En un segundo comprendió su situación. Los muros se movían hacia él. Podía ver ahora que la barrera cristalina se movía desde unas hendiduras en el vecino muro.
Los dos lados de la barrera, sin embargo, se movían con rapidez impulsados por unos pistones horizontales a presión situados en la bóveda. Estos pistones se movían juntos, conduciendo los muros de cristal uno hacia el otro, con lo que finalmente aplastarían al terrestre entre ellos.
John Carter llevaba en uno de sus dedos un enjoyado anillo. Puesto en el centro del anillo había un grueso diamante.
¡El diamante corta el cristal! Era un nuevo tipo de cristal pero las oportunidades se centraban en si era o no más duro que el diamante del anillo de Carter.
El terrestre cerró su puño presionando el diamante contra la barrera frente a sí y rápidamente dibujó un gran círculo en la superficie del cristal.
Luego se lanzó con toda su fuerza contra la zona interior del dibujo.
La sección se rompió ante el golpe y el terrestre se encontró cara a cara con Pew Mogel.
Dejah Thoris había vuelto a la consciencia con una intensa expresión en su bello rostro.
Una ceñuda sonrisa se dibujó en los labios de Tars Tarkas cuando vio que su amigo no se había visto bloqueado durante mucho tiempo por la invisible barrera.
Pew Mogel se retiró tras su trono y gritó con voz ronca:
—¡Cógelo, Gore, cógelo! —Pequeñas gotas de sudor caían de su frente.
Gore, el mono blanco, apartó su atención de Dejah Thoris y se volvió hacia el terrestre cuando éste avanzaba hacia ellos. Gruñó violentamente, revelando sus poderosos colmillos. Saltó de forma que sus cuatro macizos puños impulsaron todo el peso de su cuerpo. Sus pequeños y sanguinarios ojos brillaban de odio, pues Gore odiaba a todos los hombres salvo a Pew Mogel.
EL TERROR VOLADOR
Cuando Gore, el gran mono blanco, con cerebro humano saltó al encuentro de John Carter estaba totalmente convencido de poder matar a su enemigo humano. Sin embargo, para asegurarse completamente, Gore extrajo la gran espada que colgaba a su costado y atacó violentamente a su enemigo, lanzando furiosos tajos. La brutalidad del ataque hizo retroceder momentáneamente a Carter unos pocos pasos mientras esperaba el poderoso golpe.
Pero el terrestre vio su oportunidad. Rápidamente, con seguridad, su hoja golpeó. Ejecutó un sorprendente giro y la espada de Gore rebotó a través de la habitación.
Gore, sin embargo, reaccionó con ligereza. Con sus cuatro enormes manos cogió la desnuda hoja de la espada del terrestre.
Violentamente arrancó la espada de las manos de Carter y levantándola sobre su cabeza partió el duro acero en dos, como si hubiera partido una astilla de madera.
A continuación, con un sordo gruñido, Gore se acercó. Carter dio un salto.
Por sorpresa el hombre saltó sobre la cabeza del mono; pero de nuevo con increíble velocidad lanzó una peluda mano y agarró el tobillo del terrestre.
Gore atrapó a John Carter con sus cuatro manos, acercando al hombre a sus colmillos goteantes.
Pero con un tirón de sus poderosos músculos el terrestre liberó su brazo y golpeó fuertemente el rostro de Gore.
El mono retrocedió, soltando a John Carter, y se tambaleó hacia la enorme ventana en el muro derecho de Pew Mogel.
Allí la bestia se bamboleó y el terrestre, viendo su oportunidad de nuevo, saltó en el aire pero esta vez con los pies hacia el mono. En el momento del contacto con el pecho del mono, Carter extendió sus piernas violentamente y así, cuando sus pies dieron en Gore, la fuerza de la patada se sumó al tremendo impulso de su cuerpo.
Con un rugiente grito Gore destrozó la ventana y sus gritos sólo acabaron cuando golpeó con un siniestro crujido en el patio inferior.
Dejah Thoris y Tars Tarkas, encadenados al pilar, habían observado la corta lucha, fascinados por la rápida acción del terrestre. Al ver que Carter no había sucumbido instantáneamente al ataque de Gore, Pew Mogel se movió con fría tranquilidad. Comenzó a girar diales y a pulsar interruptores y luego habló brevemente a través del pequeño micrófono.
Mientras el terrestre volvía a recuperar el equilibrio y avanzaba hacia Pew Mogel, no pudo ver la negra sombra que oscureció la ventana a sus espaldas.
Sólo cuando Dejah Thoris grito avisándolo, el terrestre se giró. Demasiado tarde. Una gigantesca mano se cerró en su cuerpo, lo levantó del suelo y lo sacó rápidamente a través de la ventana.
Hasta los oídos de Carter llego el grito sin esperanza de su princesa mezclado con la cruel y hueca risa de Pew Mogel.
Carter no necesitó comprobar con sus propios ojos que el ser que había ayudado a Pew Mogel no era sino su gigante sintético. El fétido aliento de Joog quemó su cara para evidenciarlo.
