Ingenieros del alma (20 page)

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Authors: Frank Westerman

Tags: #Ensayo,Historia

BOOK: Ingenieros del alma
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La escena es extremadamente realista, tanto que como espectador ingenuo se me ocurrió pensar que los actores habían sido previamente sometidos a una dieta de galletas sin líquidos para que la lucha por el agua resultara lo más encarnizada posible.

En verdad, el agua, el agua dulce, estaba racionada. Como demostración de su voluntad, Yakov Rubinshtein había hecho construir una fuente en la plazuela Lenin de Puerto de Kara Bogaz. Pero de la máquina, en lugar de agua, brotaba salmuera, con lo que las gomitas que salpicaban la cara o las manos se transformaban al instante en manchitas blancas.

¿Era posible vivir en una «ciudad química» cuya temperatura en verano superaba fácilmente los cincuenta grados centígrados?

El hecho es que ahí vivió gente. Contando los campamentos levantados en el lugar de extracción y el puesto avanzado junto al Lago número 6, cabe afirmar que en 1933 acampaban en la bahía de Kara Bogaz más de 17.000 individuos. Cada trabajador tenía derecho a cuatro metros cuadrados de espacio de vivienda, pero tenía que contentarse con dos. No había letrinas ni alcantarillado, no existía la más mínima higiene. Faltaban escuelas, comedores, guarderías, almacenes. Como a Rubinshtein le parecía absurdo otear el horizonte con las manos cruzadas esperando la llegada de agua fresca desde Bakú, ordenó elaborar hormigón con agua de mar. Era la única manera de proseguir las obras, aunque perjudicara la calidad de los muros. Cuando el director inspeccionaba las obras, no se le escapaba, por supuesto, lo frágiles y quebradizas que resultaban las construcciones hechas con «hormigón de sal».

En su expediente personal se le tachó de «cómplice de sabotaje trotskista», aunque la acusación no aparecería hasta más adelante.

Con el paso de los años, los informes periódicos de Rubinshtein —en los que la balanza entre progreso y recesión fue inclinándose en sentido negativo— acabaron generando en Moscú un creciente malestar. Las excusas que aducía el director eran cada vez menos creíbles para sus superiores. Se refería una y otra vez «al descenso del nivel del mar Caspio», fenómeno que también preocupaba a los especialistas soviéticos. Las fluctuaciones anuales de unos pocos centímetros se consideraban normales, pero a partir de 1932 el nivel del mar descendió varios decímetros; algunos años bajó incluso medio metro. Cada hidrólogo tenía su propia teoría al respecto. Unos recurrían al análisis de los datos sobre precipitaciones en la cuenca del Volga, otros sostenían que las obras de irrigación en el territorio de las Tierras Negras empezaban a pasar factura. No faltaban las hipótesis (¡el fondo del mar se hundiría debido a la extracción de petróleo en Bakú!), pero nadie aportó una explicación concluyente.

Desde el despacho de dirección del complejo químico las consecuencias se hacían claramente visibles: el estuario entre el mar Caspio y la bahía, normalmente de aguas agitadas, amenazaba con enarenarse. En la rada de Puerto de Kara Bogaz, el puesto avanzado construido a orillas de ese angosto estrecho de mar, se formaron de repente vados y bancos de arena. A veces, al ver atracar los barcos desde el malecón, se oían claramente los improperios de los marineros.

Hasta entonces la evaporación extrema en la laguna había garantizado siempre una abundante y permanente afluencia de aguas. A lo largo de una distancia de cinco, seis kilómetros, el agua se precipitaba por el serpenteante Adzhi Daria («Río amargo» en turcomano) hacia el interior. Arrastraba consigo todos los peces, que en pocas horas salían a la superficie de la cubeta de evaporación, salados y todo. Sólo las focas eran capaces de resistir la fuerza de aspiración y parecían divertirse con esa «cascada de mar» tanto como con el rompiente en otros lugares de la costa.

Lo que sucedió fue que, debido al descenso del mar Caspio, la afluencia de las aguas disminuyó y los cargueros no pudieron atracar más. En el muelle había sacos de sulfato deshidratado, el primer semiproducto del complejo químico, pero ¿cómo introducirlos en la bodega de un barco?

«Nos vemos obligados a correr tras el mar en retirada», anunció el capitán del puerto, tras lo cual Rubinshtein ordenó hacer más largos los atracaderos, adentrándolos cada vez más en el mar abierto.

Acudieron hidroquímicos de la Academia de Ciencias equipados con una lancha azul marino, trajes de buzo, medidores del Ph y una caja repleta de tubos de ensayo con tapón para las muestras de agua. Según los cálculos de estos científicos, si las aguas se batían aún más en retirada, se alteraría el balance de iones en Kara Bogaz, con lo que la cristalización, en lugar del valioso sulfato de sodio (Na
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SO
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) produciría cloruro sódico (NaC,). Dicho de un modo más prosaico: sal de cocina. Para adelantarse a ese cambio brusco del régimen salino, la Academia insistió en que había que dragar cuanto antes el estrecho de mar. Si, a pesar de esa medida, la bahía perdía su función productora de sulfato, habría que montar una instalación de bombeo para trasvasar más agua del mar Caspio a la laguna.

