John Carter de Marte (7 page)

Read John Carter de Marte Online

Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: John Carter de Marte
13.56Mb size Format: txt, pdf, ePub

La jaula comenzó a moverse lentamente siguiendo el ritmo del constante bamboleo del terrestre. Un metro y medio hasta el agua… Ahora había cerca de diez reptiles bajo los cautivos… diez pares de diabólicos ojos fijos en su presa. La jaula se movía ya con rapidez. Un metro. Tars Tarkas y Dejah Thoris casi podían sentir el aliento cálido de los reptiles.

Medio metro. Sólo medio metro para que la jaula de Carter tocara el agua y se detuviera de nuevo.

Pero la prisión de hierro, como un péndulo se acercaba cada vez más al borde a cada nueva oscilación; cuando la jaula tocara el borde donde dormía el guardián, John Carter sabía que tendría que actuar rápido.

Las barras de la jaula chocaron contra el cemento del pozo. Las manos de John Carter surgieron con la rapidez de una serpiente. Sus dedos se cerraron en una argolla de hierro en el tobillo del guardián.

Un agudo chillido cruzó la arena, que se repitió desmayadamente por todo el cráter cuando el mono salió violentamente de su sueño.

Tumbado sobre la jaula, Carter sujetó al mono también con su otra mano a través de los barrotes mientras le alzaba sobre el agua. Los reptiles se aproximaron cuando la jaula se movió cerca del agua.

—Buen trabajo, John Carter —le llegaron las tensas palabras de Tars Tarskas mientras se estiraba y sujetaba al mono con sus cuatro poderosas manos. AI mismo tiempo, el terrestre se detuvo. Su jaula había tocado la superficie del agua.

—Sujétalo, Tars Tarkas, mientras cojo las llaves de su apestoso cuello… aquí, ¡ya las tengo!

El agua chapoteaba en el fondo de las jaulas. Uno de los reptiles había clavado una garra callosa en la jaula de Dejah Thoris y esperaba para alzar su cuerpo.

Tars Tarkas arrojó el cuerpo del mono con toda su fuerza contra el reptil de la jaula.

—Rápido, John Carter —gritó Dejah Thoris—. Sálvate mientras pelean por el cuerpo del mono.

—Sí —repitió Tars Tarkas—. Abre tu jaula y vete, pues ya es el momento.

Una sonrisa torcida brilló en la comisura de los labios de Carter mientras abría la puerta de su prisión y saltaba sobre la de Dejah Thoris.

—Prefiero permanecer aquí y morir con vosotros —dijo el terrestre—, a desertar ahora.

Carter abrió con rapidez la puerta de la jaula de la princesa, pero cuando trató de alzar a la joven, un reptil penetró velozmente al interior de la jaula.

En un segundo Carter estuvo dentro de la jaula, medio llena de agua ahora; y saltó a la espalda del reptil. Un poderoso brazo se enroscó en el cuello del reptil, y pudo apartar la cabeza a tiempo pues las pesadas mandíbulas se cerraron a solo centímetros del cuerpo de la joven.

—Salta, Dejah Thoris… al techo de la jaula —le ordenó Carter.

Cuando la princesa obedeció, empujó al reptil contra la puerta de la jaula, justo en el momento en que otros reptiles entraban. En un instante se desprendió de ellos y saltó al techo de la jaula con la joven.

Un momento después abrió la puerta de Tars Tarkas. Inmediatamente el hombre verde saltó tras ellos sin problemas. Los tres se izaron por la cuerda hasta el armazón superior, y juntos cayeron al suelo al lado del pozo.

—Gracias a Issus —jadeó la joven mientras se sentaba para recuperar el aliento. Apoyó su bella cabeza en el hombro de Carter, y éste le acarició suavemente su negra melena.

Poco después, el terrestre se levantó y cruzó la arena junto con Tars Tarkas.

—Hay algunos malagors todavía dentro —le informó Tars Tarkas desde la entrada de la caverna del cráter desde la que habían salido las monturas de Pew Mogel.

