Read James Potter y la Encrucijada de los Mayores Online
Authors: George Norman Lippert
El siguiente lunes, James, Zane y Ralph se quedaron de pie ante la puerta del aula de Transformación Avanzada, de la directora McGonagall, hasta que el último de sus estudiantes se hubo ido y ella se quedó recogiendo sus cosas.
—Entrad, entrad —llamó a los tres chicos sin levantar la mirada—. Dejad de acechar en la puerta como buitres. ¿En qué os puedo ayudar?
—Señora directora —empezó James tentativamente—, queríamos hablarle sobre el debate.
—¿De veras?, ¿ahora? —preguntó, levantando la mirada hacia James durante un momento, y después echándose al hombro su bolso—. Vaya por Dios, no me imagino por qué. Cuanto antes podamos olvidar todos ese fiasco, mejor.
Los chicos se dieron prisa para seguir a la directora mientras ésta avanzaba a zancadas hacia la puerta.
—Pero nadie lo está olvidando, señora —dijo James rápidamente— Todos han estado hablando de ello el fin de semana. La gente está realmente agitada por esto. Casi hubo una pelea en el patio ayer, cuando Mustrum Jewel oyó a Reavis McMillan llamar a Tabitha Corsica cochina mentirosa. Si el profesor Longbottom no hubiese estado cerca, Mustrum probablemente hubiese matado a Reavis.
—Esto es un colegio, señor Potter, y un colegio es, en su forma más simple, un lugar donde se reúne gente joven. La gente joven es, de vez en cuando, propensa a tener disputas. Por eso, entre otras razones, Hogwarts emplea al señor Filch.
—No fue una disputa, señora —dijo Ralph, siguiendo a la directora fuera, al pasillo—. Estaban realmente enfadados. Como locos, si entiende lo que quiero decir. La gente está perdiendo el control con todo este asunto.
—Entonces como ha dicho el señor Potter, fue una suerte que el profesor Longbottom estuviese cerca. No consigo ver, precisamente, por qué esto es problema vuestro.
Zane trotó para mantener el ritmo de la zancada de la directora.
—Bueno, la cuestión es, señora, que sólo nos estábamos preguntando por qué deja usted que continúe todo esto. Quiero decir, usted estaba allí cuando la Batalla tuvo lugar. Usted sabe como era ese tal Voldemort. Puede contar a todos como fue y poner a Tabitha en su sitio, en cuanto le plazca.
McGonagall se detuvo de repente, haciendo que los chicos tropezaran para detenerse cerca de ella.
—¿Y qué, si puedo preguntar, os gustaría que hiciera? —dijo, dejando caer su voz y mirando a cada uno atentamente—. La verdad sobre el Señor Tenebroso y sus seguidores ha sido de conocimiento común durante treinta años, desde que asesinó a sus abuelos, señor Potter. ¿Suponen que el que yo la repita una vez más, disipará toda esa basura revisionista que ha estado esparciéndose, no sólo por este colegio, si no a lo largo de todo el mundo mágico? ¿Hmm? — Sus ojos eran duros como diamantes mientras les miraba fijamente. James comprendió que la directora estaba, si acaso, incluso más agitada por el debate que ellos—. Y supongamos que llamo a la señorita Corsica a mi despacho y le prohíbo difundir esas mentiras y distorsiones de la verdad. ¿Esperan que este “Elemento Progresivo” suyo renuncie sin más? ¿Cuánto suponen que tardaríamos en leer un artículo en
El Profeta
sobre como la administración de Hogwarts está trabajando con el Departamento de Aurores para reprimir el “libre intercambio de ideas en los terrenos del colegio”?
James estaba atónito. Había asumido que la directora estaba siendo indulgente con Tabitha Corsica por alguna razón, permitiendo, durante un tiempo, que continuase su farsa. Simplemente no se le había ocurrido que McGonagall podía no ser, de hecho, capaz de reprimir el asunto sin empeorar la situación.
—¿Entonces qué hacemos, señora? —preguntó James.
