El terrestre frunció el ceño. ¿Qué explicación había para todo aquello? ¿Por qué aquel bien equipado laboratorio oculto en una antigua ciudad aparentemente desierta, excepto por monos, ratas y un gigante?
¿Por qué las jaulas en el muro conteniendo los mudos e inmóviles cuerpos de los monos con las cabezas vendadas? ¿Y los hombres rojos del pozo… por qué sus cráneos trepanados, sus cerebros extraídos?
¿De dónde provenía el gigante, la monstruosa criatura que ni siquiera existía en el folclore barsoomiano?
Uno de los libros de la estantería llevaba el nombre de Pew Mogel. ¿Qué tenía que ver Pew Mogel con todo esto y dónde estaba aquel hombre? Pero lo más importante de todo aquello era, ¿dónde estaba Dejah Thoris, la princesa de Helium? John Carter cogió el libro de Pew Mogel. De pronto, la habitación se silenció. Los motores detuvieron su marcha y se pararon.
—No toques ese libro John Carter •—surgieron las palabras a través del laboratorio.
La mano de Carter empuñó la espada. Hubo una pausa; luego la escondida voz continuó.
—Entrégate, John Carter, o tu princesa morirá.
Las palabras venían aparentemente desde un escondido altavoz en algún lugar de la habitación.
—Cruza la puerta de tu derecha, terrestre. La puerta de tu derecha.
Carter presintió que aquello se trataba de una trampa, pero fue hacia la puerta. Cautamente la empujó con el pie.
Sobre un vistoso trono en el extremo más alejado de una enorme cámara con techo abovedado se sentaba un repulsivo y deforme sujeto. Una pequeña cabeza cónica se hundía entre unos enormes hombros.
Algo en la figura daba una sensación de distorsión. El torso estaba retorcido, los brazos no tenían la misma longitud; una pierna colgaba más larga que la otra.
La cara en la diminuta cabeza miraba de soslayo a John Carter. Una gruesa lengua surgía parcialmente entre unos amarillentos dientes.
El abultado cuerpo estaba revestido de magníficos correajes de platino y diamantes. Una mano como una garra, acariciaba la descubierta cabeza.
Desde la cabeza hasta los pies no se apreciaba un solo pelo en todo el cuerpo.
A los pies del hombre, echado en el suelo, se encontraba una bestia enorme de cuatro patas con sus pequeños ojos rojos fijos en el terrestre mientras permanecía quieta al fondo de la sala.
El hombre en el trono jugueteó ociosamente con el micrófono por el que había convocado a Carter en el laboratorio.
—Te atrapé al fin, John Carter. —Los chispeantes y astutos ojos brillaron llenos de odio—. Nunca podrás compararte con el gran cerebro de Pew Mogel. —Volvió la mirada hacia una pantalla de televisión llena de diales y luces de varios colores. Su cara se retorció en una sonrisa—. Honras a mi humilde ciudad John Carter. Si supieras con cuanto interés he estado observando tus progresos a través de mi palacio con mi máquina de televisión. —Pew Mogel acarició la maquina.
—Esta pequeña invención de mi maestro, Ras Thavas —continuó Pew Mogel— que tomé de prestado me ha sido de una incalculable ayuda para seguir tu búsqueda de mi indigna persona. Ha sido una lástima que levantaran sospechas las honrosas intenciones de mi agente esta tarde en la sala del Jeddak.
—Afortunadamente, sin embargo, ha desempeñado bien su misión; y a través de una conexión de este aparato enclavado tras el espejo de la sala del trono del Jeddak he podido presenciar todo lo sucedido.
Pew Mogel rió vagamente. Sus pequeños ojos entrecerrados observaban de reojo a Carter, que se movía inquieto al otro lado de la habitación.
El terrestre no podía ver nada en la habitación que supusiera una trampa. Los muros y el suelo estaban construidos con sencillas losas de color gris. Carter se detuvo en un extremo lateral de la sala, enfrentándose al trono de Pew Mogel.
