James Potter y la Encrucijada de los Mayores (32 page)

BOOK: James Potter y la Encrucijada de los Mayores
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—¿Un espíritu del bosque? —preguntó Zane mientras Grawp le ayudaba bastante rudamente a ponerse en pie—. ¿Los bosques tienen un fantasma?

—Soy una dríada, un árbol hada, el espíritu de un solo árbol. Todos los árboles del bosque tienen espíritus, pero han estado adormecidos desde hace muchas, muchas generaciones, languideciendo lentamente en la tierra, casi desapareciendo. Hasta ahora. Las náyades y las dríadas han sido despertadas, aunque no sabemos por qué. Aquellos pocos humanos que una vez se comunicaron con los árboles están muertos y olvidados. Nuestro tiempo es el pasado. Pero hemos sido convocados.

—¿Quién os convocó? —preguntó James.

—No hemos podido averiguarlo, a pesar de nuestros mayores esfuerzos. Hay disonancia entre nosotros. Muchos árboles recuerdan solo el hacha del hombre, no su replantación. Son viejos y están enfadados, solo desean hacer daño al mundo de los hombres. Están pasados. Habéis experimentado su furia, aunque no como ellos querían.

—¿Qué quiere decir "están pasados"? —preguntó Zane, dando medio paso adelante, mirando de reojo la belleza de la dríada—. ¿Es ese lugar? ¿La Isla? El... la Senda a la Encrucijada de los Mayores?

—El tiempo del hombre es corto en la tierra, pero los árboles ven pasar los años como si fueran días. Las estrellas están inmóviles para vosotros, pero nosotros observamos y estudiamos los cielos como si fuera una danza —dijo la dríada, su voz se volvió suave, casi soñadora—. Desde nuestro despertar, la danza de las estrellas se ha vuelto horrenda, mostrando mil destinos oscuros para el mundo de los hombres, todos balanceándose con el equilibrio de los próximos días. Solo un posible destino será para bien. El resto conlleva derramamiento de sangre y pérdida. Gran pesar. Tiempos oscuros, llenos de guerra y avaricia, poderosos tiranos, carestías de terror. Mucho se decidirá con el final de este círculo. El pueblo de los árboles solo puede observar, por ahora, pero aquellos de nosotros que conservamos esperanzados el recuerdo de la armonía entre nuestro mundo y el de los hombres, cuando llegue el momento, ayudaremos en lo que podamos.

James casi estaba hipnotizado por la voz de la dríada, pero sintió nacer una sensación de impotencia y frustración ante sus palabras.

—Pero dijiste que había una oportunidad de evitar esa guerra. ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo podemos hacer que el único destino bueno ocurra?

La cara de la dríada se suavizó. Sus grandes y líquidos ojos sonreían tristemente.

—No hay forma de predecir el camino al que conduce una sola acción. Podría ser que lo que ya estás haciendo sea lo que traerá la paz. También podría ser que las mismas cosas que haces por el bien sean las que den como resultado la guerra. Debes hacer lo que sabes hacer, pero solo con una mente despejada.

Zane se arriesgó a soltar una risa burlona.

—Muy útil, este... Sensei.

—En la tela del destino hay peligros mayores de los que tú conoces, James Potter —dijo la dríada, acercándose a James hasta que su luz le bañó la cara—. El enemigo de tu padre, y todos aquellos que le amaban, han muerto. Pero su sangre palpita dentro de un corazón distinto. La sangre de vuestro mayor enemigo aún vive.

James sintió que sus rodillas se aflojaban.

—¿Vol... Voldemort?

La dríada asintió, al parecer no estaba dispuesta a pronunciar el nombre.

—Su plan preferido fue frustrado para siempre por tu padre. Pero era infinitamente mañoso. Preparó un segundo plan. Un sucesor, una línea de sangre. El corazón de ese linaje late hoy, en este momento, a no más de una milla de distancia.

Los labios de James estaban temblando.

—¿Quién? —preguntó con una voz apenas audible—. ¿Quién es?

Pero la dríada ya estaba sacudiendo la cabeza tristemente.

—Nos es imposible saberlo. Ni desde fuera, ni desde dentro. Aquellos árboles que han vencido trabajan contra nosotros, embotan nuestra visión, nos mantienen a muchos dormidos. Sólo sabemos que ese corazón está aquí, pero no más. Debes ser cauteloso, James Potter. La batalla de tu padre ha terminado. La tuya comienza.

