Read Inés y la alegría Online

Authors: Almudena Grandes

Tags: #Drama

Inés y la alegría (92 page)

BOOK: Inés y la alegría
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—¿No queríais puré? —¡ah, los rojos españoles!—. Pues tomad tres cucharas.

Aurora, que sin haber inspirado jamás la menor sospecha de connivencia con el enemigo, ni deja de ser católica, ni llega a ser comunista, se muestra en principio dispuesta a mandarlo a Pamplona, a casa de sus suegros, sacrificando sus principios al bienestar de su hijo. Y si se opone después con todas sus fuerzas a enviarlo a Moscú, tampoco es por prejuicios ideológicos. Sergio, que sólo tiene dos años, le parece demasiado pequeño para un viaje tan largo, pero Jesús ni siquiera se toma el trabajo de considerar su opinión. Esa es la contrapartida de las dulces contraseñas de antaño. Los hombres explosivos terminan por explotar, porque esa es su condición, su naturaleza, y Monzón siempre será fiel a sí mismo en lo mejor y en lo peor, para lo bueno y para lo malo. Así, con la misma determinación de la que Aurora se ha beneficiado en, al menos, dos ocasiones, se las arregla para acomodar a su hijo en un barco destinado a la Unión Soviética.

En justicia, hay que decir que no hace más que seguir el ejemplo de la mayoría de sus camaradas, porque muchos otros comunistas españoles, vinculados o no al Comité Central, han mandado antes a sus hijos a la URSS, y a ninguno de aquellos niños le ha ocurrido nada malo. Al contrario, han sido alojados en viviendas confortables, y están recibiendo una educación esmerada en unas condiciones materiales que, como a algunos de ellos les sorprenderá descubrir después, les garantizan un nivel de vida muy superior al que gozan los niños soviéticos. Sin embargo, la de Jesús es una mala decisión, una apuesta desgraciada, porque aquella postrera caravana de niños republicanos españoles tendrá para Sergio Monzón Gómez un trágico final que sus padres tardarán años en conocer.

En el tren que lleva a los últimos pequeños evacuados hacia Moscú, se declara una epidemia que la mayoría de los pasajeros supera sin mayores contratiempos. Sólo cuatro o cinco críos enferman de gravedad, y Sergio está entre ellos. Al final, la escarlatina le concede a Aurora una razón cruel. Su hijo, criado con las deficiencias sanitarias y alimenticias propias de un país en guerra, sólo tiene dos años, y aunque los médicos soviéticos, al tanto de la posición política de su padre, hacen por él todo lo que saben, lo que pueden hacer, no logran arrancarlo de la muerte. Mucho antes de conocer esta noticia, antes incluso de que su hijo desembarque en la Unión Soviética, Aurora abandona a Jesús. No puede perdonarle que le haya arrebatado al niño a la fuerza, a traición, pero parece que él también la ayuda bastante a tomar esa decisión.

Según cuenta en sus memorias, Manuel Azcárate conoce a Monzón en la época de «la guerra de broma», la
drôle de guerre
, como dan en llamar alegremente los franceses a los meses que transcurren entre el verano de 1939 y el inicio de la ofensiva alemana sobre Occidente. No precisa la fecha de su primer encuentro, pero sí cuenta que se lo presenta Carmen de Pedro, y que frecuenta la compañía de ambos, siempre juntos, antes del mes de febrero de 1940, en el que obtiene por fin los visados para viajar a Londres y reunirse con su familia. En esa fecha, antes de abandonar Francia, ya es evidente para él que Carmen y Jesús tienen una relación amorosa consolidada, aunque evitan mostrarse en público como pareja.

Mientras tanto, Aurora sigue viviendo en París, la misma ciudad en la que Monzón se instala con su flamante compañera en el periodo previo a la ocupación nazi de Francia, pero Azcárate no dice ni una sola palabra sobre ella. O Jesús no se la presenta jamás, o su amigo Manolo decide derramar sobre su figura los siempre incalculables beneficios de la fraternal solidaridad masculina. Sin embargo, según la correspondencia que se conserva, a finales de 1941, Aurora, con la que ha perdido todo contacto, está aún en París, Carmen presumiblemente en la inopia. La madre de Sergio está al tanto de las grandes juergas que Jesús ha sabido simultanear con el cortejo a su nueva pareja en la época previa a la ocupación alemana. Las sistemáticas ausencias del padre de su hijo, sus constantes y variadas infidelidades, pesan ya en su decisión de abandonarle antes de que él seduzca sin dificultades a la mujer que más le conviene. Después, quizás Aurora sepa de Carmen, porque Monzón tiene la costumbre de romper por carta, sin ahorrar detalles, pero se mantiene absolutamente al margen de él, y del partido que dirige, hasta que encuentra una oportunidad de emigrar a México.