Se acercó despacio, la manos acariciando el pomo de su espada, los músculos de su brazo tensos como bandas de acero.
A medio camino del trono el terrestre se detuvo.
—¿Dónde está Dejah Thoris? —sus palabras cortaron el aire.
La microcefálica cabeza de Pew Mogel miró hacia un lado. Carter esperó a que hablara. A pesar de tener la figura de un hombre, Pew Mogel no parecía humano. Era algo indescriptible; sus labios, sus perforadas mejillas, los ojos casi cerrados. Carter percibió que era casi ciego. No tenía párpados. Los ojos de aquel hombre no se cerraban nunca.
Pew Mogel habló fríamente.
—Te estoy muy agradecido por la visita. He sido muy afortunado al poder entretener a tu princesa y a tu mejor amigo; por lo que espero que puedas hacerme el mismo honor.
La cara de Carter no mostró expresión alguna. Lentamente, repitió:
—¿Dónde está Dejah Thoris?
Pew Mogel le miró burlonamente. El terrestre avanzó hacia el trono. El mono blanco a los pies de Pew Mogel gruñó, los pelos de su cuello se erizaron, mientras Pew Mogel se echaba hacia atrás rápidamente.
De nuevo la grotesca sonrisa pasó por su cara mientras alzaba su mano hacia John Carter y balbucía:
—Ten paciencia John Carter y verás a tu princesa, pero primero quizás estés interesado en el hombre que, la noche pasada, te llamó para encontrarse contigo en el puente principal, fuera de la ciudad.
Pew Mogel enganchó un dedo en una protuberancia del dorado brazo de su trono y tiró de ella. Una columna pegada al muro de su izquierda comenzó a desplazarse lentamente.
Un gigantesco hombre verde apareció encadenado al pilar. Sus cuatro poderosos brazos estaban atrapados con grilletes y para mayor tranquilidad adicional de Pew Mogel algunas cadenas de grandes eslabones de acero encadenaban su cuerpo. Su cuello y tobillos también estaban inmovilizados con bandas de acero y candados.
—¡Tars Tarkas! —exclamó Carter.
—¡Kaor, John Carter! —Había una amarga sonrisa en la cara de Tars Tarkas cuando le saludó—•. Observo que nuestro amigo nos ha atrapado a ambos de la misma forma; pero ha necesitado que su gigante lo intentara quince veces antes de atraparme en estas cadenas.
—¡El mensaje que mandaste la noche pasada! —En aquel momento Carter supo la verdad. Pew Mogel había falsificado el mensaje entre Kantos Kan y Tars Tarkas, atrapándolos a ambos en la ciudad, la noche anterior.
—Sí, os envié mensajes idénticos —le dijo Pew Mogel—, Cada mensaje provenía aparentemente del otro. La frecuencia la conseguí al escucharos a través del micrófono que coloqué en la sala del trono del Jeddak. Listo, ¿eh?
El ojo izquierdo de Pew Mogel salió de pronto de su cuenca y desapareció en el interior del carrillo. No pareció notarlo y continuó hablando, mirando primero a Carter y luego a Tars Tarkas con el otro ojo.
—Ambos habéis conocido ya a Joog —siguió Pew Mogel—. Una altura de treinta metros, todo músculos, un producto de la ciencia… el resultado de mi gran cerebro. Con mis propias manos insuflé vida a la carne del mayor monstruo guerrero que Barsoom jamás tuvo. Modelé todos los órganos, tejidos y huesos de diez mil hombres rojos y monos blancos. — Pew Mogel comenzó a situar su ojo izquierdo en su lugar.
Tars Tarkas emitió con una de sus extrañas risas.
—Pew Mogel —le dijo—, te equivocas por completo. Si proclamas haber creado al Gigante, ¿quién te ha creado a ti? Perdona que moleste a nuestro huésped, John Carter—continuó Tars Tarkas—, pero este monstruo se llama a sí mismo rey, cuando él mismo ha salido de la piel de un banth.
