Read James Potter y la Encrucijada de los Mayores Online
Authors: George Norman Lippert
—Entonces tendré que dejar de practicar contigo y darte pistas, ya sabes —dijo Zane, volando cerca de James y gritando sobre el rugido del aire—. Eso sería confraternizar con el enemigo.
Como de costumbre, James no pudo decir si Zane bromeaba a no.
James disfrutaba de más confianza sobre la escoba, pero le sorprendió descubrir que le encantaba el fútbol. Tina Curry había dividido la clase en equipos y había establecido un calendario de partidos para que jugaran unos contra otros. Muchos estudiantes habían captado los conceptos esenciales del juego y, siendo como eran competitivos de corazón, se habían empeñado en hacer los partidos interesantes. Ocasionalmente, un estudiante podía olvidar la naturaleza no mágica del deporte y ser visto buscando frenéticamente en los bolsillos su varita, o simplemente señalando a la pelota y gritando algo como
"¡accio pelota!”
lo que generalmente provocaba la interrupción del partido mientras todo el mundo reía. Una vez, una chica de Hufflepuf había agarrado el balón con ambas manos, olvidando las reglas básicas del juego, y había cargado por el campo como si estuviera jugando al rugby. James había descubierto, bastante a regañadientes, que las afirmaciones de la profesora Curry sobre sus habilidades habían estado bastante acertadas. Tenía talento. Podía controlar la pelota fácilmente con la punta de las deportivas mientras zigzagueaba por el campo. Su nivel de control del balón se consideraba mejor que el de cualquier otro de los nuevos jugadores, y estaba el segundo en la lista de goleadores, tan solo superado por la alumna de séptimo Sabrina Hildegard, quien como Zane era una nacida muggle y, al contrario que Zane, había jugado en las ligas muggles cuando era más pequeña.
James y Ralph, sin embargo, apenas se hablaban. La furia inicial de James y su resentimiento habían disminuido hasta convertirse en terco distanciamiento. Una pequeña parte de él sabía que debería perdonar a Ralph, e incluso disculparse por gritarle aquel día en el Gran Comedor. Sabía que si hubiera mantenido la calma, probablemente Ralph habría visto el error que cometía al dejarse guiar por sus compañeros Slytherin. Sin embargo, Ralph parecía considerar que era su deber apoyar a los Slytherins y al Elemento Progresivo tan ansiosamente como podía. Si no fuera por el hecho de que el entusiasmo de Ralph era bastante apático y tristón, James habría encontrado más fácil seguir enfadado con él. Ralph llevaba las insignias azules, y asistía a las reuniones del equipo de debate en la biblioteca, pero lo hacía con tal actitud de tenaz obligación que parecía producir más mal que bien. Si alguno de los Slytherins hablaba con él, levantaba la cabeza de un tirón y respondía con maniática ansiedad, para después desinflarse tan pronto como dirigían la atención hacia algún otro. A James le dolía un poco verlo, pero no lo suficiente como para cambiar de actitud hacia Ralph.
En su habitación por la noche o en una esquina de la biblioteca, James estudiaba el poema que él y Zane habían visto en la verja del Santuario Oculto. Con la ayuda de Zane, lo había escrito de memoria y confiaba en que fuera preciso. Aún así, no quería que pareciera que le daba demasiada importancia. Todo lo que sabían seguro era que las primeras dos frases se referían al hecho de que el Santuario Oculto solo podía ser hallado a la luz de la luna. El resto era un acertijo. Seguía atascado en la línea que ponía
"Despertará de su lánguido sueño"
, preguntándose si podía referirse a Merlín. Pero Merlín no estaba dormido, ¿verdad?
—Hace que parezca como si fuera Rip Van Winkle —susurró Zane un día en la biblioteca—. Durmiendo durante unos cuantos cientos de años bajo un árbol en alguna parte.
Zane tuvo que explicar el cuento de Rip Van Winkle, y James lo sopesó. Sabía, por haber oído conversaciones de su padre con otros aurores, que gran parte de la mitología muggle derivaba de encuentros distantes en el tiempo con brujas y magos. Historias de señores de la hechicería se abrían paso hasta los cuentos de hadas muggles, que habían sido estilizados y alterados, y que terminaban convirtiéndose en leyendas o mitos. Quizás, filosofó James, la historia del durmiente que despertaba cientos de años después, era un eco muggle de la historia de Merlín. Aún así, eso no consiguió que ni Zane ni James se acercaran más a averiguar cómo podría volver Merlín tras tantos siglos, ni ofrecía ninguna pista sobre quién podría estar involucrado en tal conspiración.