Joog alzó a Carter varios metros hasta situarlo frente a su cara y contrajo su rostro en algo parecido a una sonrisa burlona, enseñando sus dos grandes filas de destrozados dientes largos como afiladas rocas.
Gorgojeantes sonidos emanaban de la garganta de Joog mientras acercaba al terrestre a su rostro.
•—Yo, Joog. Yo, Joog —consiguió articular el monstruo—. ¡Yo puedo matar! ¡Yo puedo matar! —A continuación aproximó a su víctima hacia sus deslucidos dientes.
De repente, el gigante se detuvo escuchando. Carter escuchó un murmullo de palabras que aparentemente brotaban de la oreja de Joog.
John Carter advirtió que la orden llegaba de Pew Mogel transmitida por onda corta para recibirla en un aparato instalado en las orejas de Joog.
«¡A la arena!”, repetía la voz, “¡Arrójalo al pozo!».
El pozo… ¿qué nueva forma de endiablada tortura era esta vez? Carter trataba, inútilmente, de liberarse de la despiadada presión que le apretaba.
Pero sus brazos estaban sujetos a los costados por la garra del gigante. Toda su atención estaba centrada en tratar de respirar laboriosamente, esperando que el apretón del gigantesco Joog terminara pronto al llegar a su destino, fuera donde fuera.
Los tremendos pasos del gigante, cruzando sobre altos y antiguos edificios o a través de espaciosas plazas, en simples y poderosas zancadas, llegaron pronto al largo y elevado anfiteatro en las afueras de la ciudad. El anfiteatro estaba levantado aparentemente sobre un cráter natural. Hilera tras hilera de filas circulares habían sido excavadas en el interior del cráter formando una serie de elevaciones en las que se sentaban miles de monos blancos.
El centro de la arena era un pozo circular de unos doscientos metros de diámetro. Estaba lleno de agua hasta una altura de unos tres metros y medio.
Tres jaulas de hierro cerradas estaban suspendidas sobre el centro del pozo por tres pesadas cuerdas uno de cuyos extremos estaba atado a la parte superior de las jaulas, corría a través de una polea en el armazón construido sobre ellas, y caía hasta el fondo del pozo donde estaba anclada\1.
Joog se inclinó sobre el borde del coliseo y depositó a Carter en el borde del pozo. Cinco grandes monos le sujetaron mientras otro mono cogía una de las jaulas para elevarla sobre el terreno. Luego la sujetó con un largo gancho y la acercó hasta el borde, abrió la puerta de la caja con una llave larga. El portador de la llave era un mono bajo y pesado con cuello de toro y ojos excesivamente crueles.
Este bruto se acerco a Carter y mientras cinco monos sujetaban al cautivo lo agarró violentamente por el pelo y lo arrojó a la jaula al mismo tiempo que le pellizcaba sádicamente.
La puerta de la jaula se cerró inmediatamente, y sus candados chasquearon al cerrarse. Así, la jaula de Carter fue empujada sobre el pozo y la cuerda anclada con un pedrusco al fondo. Poco después, Joog volvió con Dejah Thoris y Tars Tarkas. Habían soltado sus cadenas. Fueron introducidos en las dos jaulas restantes que colgaban ahora sobre el pozo próximas a la de John Carter.
—¡Oh, John Carter, mi señor! —gritó Dejah Thoris cuando le vio en la jaula cercana—. ¡Gracias a Issus porque estás vivo! •—La pequeña princesa lloraba suavemente.
John Carter se alargó a través de las barras y tomó la mano entre las suyas, Quería decirle palabras de aliento pero sabía, al igual que Tars Tarkas, que se sentaba ceñudo en la otra jaula cercana a ellos, que Pew Mogel había ordenado sus muertes. De qué manera morirían era algo incierto.
—John Carter—le dijo Tars Tarkas hablando despacio—. ¿Sabes por qué todos esos miles de monos permanecen ahí en la arena sin prestarnos atención aparentemente?
—Sí, creo que lo sé —replicó el terrestre—. Miran todos al cielo sobre la ciudad.
—Mira —murmuró Dejah Thoris—. Es la misma cosa sobre la que cabalgaba el mono cuando fui raptada en el bosque de Helium después de disparar sobre nuestro thoat.
Llegando desde la dirección de la ciudad había aparecido sobre el cielo un gran pájaro solitario sobre cuyas espaldas viajaba un solo hombre.
Los ojos del terrestre brillaron por un instante. El pájaro es un malagor, Pew Mogel lo cabalga.
El pájaro y su jinete planearon directamente sobre ellos.
—Abrir la puerta este —ordenó Pew Mogel, su voz sonando a través de un altavoz situado en algún lugar de la arena.
Las puertas se abrieron y aparecieron en la arena, ola tras ola de malagors exactos al pájaro que cabalgaba Pew Mogel.
Cuando los malagors salieron, una columna tras otra de monos fueron esperando su turno para saltar sobre los lomos de los pájaros. Cuando cada pájaro recibía su pasajero, se elevaba en el aire por una orden telepática para unirse a la enorme formación que volaba formando un círculo sobre sus otras cabezas.