Muchos siglos antes de que esta historia se deslice hacia su sorprendente final, en la Antigua Grecia empieza a circular la del joven Jasón, un muchacho fuerte, pero no demasiado, habilidoso, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado, hermoso, pero no demasiado, valiente, pero no demasiado, veloz, pero no demasiado, astuto, pero no demasiado, a quien atormenta la conciencia de sus limitaciones. Jasón es nombrado capitán del
Argos
, la nave que, en nombre de una sagrada reclamación del rey Pelias, va a surcar el mar civilizado para adentrarse después en las salvajes aguas que arriban a las costas de la Cólquida, lo que hoy llamamos el Cáucaso, patria de los piratas bárbaros e impíos que se niegan a devolver el Vellocino de Oro a sus legítimos amos. El rey afirma que son los oráculos, y no él, quienes han escogido a Jasón, porque está escrito que será el único guerrero capaz de devolver el Vellocino a manos griegas. Su joven súbdito acata piadosamente los designios de los dioses, pero al pasar revista a su tripulación, integrada por los héroes más extraordinarios de todos los tiempos, desde Teseo y Orfeo hasta Cástor y Pólux, pasando por Ulises de Ítaca y hasta el mismísimo Hércules, se mira a sí mismo, y se encuentra tan inferior a sus subordinados que siente la tentación de abandonar.

Mientras tanto, el centauro Quirón, su maestro y mentor, sabio de extraordinario poder, bendecido por Apolo con el don de la profecía, que se hace cargo de Jasón desde que ve a su madre abandonarlo cerca de su cueva, como si fuera el hijo bastardo de un pastor y no un príncipe de sangre real, le mira con una sonrisa entre los labios. Él sabe que el veredicto de los oráculos es una patraña. Pelias, al encargar aquella imposible hazaña a un sobrino suyo que ignora que lo es, pretende en realidad enviarlo a la muerte, para que Jasón nunca vuelva de la Cólquida a reclamar el trono que legítimamente le pertenece, pero Quirón está tranquilo. No tiene la menor duda de que a su discípulo le espera la gloria, él lo ha educado para eso, y le complace su modestia, esa falta de arrogancia que constituye en sí misma un principio de sabiduría. Tal vez por eso, no le deja zarpar con la angustia de sospecharse fracasado de antemano, y en la víspera de su partida, contesta por fin a sus preguntas.

—La mayoría de los argonautas son mejores que yo, más fuertes o más sabios, más inteligentes o más astutos. Ellos han derrotado a monstruos terribles, han triunfado sobre enemigos poderosos, han subido al Olimpo, han bajado al Hades, pero yo… —y el pobre muchacho deja caer la cabeza, baja la vista, se mesa los cabellos con desesperación—. ¿Qué puedo hacer yo, maestro?

—Tú también tienes un don, y es más valioso que los suyos, porque te permitirá regresar triunfante, con el Vellocino de Oro entre los brazos —Quirón mira a su discípulo con una ternura que se disipa pronto, a favor de una lasciva sonrisa de viejo verde—. Tú has nacido con el don de enamorar a las mujeres, Jasón.

Él sabe que Quirón es sabio, que puede ver el futuro, que nunca se equivoca, pero ni aun así logra creerle. ¿Cómo va él a enamorar a nadie, si ni siquiera es el más bello, si algunos de sus compañeros tienen cuerpos mucho más hermosos que el suyo, si no sabe galantear, ni tañer instrumentos, ni tiene una voz armoniosa, ni un ingenio agudo, si no es más que un pobre pastor pueblerino, tosco y sin brillo, un hombre del montón? Y sin embargo, Jasón conduce el
Argos
hasta la Cólquida saltando de cama en cama, de reina en reina, y en el instante en el que la princesa Medea pone sus ojos sobre él, se acaban todos sus problemas.

—Ese, para mí.

Medea traiciona a su patria y a sus dioses, a su familia y a su dinastía, a su padre y a su madre, por el amor de Jasón. Y ella misma roba el Vellocino de Oro, la posesión más valiosa de su pueblo, y se lo entrega a aquel extranjero a cambio de una promesa de matrimonio. Hace un negocio regular, porque Jasón cumple su palabra, se casa con ella, la convierte en su reina, pero él ha nacido con el don de enamorar a las mujeres y Medea no es la única mujer del mundo. Como suele ocurrir en estos casos, incluso cuando la exuberante voluntad de los dioses no anda de por medio, ninguno de los dos tiene toda la culpa. Desde entonces, la Historia inmortal hace cosas raras cuando se cruza con el amor de los cuerpos mortales, pero los hijos de Jasón casi siempre caen de pie.

Aurora Gómez Urrutia llega a México con las manos vacías en un momento indeterminado, seguramente posterior a la Liberación de Francia, y por fin tiene suerte, después éxito. Esta mujer brillante y autodidacta, inteligente y trabajadora, logra imponer sus capacidades a la carencia de un título universitario para hacer una carrera fulgurante en la delegación mexicana de la multinacional petrolera Shell. A principios de los años cincuenta, convertida en una ejecutiva de gran porvenir, se casa con un exiliado español cuyo nombre carece de interés para esta historia. Él, a cambio, es muy importante, porque le enseña algo que sus compatriotas han tenido que aprender a la fuerza durante una posguerra durísima que a aquellas alturas no ha terminado todavía. Que es más fácil aprender a vivir sin café, sin chocolate, sin sal y sin azúcar, que aficionarse a los sucedáneos.