Por la noche, mientras comenzaba a dormirse, con frecuencia James descubría que sus pensamientos volvían, extrañamente, a su conversación con el retrato de Severus Snape. Snape había dicho que estaría vigilando a James, pero James no podía imaginar cómo iba a hacerlo. Solo había un retrato de Snape en Hogwarts, por lo que James sabía, y estaba en la oficina de la directora. ¿Cómo podría vigilarle? Snape había sido un mago poderoso, y un genio con las pociones según sus padres, ¿pero de qué manera alguna de esas dos cosas podía permitir que viera lo que ocurría en el castillo? Aún así, James no dudaba de Snape. Si había dicho que estaría observándole, James confiaba en qué, de uno u otro modo, era cierto. Fue solo dos semanas después, dando vueltas en la cabeza a la conversación, cuando se dio cuenta de lo más chocante del asunto. Snape, a diferencia de James y el resto del mundo mágico, había llegado la conclusión de que se parecía a su padre.
De tal Potter tal hijo
, había dicho, resoplando. Irónicamente, sin embargo, para Snape, esto no constituía precisamente un cumplido.
Para cuando las hojas del Bosque Prohibido empezaron a tornarse de los colores marrón y amarillo del otoño, el azul del Elemento Progresivo se desplegaba en pósters y estandartes para el primer Debate Escolar. Como Ralph había predicho, el tema era "Reevaluación de las Presunciones del Pasado; Verdad o Conspiración". Como si las meras palabras no fueran suficientes, en el lado derecho de cada estandarte y póster un dibujo encantado de un relámpago cambiaba para formar una interrogación durante solo unos segundos. Zane, quien, según Petra, era bastante bueno debatiendo, le dijo a James que el comité de debate de la escuela había discutido bastante tiempo sobre el tema de la primera discusión. Tabitha Corsica no estaba en el comité, pero su compinche, Philia Goyle, era la presidenta del mismo.
—Así que al final —informó Zane a James— el equipo de debate resultó ser un gran ejemplo de democracia en acción: discutieron toda la noche, y después
ella
eligió. —Se encogió de hombros cansinamente.
La visión de los signos y estandartes, y especialmente el inequívoco relámpago, hacía que la sangre de James ardiera. Ver a Ralph terminando de colocar él mismo uno de los estandartes justo fuera de la puerta de la clase de Tecnomancia fue más de lo que pudo soportar.
—Me sorprende que puedas alcanzar tan alto, Ralph —dijo James, la furia le hizo vomitar las palabras—, con la mano de Tabitha Corsica tan metida en el culo.
Zane, que había estado caminando junto a James, suspiró y entró agachándose en la clase. Ralph no se había fijado en James hasta que éste habló. Bajó la mirada, con expresión sorprendida y herida.
—¿Qué se supone que significa eso? —exigió.
—Significa, que creía que para estas fechas ya te habrías hartado de ser su pequeño títere de primero. —James ya se arrepentía de haber dicho nada. La cándida miseria en la cara de Ralph le avergonzó.
Ralph tenía su mantra bien aprendido, sin embargo.
—Tú eres el que tiene un titiritero, alentando los miedos de los débiles para mantener la demagogia del prejuicio y la injusticia —dijo, pero sin mucha convicción. James puso los ojos en blanco y entró en clase.
El profesor Jackson estaba ausente de su lugar habitual tras el escritorio del profesor. James se sentó junto a Zane en primera fila. Mientras se sentaba, se esforzó por bromear y reír con otros Gryffindors que había cerca, sabiendo que Ralph estaría observando a través de la puerta. El placer que eso le proporcionó fue hueco y crudo, pero no obstante fue placer.
Finalmente la habitación se quedó en silencio. James levantó la mirada y vio entrar al profesor Jackson, llevando algo bajo el brazo. El objeto era largo, plano y envuelto en tela.
—Buenos días, clase —dijo con sus acostumbrados modales bruscos—. Vuestros ensayos de la semana pasada están calificados y sobre mi mesa. Señor Murdock, ¿le importaría distribuirlos, por favor? En general, estoy terriblemente decepcionado, aunque creo que la mayor parte de ustedes pueden sentirse aliviados por el hecho de que Hogwarts generalmente no califica en la curva.
Jackson colocó cuidadosamente su carga sobre el escritorio. Cuando apartó la tela que la rodeaba, James pudo ver que era una pila compuesta por tres pinturas bastante pequeñas. Pensó en la pintura de Severus Snape y su atención se afinó.
—Hoy es día de tomar notas, puedo tranquilizaros —dijo Jackson ominosamente. Colocó las pinturas en fila sobre el estante porta-tizas de la pizarra. El primer cuadro era de un hombre delgado con gafas redondas de lechuza y una cabeza casi perfectamente calva. Parpadeaba hacia la clase, con expresión alerta y ligeramente nerviosa, como si esperara que alguien, en cualquier momento, saltara y le gritara "¡Buu!". El siguiente cuadro estaba vacío excepto por un fondo de madera bastante monótono. El último mostraba a un payaso ligeramente fantasmal de cara blanca y horrenda sonrisa grande y roja pintada sobre la boca. El payaso miraba estúpidamente de reojo a la clase y sacudía un poco un pequeño bastón con una bola en uno de sus extremos. La bola, notó James con un estremecimiento, era una versión diminuta de la propia cabeza del payaso, que sonreía aún más locamente.