La dríada se estaba desvaneciendo. Sus ojos se cerraban mientras se fundía en la nada, ya parecía dormir.

Se oyó un gemido rechinante, después una salpicadura en la isla.

—Bueno —dijo Zane con maníaca alegría—. ¿Qué me dices de saltar a los hombros de nuestro colega gigante y convertir este lugar en un recuerdo antes de que él haga eso mismo con nosotros?

Los tres se encontraron con Titus Hardcastle antes de llegar a la mitad del camino de vuelta a su lugar de partida. Su cara parecía tormentosa, pero todo lo que digo fue:

—¿Todo el mundo bien?

—Claro —gritó Zane desde los hombros de Grawp—. Pero déjeme decirle que hemos tenido una experiencia de lo más rara.

Grawp se agachó para permitir que Hardcastle trepara a su espalda.

—Lo normal por aquí entonces, ¿no? —gruñó Hardcastle.

Zane extendió la mano, intentando ayudar a Hardcastle a trepar y casi consiguió caer de su sitio en lugar de eso.

—¿Qué era la cosa a la que perseguía, por cierto? —dijo, jadeando.

—Una araña. Uno de los hijos del viejo Aragog, sin duda. Se han mantenido tranquilos las dos últimas décadas, pero uno había salido y se había conseguido un juguetito. —Hardcastle sostenía algo en alto, y James vio que era la pequeña videocámara que el intruso había estado utilizando en el campo de Quidditch—. Todavía funcionaba cuando alcancé al bruto, la pequeña pantalla estaba toda iluminada. Se rompió cuando, er, despaché a la bestia. Al menos tuvo una buena última comida.

James se estremeció involuntariamente mientras Grawp comenzaba a abrirse paso entre los bosques.

—¿Realmente cree que... se comió al tipo?

Hardcastle tensó la mandíbula.

—El círculo de la vida, James. Estrictamente hablando, sin embargo, las arañas no comen gente. Solo les succionan los jugos. Mala forma de irse, pero al menos ya no dará más problemas.

James no lo dijo, pero tenía el presentimiento de que los auténticos problemas solo estaban empezando.

El miércoles por la mañana, James se sentía torpe e irritable cuando entró en el Gran Comedor para desayunar. Era una mañana sombría, con un cielo bajo y amoratado que llenaba la porción alta del comedor y una fina neblina que salpicaba las ventanas. Ralph y Zane estaban sentados en la mesa Slytherin, Zane soplando su tradicional café matutino y Ralph atacando una naranja con un cuchillo de mantequilla, aserrándola para pelarla y todo. No parecían estar hablando mucho. Zane no era normalmente una persona madrugadora, y había estado levantando hasta tan tarde como James. Ni Zane ni Ralph levantaron la mirada, y James se alegró. Todavía estaba enfadado y disgustado con Ralph. Bajo todo eso, sin embargo, se sentía triste y dolido por la traición del chico. Intentaba no sentir resentimiento hacia Zane por sentarse con Ralph, pero estaba demasiado cansado como para hacer mucho esfuerzo, y el humor de la mañana no estaba ayudando.

James se abrió paso hasta la mesa Gryffindor, mirando hacia el estrado mientras lo hacía. Ni su padre ni Titus Hardcastle estaban a la vista. Se figuraba que, a pesar de lo tarde que se habían acostado la noche anterior, se habrían levantado y desayunado poco después del amanecer y ya estarían ocupándose de sus tareas de la mañana. La idea de que el día de su padre y Titus probablemente hacía ya rato que estaban en marcha, lleno de emocionantes reuniones e intrigas secretas, mientras que él estaba justo ahora tomando el desayuno de camino a sus sombrías clases del día y sus deberes, le llenó de melancolía. Encontró un asiento rodeado por felices Gryffindors charlatanes, se dejó caer en él, y comenzó a comer metódicamente, sin ánimo.

La noche antes, James se había quedado levantado con Titus Hardcastle, su padre y la directora McGonagall hasta casi dos horas después de su regreso del perímetro del lago. Titus había hecho una señal de varita tan pronto como alcanzaron el castillo, convocando a Harry, Ted, Prechka y a Hagrid de vuelta de sus correrías. Cuando todos volvieron a reunirse junto a la cabaña de Hagrid, la directora despidió a Grawp y Prechka, agradeciéndoles formalmente a ambos su ayuda y ofreciéndoles un barril de cerveza de mantequilla por sus esfuerzos. Después de eso, el grupo convergió en la cabaña de Hagrid, congregados alrededor de la enorme y rústica mesa, bebiendo el té de Hagrid, que era sospechosamente humeante y marrón y tenía un sabor vagamente medicinal, y evitando unos panecillos más bien rancios.

