John Carter de Marte (9 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: John Carter de Marte
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Carter se agachó y cogió el micrófono del suelo.

—Levanta un brazo —dijo. Se produjo una pausa y luego el gigante elevó su brazo derecho sobre la cabeza.

—Baja el brazo —le ordenó de nuevo. El gigante obedeció.

Carter le dio la misma orden un par de veces más, y el gigante obedeció mansamente. El terrestre sonrió levemente. Sabía que Kantos Kan había visto la señal y seguiría las órdenes que le había dado anteriormente. La mano de Pew Mogel se movió de repente a su costado y surgió armada con una pistola de rayos.

Se produjo un resplandor cegador cuando apretó el gatillo; pero de inmediato la pistola voló de su mano. Carter había saltado a un lado mientras su espada golpeaba el arma sacándola de las garras de Pew Mogel.

Ahora se vería forzado a sacar la espada.

Así, en lo alto de la cabeza del gigante, luchando furiosamente contra aquel hombre sintético de Marte, John Carter se encontró en el más increíble trance de su venturosa vida.

Pew Mogel no era un buen espadachín. De hecho estaba furioso de que su primer ataque, que hizo retroceder al terrestre a través de la habitación empujado por la rápida sucesión de golpes que buscaban indiscriminadamente alcanzar cualquier punto de su cuerpo para herirle, no surtiera efecto.

Era una sensación extraña, aquello de luchar contra un hombre cuyo ojo se desprendía al interior de su cara. Pew Mogel se había olvidado de la desaparición de su ojo, pero tanto daba; aquel hombre sintético podía ver igualmente bien con su otro ojo.

Pew Mogel había conseguido empujar al terrestre hacia el borde de la cúpula. Por un instante se quedó mirando fuera.

Una exclamación de sorpresa escapó de sus labios.

XIII

PÁNICO

La mirada de John Carter siguió a la de Pew Mogel. Lo que vio le hizo sonreír y renovó sus esperanzas.

—¡Mira, Pew Mogel! —gritó—. Tu ejército aéreo está en desbandada.

Los miles de malagors que habían cubierto el cielo llevando a sus peludos jinetes croaban frenéticamente mientras huían en todas direcciones. Los monos que aún permanecían sobre sus lomos eran incapaces de controlar a las salvajes bestias. Los pájaros perdían a sus jinetes cuando sus grandes alas se agitaban furiosamente para escapar de lo que los había asustado apareciendo en el cielo en medio de ellos. La causa de su salvaje huida se hizo visible inmediatamente.

El aire estaba lleno de paracaídas, y colgando de cada uno de ellos había una rata marciana de tres patas… el enemigo hereditario de todas las aves marcianas.

Con el rápido vistazo que dio Carter pudo ver a las criaturas cayendo de las naves de transporte en las que habían sido transportadas durante su ausencia en las últimas veinticuatro horas.

Sus órdenes habían sido seguidas con exactitud.

Las ratas seguían cayendo entre las filas de la tropa de Pew Mogel, sin embargo, la atención de Carter regresó hacia su peligro inmediato.

Pew Mogel atacó violentamente al terrestre. Su espada lo hirió en un hombro y la sangre cayó sobre sus bronceados brazos.

Carter echó otro vistazo. Aquellas ratas necesitarían un apoyo cuando cayeran en las trincheras.

¡Bien! Tars Tarkas y sus guerreros verdes cargaban de nuevo desde las colinas sin apenas resistencia, haciendo fuego sobre el enemigo. Cierto, las ratas atacarían a cualquiera cuando llegaran al suelo, pero los verdes tharks, montados en sus thoats, estaban más seguros que los monos. Ningún malagor querría acercarse a su más odiado enemigo.

Pew Mogel volvió a acercarse a la cúpula. Por el rabillo del ojo Carter vio la señal de Kantos Kan y cómo su flota aérea se lanzaba contra las legiones de monos.

De repente Pew Mogel se agachó y alargó su brazo libre.

Sus dedos se cerraron sobre el micrófono que Carter había abandonado cuando Pew Mogel le atacó por primera vez.

La criatura llevo éste a sus labios y antes de que el terrestre pudiera evitarlo gritó a través de él:

—¡Joog, mata! ¡Mata! ¡Mata!

Al segundo siguiente, la hoja de John Carter había separado la cabeza de los hombros de Pew Mogel.

El terrestre saltó sobre el micrófono y lo arrancó de las manos de la criatura; pero se encontró con que el cuerpo sin cabeza de Pew Mogel le atacaba ciegamente a través de la sala blandiendo su afilada arma.

La cabeza de Pew Mogel rodaba por el suelo gritando salvajemente, mientras Joog cargaba para obedecer la última orden de muerte de su amo.

La cabeza de Joog se agitaba arriba y abajo con cada enorme paso. John Carter se vio arrojado a uno y otro lado con cada enorme pisada.

El cuerpo descabezado de Pew Mogel saltaba a través del piso descontroladamente con la espada en la mano.

—¡No puedes matarme! ¡No puedes matarme! —gritaba la cabeza mientras rebotaba—. ¡Yo soy el hombre sintético de Ras Tabas! ¡Yo jamás moriré! ¡Nunca moriré!