—¡Bien! —exclamó Carter—. Tenemos una oportunidad de escapar y ayudar a Helium.

Un momento después, se habían hecho con dos de las aves y se elevaban sobre la antigua ciudad de Korvas.

Localizaron sus aeronaves en las afueras de la ciudad, en el mismo lugar donde las dejaron la noche que cayeron en manos de Pew Mogel.

Para su desesperación, los controles habían sido destruidos irreparablemente, por lo que se veían obligados a continuar su viaje en los lomos de los malagors.

Sin embargo, los malagors demostraron ser unas monturas muy veloces. Al anochecer del siguiente día, el trío había llegado a la ciudad de Thark, habitada por un centenar de miles de guerreros verdes a los que acaudillaba Tars Tarkas.

Una vez convocados sus guerreros en la plaza del mercado, Tars Tarkas y John Carter les explicaron el peligro que corría Helium y les preguntaron si se pondrían en marcha para ayudar a sus aliados.

Como un solo hombre los poderosos guerreros dieron su aprobación. Al día siguiente una larga caravana de thoats salía por las puertas de la ciudad hacia Helium.

Un mensajero fue enviado sobre un malagor hacia las Marcas Toonolianas para localizar a Kantos Kan y urgirle al regreso con su flota para ayudar a la defensa de Helium, Tars Tarkas había cedido su malagor al mensajero, en favor de un thoat sobre el que cabalgaba a la cabeza de sus guerreros. Directamente sobre él, montados en otro malagor, cabalgaban Dejah Thoris y John Carter.

IX

EL ATAQUE A HELIUM

John Carter y Dejah Thoris montados sobre su malagor hacían de exploradores para la columna principal de guerreros, pues querían ser los primeros en ver la sitiada ciudad de Helium.

Era una noche clara. La princesa dio un breve grito cuando vio el amplio valle frente a Helium. La ciudad de su abuelo estaba completamente rendida al sitio que le habían impuesto las tropas de Pew Mogel.

—¡Mi pobre ciudad! —La joven sollozó suavemente, pues a la luz lunar podía verse con claridad el terrible destrozo en las murallas y los innumerables edificios destruidos y derribados de la bella metrópolis. John Carter ordenó telepáticamente al malagor que descendiera sobre la cima de una de las montañas vecinas al Valle de Helium.

—Escucha—dijo John Carter. Los pequeños cañones y las armas portátiles de Pew Mogel habían comenzado a abrir fuego de nuevo—. Están preparándose para un ataque aéreo.

De repente, desde detrás de las colinas bajas que se extendían entre el valle y las montañas se elevó el ejército aéreo de Pew Mogel.

—Llegan por todos lados —dijo Dejah Thoris.

Las grandes criaturas aladas y sus temibles jinetes descendían sobre la ciudad. Sólo un grupo de naves de Helium les presentaba batalla.

•—Kantos Kan debe haberse llevado todo el grueso de la flota —comentó el terrestre—. Me sorprende que Helium haya resistido tanto el asalto.

—Deberías conocer ya a mi pueblo —le respondió la princesa—, La infantería y los antiaéreos atrincherados en la ciudad se defienden bien.

—Mira todas esas aves abatidas.

—Sin embargo, no resistirán mucho tiempo —dijo la joven—. Esos monos arrojan bombas en la ciudad, oleada tras oleada… oh, John Carter, ¿qué haremos?

La vieja sonrisa de luchador usualmente presente en tiempos de peligro personal, dio paso a una serena y grave expresión.

Veía la más antigua y poderosa ciudad de Marte conquistada por las fuerzas de Pew Mogel, Armado con los vastos recursos de Helium, el hombre sintético podría conquistar todas las ciudades civilizadas del planeta.

Cincuenta mil años de cultura y tradición marciana rotas por un poderoso maníaco… el mismo producto de un hombre civilizado.

