Hechos y teorías pueden ser opuestos. Incuestionablemente, los científicos parecen estar en lo cierto. De forma igualmente incontrovertible, yo puedo demostrar mi verdad.
En la aventura que voy a narrar, hecho y teoría cruzan de nuevo sus espadas. Odio hacerle esto a mis sufridos amigos científicos; pero si ellos pudieran consultarme antes de dogmatizar postulando teorías que no hallan aclamación popular, se salvarían de muchas situaciones embarazosas.
Dejah Thoris, mi incomparable princesa, y yo estábamos sentados sobre un banco ricamente tallado en uno de los jardines de nuestro palacio en Pequeño Helium cuando un oficial con los correajes de Tardos Mors, Jeddak de Helium, se aproximó y saludó.
—¡De Tardos Mors para John Carter, kaor! —dijo—. El Jeddak requiere tu inmediata presencia en la Sala de Jeddaks del Palacio Imperial de Gran Helium.
—Al instante —le respondí.
—¿Puedo llevarte, mi señor? —me preguntó—% He venido en una nave de dos plazas.
—Gracias. Me reuniré contigo en el hangar dentro de un momento.
Saludó y nos dejó.
—¿Quién es? —preguntó Dejah Thoris™. No recuerdo haberle visto nunca antes.
—Probablemente se trate de uno de los nuevos oficiales de Zor, que Tardos Mors ha destinado a la Guardia del Jeddak. Es un gesto de asegurarle a Zor que tiene la mayor confianza en la lealtad de esa ciudad y un medio de curar viejas heridas.
Zor, que se hallaba a cerca de seiscientos kilómetros al sureste de Helium, era una de las más recientes conquistas de Helium y nos había provocado una gran cantidad de problemas en el pasado a causa de los traicioneros actos instigados por una rama de la familia real guiada por Multis Par, un príncipe. Alrededor de cinco años antes de que ocurrieran los hechos que estoy narrando, este Multis Par había desaparecido; y desde entonces Zor no había causado mayores problemas. Nadie sabía dónde se hallaba este hombre, y se suponía que había elegido realizar el último y definitivo viaje sobre el río Iss hasta el Perdido Mar de Korus, en el Valle del Dor, o había sido capturado y muerto por miembros de alguna horda de salvajes hombres verdes. Nadie apareció para explicarlo… ni él tampoco regresó a Zor, donde era odiado por su arrogancia y crueldad.
—Espero que mi reverendo abuelo no te retenga por mucho tiempo —me dijo Dejah Thoris—. Tendremos algunos huéspedes para cenar esta noche y no desearía que llegaras tarde.
—¿Algunos? —le dije—. ¿Cuántos? ¿Doscientos o trescientos?
—Eres imposible —rió ella—. Sólo algunos.
—Mil, si ese es tu deseo, querida —le aseguré mientras la besaba—. ¡Y ahora, adiós! Espero estar de vuelta dentro de una hora.
Mientras subía la rampa hacia el hangar en el techo del palacio tuve, por alguna inexplicable razón, una sensación de inminente peligro; pero lo atribuí al hecho de que mi tete-a-tete con mi princesa había sido tan repentinamente interrumpido.
El liviano aire del moribundo Marte hacía que la transición entre el día y la noche sucediera demasiado rápidamente para un terrestre. El anochecer es de corta duración debido a la insignificante refracción de los rayos solares. Cuando dejé a Dejah Thoris, el Sol, aún bajo, todavía iluminaba; el jardín estaba en penumbras, pero había luz diurna. Cuando me aproximaba al inicio de la rampa que daba a la parte del techo del palacio que ocupaban los hangares privados en los que se alojaban nuestras naves personales, la escasa luz del ocaso apenas iluminaba mi paso. Pronto sería de noche. Me extrañé de que la guardia del hangar no hubiera encendido las luces.