Moscú rechazó de plano esas propuestas por su elevado coste. Además, era posible que el nivel del mar Caspio subiera por sí solo. Su descenso se debía tal vez a una fluctuación natural o a un ciclo, y era por tanto temporal.

En el Comité Central de Control, órgano vigilante del Partido Comunista, no existía interés por semejantes detalles técnicos. Lo que sí advirtieron sus miembros es que el rendimiento del complejo químico bajo la dirección de Yakov Rubinshtein dejaba mucho que desear. En 1933, la producción de sulfato se había estancado en torno a un sesenta por ciento de lo que establecía la norma dictada desde Moscú, y los números previstos para 1934 no prometían nada mejor.

Como preparación para la apertura de un posible expediente disciplinario, la Comisión de Control ordenó al director elaborar una «autobiografía» sintética. El resultado —un informe de tres folios del año 1934— se adjuntó a su expediente personal sin anotaciones al margen.

Rubinshtein introdujo una hoja de papel en su máquina de escribir e inició su biografía de la siguiente manera:

«Nací en Varsovia en 1895. Mi padre era agente de seguros y se ganaba un sobresueldo con la venta de décimos de lotería. Mi madre era ama de casa. Yo soy el primogénito. Después de mí vinieron otro hijo y una hija. De los seis a los nueve años acudí a una
jadera
(escuela talmúdica); de los nueve a los quince a una escuela de formación profesional (una institución privada), estudios que no pude concluir por falta de recursos. Por esa razón recibí clases particulares de un estudiante llamado Pzhibyshevski, que me preparó para que pudiera presentarme al examen por libre. Pzhibyshevski era miembro del Partido Socialista Polaco (Levitsa). Consideró que podría serle útil, de modo que me pidió que distribuyera impresos. Me impliqué plenamente en las actividades de Levitsa y llevé octavillas a Sedlets, donde en 1911 (entretanto había ya superado el examen final de la escuela de formación profesional) me detuvieron por primera vez. Tras dos meses de prisión fui liberado por ser menor de edad gracias a una fianza depositada por mi padre».

El joven Yakov no se desalentó: hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial conoció el interior de muchas cárceles y campos de trabajo. Su madre y sus hermanos emigraron justo a tiempo a Estados Unidos, donde encontraron empleo en una fábrica de sombreros de paja. El padre de Rubinshtein, que se quedó atrás, se vio obligado a abandonar Varsovia debido a la militancia socialista de su hijo mayor y falleció en 1919, en una pequeña ciudad de provincias polaca. Por aquel entonces Yakov se encontraba ya en Ucrania, donde seguiría con sus actividades clandestinas hasta la llegada de los bolcheviques. Durante casi un año luchó como oficial en la Caballería Roja, inmortalizada por Isaak Babel, el Primer Ejército de Caballería bajo el mando del mariscal Budenny, y al finalizar la guerra civil ocupó diversos cargos directivos, desde inspector jefe de la industria de conservas cárnicas hasta director de la Marina mercante encargado de las relaciones comerciales entre Rusia y Canadá.

Intuyendo los tiempos que se avecinaban, al final de su «autobiografía» Rubinshtein menciona dos pasos en falso en su pasado. Con ello obedecía la ley tácita que obligaba a la autocrítica.

«En 1929, durante una reunión de la célula del Partido, defendí unas tesis trotskistas incorrectas acerca de la cuestión agraria. Unos días después comprendí que me había equivocado y así lo hice constar públicamente.

»En 1930 fui amonestado por el Comité Central de Control debido a mi comportamiento incontrolado y falta de perspicacia (no supe percatarme a tiempo de los actos de sabotaje que venían realizándose en la industria de conservas). La amonestación iba acompañada de la prohibición de desempeñar funciones directivas durante un plazo de dos años, decisión esta que fue rectificada y revocada por el Comité Central del Partido Comunista a raíz de mi nombramiento como presidente del complejo químico de Kara Bogaz».

Tal como pronosticaron los hidroquímicos, las franjas de sal de la playa cambiaron de composición a mediados de los años treinta. La menor afluencia de aguas produjo una mayor concentración de salmuera, lo que trajo como consecuencia el asentamiento de sal común en lugar de la sal milagrosa.

El primero que se enfrentó a ese fenómeno fue el capitán del remolcador
Serbia,
que se dirigía a Puerto de Kara Bogaz con una gabarra cargada de bloques de sulfato procedentes de uno de los lugares de extracción. Amansoltan había reproducido literalmente en su tesis doctoral el relato de ese capitán.

