James Potter y la Encrucijada de los Mayores (33 page)

BOOK: James Potter y la Encrucijada de los Mayores
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—Los bosques del lago son solo una extensión del Bosque Prohibido —dijo Harry—. Si hay un lugar en el que cosas como las náyades y dríadas pueden existir, es ese. Aún así, si es cierto, no han sido vistas desde hace cientos de años. Por supuesto, creíamos que eran un mito.

—¿Qué quiere decir "si es cierto"? —preguntó James, un poco más alto de lo que pretendía—. La vimos. Habló con nosotros.

—Tu padre se comporta como un auror, James —dijo McGonagall aplacadora—. Todas las posibilidades deben ser consideradas. Todos estabais bajo un gran estrés. No es que no os creamos. Simplemente debemos determinar la explicación más probable a lo que visteis.

—Pues para

la explicación más probable es que ella era lo que dijo que era —masculló James por lo bajo.

No había contado a propósito a su padre ni a ninguno de los otros adultos lo último que le había dicho la dríada, la parte del sucesor, la sangre del enemigo latiendo en otro corazón. Parte de su renuencia se debía al recuerdo de las historias de su padre sobre cómo el mundo mágico le había tratado a él, Harry Potter, cuando había salido del laberinto del Torneo de los Tres Magos con la historia sobre el retorno de Voldemort, cómo habían dudado de él y le habían desacreditado. Por otra parte su padre ni siquiera estaba dispuesto a creer la parte de la dríada. ¿Si dudaba de eso, como iba a aceptar que la dríada había predicho el retorno de una nueva especie de Voldemort, a través de un heredero, un descendiente? Pero lo que había decidido finalmente a James a no contarlo había sido recordar las últimas palabras de la dríada:
La batalla de tu padre ha terminado. La tuya comienza.

La conversación había seguido hasta bastante tarde después de que todos los detalles hubieran sido descritos y discutidos, lo bastante como para que James se aburriera con ella. Quería volver al castillo para poder dormir, pero más que nada, quería tiempo para pensar en lo que la dríada había dicho. Quería averiguar para qué servía la isla, qué significaba el poema de la verja. Intentaba recordarlo, se moría por escribirlo mientras todavía lo tenía fresco en la mente.

Estaba seguro, de algún modo, de que todo encajaba con la historia de Austramaddux y el plan secreto de los Slytherins para traer de vuelta a Merlín y empezar una guerra final con el mundo muggle. Ni siquiera se preguntaba ya si esa parte era cierta.
Tenía
que ser cierta, y él estaba dispuesto a evitarla.

Finalmente, los adultos terminaron de hablar. Habían decidido que la misteriosa isla, aunque obviamente peligrosa, era precisamente uno de los muchos misterios e inexplicables peligros que hacían que el Bosque Prohibido estuviera prohibido. La preocupación principal todavía era descubrir cómo había entrado el intruso, y asegurarse de que nadie más era capaz de repetirlo. Con eso resulto, la reunión se disolvió.

La directora McGonagall había acompañado a James, Zane y Ted de vuelta al castillo, instruyéndoles para que hicieran lo posible por mantener los acontecimientos de la noche en secreto.

—Especialmente usted, señor Lupin —dijo severamente—. Lo último que necesitamos es a usted y su panda de hooligans corriendo por los terrenos en medio de la noche intentando emular las experiencias del señor Potter y el señor Walker.

Afortunadamente, Ted era lo bastante listo como para no intentar negar la posibilidad de algo semejante. Simplemente asintió con la cabeza y dijo "Sí, señora".

James sólo vio a su padre una vez más en el transcurso de su visita, y eso después de las clases de la tarde, justo cuando Harry, Titus y los oficiales del Ministerio se preparaban para partir. Neville había vuelto a Hogwarts esa tarde, y acompañó a James al despacho de la directora para despedirse de Harry y el resto. El grupo planeaba viajar vía red Flu, como habían llegado, y habían escogido la chimenea de la directora para partir ya que era la más segura. Si a Neville se le hacía raro que la oficina perteneciera ahora a su antigua profesora, a la que había conocido como
profesora
McGonagall, en vez de a Albus Dumbledore, no lo dejaba entrever. Pero hizo una pausa durante un momento ante el retrato del anterior director.

—¿Está fuera otra vez? —preguntó a Harry.