En el mismo instante que noté que algo iba mal, un grupo de hombres me rodeó y me redujo antes de poder desenvainar y defenderme. Una voz me advirtió que me mantuviera en silencio. Era la voz del hombre que me había conducido a esa trampa. Cuando los otros hablaron fue en un idioma que nunca había oído antes. Hablaron de forma sombría y hueca… sin expresión, sepulcral. Me habían puesto de cara contra el pavimento y me sujetaron los brazos tras la espalda. Luego me alzaron brutalmente sobre los pies. Entonces, por primera vez, obtuve una visión clara de mis captores. Se me heló la sangre. No podía dar crédito a mis propios ojos. Esas cosas no eran hombres. ¡Eran esqueletos humanos! Negros ojos sin párpados me miraban desde espantosos cráneos. Huesudos y esqueléticos dedos arañaban mis brazos. Me parecía poder ver cada hueso de sus cuerpos. ¡Y esas cosas estaban vivas! Se movían. Hablaban. Me arrastraban hacia una extraña nave que nunca antes había visto. Estaba entre las sombras del hangar… estilizada, larga y siniestra. Parecía un enorme proyectil, con la popa redondeada y la proa afilada.
En una primera breve ojeada, vi que a lo largo de su línea media había un largo alerón longitudinal —yo juzgué que era eso— que recorría todo el largo de la nave, un ascensor de extraño diseño y un timón que sobresalía de las toscas junturas. No vi propulsores, pero es que apenas tuve ocasión de inspeccionar más detenidamente la nave, pues fui rápidamente empujado a través de una escotilla abierta en un costado. El interior estaba completamente a oscuras. No vi otra luz que el débil brillo del mortecino día, visible a través de las alargadas y desnudas portillas de los costados de la nave.
El hombre que me había traicionado me siguió al interior de la nave con mis captores. Cerraron la puerta y la aseguraron con rapidez; luego, la nave se elevó silenciosamente en la noche. No se veía ninguna luz; sin embargo, estaba seguro de que uno de nuestros patrulleros nos vería; si no era así, mi gente hallaría una pista sobre mi desaparición y antes del alba miles de naves de la armada Heliumita rastrearían la superficie de Barsoom y el espacio en mi busca, sin dejar que una nave de este tamaño encontrara forma de eludirlas.
Una vez sobre la ciudad, cuyas luces podía distinguir, se alejaron de la nave a una tremenda velocidad y en completo silencio. Nada sobre Barsoom esperaría poder alcanzarlo. Se movía con gran velocidad. Las luces de la cabina fueron encendidas. Estaba desarmado, por lo que me liberaron las manos. Miré con repulsión, casi con horror, a los veinte o treinta seres que me habían apresado.
Observé ahora que no eran esqueletos, aunque una inspección más detenida hacía que se asemejaran a los huesos desnudos de un cadáver. Una piel como pergamino se pegaba a la estructura ósea de la calavera. Sus cuerpos parecían carecer de cartílago alguno o grasa. Lo que yo había tomado por cuencas desnudas eran unos hundidos ojos de un intenso color marrón sin nada de blanco. La piel de sus caras parecía pergamino y cubría el hueso hasta las encías, mientras que los dientes quedaban expuestos en ambas mandíbulas como si fueran precisamente los de una calavera desnuda. La nariz no era sino un agujero hendido en medio de la cara. No tenían orejas… sólo los orificios de los oídos, ni tampoco cabello alguno en las partes visibles de sus cuerpos ni en sus cabezas. Aquellas cosas eran más repulsivas que los kaldanes de Bantoom, aquellas horribles arañas humanas en cuyas garras cayó Tara de Helium durante su aventura que la condujo al país del Ajedrez Viviente de Marte; ellos al menos poseían unos cuerpos soportables, cosa que no se podía decir de estos seres.
Los cuerpos de mis raptores armonizaban perfectamente con sus cabezas… una piel como pergamino cubría los huesos de sus miembros, tan fina que resultaba difícil convencerse de que no era auténtico hueso lo que se veía. Y así de fina era esta piel que cubría sus esqueletos, que cada costilla y cada vértebra sobresalían en un desagradable relieve. Cuando se situaban directamente frente a una luz, podían verse sus órganos internos.
