James Potter y la Encrucijada de los Mayores (55 page)

BOOK: James Potter y la Encrucijada de los Mayores
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—Confiad en mí, esto pierde mucho interés después de dos minutos o así —dijo Zane tensamente—. Especialmente cuando este retaco de aquí no os deja salir. —Tres elfos estaban apelotonados alrededor de Zane, mirándole con franca hostilidad.

—Figgle trae a un humano a la lavandería, nosotros le retenemos hasta que alguien explique por qué —dijo el más viejo y gruñón de los elfos con voz severa—. Es la política. Humanos interfiriendo en el trabajo de los elfos va contra el código de conducta y las prácticas de Hogwarts, sección treinta, párrafo seis. Así que, ¿quiénes sois vosotros dos?

James y Ralph intercambiaron una mirada en blanco. Ralph dijo:

—Somos sus... bueno, somos sus amigos, ¿no? Hemos venido a llevarle arriba.

—Hacedlo entonces —dijo el elfo con una mirada penetrante—. Figgle cuenta una historia sobre este humano que intenta hacer su trabajo, eso hace. Dice que habla del bienestar de los elfos y tonterías. Está bastante agitada. No pueden pasar este tipo de cosas, ya sabéis. Tenemos un contrato de coalición con la escuela.

—No volverá a hacerlo —le tranquilizó James—. Tiene buena intención, pero está un poco confundido sobre algunas cosas, ¿verdad? Lo siento. Os lo quitaremos de las manos en un minuto. No volverá a ocurrir.

Zane parecía ofendido, aunque permaneció sabiamente silencioso. El elfo jefe frunció el ceño pensativamente hacia James. James estaba acostumbrado a que los elfos fueran obsequiosos y mansos, o al menos cortésmente hoscos. Aquí, en su reino en funciones, la cosa parecía bastante diferente. Los elfos tenían un contrato de coalición con la escuela, había dicho el elfo jefe. Casi sonaba como si estuvieran sindicados, y fuera una regla esencial del sindicato élfico que solo los elfos podían hacer el trabajo de elfo. Quizás lo vieran como seguridad laboral. James no estaba seguro de si su tía Hermione vería esto como un progreso o un paso atrás.

Finalmente, el elfo jefe gruñó:

—Va en contra de mi sentido común, ¿sabéis? Los tres estáis a prueba. Cualquier otra interferencia en el protocolo élfico, y os llevaré ante la directora. Tenemos un acuerdo de coalición, ya sabéis.

—Eso he oído —masculló Zane, poniendo los ojos en blanco.

—Pero ni siquiera sabe nuestros nombres —señaló Ralph—. ¿Cómo vamos a estar a prueba si no sabe quiénes somos?

James le codeó las costillas.

El elfo jefe sonrió hacia sus compañeros, que le devolvieron la sonrisa un poco desconcertados.

—Somos elfos —dijo él simplemente—. Ahora fuera, y espero no volver a veros.

El pasillo que salía de la lavandería era, como es lógico, pequeño y corto, con escalones de la mitad del tamaño normal que obligaron a los chicos a pisar cuidadosamente mientras los subían.

—No sé si felicitarte o darte una patada —dijo Ralph a Zane—. Casi haces que nos pillen Corsica y Goyle.

—Pero entré en el dormitorio de las chicas de Slytherin —señaló Zane con una sonrisa— ¿Cuántos pueden decir lo mismo?

—¿O cuántos querrían hacerlo? —añadió James.

—Sé amable o no te diré lo que he averiguado.

—Mejor que sea bueno —dijo Ralph.

—No lo es —suspiró Zane—. Las habitaciones de las chicas tienen grandes armarios de madera junto a cada cama. Solo uno estaba abierto, pero conseguí echarle un vistazo. Dejadme decir solo que ya no me pregunto donde guarda Tabitha su escoba.

Alcanzaron una puerta grande el final de un tramo de minúsculos escalones. James la empujó, agradeciendo el abandonar el calor y el ruido de la lavandería.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, son armarios mágicos, por supuesto, aunque no conducen a ningún maravilloso mundo de hadas. El que examiné parecía una combinación de tocador y vestidor. Parecía que una boutique hubiera explotado allí, a decir verdad. Una de esas realmente cursis, pero con un toque de vampiro gótico. Había un bote de crema exfoliante en el tocador, y por su aspecto, no creo que la parte exfoliante fuera una metáfora.

—¿Todas las chicas tienen armarios así? —preguntó Ralph.

—Al menos lo parecía.

James frunció el ceño.

—Nuestras posibilidades de volver a entrar en los dormitorios de las chicas Slytherin otra vez se acercan mucho al cero. Y aunque pudiéramos, ¿cómo íbamos a saber cuál es el armario de Corsica?, y mucho menos íbamos a conseguir abrirlo.