«No hacía viento», explicó el capitán en su informe dirigido a Rubinshtein. «Cruzamos la bahía a tres cuartos de potencia, y aunque las calderas daban suficiente presión, me percaté de que perdíamos velocidad». Después de que el capitán diera la orden de «¡Adelante, a toda máquina!», el remolcador empezó a vibrar y a dar sacudidas, sin que la velocidad aumentase ni un solo nudo. Al contrario, el
Serbia
se detuvo cabeceando. A continuación el capitán ordenó a un marinero inspeccionar la hélice. El muchacho se echó al agua de mala gana, cogió aire, se sumergió y al cabo de un minuto salió a la superficie diciendo que no lograba encontrar la hélice. «¡En el lugar de la hélice hay un terrón de sal!», exclamó para regocijo del resto de los marineros.

Puesto que el capitán creía que el marinero desvariaba, se sumergió él mismo bajo la popa, para llegar exactamente a la misma conclusión.

Sal de cocina. Era la enésima calamidad que le sobrevenía a Rubinshtein. Primero se le enarenó el puerto y ahora se le había llenado de una sal que no valía nada. El director no tardó mucho en recibir inquietantes informes de parte de los controladores de calidad de Astrakán, que habían declarado no aptas esas partidas de sulfato de sodio debido a su contaminación, de «hasta un veinte por ciento», con cloruro sódico. Sin expresarla abiertamente, sus informes establecían una sospecha que podría formularse así: el camarada Rubinshtein intenta encubrir los pésimos resultados de la producción con vulgares técnicas de estafa. Su condición de judío no era precisamente una ventaja en esa situación, y los informes subsiguientes indicaban que se estaba estrechando el cerco a su alrededor.

ESTRICTAMENTE CONFIDENCIAL, así consta en el margen superior de una carta fechada el 1 de abril de 1937 y dirigida al recién nombrado jefe del servicio secreto, el NKVD. Titov, el secretario del Partido Comunista turcomano, informa en este escrito acerca del «trabajo poco profesional» de dos agentes turcomanos del NKVD incapaces de reunir suficiente material incriminatorio contra el camarada Yakov Rubinshtein.

«Tengo la impresión de que el departamento del NKDV en Turkmenistán no puede con el asunto. ¿No sería mejor dirigir directamente desde Moscú la investigación abierta al jefe del complejo químico?».

Titov adjunta una copia al carbón de la «amonestación» que el sospechoso —porque eso es ahora Rubinshtein— había recibido en 1930. Al parecer no importa que la pena impuesta por el Partido hubiera sido directamente «rectificada y revocada», pues el secretario omite ese detalle.

El siguiente documento se caracteriza por su tono formal.

Es una «decisión» secreta de la presidencia del Partido Comunista de Turkmenistán fechada el 10 de mayo de 1937.

Enterados de:

El informe del camarada Gotlober acerca de las actividades trotskistas contrarrevolucionarias llevadas a cabo en el interior del complejo químico de Kara Bogaz, entre ellas sabotaje y espionaje, tal como ha sido demostrado con pruebas por el buró federal del NKVD.

Habiendo constatado:

Que los depósitos de sulfato de la bahía de Kara Bogaz, debido a la nefasta política que se ha aplicado durante al menos cinco años, han acabado en un estado lamentable.

Que, a pesar de la inversión de 17 millones de rublos, la producción de sulfato ha descendido de 78.000 toneladas en 1932 a 70.000 toneladas en 1936.

Que la fábrica experimental de sulfato ha sido construida por Rubinshtein y sus cómplices con la intención de sabotearla (los muros están hechos con un cemento de mala calidad).

La presidencia del Partido resuelve:

1) Aceptar en su totalidad y sin modificaciones el informe del camarada Gotlober.

2) Ordenar el arresto de Rubinshtein por los órganos competentes.

Nada más se sabe del directivo judío polaco a excepción de dos datos que constan en su certificado póstumo de rehabilitación:

—el 28 de mayo fue arrestado por los agentes del NKVD (ese mismo día el Partido le suspendió de militancia),

—el 29 de agosto de 1938 el Alto Tribunal de Jurisdicción Militar de la Unión Soviética le impuso una sentencia «irrevocable y de ejecución inmediata»: pena de muerte por ejecución.

Me pregunté si Paustovski llegó a enterarse en algún momento de la suerte corrida por Rubinshtein. De ser así: ¿qué fue exactamente lo que le contaron y cuándo?

Como guionista de la adaptación cinematográfica de
Kara Bogaz,
Paustovski se había esmerado en darle un final glorioso, pero todo el que tuviera conocimiento, por mínimo que fuese, del drama que se desarrollaba entre bastidores se veía dolorosamente abocado a concluir que la propaganda soviética comenzaba a perder cualquier contacto con la realidad. Entre el realismo socialista y la realidad se abría un abismo infranqueable.

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