No vestían otra cosa que un diminuto taparrabos. Sus correajes eran muy parecidos a los que utilizaban los barsoomianos, cosa nada fuera de lo común, ya que todos están diseñados para el mismo propósito… llevar colgadas una espada, una daga y una bolsa.
Asqueado ante la visión, me volví para mirar hacia la superficie bañada por la luz lunar de mi adorado Marte. ¿Pero qué sucedía? Muy cerca de babor podía verse claramente Cluros, la luna más lejana. Pude distinguir su superficie cuando pasamos junto ella. ¡Veintinueve mil kilómetros en un momento, en algo más de un minuto! Era increíble.
El hombre rojo que había planeado mi captura llegó y se sentó cerca de mí. Su atractivo rostro mostraba tristeza.
—Lo siento, John Carter —me dijo—. Quizá, si me lo permites, podré explicarte el porqué de lo que he hecho. No espero tu perdón.
—¿Dónde me lleva esta nave? —le interrogué.
—Hacia Sasoom —me respondió.
¡Sasoom! ¡Ese era el nombre barsoomiano para Júpiter, a quinientos trece mil millones de kilómetros del palacio donde me esperaba Dejah Thoris!
U Dan
Durante un tiempo permanecí en silencio, mirando hacia el vacío negro como la tinta del espacio, una oscuridad estigia contra la cual estrellas y planetas brillaban intensamente, firmes y sin centelleos. Desde babor, lejos, los cielos me miraban con ojos cegadores; millones de blancos, cálidos y penetrantes ojos. Muchas preguntas cruzaban mi mente. ¿Había sido especialmente señalado para aquel rapto? Si así fuese, ¿porqué? ¿Cómo había entrado en Helium esta enorme nave y había conseguido posarse sobre mi pista de aterrizaje en plena luz del día? ¿Quién era este hombre de rostro melancólico que me había conducido a una trampa? Jamás, hasta que había aparecido en mi jardín, le había visto. Fue él quien rompió el silencio. Pareció que me había leído el pensamiento.
—Estás confuso por encontrarte aquí, John Carter —me dijo—. Si puedes soportar mi compañía, te lo contaré todo. En primer lugar me presentaré. Soy U Dan, un padwar de la guardia de Zu Tith, el Jed de Zor, muerto en combate cuando Helium derribó su reinado tiránico y se anexionó la ciudad.
«Mis simpatías siempre estuvieron del lado de Helium, y vi un largo y feliz futuro para mi amada ciudad al entrar a formar parte del gran Imperio Heliumita. Luché contra Helium porque era el deber de mi espada defender al Jed al que me debía—n monstruo de tiranía y crueldad, pero cuando la guerra terminó juré de corazón la alianza con Tardors Mors, Jeddak de Helium.
«Permanecí en el palacio del Jed, casi en intimidad con los miembros de la familia real. Conocí a todos muy bien, especialmente a Multis Par, el príncipe que, si todo seguía su curso natural, debería suceder al trono. Era muy parecido a su padre Zu Tith… arrogante, cruel, tirano por naturaleza. Tras la caída de Zor, buscó fomentar la discordia e incitó al pueblo a la revuelta. Cuando fracasó, desapareció. Eso fue hace cinco anos.
«Otro miembro de la familia real a la que conocí muy bien era tan diferente a Zu Tith y Multis Par como el día a la noche. Su nombre era Vaja. Era la prima de Multis Par. Yo la amaba y ella me amaba a mí. Estábamos a punto de casarnos cuando, dos años después de la desaparición de Multis Par, Vaja desapareció misteriosamente”.
No entendía por qué me contaba todo esto. No estaba interesado en sus asuntos amorosos, No tenía el menor interés en ellos. Y aún estaba menos interesado, si eso era posible, por Multis Par, pero le escuché.