—¿Es que no hay nada que le detenga, John Carter? —volvió a repetir la joven.

—Apenas» mi princesa, me temo —replicó con amargura—. Todo lo que podemos hacer es situar a los guerreros de Tars Tarkas en posiciones ventajosas para un contraataque y esperar que el destino nos ayude y el mensajero pueda hallar a Kantos Kan a tiempo de volver y ayudarnos.

«Sin apoyo aéreo nuestros guerreros verdes, aunque son valientes, poco podrían hacer frente a la superior fuerza aérea de Pew Mogel.

Cuando John Carter y Dejah Thoris volvieron hacia donde estaba Tars Tarkas, informaron de lo que habían visto.

El gran Thark añadió que sus guerreros podían atacar, pero no en un ataque frontal contra la fuerza aérea de Pew Mogel. Decidieron que la mitad de las tropas se concentrara en un punto e intentaran entrar en la ciudad al amanecer.

El resto de los guerreros formarían pequeños pelotones y acosarían al enemigo en una guerra de guerrillas.

Todos esperaban que el destino de Helium se resolviera cuando Kantos Kan volviera con su flota de rápidas naves de combate.

—La flota de Helium, con sus rápidas naves hechas de metal será un gran enemigo para la brigada alada de Pew Mogel —señaló Tars Tarkas.

—Siempre y cuando —añadió Carter— la flota de Kantos Kan llegue antes de que Pew Mogel haya tomado la ciudad y vuelva sus propios cañones antiaéreos contra él.

Durante toda esa noche, desde las montañas cubiertas por la semioscuridad, John Carter y Tars Tarkas organizaron y dispusieron sus tropas. Al amanecer todo estaba listo.

Ambos capitanearían el avance de los hombres del Thark en un salvaje avance hacia las puertas de Helium. La otra mitad permanecería detrás, cubriendo a sus camaradas con sus largos riñes.

Contra al deseo del terrestre, Dejah Thoris insistió en que cabalgaría a su lado hasta el interior de la ciudad a lomos de su malagor. Estaba comenzando a clarear.

—Preparados para la carga —ordenó Carter.

Tars Tarkas pasó la voz a los comandantes de sus unidades.

—¡Preparados para la carga! ¡Preparados para la carga! —se corrió la voz a través de los impresionantes batallones de guerreros, a lomos de sus enormes thoats de ocho patas.

Los minutos pasaron mientras la tropa se alineaba. Las espadas de acero salieron de sus fundas. Mazos o pistolas cortas surgieron de las alforjas de las silla.

John Carter miró a la joven que se hallaba cerca de él.

—Eres muy valiente, mi princesa —dijo.

—Es fácil ser valiente cuando estoy cerca del Señor de la Guerra de Marte.

¡Carguen! —ordenó con un grito Carter.

Las salvajes hordas del Thark bajaron de la montaña y cruzaron el llano hacia Helium. A la cabeza cabalgaba Tars Tarkas con su espada en alto. Sobre él, en las rápidas alas del malagor, avanzaban John Carter y la princesa de Helium.

—¡Gracias a Issus, John Carter! —gritó Dejah Thoris mirando a un punto tras las lejanas montañas en el horizonte.

—¡La flota Heliumita regresa! —exclamó Carter—. Nuestro mensajero encontró a Kantos Kan a tiempo.

Con todos sus estandartes desplegados se acercaba la poderosa flota de Helium.

Hubo un momento de silencio entre los cañones del enemigo cuando vieron a los atacantes del Thark y a la flota simultáneamente.

Un gran grito de triunfo se elevó de entre las filas de los guerreros al hacerse visible la esperada flota aérea.

—¡Escucha! —gritó Dejah Thoris a Carter—. ¡Las campanas de Helium tocan nuestra canción de victoria!

A continuación, vieron cómo todos los cañones de Pew Mogel rompían fuego a la vez y desde un lugar cercano a las protectoras colinas se elevaban sus legiones voladoras de alados malagors. Sobre sus lomos cabalgaban los monos blancos con cerebros humanos.