—A pesar de lo que pueda usted creer, señor Potter, el futuro del mundo mágico no descansa sobre sus hombros y los de sus dos amigos. —Vio la mueca molesta de su cara, y les dedicó una de sus raras sonrisas. Se giró un poco para hablar más conspiradoramente, dirigiéndose a los tres chicos—. El recuerdo revivido del Señor Tenebroso no supone una gran preocupación para aquellos de nosotros que una vez nos enfrentamos al ser vivo. Esto es un capricho en la mente de un populacho inconstante, y por irritante como pueda ser, pasará. Mientras tanto, lo que pueden ustedes hacer es asistir a sus clases, hacer sus deberes y seguir siendo los chicos perspicaces y de buen ánimo que obviamente son. Y si oís a alguien decir que Tom Riddle fue mejor hombre que Harry Potter, tenéis mi permiso... mis órdenes, incluso... para transformar su zumo de calabaza en agua pestilente —miró a los tres chicos seriamente, uno por uno—. Decid simplemente que os he encargado practicar ese hechizo en particular. ¿Entendido?
Zane y Ralph se sonrieron mutuamente. James suspiró. McGonagall asintió secamente con la cabeza, se enderezó, y continuó enérgicamente su camino. Después de cinco pasos se giró.
—Ah, ¿y chicos?
—¿Sí, señora? —dijo Zane.
—Dos golpecitos bruscos y las palabras “
pestimonias
”. El énfasis en la primera y tercera sílabas.
—¡Sí, señora! —respondió Zane otra vez, sonriendo.
El año escolar transcurrió a través del otoño, aproximándose a las vacaciones de invierno. El campo de fútbol se convirtió en una alfombra de hojas, que crujían y se alzaban bajo los pies de los equipos de Estudios Muggle de la profesora Curry. El torneo extraoficial de fútbol terminó con la victoria del equipo de James. El propio James marcó el gol ganador, su tercero del día, contra el portero Horace Birch, el Gremlin Ravenclaw. Su equipo se reunió a su alrededor, saltando y aullando como si acabaran de ganar la Copa de las Casas. De hecho, la Casa del equipo ganador fue recompensada con cien puntos por la profesora Curry, ese había sido el mejor premio que había podido ofrecer. El equipo rodeó a James, subiéndolo a hombros y llevándolo al patio como si acabara de regresar de matar a un dragón. Él sonreía enormemente, con las mejillas arreboladas por el viento fresco de otoño, y el ánimo más alto de lo que lo había tenido en todo el año.
La rutina de las clases y los deberes, que había sido desalentadora durante las primeras semanas, se volvió aburrida y predecible. El profesor Jackson asignaba interminables y aterradoras redacciones y llevaba a cabo exámenes sorpresa cada dos semanas durante sus clases. Zane contaba a James y Ralph divertidas anécdotas de confrontaciones entre la profesora Trelawney y Madame Delacroix durante sus noches del martes en el Club de Constelaciones, el cual, como la clase de Adivinación, las dos profesoras se las arreglaban para compartir. En el campo de Quidditch, James continuaba progresando en sus habilidades con la escoba, con la ayuda de Ted y Zane, hasta que comenzó a sentirse cautelosamente seguro de que podría, en efecto, entrar en el equipo de Gryffindor el próximo año. Empezó a imaginar lo magnífico que sería presentarse a las pruebas la próxima primavera y borrar de sopetón el recuerdo de la intentona de su primer año. Zane, por su parte, continuaba volando extraordinariamente bien para los Ravenclaws. Basándose en sus bastante únicos antecedentes muggle, inventó un movimiento al que llamó “zumbar la torre”, en el que golpeaba una bludger alrededor de la tribuna de prensa, dejándola coger velocidad mientras la rodeaba por detrás, para luego encontrarla en el otro lado, y golpearla otra vez para añadirle incluso más velocidad y un poco de dirección. Utilizando ese truco, había conseguido derribar a dos jugadores completamente fuera de sus escobas, lo que dio lugar a unas cuantas visitas de disculpa a la enfermería.
La vida para Ralph en la casa de Slytherin había sido accidentada durante un tiempo. Tabitha nunca le había hablado en realidad sobre su deserción en el escenario del debate, o de su abandono de las reuniones del Elemento Progresivo. James y Zane se figuraron que había dejado de ser de alguna utilidad para ella cuando había vuelto a ser amigo de James. Con el tiempo, los Slytherins más mayores simplemente se olvidaron de Ralph, exceptuando algunas miradas frías y comentarios despectivos en la sala común de Slytherin. Entonces, sorprendentemente, Ralph empezó a hacer amistad con algunos otros Slytherins de primer y segundo año. A diferencia de los que llevaban la insignia azul, ninguno de ellos parecía muy interesado en el más amplio mundo de políticas y causas. A decir verdad, había una especie de astucia sospechosa incluso en los Slytherins de primer año, pero un par de ellos se parecían genuinamente a Ralph, e incluso James tuvo que admitir que eran divertidos, de un cierto modo escurridizo.