Hardcastle habló primero. Explicó a todos los presentes como primero había oído a la araña, y después la había perseguido, dejando a James y Zane bajo la protección de Grawp. Harry se había removido en su asiento, pero refrenó cualquier comentario. Después de todo, había sido él quien había pedido a James que se uniera a la expedición, y había consentido, si bien a regañadientes, la compañía de Zane. La directora había dirigido una mirada bastante larga y penetrante a Harry cuando había visto a Zane entrar en la cabaña. Ahora, McGonagal se giró hacia Hardcastle, preguntándole cómo se las había arreglado para matar a la araña.

Los ojos redondos de Hardcastle centellearon un poco cuando dijo:

—La mejor forma de matar a una araña que no cabe bajo tu bota es arrancarle las patas. La primera fue la más difícil. Después de eso, se hizo cada vez más y más fácil.

Hagrid se pasó una mano por la cara.

—Pobre viejo Aragog. Si viviera para ver a sus jovencitos volverse salvajes, eso le habría matado. Los pobres solo hacen lo que hacen las arañas. No se les puede culpar.

—La araña tenía la cámara del intruso —dijo Harry, mirando al objeto roto que estaba sobre la mesa. La lente estaba hecha pedazos y la pequeña pantalla de la parte de atrás estaba agrietada—. Así que sabemos que el hombre escapó por los bosques del lago.

—Un modo repugnante de morir, quienquiera que fuera —dijo McGonagall.

La expresión de Harry no cambió.

—No sabemos seguro que la araña cogiera al hombre.

—Parece improbable que la cosa esa le pidiera prestada la cámara para hacer películas caseras de sus crías, ¿verdad? —retumbó Hardcastle—. Las arañas no son del tipo educado. Son del tipo hambriento.

Harry asintió pensativamente.

—Probablemente tengas razón, Titus. Aún así, siempre existe la posibilidad de que el intruso dejara caer la cámara y la araña simplemente la encontrara. No hará daño incrementar la seguridad durante un tiempo, Minerva. Aún no sabemos cómo entró esta persona, o quién era. Hasta que sepamos más, tenemos que asumir que hay riesgo.

—Yo estoy particularmente interesada en saber cómo esta cámara pudo funcionar dentro de los terrenos —resopló la directora, mirando con dureza al aparato en la mesa—. Es bien sabido que el equipamiento muggle de este tipo no funciona en el ambiente mágico de la escuela.

—Es bien sabido, señora directora —rumbó la voz de Hardcastle—, pero se entiende muy poco al respecto. Los muggles son infinitamente inventivos con sus herramientas. Lo que una vez fue cierto puede que ya no lo sea. Y todos sabemos que los hechizos protectores erigidos alrededor de los terrenos desde la Batalla no son tan perfectos como aquellos que mantenía el viejo Dumbledore, que Dios le tenga en su gloria.

James pensó en el Game Deck de Ralph, pero decidió no mencionarlo. La videocámara rota era toda la prueba que necesitaban de que al menos algunos aparatos modernos funcionaban en los terrenos de la escuela. Finalmente, la atención se volvió hacia James y Zane. James explicó como Grawp se había alejado en busca de comida, y como los dos chicos le habían perseguido, encontrándole junto al lago y la pantanosa isla. Zane intervino entonces en la conversación, describiendo la misteriosa isla y el puente. Se saltó cuidadosamente la parte en la que James había intentado abrir las verjas utilizando la magia, y James se alegró de ello. Había parecido una estupidez en el mismo momento en que lo hizo, y se arrepentía de ello. Aún así, en ese momento, lo había sentido como algo natural. Por turnos contaron lo de la cabeza de dragón encantada del puente que intentó comerles, y después el ataque de las enredaderas que casi les había empujado al sumidero. Finalmente, James explicó la historia del espíritu del árbol.

—¿Náyades y dríadas? —exclamó Hagrid incrédulamente. James y Zane se detuvieron, parpadeando hacia él. Hagrid continuó—. Bueno, no son reales, ¿verdad? Sólo son historias y mitos. ¿No? —Dirigió la última pregunta a los adultos presentes.

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