—Creo que generalmente solo duerme aquí. Hay retratos de Dumbledore por todas partes —suspiró Harry—. Eso sin mencionar todas sus viejas cartas de las ranas de chocolate. Todavía aparece en ellas algunas veces solo por diversión. Guardo la mía en mi cartera, por si acaso. —Sacó su cartera y mostró una carta muy usada que había en ella. El espacio de la imagen estaba vacío. Harry sonrió a Neville mientras la volvía a guardar.

Neville se acercó al grupo congregado alrededor del fuego. Harry se agachó junto a James.

—Quería darte las gracias, James.

James disimuló el orgullo que se transparentaba en su cara.

—Solo hice lo que nos pediste que hiciéramos.

—No solo quería decir por venir con nosotros y ayudarnos a averiguar lo que pasaba —dijo Harry, posando una mano sobre el hombro de James—. Quería decir por divisar al intruso y señalármelo. Y por estar lo suficientemente alerta como para verle las otras veces. Tienes buen ojo y una mente despierta, hijo. No debería sorprenderme, y en realidad no lo hace.

James sonrió ampliamente.

—Gracias, papá.

—No olvides lo que hablamos la otra noche, sin embargo. ¿Recuerdas?

James lo recordaba.

—Nada de lanzarme a salvar el mundo por mi cuenta. —
Contaré al menos con la ayuda de Zane
, pensó, pero no lo dijo,
y quizás también de Ted, ahora que Ralph me ha abandonado
.

Harry abrazó a su hijo, y James le devolvió el abrazo. Se sonrieron el uno al otro, Harry tenía las manos sobre los hombros de su hijo, y se puso en pie, llevando a James hacia el fuego.

—Dile a mamá que me porto bien y me como mis verduras —instruyó James a su padre.

—¿Y lo haces? —preguntó Harry, arqueando una ceja.

—Bueno. Sí y no —dijo James, un poco incómodo cuando todo el mundo le miró.

—Haz que sea cierto y se lo diré —dijo Harry, quitándose las gafas y metiéndoselas dentro de la túnica.

Momentos después, la habitación quedó vacía excepto por James, la directora McGonagall y Neville.

—Profesor Longbotton —dijo la directora—, sospecho que será mejor que le informe sobre todo lo que ha ocurrido durante las pasadas veinticuatro horas.

—¿Quiere decir lo referente al intruso en el campus, madame? —preguntó Neville.

La directora pareció notablemente sorprendida.

—Ya veo. Quizás simplemente pueda repetirme entonces. Cuénteme lo que ha oído, profesor.

—Simplemente eso, madame. Corre el rumor entre los estudiantes de que un hombre fue visto o capturado en el campo de Quidditch ayer. La teoría más extendida es que era un representante de la comunidad de juegos de azar que o informaba o pretendía influir en el partido. Pura basura, por supuesto, pero asumo que será mejor dejar que las lenguas se entretengan con una historia tan ridícula en vez de negarlo todo.

—El señor Potter sin duda estaría en desacuerdo con usted —dijo la directora con mordacidad—. Aunque, ya que requeriré sus servicios para incrementar la seguridad de los terrenos, debería explicarle con precisión lo que ocurrió. James, ¿no te importa esperar un momento, verdad? No retendré al profesor mucho rato, y después él te acompañará de vuelta al pasillo. —Sin esperar respuesta, le dio la espalda volviéndose hacia Neville, Lanzándose a detallar la noche anterior.

James conocía toda la historia, por supuesto, pero aún así sintió que era más correcto esperar cerca de la puerta, tan lejos de la conversación como fuera posible. Era incómodo y vagamente molesto. Se sentía un poco propietario del intruso, habiendo sido el primero en verle, y habiendo sido el que lo señalara en el campo de Quidditch. Siempre pasaba lo mismo, los adultos negaban algo que un niño decía, y después, cuando se probaba que era cierto, tomaban totalmente el control y descartaban al niño. Comprendía que ésta era otra razón por la que no había hablado a ningún adulto de sus sospechas en lo concerniente al complot Slytherin sobre Merlín. Ahora se sentía incluso más seguro de que debía guardar el secreto, al menos hasta que pudiera probar algo.

James se cruzó de brazos y revoloteó cerca de la puerta, girándose para mirar a Neville, que estaba sentado delante del escritorio de la directora, y a McGonagall, que se paseaba ligeramente tras éste mientras hablaba.

