James Potter y la Encrucijada de los Mayores (59 page)

BOOK: James Potter y la Encrucijada de los Mayores
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—¡Investigación! —repitió la directora incrédulamente—. ¡Absoluta y inequívocamente inadmisible!

Martin gritó sobre sus palabras.

—Uno de esos individuos es un agente de la Policía Especial Británica.

James sintió como un palpable silencio descendía sobre la habitación ante la mención de la policía muggle. Sabía por conversaciones oídas a escondidas entre su padre y otros oficiales del ministerio que una cosa era desmemorizar a una sola persona, o incluso a un grupo contenido, pero las cosas se complicaban en extremo si un oficial de cualquier organismo muggle se veía implicado.

—Me deben favores en las altas esferas —siguió Martin—. Me costó bastante arrastrar a un agente hasta aquí, pero confío en que esta es la clase de historia que requiere de grandes favores. Por supuesto, aún no se han presentado cargos. Es simplemente curiosidad, ya que no hay registro de ningún establecimiento de este tamaño en la zona. La cuestión es esta: si no reciben una llamada de teléfono mía en las próximas dos horas con directrices sobre cómo entrar en sus tierras, volverán inmediatamente a la oficina, recuperarán la grabación de esta conversación y todo lo que me ha ocurrido hasta ahora, será emitido como a ellos les parezca. Puede parecer absurdo a la mayoría de la gente, no obstante. Un colegio en un castillo en medio de ninguna parte en el que se enseña a los niños a hacer auténtica magia, con varitas y todo. Pero su secreto quedará desvelado, no obstante. Sus estudiantes pueden permanecer aquí, en esta localización secreta, pero alguna vez tendrán que ir a sus casas, ¿verdad? Y estoy dispuesto a apostar a que esas casas no están de ningún modo tan protegidas como este lugar. Habrá investigaciones. Saldrán a la luz. De un modo u otro.

La cara de la directora McGonagall estaba dura como una piedra y blanca como una lápida sepulcral. Simplemente se quedó mirando fijamente al hombre flaco de la camisa blanca. Franklyn rompió el silencio.

—Mi buen señor, no comprende usted lo que está pidiendo —Se quitó las gafas y se colocó ante Martin—. Su plan innegablemente daría como resultado el cierre de esta escuela y posiblemente de muchas otras también. Todos los presentes, y muchos, muchos más, perderían su sustento y su educación. Y lo que es más importante, en lo que insiste usted es en la reintroducción de todo el mundo mágico en el mundo de los muggles, estén ambos preparados o no. ¿Y eso para qué? No por el bien de la humanidad, supongo. No, sospecho que sus aspiraciones son mucho más... miopes. Por favor, piense antes de continuar. Hay aquí fuerzas en funcionamiento que usted no comprende, aunque bien podría estar actuando en beneficio de alguna de ellas. Tengo la sensación de que no es usted un hombre malo, o al menos no
muy
malo aún. Piense, amigo mío, antes de hacer una elección que le condenará ante los ojos de generaciones enteras.

Martin escuchó las palabras de Franklyn, Y pareció estar considerándolas realmente. Entonces, como recobrándose de un estupor, dijo:

—Usted es Benjamin Franklyn, ¿verdad? —sonrió y meneó un dedo hacia Franklyn—. ¡Sabía que me resultaba familiar! Es asombroso. Mire, sé que no está es posición de discutir esto ahora mismo, pero tengo dos palabras para usted: exclusiva... y entrevista. Piense en ello, ¿vale?

—Señor Prescott —dijo la directora, con voz pétrea—. No puede esperar que tomemos una decisión como esta en cuestión de minutos. Simplemente debemos discutirlo.

—Ciertamente —añadió Neville—. Incluso si accedemos a sus condiciones, debemos establecer las nuestras. Cómo puede beneficiarnos esto considerando la gran magnitud de lo que pretende usted, es algo que no sé. Pero independientemente de eso, necesitamos algo de tiempo.

—Como ya he dicho —replicó Martin, que parecía mucho más cómodo ahora que creía tener la sartén por el mango—, tienen dos horas. bueno, noventa y cuatro minutos, en realidad.

—Respóndame a esto, Señor Prescott —dijo Franklyn, suspirando—. ¿Cómo consiguió entrar en los terrenos de la escuela? Antes de seguir con esta charada debemos saberlo.

Martin suspiró ligeramente.

—¿Tienen una silla? Es una historia bastante larga.

Neville sacó bruscamente su varita. Sin apartar los ojos de Martin, señaló con la varita a una silla de madera que había en la esquina y la levitó bastante rudamente. La silla salió disparada hacia adelante, casi levantando a Martin de sus pies al sentarle. El hombre se desplomó desgarbadamente sobre el asiento y la silla golpeó el suelo con fuerza.