La pálida tez de Pew Mogel se tornó más pálida cuando se puso en pie. Golpeó con violencia la cara de Tars Tarkas.
—¡Silencio hombre verde! —chilló.
Tars Tarkas solo sonrió ante el golpe, ignorando el dolor. La cara de John Carter era una máscara de hielo. Un golpe más a su indefenso amigo podría arrojarle sobre la garganta de Pew Mogel. Mejor era esperar y saber donde estaba escondida Dejah Thoris.
Pew Mogel regresó a su trono. El mono blanco se había alzado, pero volvió a tumbarse de nuevo a los pies de su amo. Pew Mogel sonrió de nuevo.
—Perdonadme, por mi pérdida de compostura. A veces olvido que mi actual apariencia puede revelar mi naturaleza y origen.
«Veréis, pronto habré experimentado con uno de mis monos en el intrincado procedimiento de transferir mi maravilloso cerebro en un cuerpo más adecuado; luego no hallaréis ninguna diferencia con otro hombre normal de Barsoom.
John Carter sonrió ceñudo a las palabras de Pew Mogel.
—¿Entonces tú eres uno de los hombres sintéticos de Ras Thavas?
PEW MOGEL
—Sí, soy un hombre sintético —contestó Pew Mogel lentamente. Mi cerebro es el más grande de todos los logros del Cerebro Supremo.
«Durante largos años fui un aplicado pupilo de Ras Thavas en sus laboratorios de Morbus. Aprendí todo lo que el Maestro pudo enseñarme de los secretos de la creación de tejidos vivos. Cuando supe todo lo que considere necesario para la consecución de mis planes, dejé Morbus. Con cien hombres sintéticos escapé hacia las Grandes Marcas Toonolianas a lomos de los malgors, los pájaros de transporte.
«Llevé conmigo todo el intrincado equipo que pude «tomar prestado» de los laboratorios. El resto lo hice aquí, en esta antigua ciudad desierta donde finalmente me detuve —John Carter comenzó a comprenderlo todo—. Dejé de ser un esclavo —continuó Pew Mogel—. Quería reinar y por Isus que reinaré y algún día cabalgaré por todo Barsoom, mi reino. — Los ojos de Pew Mogel brillaron.
«No pasó mucho tiempo hasta que hombres rojos llegaron a nuestra ciudad. Eran fugitivos y criminales exiliados. Como eran conocidos, si se arriesgaban a ir más lejos, corrían el riesgo de que los capturaran y ejecutaran en otras ciudades civilizadas de Barsoom. Finalmente, los persuadí para que me dejaran transferir sus cerebros a los cuerpos de los estúpidos monos blancos que habitaban la ciudad. Les prometí que más tarde restituiría sus cerebros a los cuerpos de otros hombres rojos, utilizándolos en mi conquista de Barsoom.
Carter recordó a los monos de vendadas cabezas en el vecino laboratorio y a los hombres rojos con los cráneos trepanados en el pozo de las ratas. Comenzaba a entender un poco, luego recordó a Joog.
—Pero, ¿y el Gigante? —preguntó John Carter—. ¿Cómo fue hecho?
Pew Mogel se mantuvo en silencio un rato; luego habló:
—Joog lo hice pieza a pieza a lo largo de los años, con los huesos, tejidos y órganos de mil hombres rojos y monos blancos que vinieron voluntariamente a mí o fueron capturados. También su cerebro es producto de los cerebros de diez mil hombres rojos y monos blancos. Dentro de Joog he bombeado el suero autoreparador de tejidos.
«El gigante es prácticamente indestructible. ¡Ni balas o disparos de cañón pueden detenerle! —Pew Mogel sonrió y retorció su barbilla sin pelo.