—La busqué —continuó—. El gobernador de Zor puso todos sus recursos a mi disposición, pero todo fue inútil. Luego, una noche, Multis Par entró en mis aposentos en un momento en que me encontraba solo. No perdió el tiempo; fue directamente al grano. «Supongo”, me dijo, «que estarás preocupado por lo que le ocurra a Vaja». Supe en aquel momento que él había sido el inductor de su rapto y temí lo peor, pues conocía el tipo de hombre que era. Desenfundé mi espada. «¿Dónde está?», le interrogué, «Dímelo, si estimas en algo tu vida». Se limitó a reírse. «No seas loco», dijo, «Si me matas, nunca la verás de nuevo… jamás sabrás dónde está. Trabaja conmigo y te la devolveré. Pero has de trabajar rápido, pues comienzo a sentirme muy encariñado con ella. Es extraño», añadió pensativo, “que haya podido vivir en el mismo palacio con ella y haber estado tan ciego ante sus muchos encantos, tanto mentales como físicos… especialmente los físicos».
««¿Dónde está ella?»», le pregunté de nuevo, «Si la has tocado bestia…». «No uses esos apelativos, U Dan», me dijo. «Si me molestas demasiado, la guardaré para mí y buscaré los servicios de algún otro que me ayude con el plan que he venido a explicarte. Creo que eres un ser sensible y útil para mí… pero eres demasiado sensible… los juegos del amor embotan los procesos mentales de uno. Estoy empezando a pensar que te dejaré fuera de mi caso». Dejó escapar una risotada obscena. «Pero no te preocupes», continuó, «Ella está a salvo… lejos. Cuánto tiempo estará a salvo, depende solamente de ti». «¿Dónde está ella?» le pregunté una vez más. «Donde nunca la encontrarás sin mi ayuda», me respondió. «Si está en algún lugar de Barsoom, la encontraré», le dije. «No está en Barsoom, sino en Sasoom». «Mientes», Multis Par”, le dije. Él se encogió de hombros con indiferencia. “Quizá la creas a ella», me dijo mientras me alargaba una carta. Era de Vaja. Recuerdo el mensaje palabra por palabra.
Por increíble que parezca, estoy prisionera en Sasoom, Multis Par ha prometido traerle a mí si tu llevas a cabo lo que él califica de un pequeño favor. No sé qué es lo que espera de ti; pero hazlo si te es posible, si no, déjalo. Estoy a salvo de momento y no me han causado daño alguno.
««¿Qué es lo que quieres de mí?», le pregunté. No creo recordar sus exactas palabras; pero, en resumen, esto es lo que me dijo: La desaparición de Multis Par de Zar fue provocada por los hombres de Sasoom, Llevaban un tiempo visitando este planeta, reconociéndolo, acariciando la idea de conquistar Barsoom.
«Le pregunté la razón y me explicó que se debía sencillamente a que eran una raza guerrera. Sólo tenían en mente la guerra, como si durante largas eras sólo el espíritu guerrero les hubiera impulsado a sobrevivir. Habían doblegado a todos los otros pueblos de Sasoom y buscaban un nuevo mundo por conquistar.
«Le habían capturado para aprender lo que pudieran del armamento y efectivos militares de las diferentes naciones barsoomianas, y decidieron que como Helium era la más poderosa, podría ser allí donde descendieran. Con Helium a su disposición, el resto de Barsoom sería, pensaban, mas fácil de conquistar”.
—¿Y dónde entro yo en ese esquema? —le pregunté.
—Ya llego a eso —me dijo U Dan—. Los morgors son una gente muy eficiente. No dejan al azar ningún detalle que pueda afectar al éxito o fracaso de una campaña. Poseen excelentes mapas de Barsoom y gran cantidad de datos relativos a la flota y armamento de las principales naciones. Han revisado exhaustivamente ya todos esos datos y esperan obtener toda la información sobre las técnicas guerreras de los heliumitas. Esperan obtenerla de ti. La sacarán de ti.