demás como era posible.

Cuando Jon se sentó frente a él, estaba terminándose la empanada de cerdo que habían servido los cocineros para cenar. El chico gordo abrió los ojos de par en par al ver a
Fantasma
.

—¿Es un lobo?

—Un lobo huargo —dijo Jon—. Se llama
Fantasma
. El lobo huargo es el emblema de la Casa de mi padre.

—El de la nuestra es un cazador.

—¿Te gusta cazar?

—Lo detesto. —El chico gordo se estremeció.

Parecía a punto de echarse a llorar otra vez.

—¿Qué te pasa ahora? —preguntó Jon—. ¿Por qué tienes siempre tanto miedo?

Sam contempló lo que le quedaba de empanada y movió la cabeza con gesto débil, demasiado asustado para hablar. Una carcajada resonó por toda la sala. Jon oyó a Pyp chillar con voz aguda. Se puso de pie.

—Vamos afuera —añadió.

—¿Para qué? —La cara redonda y regordeta se alzó hacia él con desconfianza—. ¿Qué vamos a hacer afuera?

—Hablar —replicó Jon—. ¿Has visto el Muro?

—Estoy gordo, no ciego —dijo Samwell Tarly—. Claro que lo he visto, tiene más de trescientas varas de altura.

Pero pese a todo se levantó, se echó sobre los hombros la capa con ribetes de piel y siguió a Jon fuera de la sala común, todavía desconfiado, como si temiera que alguna trampa cruel le aguardara en el exterior.
Fantasma
iba junto a ellos.

—No me imaginaba que sería así —dijo Sam mientras andaban. Sus palabras formaban nubes de vapor en el aire helado, y el esfuerzo por mantener el paso de Jon lo hacía jadear—. Los edificios están medio derrumbados, y hace tanto... tanto...

—¿Frío? —La escarcha formaba ya una costra dura sobre el castillo, y Jon oía el crujido suave de la hierba gris bajo las botas. Sam asintió con tristeza.

—No soporto el frío —dijo—. La otra noche me desperté, y el fuego se había apagado. Pensé que iba a morir congelado antes del amanecer.

—¿En el lugar de donde vienes hacía calor?

—No había visto la nieve hasta hace un mes. Venía hacia aquí con los hombres que mi padre designó para acompañarme al norte, y de repente empezó a caer esa cosa blanca, como si fuera lluvia. Al principio me pareció muy bonito, era como si bajaran plumas del cielo, pero no paraba, y yo me helaba hasta los huesos. Los hombres tenían hielo en las barbas y en los hombros, y seguía cayendo nieve. Tenía miedo de que no acabara nunca.

Jon sonrió.

El Muro se alzaba ante ellos, con su brillo pálido a la luz de la luna menguante. En el cielo las estrellas brillaban claras y nítidas.

—¿Me van a obligar a subir ahí arriba? —preguntó Sam; al ver los peldaños de madera el rostro se le había desencajado—. Si tengo que subir por esa escalera me muero.

—Hay una grúa —señaló Jon—. Te pueden llevar arriba en una especie de jaula.

—Me dan miedo las alturas. —Samwell Tarly sorbió por la nariz.

—¿Es que tienes miedo de todo? —preguntó Jon, incrédulo, frunciendo el ceño. Aquello ya era demasiado—. No lo entiendo. Si de verdad eres tan gallina, ¿qué haces aquí? ¿Por qué se une un cobarde a la Guardia de la Noche?

Samwell Tarly lo miró durante un momento larguísimo, y al final la cara redonda pareció desmoronarse. Se sentó en el suelo cubierto de escarcha y se echó a llorar con unos sollozos tremendos que le estremecían todo el cuerpo. Jon Nieve no sabía qué hacer, se limitó a mirarlo; como la nieve, parecía que las lágrimas no acabarían jamás.

Fantasma
sí supo qué hacer. El huargo claro, silencioso como una sombra, se acercó a Samwell Tarly y empezó a lamerle las lágrimas del rostro. El chico gordo dejó escapar un grito de sobresalto... y sin saber por qué, al instante siguiente, los sollozos se habían transformado en risas.

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