Ira Dei (17 page)

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Authors: Mariano Gambín

Tags: #histórico, intriga, policiaco

BOOK: Ira Dei
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—Tengo un trabajito para usted, siempre que esté disponible.

Ariosto conoció a Bonilla un par de años antes, a través de Sebastián. Cuando coincidían, Juanito lavaba el coche de Ariosto. Él nunca supo que acto seguido el chófer llevaba el automóvil a una estación de lavado automático, pero es que Sebastián era demasiado escrupuloso.

—Dígame —a pesar de que el vaso humeaba, el lavacoches se tomó el café en dos tragos—, siempre puedo hacer sus encargos sin dejar de trabajar.

—Precisamente por eso le busco cuando le necesito —Ariosto sacó un papel del bolsillo de su chaqueta—. ¿Ve esto?, es el dibujo de la huella de un neumático muy concreto. Lo llevan solamente furgonetas. Necesito las matrículas de todas las que vea que los usan. Dos euros por matrícula. Aquí va un adelanto, ¿de acuerdo? —un billete de cincuenta euros apareció sobre la barra del bar.

—De acuerdo —el billete desapareció de inmediato—. Cuente con ello, doctor —Bonilla llamaba doctor a todas las personas encorbatadas, herencia de los años que pasó en Venezuela—. ¿Sigue teniendo el mismo número?

—Sí, el mismo. Me gustaría que me llamara cada día, si es tan amable —Ariosto pagó los cafés y salieron.

—Oiga doctor —Juanito ya se iba por la calle—, se está repitiendo, esa corbata se la puso el 12 de febrero y el 27 de mayo. Va siendo hora de comprar otras nuevas.

Ariosto sonrió. Efectivamente, Juanito Bonilla no había perdido su don.

24

—Querido Luisito, alguien está intentando tomarme el pelo.

La voz de doña Adela sonaba irritada en el amplio salón de su casa de la calle Numancia. Por las ventanas se veían las copas de los árboles del Parque García Sanabria. Al fondo ondeaba la bandera tricolor de la Alianza Francesa.

—Estos mequetrefes que me has traído no tienen ni idea de
Bridge
. Es que no saben jugar ni al cinquillo. ¿Me puedes explicar qué me estoy perdiendo? Porque aquí pasa algo…

—¡Ah! Querida tía —Ariosto interpretó su mejor sonrisa—, es que cada vez que formamos la pareja norte-sur somos invencibles, tú de declarante y yo de muerto y, además, siempre aciertas en los contratos, no sé cómo lo haces.

—¡Déjate de historias! ¡Este cuento de la partida de
Bridge
no es más que otra de tus artimañas para conseguir algo! —la dueña de la casa entrecerró unos ojos, rebosantes de maquillaje, amenazadores—. ¡Más te vale que desembuches rápido!

Adela se recompuso con dignidad, dejó las cartas sobre la mesa y apuró elegantemente el final de su taza de porcelana china de té indio, sin azúcar. Ariosto esperó a que terminase, mirando sin ver unos ejemplares de
Vogue
y
El Mueble
apilados sobre un escabel estampado con flores y motivos silvestres.

Las sombras de la tarde hacían necesario encender alguna luz, pero ninguno se atrevió a proponer nada al respecto. Pedro Hernández y Marta Herrero, la otra pareja en la mesa de juego, callaban como muertos mirándose el uno al otro con cara de circunstancias, casi aguantando la respiración. Que el rapapolvo se lo llevara Ariosto.

—Siempre me dejas en evidencia —Ariosto adoptó una expresión compungida—, ¿es que no hay nada que se te escape? Tienes razón, no sólo estamos aquí para jugar a las cartas. Formamos parte de un equipo que colabora con la policía en la investigación de… —Ariosto entornó la mano sobre un lado de su boca, susurrando en tono conspirador— un asesinato.

—¡Oh!, ¡hay un fiambre por medio! Eso es otra cosa. Puede ser un buen comienzo —Adela se retocó con un mano el impecable peinado de peluquería y tomó la tetera con aire de triunfo. Se sirvió otra taza, mirando de reojo a Ariosto—. ¿Alguien quiere más? —todos rechazaron amablemente el té, ya llevaban tres tazas. La señora se arrellanó en su silla, esperando que alguien hablase.

—Se han producido una serie de circunstancias extrañas en La Laguna —Ariosto rompió el fuego—. Por un lado, hace dos días se descubrió, en una obra, una cripta de más de doscientos cincuenta años de antigüedad con un montón de cadáveres dentro. Todos habían sido asesinados. Y, por otro lado, está el asunto de los dos asesinatos que se han perpetrado esta semana. Todas las víctimas fueron mutiladas de la misma manera: se les cortó la cabellera.