—Continúe —dijo Neville, sentándose a medias en la esquina del escritorio de la directora. McGonagall se sentó en su silla pero permaneció erguida. Franklyn y James continuaron de pie.

—Bueno, primero me llegó una carta hablándome de este lugar el pasado septiembre —dijo Martin, inclinándose hacia adelante y frotándose la espalda mientras miraba colérico a Neville—.
Desde dentro
ofrece cien mil euros de recompensa por una prueba de actividad paranormal, y el caballero que escribió la carta parecía creer que este lugar, Hogwarts, ofrecería tal prueba a raudales. Honestamente, nos llegan miles de cartas al año de gente que espera conseguir la recompensa. Incluyen cualquier cosa, desde fotos borrosas de platos de postre a trozos de tostada con la cara de santos quemada en ellos. En realidad
Desde dentro
nunca tuvo planeado pagar recompensa alguna. Les gusta un buen acopio de noticias inexplicables de tanto en tanto, pero cuando se trata de creer, principalmente son la panda más cínica de cabezotas imaginable.

Yo, por el contrario, soy el tipo de persona que quiere creer. No fue el tono de la carta lo que llamó mi atención, sin embargo. Fue el pequeño artículo que el remitente había incluido en el paquete. Una cajita que contenía algo llamado rana de chocolate. Esperaba que pudiera haber en ella algún truco novedoso, como mucho, así que por curiosidad, seguí adelante y la abrí. Está claro, había una pequeña y perfecta rana de chocolate dentro. Estaba a punto de agarrarla y darle un mordisco cuando la cosa esa alzó la cabeza y me miró directamente. Estuve a punto de dejar caer la caja. Lo siguiente que supe es que la rana había salido de un salto de la caja y había aterrizado sobre mi escritorio. Era un día caluroso, y esa cosa acababa de llegar con el correo. Y menos mal, porque el pequeño bicho estaba un poco derretido ya. Dejó pequeñas huellas chocolateadas por todo el guión de esa noche. Tres buenos saltos, y la rana simplemente quedó espachurrada. Tenía miedo de tocarla, pero cinco minutos después todavía no se había movido. Tuve tiempo de determinar que solo era una rana normal cubierta de chocolate. Alguna broma. Probablemente la cosa se había sofocado por el chocolate, y por el calor de estar en la caja. Así que me adelanté y la toqué con cuidado y desde luego la cosa era solo chocolate. Buen chocolate además, podría añadir.

Aún así podría haberme olvidado de todo, si les digo la verdad. No importa lo abiertos de mente que creamos ser, al enfrentarnos a algo verdaderamente inexplicable aún tendemos a cerrar los viejos circuitos crédulos. Si no hubiera sido por ese detalle de las diminutas huellas de chocolate en mis papeles puede que nunca hubiera reunido la determinación necesaria para llegar hasta aquí. Los guardé en el fondo de mi escritorio, y cada vez que los miraba recordaba al pequeño bicho saltarín atravesando mi escritorio. No podía sacármelo de la cabeza. Así que escribí al tipo que la había enviado. Bonito truco, le dije. ¿Tiene más?

Me respondió al día siguiente y dijo que si realmente quería ver trucos, solo tenía que seguir las señas que me enviaba. Bueno, al día siguiente llegó otro paquete. Uno pequeño. Contenía todo lo que necesitaba para llegar hasta aquí. No había forma de que esos estúpidos incrédulos me asignaran un equipo para investigar el origen de una rana de chocolate saltarina, incluso si les mostraba las huellas. Afortunadamente, disponía de algunos días de vacaciones, así que decidí hacerlo por mi cuenta. Una acampadita me vendría bien. Así que empaqueté mis propias cámaras y cogí un tren.

Llegar a la zona en general fue bastante fácil, por supuesto. Pasé la primera noche al otro lado del bosque, sabiendo por la señal que estaba a pocos kilómetros de la fuente. Al día siguiente, estaba en pie al amanecer. Seguí en la dirección en la que se suponía que tenía que ir, pero todo el tiempo me encontraba a mí mismo volviendo directamente al punto de partida. Nunca parecía que hubiera dado la vuelta, o siquiera que me hubiera desviado de mi curso. Era como si hubiera conseguido llegar al lado opuesto del bosque, pero de algún modo el planeta se hubiera dado la vuelta debajo de mí. Probé a utilizar una brújula y todo parecía ir bien, hasta que de repente me encontré otra vez en mi campamento y la aguja giraba como si se hubiera olvidado de para qué servía.