—Te
dije
que iba a ser imposible —recordó Ralph a James.

—Además olía como el armario de mi abuela —dijo Zane.

—¿Querrías ahorrarte los detalles ? —exclamó James—. Esto va en serio. Todavía no sabemos dónde está la Encrucijada de los Mayores, o cuando planean Jackson y Delacroix reunir los elementos. Por lo que sabemos, podría ser esta noche.

—¿Y? —dijo Ralph—. Como dijiste, no pueden hacer nada sin todas las reliquias.

Zane suspiró, mostrándose ahora sobrio.

—Sí, pero si lo intentan y no funciona, ocultarán el resto de las reliquias y nunca las volveremos a ver.

Ralph alzó las manos.

—¿Bueno? Tiene que haber otra forma entonces. Quiero decir, tiene que sacar la escoba del armario alguna vez, ¿no? La vimos con ella hoy. ¿Y si intentamos algo durante un partido de Quidditch o algo así?

Zane sonrió ampliamente.

—Me gusta eso. Especialmente si podemos hacerlo cuando esté a treinta metros en medio del aire.

—De nuevo imposible —dijo James con frustración—. Desde los tiempos de mi padre hay hechizos protectores alrededor del campo para evitar que la gente interfiera en los partidos. Hubo unas pocas ocasiones en las que magos oscuros intentaron utilizar hechizos para herirle o tirarle de la escoba. Una vez, un montón de dementores rodearon el campo. Desde entonces hay áreas demarcadas vigiladas por árbitros. Ningún hechizo puede entrar ni salir.

—¿Qué es un dementor? —preguntó Ralph, con los ojos muy abiertos.

—No quieres saberlo, Ralph. Confía en mí.

—Bueno, entonces, parece que estamos de vuelta en la primera casilla —dijo Zane hoscamente—. Estoy abierto a ideas.

Ralph se detuvo de repente en medio del pasillo. Zane tropezó con el chico mayor, tambaleándose hacia atrás, pero Ralph no pareció notarlo. Estaba mirando con fijeza a una de las pinturas alineadas en el pasillo. James notó que era aquella junto a la que se habían detenido a pedir instrucciones para llegar a la lavandería. El mismo criado atento en la esquina trasera de la pintura había captado la atención de James antes, pero solo como alguien a quien podían pedir instrucciones. James se había acostumbrado a los vigilantes personajes de pinturas al azar por todo Hogwarts. El criado miraba malhumoradamente hacia Ralph mientras los caballeros de la pintura alzaban sus jarras y muslos de pavo, palmeándose felizmente unos a otros en las espaldas parcialmente cubiertas por armaduras.

—Oh, genial —dijo Zane, frotándose el hombro donde había tropezado con Ralph—. Mira lo que has hecho, James. Ahora es
Ralph
el que está obsesionado con cada decimoquinta pintura. Y ni siquiera con las buenas, si quieres mi opinión. Vosotros dos sois los amantes del arte más raros que me conocido jamás.

James se acercó un paso a la pintura también, estudiando al criado que estaba de pie entre las sombras del fondo con un gran paño sobre el hombro. La figura dio medio paso atrás, y James sintió la seguridad de que estaba intentando confundirse más con las sombras del vestíbulo pintado.

—¿Qué pasa, Ralph? —preguntó.

—Yo he visto esto antes —respondió Ralph con voz distraída.

—Bueno, acabamos de detenernos junto a esta pintura no hace ni diez minutos. ¿no?

—Sí. También entonces me pareció familiar, pero no sabía de donde. Estaba de pie en un sitio distinto...

Ralph se dejó caer de repente sobre una rodilla, arrojando su mochila al suelo ante él. Abrió la cremallera precipitadamente y buscó dentro, casi frenéticamente, como preocupado porque fuera cual fuera la inspiración que le había golpeado pudiera escapársele antes de confirmarla. Finalmente sacó un libro, lo agarró triunfante, y se puso de pie de nuevo, pasando las páginas hasta el final. Zane y James se apiñaron tras él, intentando ver sobre los amplios hombros de Ralph. James reconoció el libro. Era el antiguo libro de pociones que su madre y su padre habían regalado a Ralph por navidad. Mientras Ralph pasaba las páginas, James pudo ver notas y formulas que atestaban los márgenes, garabateadas junto a dibujos y diagramas. De repente, Ralph dejó de pasar páginas. Sostuvo el libro abierto con ambas manos y lo alzó lentamente hasta el nivel del criado observador del fondo de la pintura. James jadeó.

—¡Es el mismo tío! —dijo Zane, señalando.

Seguro, allí, en el margen derecho de una de las páginas del libro de pociones, había un viejo boceto del criado observador. Era inequívocamente la misma figura, con la misma nariz aguileña y la postura tétrica y encorvada. La versión de la pintura se apartó ligeramente al ver el libro, y después cruzó la sala tan velozmente como podía hacerse sin correr realmente. Se detuvo detrás de uno de los pilares alineados en el lado opuesto de la habitación pintada. Los caballeros de la mesa le ignoraron. James, observando atentamente, entrecerró los ojos.