La escotilla del compartimento se abrió de golpe cuando un malagor chocó contra su pestillo. El cuerpo de Pew Mogel caminó dando tumbos a través de la abertura y cayó al vacío.

La cabeza de Pew Mogel hablaba y chillaba desquiciadamente; por lo que Carter se las apañó para agarrarla de una oreja y arrojarla fuera.

Oyó a la cosa chillar durante todo el descenso hasta que chocó en el suelo; allí sus gritos cesaron por completo.

Joog era el único que luchaba furiosamente con el arma que anteriormente había utilizado contra la flota.

—¡Yo mato! ¡Yo mato! —repetía mientras destrozaba los aeroplanos con la enorme maza a medida que estos picaban sobre las trincheras.

A pesar de que el refugio se sacudía violentamente, Carter consiguió acercarse a la cúpula. Pudo ver a las ratas aterrizando por centenares, atacando salvajemente a los monos en sus trincheras.

los verdes guerreros de Tars Tarkas también estaban allí, luchando valientemente junto a su gran líder de cuatro brazos.

Pero la poderosa maza de Joog hacía el daño de cien guerreros juntos cuando golpeaba contra los combatientes. Joog debía ser parado inmediatamente.

John Carter tomó el micrófono. Se le escurrió de entre los dedos. Se arrojó al suelo y volvió a recuperarlo.

—¡Joog, alto! ¡Alto! —gritó al micrófono.

La gran criatura detuvo su masacre, jadeando y resoplando. Se detuvo sin ver cómo la violenta batalla continuaba entre sus pies.

Los monos estaban en desbandada. Rompían filas y corrían hacia las montanas perseguidos por las ratas y los guerreros verdes de Tars Tarkas.

John Carter pudo ver la nave insignia de Kantos Kan aproximándose a la cabeza de Joog.

Temiendo que Joog pudiera golpear irritado a la nave con su precioso cargamento, el terrestre le hizo señales de que permanecieran alejados.

Luego ordenó de nuevo a través del micrófono:

—¡Joog, siéntate! ¡Siéntate!

Como un animal de presa, Joog se sentó en el suelo sobre los cadáveres de los enemigos que había matado.

John Carter saltó fuera del compartimento a la hierba. Aún tenía en la mano el micrófono que sintonizaba con los receptores de los oídos de Joog.

—¡Joog! —gritó de nuevo—¡Ve a Korvas! ¡Ve a Korvas!

El monstruo miró al terrestre, a menos de treinta metros de su cara, y gruñó.

XIV

EL FINAL DE LA AVENTURA

El terrestre repitió de nuevo la orden a Joog el gigante. Esta vez el gruñido se congeló en sus labios, y desde el pecho del bruto surgió un sonido parecido a un sollozo cuando se puso en pie de nuevo.

Volviéndose lentamente, Joog comenzó a caminar por la llanura hacia Korvas.

No habían pasado ni diez minutos cuando los soldados heliumitas salieron de su ciudad y rodearon al terrestre y a su princesa, mientras John Carter, abrazando a Dejah Thoris, veía desaparecer en la distancia la cabeza de Joog.

—¿Por qué le has dejado ir, John Carter? —le preguntó Tars Tarkas mientras limpiaba la hoja de su espada en la piel de su sudoroso thoat.

—Sí, ¿por qué? —repitió Kantos Kan—. Ya lo tenías en tu poder.

John Carter se volvió y observó el campo de batalla.

—Toda la muerte y la destrucción que habéis visto aquí hoy no se debe a Joog, sino a Pew Mogel —les respondió Carter. Joog es indefenso ahora que su diabólico amo ha muerto. ¿Por qué añadir su muerte a las de los otros, aun cuando hubiéramos podido matarle, cosa que yo dudo?

Kantos Kan observó cómo las ratas desaparecerían en las lejanas montañas en persecución de los grandes y pesados monos.

—Escúchame John Carter —dijo finalmente con una misteriosa expresión en su cara—. ¿Cómo te las arreglaste para meter a todas esas ratas en las naves de transporte y luego soltarlas en paracaídas?

Carter sonrió.

—Fue muy sencillo —dijo—. Había observado en Korvas, cuando estaba prisionero en su ciudad subterránea, que sólo había una forma de entrar a la caverna donde vivían las ratas… un único túnel que continuaba durante alguna distancia hasta que se abría en varios otros, también había unas hendiduras en la bóveda; pero estaban fuera del alcance. Llevé a mis hombres dentro de los túneles y provocamos un enorme fuego con musgo seco. La corriente de aire llevó el humo hasta la caverna. El lugar se llenó tanto de humo que las ratas buscaron un lugar donde poder respirar, pero no podían porque su única vía de escape era el túnel. Luego simplemente conduje a las que salían medio ahogadas hasta las naves de transporte.

—¿Pero, y los paracaídas? —exclamó Kantos Kan—. ¿Cómo pudiste ponerles eso en las espaldas y evitar que os arrancaran los brazos si ya estarían conscientes?