—¡Vaya! ¡Esto promete! —Adela dejó la taza sobre la mesa, y prestó toda su atención—. Sigue.

—A través de un documento del Archivo Histórico —intervino en ese momento Marta—, hemos descubierto que puede haber conexión de los asesinatos del pasado con el por entonces marqués de Fuensanta, y tal vez esa conexión nos pueda dar alguna pista acerca de los crímenes actuales.

—Eso es nuevo para mí también —dijo Ariosto mirando a Pedro con curiosidad inquisitiva.

—Hemos encontrado un plano antiguo de la manzana de La Laguna donde se ha encontrado la cripta —Hernández se sintió obligado a hablar—. Las casas del Marqués estaban conectadas entre sí mediante galerías subterráneas, y posiblemente también con casas de otras familias. El Marqués se carteaba con una hermana que vivía en Gran Canaria. A través de una carta, hemos deducido que sabía mucho más de los asesinatos de lo que podía parecer.

Doña Adela tenía cara de incredulidad. Se alisó la falda, inquieta.

—Aunque todos esos nobles laguneros eran, y son, un tanto especiales, no creo que el Marqués fuera un asesino. Estamos hablando de don Hernando Machado, el filósofo ¿no?

—El filántropo, querida tía —corrigió Ariosto.

—Cállate Luisito, no des la lata —respondió doña Adela, altiva.

—Nosotros tampoco creemos que lo fuera —se apresuró a decir Hernández—, pero sí podría serlo alguien de su entorno, ya que así se desprende de la carta en cuestión. Quisiéramos echar un vistazo al fondo Fiesco para comprobar si hay algún dato interesante sobre el marqués que no conozcamos.

—No hay problema, habéis picado mi curiosidad —Adela se levantó con parsimonia, llevándose la tetera a la cocina—. Luisito, déjales la carpeta de los Fiesco, es una azul que está dentro del secreter, tú sabes.

Ariosto no lo sabía, pero buscó bajo la atenta mirada de los otros invitados la carpeta azul entre otras muchas idénticas que abarrotaban el mueble. Sólo las diferenciaba el título, escrito a mano con rotulador en la parte frontal. La número dieciséis resultó ser la carpeta Fiesco. La llevó a la mesa y abrió los cierres. Dentro había un mazo de documentos antiguos sin encuadernar. Por la habitación se expandió un olor a papel y tinta viejos.

—Me parece que no hay índice —dijo Hernández—, aprovecharemos para hacer un bosquejo…

—Bien, manos a la obra —dijo Ariosto frotándose las manos.

—Tú no, Luisito —doña Adela había vuelto y puso su mano sobre el hombro de Ariosto—, necesito que me ayudes a escribir una carta a la tía Enriqueta, la de La Laguna. Ya sabes que tengo la vista peor y me cuesta mucho escribir. Documentos por carta, lo tomas o lo tomas. Coge papel y una pluma de las que tienes ahí y vamos al otro salón, que te dicto. ¡Ah! Y con letra de colegio de curas. Espero que te esmeres más que la última vez.

Ariosto obedeció, resignado, y acompañó a Adela. Miró a la pareja con envidia antes de salir.

—Cuando acaben, me avisan —susurró.

Hernández y Marta no perdieron tiempo. Quitaron el tapete verde de la mesa de juego y desplegaron los documentos sobre ella. Los papeles estaban agrupados, sin orden aparente, dentro de finas cartulinas sin identificación exterior. Descartaron en primer lugar los grupos de hojas mecanografiadas. Comenzaron por los manuscritos, haciendo una primera selección, con el ojo entrenado del archivero, basada en la apariencia de la letra. Los más antiguos primero. Diez minutos después ya habían escogido un buen fajo. La carpetilla más antigua contenía cuentas domésticas de la casa del segundo marqués, en torno a 1710. Podrían constituir una buena fuente para la historia de la vida cotidiana de la época: qué comían, qué compraban, qué vestían, qué cobraban algunos criados. La segunda carpetilla, un poco más voluminosa, estaba formada por copias de panfletillos de contenido religioso que, al parecer, se distribuían en las iglesias. La fama de piadoso del segundo marqués fue notoria en su época. Tal vez hubiera intervenido de alguna manera en la publicación de aquellos opúsculos, posiblemente financiándolos.
Hay que comprobarlo
, se dijo Hernández. La tercera carpeta, de mayor grosor aún, contenía el tesoro que estaban buscando.