Así siguió la cosa tres días enteros. Me estaba empezando a sentir frustrado, si les digo la verdad. Pero también estaba decidido, porque sabía que algo intentaba mantenerme fuera. Quería saber qué era. Así que al día siguiente, saqué mi pequeño aparato y localicé las coordenadas. Esta vez, sin embargo, lo mantuve delante de mí todo el tiempo, observando ese puntito intermitente. Sin embargo, el terreno parecía forzarme a desviarme. Me tuve que meter en una vieja cañada con costados demasiado pronunciados para escalar. Me desviaba solo para meterme en un amasijo de árboles o un acantilado bajo. Todo parecía estar empeñado en desviarme de mi curso. Sin embargo yo insistí. Trepando y escurriéndome. Empujé a través de espinas y de la maleza más espesa que he visto en mi vida. Entonces, incluso la gravedad pareció ponerse en mi contra. Seguía sintiendo como si la tierra se inclinara debajo de mí, intentando echarme. Ninguna de esas cosas estaba ocurriendo, por supuesto, pero era una sensación atroz no obstante. Me entraron nauseas y sentía un inexplicable mareo. Pero seguí en mis trece, gateando al final.

Y entonces, de repente, las sensaciones desaparecieron. El bosque pareció volver a la normalidad, o al menos lo que pasa por normalidad en este rincón del bosque. Había entrado. Diez minutos después, salí por primera vez al borde del claro desde donde se ve este mismo castillo. Estaba atónito, no hace falta decirlo. Pero lo que me asombró más que el castillo fue la escena en la que casi me había metido de lleno.

Allí, a no más de seis metros de mí, estaba el hombre más grande que había visto nunca. Casi parecía un oso pardo al que hubieran enseñado a caminar erguido. Pero entonces, de pie junto a él... —por primera vez en su narración, Martin hizo una pausa. Tragó. Obviamente sacudido por el recuerdo—. Había algo tan monstruosamente enorme que al principio pensé que era una especie de dinosaurio. Tenía cuatro patas, cada una del tamaño de un pilar. Alcé los ojos y vi que eran, de hecho, dos criaturas de pie una junto a la otra, y ambos tenían forma humana. La cabeza de la más alta sobresalía sobre la copa de los árboles. Ni siquiera podía verle la cara. Me arrastré hasta un lugar oculto, seguro de que me oirían, pero parecer ser que no fue así. La más pequeña, el que me había parecido un oso andando, hablaba a los otros dos, y ellos respondían, en cierto modo. Sus voces hacían vibrar el suelo. Entonces, para mi horror, se giraron y se dirigieron hacia mí, hacia el bosque. El pie de la más grande apareció justo junto a mí, sacudiendo la tierra como una bomba y dejando una huella de treinta centímetros de profundidad. Entonces desaparecieron.

Martin soltó un enorme suspiro, obviamente satisfecho con su forma de contar la historia.

—Y fue entonces cuando supe lo que había encontrado. La historia más grande de mi vida. Posiblemente la historia más grande del siglo—. Miró alrededor como esperando un aplauso.

—Hay un pequeño detalle que no ha explicado a mi satisfacción —dijo fríamente la directora McGonagall—. Ese artefacto que ha mencionado. Era de algún modo capaz de señalarle esta escuela. Debo saber qué es y cómo funciona.

Martin alzó las cejas, y después rió ahogadamente y se puso derecho.

—Oh, sí. Eso. Ha estado actuando de forma algo errática desde que llegué aquí, pero al menos mantiene la señal. Es un simple GPS. Er, por favor, perdone. Probablemente no estén familiarizados con el término. Un sistema de posicionamiento global. Me permite localizar cualquier punto del planeta con un margen de un metro más o menos. Un poco de, er, magia
muggle
muy útil, si lo prefiere.

James habló por primera vez desde que entró en la habitación.

—¿Pero cómo dio con la escuela? ¿Cómo pudo saber ese aparato dónde encontrarla? Es intrazable. No está en ningún mapa.

Martin se giró para mirarle, con la frente fruncida, aparentemente inseguro de si debía dignarse a contestar a James. Finalmente, viendo que todos los ocupantes de la habitación esperaban su respuesta, Martin se puso en pie.

—Como ya he dicho, me enviaron las coordenadas. Fueron proporcionadas por alguien de dentro. En realidad, muy simple.

Martin metió la mano en el bolsillo de sus vaqueros y sacó algo. James supo lo que era antes de verlo. De algún modo lo sabía incluso antes de hacer la pregunta. Su corazón se hundió hasta atravesar el mismo suelo.

Martin sostenía una Game Deck. Era de un color diferente a la de Ralph, pero exactamente de la misma marca. La dejó ceremoniosamente sobre el escritorio de la directora.

—Conexión inalámbrica para competiciones online, incluyendo capacidad para chat. Más o menos estándar. Bueno, ¿alguien aquí responde al nick "A

“Austramaddux"?

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