—Ciruelica…

A principios de los años cincuenta, cuando reanuda su relación con el amor de su juventud, Jesús Monzón está preso en la cárcel de El Dueso, en Cantabria. Lo único razonable es pensar que sea él, que ni siquiera puede estar seguro de qué porcentaje de su condena ha cumplido, quien escriba primero, pero las cosas no suceden así. A pesar de todo, y de la muerte de Sergio en un hospital soviético, es Aurora, libre y triunfadora, independiente y próspera, mimada por la suerte pero infeliz en su matrimonio, quien escribe a Jesús. Y a él, vuelve a bastarle una sola palabra.

—Ciruelica…

Las cartas de Aurora encierran una promesa de futuro que Jesús Monzón Reparaz se ha negado a invocar por otros medios. Su familia nunca le desampara, ni deja de mover cualquier influencia a su alcance para promover su puesta en libertad, pero él mismo va frustrando puntualmente todos sus intentos, al negarse a cualquier colaboración con sus carceleros. Muy pocos lo han tenido tan fácil, pero Monzón pasa quince años en diversas cárceles españolas, y en algunos momentos, hasta parece que va a cumplir la sentencia íntegra, porque los juzgados penitenciarios le escatiman durante mucho tiempo las reducciones de condena a las que la ley le da derecho, y se niegan a aplicarle diversos indultos que, legalmente, le corresponden. En 1956, Aurora, divorciada ya, le consigue un visado para viajar a México, pero su plazo expira sin lograr que le pongan en libertad. En 1958, le ofrecen la posibilidad de beneficiarse al fin de un indulto a cambio de abandonar inmediatamente el país, pero entonces, es él quien se niega a aceptar, alegando que ya ha cumplido su condena y que sólo está dispuesto a admitir una libertad sin condiciones.

Esta llega, con la propina del adjetivo «provisional», en enero de 1959, pero en el tira y afloja constante que el recién liberado mantiene con las autoridades, cuando se casa por poderes con Aurora, dos meses más tarde, ni a él le dejan salir de España, ni a ella entrar. No lo consigue hasta el mes de junio de 1960. Cuando la Ciruelica logra reunirse en Pamplona con el hombre de su vida, comienza al fin una etapa americana, plácida y feliz para ambos, que será sin embargo más corta que el periodo que Jesús Monzón ha vivido recluido en las cárceles de Franco.

La Historia inmortal hace cosas raras cuando se cruza con el amor de los cuerpos mortales, pero cuando ese amor se acaba, los destinos que han sabido dibujar juntos los más barrocos e indescifrables arabescos, se tienden como cuerdas paralelas sobre una monótona alfombra de color pardo, el paisaje donde suceden las biografías más anodinas. Así, para Carmen de Pedro no hay ningún final feliz. La vulgar, insignificante jovencita, a la que una pasión amorosa logró elevar a dimensiones épicas, vive durante el resto de su vida como lo que es, una mujer vulgar, insignificante. Pero antes, tiene que pagar el precio de su audacia.

Ella, que no es muy lista, seguramente no acierta a prever el desarrollo de los acontecimientos que desencadena la detención de Jesús Monzón en junio de 1945. Tal vez, hasta cree escuchar a distancia un rumor de campanillas, el revoloteo de una varita mágica agitándose en el aire sobre las cabezas de los policías que esposan para su desgracia al hombre a quien ha amado tanto. Pobre Carmen. Quizás piensa que con eso ya está todo arreglado, que las acusaciones, los reproches, su propias culpas, se han disuelto en la providencial oportunidad de aquella caída como un azucarillo en un vaso de agua. Pobre Carmen, que se queda viuda demasiado pronto, como si aquella varita tenaz, alocada y marxista, que parecía haberle concedido el don de inspirar siempre el amor de un dirigente a tiempo, no alcanzara a salvarla por tercera vez. Pobre Carmen, que nunca, ni por su inteligencia, ni por su lealtad, ni por su coraje, está a la altura del resto de las mujeres que intervienen en esta historia.

Después de la detención de Jesús, el hada madrina de Carmen de Pedro debe de pensar que ya ha hecho bastante por esta imprudente jovencita, y se retira a descansar, dejando su destino en unas manos mucho menos cariñosas. El azar dispone la caída de Agustín Zoroa en el otoño de 1946. Y no interviene en su sentencia de muerte, responsabilidad exclusiva de los tribunales franquistas que le condenan, pero sí decreta que su ejecución tenga lugar el 29 de diciembre de 1947, para que su compañero ante el paredón sea Cristino García Granda, que ha pasado a la Historia como el héroe entre los héroes de la Resistencia francesa, que ha pasado a la Historia como el responsable del asesinato de Gabriel León Trilla, que ha pasado a la Historia como una luz y como una sombra, la cara miserable de la gloria, la gloriosa cara de la miseria, símbolo inmarcesible de la lucha antifascista, estampa imborrable de la pistola estalinista, el más valiente, el más cobarde, y una imagen terca, pero desenfocada, de decenas de miles de comunistas españoles que fueron tan indignos de sus virtudes como inocentes de sus pecados.

BOOK: Inés y la alegría
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