Defensa Contra las Artes Oscuras se había convertido en la clase favorita de James, Zane y Ralph. El profesor Franklyn enseñaba una clase muy práctica, con muchas historias emocionantes y ejemplos de la vida real extraídos de sus propias largas y desaforadamente variadas aventuras. James resultó ser un duelista muy bueno, cosa que no sorprendió a nadie. Admitía, con una avergonzada sonrisa, que había aprendido bastante técnica defensiva de su padre. Aunque nadie, incluyendo a James, estaba dispuesto a enfrentarse a Ralph en un duelo. La habilidad de Ralph con la varita parecía bastante errática cuando se trataba de lanzar hechizos defensivos. La primera vez que participó en un duelo, Ralph había intentado un simple hechizo
expeliarmus
contra Victoire. Golpeó con su varita, un poco salvajemente, y un relámpago azul brotó de su extremo, chamuscando el pelo de Victoire y dejándole una andrajosa raya calva que le corría directamente por la parte superior de la cabeza. Victoire se había pasado entonces la mano por la cabeza, y los ojos casi se le habían salido de las cuencas. Soltó un chillido de rabia y tuvo que ser sujetada por otros tres estudiantes para evitar que saltara sobre Ralph, el cual era tres veces más grande que ella. Ralph había retrocedido, disculpándose profusamente, con la varita todavía humeando.
Sólo una vez, una tarde en la sala común de Ravenclaw, tuvo alguien la audacia de mencionar algo a James, Zane y Ralph sobre el debate. Justo estaban terminando los deberes cuando un chico alto de cuarto año llamado Gregory Templeton se sentó en la mesa frente a ellos.
—Hola, vosotros dos estabais en el debate, ¿no? —dijo, señalando a Zane y Ralph.
—Sí, Gregory —dijo Zane, metiendo sus libros en la mochila, su voz traicionaba la antipatía general que sentía hacía el chico mayor.
—Tú eras el que estaba en la mesa con Corsica, ¿verdad? —dijo Gregory, girándose hacia Ralph.
—Eh. Sí —dijo Ralph— pero…
—Dile de mi parte que dio justo en el blanco, ¿eh? He estado leyendo un libro que habla de todo ese asunto. Se llama “El Complot Dumbledore”, y va de como el viejo y ese Harry Potter lo tramaron todo, de principio a fin. ¿Sabías que se inventaron toda la historia de Riddle y los horrocruxes la noche que el viejo murió? Algunos incluso dicen que fue el propio Harry Potter el que lo mató, una vez fijaron todos los detalles.
James luchaba por controlar su genio. Miró abiertamente a Gregory.
—¿No sabes quién soy, verdad?
Zane miraba con dureza a la botella en la mano de Gregory.
—Eh —preguntó con forzada despreocupación, sacando a escondidas la varita—. ¿Qué estás bebiendo?
Noventa segundos más tarde, James, Zane y Ralph se escabullían mientras Gregory escupía agua pestilente por toda la mesa de la sala común.
—¡Practicando! —gritó Zane, agachándose bajo los brazos estirados de Gregory— ¡Lo juro! ¡Se supone que tenía que practicar esa transfiguración! ¡Tu bebida se puso justo en medio! ¡Pregunta a McGonagall!
Los tres chicos consiguieron escapar de la habitación con éxito, riendo a rabiar ante el caos consiguiente.
Para cuando llegaron las vacaciones de Navidad, James estaba listo para un descanso. Después de la comida de su último día de clase, fue a su habitación para empaquetar sus cosas. El cielo fuera de la ventana de la torre se había ido poniendo frío y gris, haciéndole añorar la genial chimenea del número doce de Grimmauld y uno de los muy complicados chocolates calientes de Kreacher, el cual consistía, en el último recuento, en catorce ingredientes innombrables, que incluían, se había asegurado, por lo menos una pizca de chocolate auténtico.
—Hola James —llamó la voz de Ralph desde las escaleras—. ¿Estás ahí arriba?
—Sí. Sube, Ralph.
—Gracias —jadeó Ralph, subiendo los escalones— Subí con Petra después del almuerzo. Dijo que estarías aquí haciendo las maletas. Con muchas ganas de irte, supongo.