—Fíjate Marta —Hernández distribuyó el contenido en seis montones, bajo la atenta mirada de la arqueóloga—, es una carpeta de correspondencia recibida por la familia del marqués. Como ves, los remitentes tenían la buena costumbre de fechar los documentos al comienzo o al final. Vamos a ordenarlos por fechas. Coge tú ese montón y yo lo haré con este.

Unos veinte minutos después estaban ordenadas las cartas. Comenzaban en 1689, cuando el primer marqués recibió una rendición de cuentas de su factor en La Palma, explicándole cómo iban sus negocios y el cobro de sus rentas. Los Machado tenían propiedades en esa Isla desde varias generaciones atrás. Las siguientes cartas, hasta la dieciocho, eran de familiares lejanos, dirigidas al primer y segundo marqués: felicitaciones por nacimientos y bodas, solicitudes de envío de libros, noticias de la Corte y del extranjero, y avisos de viajes. La carta diecinueve correspondía ya a los años adultos del tercero, Hernández leyó la misiva, expectante.

—¡Hum!, ésta no nos va a decir nada. Es de la madre del Marqués, de viaje por Andalucía, quejándose del calor —el archivero la apartó y se tomó un receso en la lectura, levantando la cabeza—. Esta mañana he averiguado algunas cosas sobre la familia del Marqués. Desgraciadamente, la información no es completa. De hecho, prácticamente no hay nada distinto de lo publicado en el Nobiliario de Canarias, y eso que es un libro algo caduco. Los datos contenidos en el tercer tomo son bastante parcos.

Hernández se tomó un respiro. Marta esperó pacientemente.

—El Marqués se casó a los veintidós años con una noble portuguesa, doña Teresa Viana de Gamboa, a quien había conocido en Lisboa en un viaje de estudios. La limitada vida social de la isla decepcionó a la recién casada, por lo que el Marqués se volcó en organizar todo tipo de eventos culturales para agradarla. Algún autor llega incluso a decir que el Marqués pasó a la Historia gracias al aburrimiento de su mujer. Tuvieron dos hijos varones, Francisco María y Juan Manuel. No tenemos constancia de la fecha de la muerte del primero, pero se sabe que no llegó a la edad adulta, ya que el segundo en el orden de nacimiento, don Juan Manuel, fue quien sucedió a su padre en el marquesado al fallecimiento de éste, en 1774. No he encontrado documentos referidos a los posibles habitantes de las casas, salvo alguna referencia en el testamento de don Hernando. Su mujer ya había fallecido y dejaba casi toda su fortuna al único hijo que le quedaba. Algunos bienes fueron legados a sus sobrinas de Gran Canaria, hijas de su hermana Constanza, casada con un terrateniente de aquella isla. El legado para Ana María y Luisa consistió fundamentalmente en libros religiosos y profanos, una cama con dosel, varios arcones llenos de ropa, joyas de su esposa y una renta vitalicia para ellas, un censo —una especie de alquiler de aquella época— sobre una casa sita… ¿aciertas dónde? en la calle de los Álamos, hoy Tabares de Cala, que tenía como anexo el huerto que hoy es el solar donde se encontró la cripta. Hay también referencias a dos criadas viejas, a las que dotó de una pequeña renta sobre una finca en Guamasa, y a la manumisión a un esclavo negro que llevaba viviendo en su casa más de treinta años.

—¿No hay más? ¿Nada sobre los hijos del marqués? —a Marta le sabía a poco el relato de Pedro.

—Sólo he trabajado una mañana —Hernández se defendió—, es posible que podamos averiguar algo más con lo que tenemos aquí. Sigamos leyendo.

Hernández siguió pasando documentos sin interés para su búsqueda. Paró en el número treinta y siete.

—¡Una carta de su hermana!, veamos la fecha, 1749. ¡Vaya! Justo antes de que comenzaran los asesinatos. Veamos… —Hernández paseó la vista por las abigarradas líneas del documento, bisbiseando rápidamente—, aquí hay algo, mira:

En cuanto a lo del viaje a Cádiz de Francisco María, no comparto vuestra decisión, ya que me parece muy joven y falto de seso maduro. Sabéis que siempre lo habéis llevado corto de riendas, y me preocupa su conducta cuando esté lejos de vos. No es la primera vez que se desmanda cuando anda en mala compañía. Haced lo que gustéis, yo ya he opinado…

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