Murdock terminó de repartir los trabajos de todo el mundo y volvió a su asiento. James bajó la mirada a su trabajo. Delante del todo, con la perfecta e inclinada hacia la izquierda letra cursiva de Jackson, estaban escritas las palabras:
Tibio, pero en una línea convincente. Hay que trabajar la gramática.
—Como siempre, las preguntas sobre las calificaciones se me enviarán por escrito. Se realizaran discusiones más intensas, cuando sea necesario, durante mis horas de tutoría, asumiendo que alguno recuerde donde está mi oficina. Y ahora, prosigamos. —Jackson paseaba lentamente a lo largo de la línea de pinturas, gesticulando hacia ellas—. Como muchos de ustedes recordarán, en nuestra primera clase tuvimos un corto debate, propuesto por el señor Walker. —Atisbó bajo sus pobladas cejas en dirección a Zane—, sobre la naturaleza del arte mágico. Expliqué que las intenciones del artista son imbuir al lienzo a través de un proceso mágico y psicoquinético, lo cual permite al arte tomar una semblanza de movimiento y actitud. El resultado es una pintura que se mueve y gesticula al antojo del artista. Hoy, examinaremos una clase distinta de arte, una que representa la vida de un modo totalmente diferente.
Las plumas rascaban fervorosamente mientras la clase luchaba por mantener el paso al monólogo de Jackson. Como era acostumbrado, Jackson paseaba mientras hablaba.
—El arte de la pintura mágica se presenta en dos formas. La primera es solo una versión más extravagante de la representada por aquella sobre la que ya ilustré a la clase, que es la creación de una imagen puramente imaginaria basada en la imaginación del artista. Esta es diferente del arte muggle solo en cuanto a que la versión mágica puede moverse y mostrar emoción, basada en la intención.... y solo dentro de los límites de la imaginación... del artista. Nuestro amigo de aquí, el señor Biggles, es un ejemplo. —Jackson gesticuló hacia la pintura del payaso—. El señor Biggles, gracias a Dios, nunca existió fuera de la imaginación del artista que lo pintó.
El payaso respondió a la atención, brincando en su marco, meneando los dedos de una mano enguantada de blanco y ondeando el bastón con la otra. La diminuta cabeza de payaso del extremo del bastón sacó la lengua y bizqueó. Jackson miró a la cosa un momento, después suspiró y empezó a pasearse de nuevo.
—El segundo tipo de pintura mágica es mucho más preciso. Depende de un avanzado hechizo y pinturas mezcladas con pociones para recrear a un individuo o criatura viva. El nombre en tecnomancia de este tipo de pintura es
imago aetaspectulum
, que significa... ¿alguien puede decírmelo?
Petra levantó la mano y Jackson asintió hacia ella.
—¿Significa, creo, algo parecido a una imagen viva en un espejo, señor?
Jackson sopesó su respuesta.
—Casi, señorita Morganstein. Cinco puntos para Gryffindor por el esfuerzo. La definición más precisa del término es una pintura mágica que capta una impronta viva del individuo que representa, pero confinada dentro del
aetas
, o tiempo, de la vida del propio sujeto. El resultado es un retrato que, aunque no contiene la esencia viva del sujeto, refleja cada característica intelectual y emocional de ese sujeto. Es decir, el retrato no aprende ni evoluciona más allá de la muerte del sujeto, pero retiene exactamente la personalidad del sujeto mientras sea estrictamente dentro de la duración de su vida. Aquí tenemos al señor Cornelius Yarrow como ejemplo.
Jackson señaló ahora al hombre delgado y nervioso del retrato. Yarrow se sobresaltó ligeramente ante el gesto de Jackson. El señor Biggles hacía cabriolas frenéticamente en su marco, celoso de la atención prestada al otro.
—¿Señor Yarrow, cuándo murió usted? —preguntó Jackson, pasando junto al retrato mientras volvía a pasear por la habitación.
La voz del retrato era tan fina como el hombre que había en él, con un tono agudo y nasal.
—Veinte de septiembre, mil novecientos cuarenta y nueve. Tenía sesenta y siete años y tres meses de edad, redondeando, por supuesto.
—¿Y cuál, si se me permite preguntar, era su ocupación?
—Fui secretario de finanzas de la escuela Hogwarts durante treinta y dos años —respondió el retrato con un resoplido.
Jackson se giró para mirar a la pintura.
—¿Y qué hace ahora?
El retrato parpadeó nerviosamente.
—¿Disculpe?
—Con todo el tiempo que tienen en sus manos, quiero decir. Ha pasado mucho tiempo desde mil novecientos cuarenta y nueve. ¿Qué hace ahora mismo, señor Yarrow? ¿Ha desarrollado alguna afición?
Yarrow pareció morderse los labios, obviamente confuso y preocupado por la pregunta.
—Yo... ¿afición? Nada de aficiones. Yo... siempre me gustaron los números. Tiendo a pensar en mi trabajo. Eso es lo que siempre hice cuando no estaba ocupado con los libros. Pienso en presupuestos, números y trabajo con ellos en mi cabeza.