—Las ratas no recobraron la consciencia hasta el último minuto —le explicó el terrestre—. Llenamos las bodegas de los transportes con más humo para mantener a las ratas inconscientes todo el camino hasta Helium. Tuve mucho tiempo para atar los paracaídas a sus espaldas. Las ratas volvieron en sí después de que mis hombres las empujaran fuera de las naves. Cuando llegaron al suelo estaban medio locas y destrozaban todo lo que se les ponía delante. Lo demás ya lo presenciasteis.

John Carter hizo una señal en dirección a las criaturas que desaparecían en las montañas.

—En cuanto a los malagors —concluyó— son pájaros, y los pájaros de Marte no soportan ni a las serpientes ni a las ratas. Sabía que los malagors preferirían otros lugares en los que vivir y alejarse de sus enemigos naturales cuando los vieron moverse a su alrededor por el aire.

Dejah Thoris miro a su señor y sonrió.

—¿Ha existido algún hombre así antes? —preguntó—.¿Son todos los terrestres como tú?

Esa noche todo Helium celebró la victoria. Las calles de la ciudad se llenaron de gente sonriente. Los poderosos guerreros verdes de Thark se mezclaban hermanados con los guerreros de Helium. En el palacio real se celebraba una gran fiesta en honor de John Carter y sus servicios a Helium.

El viejo Tardos Mors estaba tan emocionado con el acontecimiento del milagroso rescate de su ciudad de las manos de su enemigo y el regreso a salvo de su nieta que fue incapaz de pronunciar una palabra durante algún tiempo, hasta que se acercó a la mesa de la cena para agradecer al terrestre la continuidad de su reino. Sus palabras fueron tan intensas y tan sinceras que el terrestre se sintió conmovido.

Más tarde, durante la noche, John Carter y Dejah Thoris se quedaron solos en una terraza sobre los jardines reales.

Las lunas de Marte se movían majestuosamente a través del cielo dibujando sombras en las distantes montañas que formaban fantásticas figuras sobre la llanura y el bosque. Luego, lentamente, las sombras de las dos personas en el balcón real se fundieron lentamente en una.

PRÓLOGO DEL AUTOR A LA EDICIÓN ORIGINAL DE LOS HOMBRES ESQUELETO DE JÚPITER

Personalmente, desapruebo los prefacios; raramente los leo, y no creo haber escrito nunca una historia en la que abrume a mis largamente sufridos lectores con uno de ellos. Ocasionalmente, he tenido que incluir algunas notas y acotaciones en algunos clásicos inmortales, dos ejemplos de literatura «inútil» que deploro especialmente cuando se trata de los escritos de otros. Sin embargo, esto es algo que se emplea hasta la extenuación—stas inútiles notas y acotacione—y que, junto con el uso de los adjetivos, aligeran la lectura de la obra del autor y permiten entender lo que sus palabras cuentan. En realidad, esto no es más que una pequeña escusa para los prefacios, y si esta fuera mi historia no pondría ninguno. Pero ésta no es mi historia; es la historia de John Cárter. Yo no soy más que su mero amanuense.

¡En Guardia! John Carter empuña su espada.

Edgar Rice Burroughs.

LIBRO 2

LOS HOMBRES ESQUELETO DE JÚPITER

I

TRAICIONADO

No soy científico. Soy un luchador. Mi más querida amia es la espada, y durante mi larga vida no he visto razón para alterar mis teorías cuando he debido aplicarlas en los muchos problemas a los que he hecho frente. Esto no es así con los científicos. Ellos abandonan continuamente una teoría por otra. La ley de gravitación es quizás la única teoría que ha permanecido durante mi vida… y si la Tierra de repente comenzara a rotar diecisiete veces más rápido que ahora, la ley de la gravedad fallaría y nos lanzaría hacia el espacio.

Teorías vienen y teorías van… teorías científicas. Recuerdo una teoría en la que el Tiempo y el Espacio se movían constantemente en una línea recta. Había otra teoría que afirmaba que ni el Tiempo ni el Espacio existen… todo está en nuestras mentes. Más tarde, nació otra teoría que sostenía que el Tiempo y el Espacio se curvaban sobre ellos mismos. Mañana, algún científico os podrá enseñar resmas y resmas de papel y miles de metros cuadrados de pizarra cubiertos con fórmulas, signos, símbolos y diagramas para probar que el Tiempo y el Espacio se curvan hacia afuera alejándose entre ellos. Luego su teórico universo se desmoronará sobre nuestros oídos, y podremos preparamos para volver de nuevo sobre las teorías desechadas anteriores. Como muchos luchadores me inclino por ser crédulo en lo que concierne a materias fuera de mi profesión; o al menos fuera de lo que uso cotidianamente. Creo en lo que hacen los científicos. Años atrás, creí con Flammarión que Marte era habitable y que estaba habitado; más tarde, nuevas y reputadas escuelas de científicos me convencieron de lo contrario. Sin perder la esperanza, me vi forzado a creer en todo aquello cuando llegué a Marte y me quedé allí a vivir. Todavía se insiste en si Marte es habitable o inhabitable, pero yo vivo aquí.

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