La operación duró cerca de dos horas, pues el número de monos y pájaros de Pew Mogel era enorme. Carter observó que los monos llevaban a la espalda rifles y cada pájaro cargaba con variado equipo militar, incluyendo municiones de reserva, pequeños cañones y un arma semiautomática por cada pelotón aéreo. Al fin todo estuvo listo y Pew Mogel descendió hacia las jaulas de los cautivos.
—¡Mirad ahora: la poderosa armada de Pew Mogel! —gritó—. Con ella conquistaré Helium y luego todo Barsoom. •—Estaba muy orgulloso, con su destrozado e infeliz cuerpo sentado muy erguido sobre su montura aérea.
—Antes de que el agua suba de nivel y acabéis devorados por los reptiles que hay en su interior, dispondréis de unos momentos para considerar el destino que aguarda a Helium en las próximas cuarenta y ocho horas. Preferiría haberos conquistado pacíficamente, pero interferisteis en mis planes. Por eso moriréis lenta y cruelmente.
Pew Mogel se volvió hacia el único mono que quedaba en la arena, el guardián de las llaves de las jaulas.
—¡Abre la compuerta! —fue su única orden antes de elevarse para dirigir a su tropa hacia el norte.
Acompañando a la salvaje tropa voladora, en una estructura transportada por cientos de malagors cabalgaba .Toog, el gigante sintético. Una risa hueca y diabólica retumbaba como un trueno desde la garganta del gigante mientras era elevado al cielo.
EL POZO DE LOS REPTILES
Cuando el último pájaro del fantástico ejercito de Pew Mogel voló perdiéndose de vista tras el borde del cráter, John Carter se volvió hacia Tars Tarkas, que colgaba en una jaula a su lado. Le habló calladamente para que Dejah Thoris no los pudiera oír:
—Estas criaturas son un poderoso enemigo para Helium —le dijo—. Sólo la poderosa flota de Kantos Kan podría enfrentarse, aunque con muchas dificultades, a esos miles de monos equipados con cerebros humanos y armamento moderno, montados sobre pájaros de presa.
—Kantos Kan y su flota aérea ya no están en Helium para proteger la ciudad —le informó Tais Tarkas ceñudo—. Escuché a Pew Mogel vanagloriarse de que había enviado un mensaje falso a Kantos Kan, haciéndole creer que eras tú, urgiéndole para que la flota de combate heliumita y todas las naves de búsqueda, fueran despachadas para ayudar a las Grandes Marcas Toonolianas.
—¡Las Marcas Toonolianas! —exclamó Carter—. ¡Están a miles de kilómetros de Helium, en dirección contraria!
Un ligero grito de Dejah Thoris llamó la atención de los hombres sobre su destino inmediato. El mono junto al pozo había empujado una larga palanca de metal. Se produjo un gorgoteo de burbujas, una explosión de aire, y el agua del pozo surgió ante los tres cautivos; y su nivel comenzó a elevarse lentamente.
El guardián soltó las cuerdas de las jaulas y las bajó hasta que su parte superior estuvo al ras del borde del pozo; luego volvió a atar las cuerdas y permaneció durante unos instantes en el borde, observando a sus cautivos.
—El agua sube lentamente —chilló—, creo que tengo para una pequeña siesta.
Era aterrador escuchar aquellos sonidos de la boca de la bestia. Articulaba con dificultad, pues aunque un cerebro humano dirigiera las palabras, los músculos de la laringe de la criatura no estaban hechos para emitir ningún lenguaje hablado. El guardián se retiró del borde y se tumbó sobre el suelo de ladrillo.
—Vuestros gritos de agonía me despertaran —murmuró placenteramente—, cuando el agua comience a cubrir vuestros pies y los reptiles claven sus garras en vuestra carne a través de los barrotes de las jaulas y comiencen a arrancar vuestra carne —tras decir esto, el mono se giró y comenzó a roncar.
Entonces los tres cautivos vieron los ojos diabólicos, las mandíbulas de dientes apretados, de una docena de odiosas caras de reptil que los observaban desde el agua que subía hacia ellos.
—Muy ingenioso —•opinó Tars Tarkas sin experimentar en su rostro ni un ápice de miedo, al igual que el terrestre—. Cuando el agua nos sumerja parcialmente, los reptiles podrán entrar y hacernos trozos con sus garras… si aún estamos vivos, cuando el agua llegue al techo de nuestras jaulas nos ahogaremos.
—Qué horrible…, —musitó Dejah Thoris.
Los ojos de John Carter miraron rápidamente hacia el borde del pozo. Desde su jaula veía una de las piernas del guardián, pues el animal se había dormido al borde del pozo.
Ordenándoles a los otros que permanecieran en silencio, comenzó a oscilar su cuerpo adelante y atrás, empujando los barrotes de la jaula. ¡Si pudiera hacer que su jaula se moviera!
El agua seguía subiendo de nivel bajo sus jaulas. Pareció pasar una eternidad antes de que la pesada jaula se moviera lentamente. Un poco más y aquellos horribles ojos y terribles dientes…