Sobre los hombres del Thark llegaron oleadas de escuadrones aéreos. En una auténtica riada, los pájaros atacaron manteniéndose lejos de las espadas de los guerreros verdes. Cuando un ave se acercaba, el mono montado sobre sus lomos podía descargar su mortífero armamento atómico sobre la masa de guerreros.

La carnicería fue terrible. Sólo cuando Tars Tarkas y John Carter hubieron conducido a sus guerreros a las primeras líneas de trincheras de los monos, pudieron los guerreros verdes luchar con eficacia.

Así, los verdes soldados de cuatro brazos del Thark lucharon gloriosamente contra las horribles legiones de monos de Pew Mogel.

Pero jamás, durante un sólo segundo, la horrible escuadra aérea cesó en su ataque desde el aire. Como abejas enfurecidas, aquellas miles de aves mataban, remontaban el vuelo y volvían a caer, matando de nuevo. John Carter controló magistralmente a su aterrorizado malagor mientras daba órdenes y dirigía el ataque desde un ventajoso punto sobre el centro de la batalla.

Entre tanto, con gran valor, la princesa de Helium protegía a su señor contra los innumerables enemigos que le acosaban por todos los lados. El cañón de su pistola de radium estaba al rojo vivo debido a su fuego continuado y fueron innumerables las aves y jinetes que se precipitaron al suelo derribados por sus disparos.

De pronto un tremendo rugido se elevó de entre las legiones terrestres y aéreas de Pew Mogel.

—¿Qué sucede, mi señor? —preguntó la joven—. ¿Por qué el enemigo grita en triunfo?

John Carter miró a las naves que avanzaban sobre las montañas a sólo un kilómetro de distancia; de repente, su sangre se heló.

—¡El gigante… Joog el gigante!

La criatura había surgido de un refugio en la ladera de una colina baja cuando las naves se aproximaban. El gigante arrancó un grueso árbol con sus enormes manos.

John Carter pudo distinguir entre la confusión la cabeza de un hombre, sentado en el interior de una estructura de acero sujeta por bandas de acero al casco de Joog.

Desde los labios del gigante surgió un grito que retumbó como un trueno a través de las montañas y el valle.

A continuación trepó hasta lo alto de una pequeña colina. Antes de que los atónitos Heliumitas pudieran desviar su nave, el gigante lo destruyó de un violento golpe con el gran tronco.

Los grandes músculos sintéticos del gigante de Pew Mogol agitaron la enorme arma contra las naves que se aproximaban.

La vanguardia, compuesta por veinte naves, el orgullo de la flota, recibió el violento impacto, y chocando unas contra otras, fueron a estrellarse contra el costado de la montaña, arrastrando a su tripulación hacia una espantosa muerte.

X

DOS MIL PARACAÍDAS

La nave insignia de Kantos Kan escapó de la aniquilación del primer golpe del gigante. La maza de la criatura falló en su golpe contra la nave por pocos metros.

Desde su posición sobre el malagor, John Carter y Dejah Thoris podían ver cómo muchas naves giraban hacia las montañas. Otras, sin embargo, no fueron tan afortunadas.

Atrapadas por el vendaval levantado por la gigantesca maza del gigante en su salvaje acometida, las naves quedaron fuera de control, girando y bamboleándose locamente.

Una y otra vez el tremendo árbol cortó el aire mientras el gigante lo hacía girar golpe tras golpe, destruyendo las indefensas naves.

Other books

H. M. S. Cockerel by Dewey Lambdin
Mosquitoes of Summer by Julianna Kozma
Amid the Shadows by Michael C. Grumley
Consider by Kristy Acevedo
The Healer's Legacy by Sharon Skinner
Ghostwalk by Rebecca Stott
Double Down (Take a Gamble) by Price, Stella, Price, Audra, Price, S.A., Audra
Lost in Dreams by Roger Bruner