—¿Qué estás tramando, Potter? —Una voz baja y arrastrada sonó detrás de James, haciéndole saltar. Se giró de golpe, con los ojos muy abiertos. La voz le cortó antes de que pudiera responder—. No preguntes quién soy y no malgastes el tiempo con un montón de mentiras inútiles.
Sabes
exactamente quién soy. Y
yo
sé, incluso mejor que tu padre, que estás
tramando
algo.

Era, por supuesto, el retrato de Severus Snape. Los ojos oscuros evaluaban a James fríamente, la boca se curvaba hacia abajo en una mueca burlona y sabedora.

—Yo... —empezó James, y entonces se detuvo, presintiendo que si mentía, el retrato lo sabría—. No voy a contarlo.

—Una respuesta más honesta que cualquiera de las que daba tu padre, al menos —dijo Snape, manteniendo la voz lo bastante baja como para no atraer la atención de McGonagall o Neville—. Una pena que no esté vivo todavía para ser director o encontraría la forma de sacarte la historia de un modo... u otro.

—Bueno —susurró James, sintiéndose más valiente ahora que la sorpresa había pasado—. Supongo que es una suerte que ya no sea el director entonces. —Pensó que sería mejor decir eso que
es una suerte que esté muerto
. El padre de James sentía un gran respeto por Severus Snape. Incluso había puesto su nombre a Albus.

—No intentes hacerte el listo conmigo, Potter —dijo el retrato, pero más cansada que furiosamente—. Tú, al contrario que tu padre, sabes bien que fui un fiel aliado de Albus Dumbledore y tan responsable de la caída de Voldemort como él. Tu padre creía que dependía enteramente de él ganar todas las batallas. Era estúpido y destructivo. No creas que no he visto esa misma mirada en
tus
ojos no hace ni cinco minutos.

A James no se le ocurrió qué contestar a eso. Solo sostuvo la oscura mirada del retrato y frunció el ceño testarudamente. Snape suspiró teatralmente.

—Sigue tu camino entonces. De tal Potter, tal hijo. Sin aprender nunca de las lecciones del pasado. Pero debes saber esto: te estaré vigilando, como vigilé a tu padre. Si tu
innombrable
sospecha es, contra toda probabilidad, acertada, ten por seguro que trabajaré por el mismo objetivo que tú. Intenta, Potter, no cometer los mismos errores que tu padre. Intenta no dejar que otros paguen las consecuencias de tu arrogancia.

Eso último picó a James hasta la médula. Asumió que Snape abandonaría su retrato después de una frase como esa, satisfecho de tener la última palabra, pero no lo hizo. Se quedó, con esa misma mirada penetrante en la cara, leyendo a James como a un libro abierto. Aún así, no había nada específicamente malicioso en esa mirada, a pesar de las palabras punzantes.

—Sí —James finalmente encontró su voz—, bueno, lo tendré en cuenta. —Era una respuesta penosa y lo sabía. Después de todo solo tenía once años.

—¿James? —dijo Neville tras él. James se giró y miró al profesor—. Al parecer tuviste una noche excitante ayer. Siento curiosidad por esas enredaderas que os atacaron. Quizás pudieras contarme algo más de ellas en alguna ocasión, ¿te parece?

—Claro —dijo James, sentía los labios entumecidos. Cuando se giró hacia la puerta otra vez, siguiendo a Neville afuera, el retrato de Snape todavía estaba ocupado. Los ojos le siguieron misteriosamente mientras salía de la habitación.

9. Traición en el Debate

A medida que James se iba familiarizando más con la rutina de la escuela, el tiempo parecía pasar casi sin que lo notara. Zane continuaba siendo genial en Quidditch, y James continuaba sintiendo una incómoda mezcla de emociones ante el éxito de Zane. Todavía sentía una puñalada de celos cuando oía a la multitud vitorear uno de los golpes de Zane a la bludger, pero no podía evitar sonreír ante lo mucho que el chico amaba el deporte, cómo se deleitaba con cada partido, el trabajo en equipo y la camaradería. Además, James empezaba a confiar cada vez más en sus propias habilidades con la escoba. Practicaba con Zane en el campo de Quidditch muchas tardes, pidiendo a su amigo que le enseñara trucos y técnicas. Zane, por su parte, siempre se mostraba entusiasta y dispuesto, afirmando que James definitivamente entraría en el equipo Gryffindor al año siguiente.

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