—Sabía que me resultaba familiar —dijo Ralph triunfante—. Estaba en una postura diferente cuando nos tropezamos con él por primera vez, por eso no le reconocí. Ahora, sin embargo, estaba exactamente en la misma postura del dibujo de este libro. Eso sí que es raro.

—¿Puedo verlo? —preguntó James. Ralph se encogió de hombros y ofreció el libro a James. James se inclinó sobre él, pasando las hojas hasta la parte de delante del libro. Los márgenes de las primeras cien páginas estaba llenos principalmente de notas y hechizos, muchos con partes tachadas y reescritas con un color diferente, como si quien escribió la notas hubiera refinado su trabajo. A mitad del libro, sin embargo, dibujos y garabatos empezaban a apiñarse junto con las notas. Eran esbozos, pero bastante buenos. James reconoció muchos de ellos. Ahí estaba el esbozo de la mujer del trasfondo de la pintura de la corte del Rey. Unas pocas páginas después encontró dos dibujos detallados del mago gordo de la calva de la pintura del envenenamiento de Peracles. Una y otra vez reconoció los esbozos como personajes de pinturas que estaban por todo Hogwarts, las figuras secundarias que habían estado vigilando a James y a sus amigos con ávido y desvergonzado interés.

—Asombroso —dijo James con voz baja e impresionada—. Todos estos dibujos son pinturas que están por toda la escuela, ¿veis?

Ralph examinó de reojo los dibujos del libro, después volvió a mirar a la pintura. Se encogió de hombros.

—Es raro, pero no una sorpresa, ¿no? Quiero decir, el tipo al que pertenecía este libro probablemente estudiara aquí, ¿no? A mí me parece que era un Slytherin. Por eso tu padre me dio a mí el libro. Así que quien quiera que fuera, le gustaba el arte. Muchos amantes del arte esbozan pinturas. No hay para tanto.

La frente de Zane se frunció mientras no paraba de mirar del dibujo del criado a su equivalente en la pintura, que todavía se escondía cerca de los pilares del trasfondo.

—No, esto no son solo esbozos —dijo, sacudiendo la cabeza lentamente—. Son los originales, o tan parecidos que es imposible ver la diferencia. No me preguntes cómo, pero lo sé. Simplemente lo sé. Quienquiera que dibujo esto era o un gran falsificador... o el auténtico artista.

Ralph pensó en ello un momento, y después sacudió la cabeza.

—Eso no tiene sentido. Además, muchas de estas pinturas son viejas. Mucho más viejas que este libro.

—Tiene
mucho
sentido —dijo James, cerrando de golpe el libro de pociones y mirando la portada—. El que pintó esto no pintó la pintura entera. Pensad en ello: ni uno solo de estos bocetos es un personaje dominante en las pinturas. Todos son dibujos sin ninguna importancia en el trasfondo. Alguien los
añadió
a pinturas ya existentes.

Zane arqueó hacia arriba la comisura de la boca y frunció la frente.

—¿Por qué iba alguien a hacer eso? Sería como el graffiti, pero nadie lo notaría excepto el tipo que lo pintó. ¿Qué gracia tiene?

James estaba pensando con fuerza. Asintió ligeramente para sí mismo, bajando otra vez la mirada al viejo libro que tenía entre las manos.

—Creo que tengo una idea —dijo, entrecerrando la mirada pensativamente—. Nos aseguraremos. Esta noche.

—¡Vamos, Ralph! —se quejó James con un susurro rudo—. ¡Deja de tirar! ¡La estás levantando! ¡Puedo verme los pies!

—No puedo evitarlo —gimió Ralph, agachándose tanto como pudo—. Sé que tu padre y sus amigos solían utilizarla todo el rato, pero uno de
ellos
era una chica, ¿recuerdas?

—Sí, y ella no se zampaba siete comidas al día, además —dijo Zane.

Los tres se arrastraban por los oscurecidos pasillos, apelotonados bajo la Capa de Invisibilidad. Se habían encontrado en la base de las escaleras, y con la excepción de un momento tenso cuando Steven Metzker, el prefecto Gryffindor y hermano de Noah, había pasado junto a ellos por el pasillo cantando ligeramente desafinado, no se habían tropezado con nadie. Cuando alcanzaron la intersección cerca de la estatua de la bruja tuerta, James les indicó que pararan. Los tres maniobraron torpemente hasta una esquina y James abrió el Mapa del Merodeador.

—No veo por qué tenemos que hacer esto así —se quejó Ralph—. Yo confío en vosotros dos. Podríais habérmelo contado todo mañana en el desayuno.

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