«¡Pensad qué poder tendrán mis monos soldados! —exclamó soltando un chorro de babas—. Cada uno dotado con la fuerza de un mono. Con sus cuatro manos podrán usar más armas que un hombre ordinario y dentro de sus cráneos funcionarán los cerebros de seres humanos.
«Con Joog y mi ejército de monos blancos seré fuerte y dominaré todo Barsoom —hizo una pausa y luego añadió—: He de conseguir más hierro para armas más grandes.
Después Pew Mogel se alzó de su trono lleno de excitación.
—Preferiría conquistaros pacíficamente, adquiriendo el hierro de Helium como pago por la devolución de Dejah Thoris sana y salva. Pero el Jeddak y tú, John Carter, me forzáis a otras alternativas. Sin embargo, os daré otra oportunidad para hacerlo pacíficamente —dijo.
La mano de Pew Mogel se movió hacia el brazo derecho de su trono y pulsó otra protuberancia. Una bella mujer apareció a la vista. Era Dejah Thoris.
A la vista de la princesa encadenada a otro pilar, John Carter empalideció.
Saltó hacia adelante para liberarla.
Sus músculos terrestres le ayudaron a cubrir fácilmente la distancia en un salto; pero a medio camino de su salto, Dejah Thoris y Tars Tarkas vieron al terrestre detenerse en medio del aire como si hubiera chocado con toda su fuerza contra alguna barrera invisible. Medio desvanecido, cayó al suelo.
Dejah Thoris gritó. Tars Tarkas tiró de sus cadenas. Lentamente el terrestre se puso en pie, sacudiendo su cuerpo como algún majestuoso animal. Con la espada golpeó la barrera que había aparecido entre él y el trono.
Pew Mogel rió ásperamente.
—Estás atrapado, John Carter. E] cristal invisible contra el que has chocado es otra invención del gran Ras Thavas que yo adquirí. Es indestructible.
—Desde ahí presenciarás la tortura de tu princesa a no ser que ella acceda a firmar una nota para su padre pidiéndole la rendición de Helium ante mí.
El terrestre miró a su princesa, a menos de cinco metros de él. Dejah Thoris levantó orgullosamente la cabeza y miró hacia otro lado en silenciosa respuesta a las demandas de Pew Mogel sobre la traición a su pueblo.
Pew Mogel la miró furioso y dio una orden a su mono. El blanco bruto se acercó lentamente hacia Dejah Thoris. Asiendo su cabello con una garra forzó su cabeza atrás hasta que pudo verle la cara. Sus brutales rasgos estaban a dos centímetros de ella.
—Pide la rendición de Helium —silabeó Pew Mogel—, y tendrás tu libertad.
—¡Nunca! —La palabra pareció golpearle. Pew Mogel dio otra orden al mono. La criatura plantó sus gruesos y colgantes labios sobre los de la princesa. Dejah Thoris intentó separarse de su abrazo mientras Tars Tarkas tiraba frenéticamente de sus cadenas de acero. La joven se desmayó.
El terrestre golpeó de nuevo fútilmente la barrera invisible.
¡Loco! —rugió Pew Mogel—. Te he dado la oportunidad de recuperar a tu princesa si me dabas todo el hierro de Helium pero tú y el Jeddak habéis pretendido desafiarme y rescatar a Dejah Thoris sin pagarme el precio que os pedí para devolverla a salvo. Por tratar de engañarme, moriréis todos.
Pew Mogel se inclinó de nuevo sobre los instrumentos de su trono. Comenzó a girar algunos diales y Carter oyó un extraño y estruendoso zumbido que aumentaba rápidamente de intensidad.
De pronto, el terrestre se volvió y corrió hacia la puerta a través de la que había entrado.
Pero antes de que corriera quince pasos otra barrera se había cerrado. Escapar por allí era imposible.
Una ventana se abría sobre al muro a su derecha. Saltó hacia ella. Se golpeó contra otra barrera de cristal.
Había otra ventana al lado izquierdo de la habitación. Estaba cerca de ella cuando se encontró contra otra barrera invisible.