Historia de los reyes de Britania (30 page)

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Authors: Geoffrey de Monmouth

Tags: #Historico

BOOK: Historia de los reyes de Britania
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—«Mi señor, pues que siempre te propusiste expulsar de los límites de Britania al pueblo entero de los Anglos, ¿por qué has cambiado de propósito y toleras que vivan en paz entre nosotros? Permite al menos que se enfrenten en discordias civiles y, matándose mutuamente, sean borrados de nuestro país. No es cuestión de mantener la fe dada a alguien que siempre aguarda el momento propicio para tender ladina emboscada a aquel a quien debe fidelidad. Desde el instante en que llegaron a nuestra patria, esos Sajones no han dejado de traicionar a nuestro pueblo. ¿Por qué tendríamos nosotros que ser leales con ellos? Da licencia, pues, a Peanda para que ataque a ese Oswi, y así, estallando una guerra civil entre ellos, se matarán unos a otros y la isla se verá libre de Sajones».

Influido por estas y otras muchas razones, Cadvalón dio licencia a Peanda para combatir a Oswi. Peanda, reuniendo un formidable ejército, cruzó el Humber y, devastando la provincia, comenzó a hostigar al antedicho rey encarnizadamente. Oswi, inspirado por la necesidad, le prometió innumerables ornamentos regios y más presentes de los que pueden ser imaginados si, a cambio, dejaba de devastar el país y, poniendo fin a la invasión, regresaba a su casa. Peanda se negó categóricamente a acceder a las súplicas de Oswi, y éste, confiando en la ayuda divina, trabó combate con aquél a orillas del río Winved y, aunque sus tropas eran inferiores en número a las de su adversario, se alzó con la victoria, resultando muertos Peanda y treinta de sus barones.

Al morir Peanda, lo sucedió en el trono su hijo Wilfrido, con la aprobación de Cadvalón. El nuevo rey se alió con dos duques de Mercia, Eba y Edberto, y declaró de nuevo la guerra a Oswi, pero Cadvalón le ordenó firmar la paz con él.

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Tras cuarenta y ocho años de reinado, aquel nobilísimo y poderosísimo Cadvalón, rey de los Britanos, abandonó esta vida el día quince de las calendas de diciembre
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, agobiado por la vejez y por la enfermedad. Los Britanos embalsamaron su cuerpo con perfume y sustancias aromáticas y lo depositaron dentro de una estatua de bronce de su mismo tamaño que, con pericia extraordinaria, habían modelado. Montaron a continuación la estatua, completamente armada, sobre un caballo de bronce de admirable belleza, y colocaron el conjunto ecuestre encima de la puerta occidental de Londres, en memoria del triunfo antes citado y para amedrentar a los Sajones. Al pie construyeron una iglesia en honor de San Martín en la que celebrar el oficio divino por el alma de Cadvalón y por la de los fieles difuntos.

3. Cadvaladro, Ivor e Ini

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Empuñó a continuación el timón del reino su hijo Cadvaladro, a quien Beda llama Caedvala el joven
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. Al principio gobernó con firmeza y pacíficamente, pero, doce años desde cada mes, pues de que heredase la corona, cayó enfermo, y resurgió la guerra civil entre los Britanos. La madre de Cadvaladro había sido hermana de Peanda, mas sólo por parte de padre, pues su madre había nacido en el seno de una noble familia de los Gewiseos. Luego de hacer las paces con su hermano, Cadvalón la tomó por esposa y engendró en ella a Cadvaladro.

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Cuando el rey —como había comenzado a decir— cayó enfermo, los Britanos empezaron a reñir entre sí, destruyendo la opulencia del país en detestables luchas intestinas. Para colmo de males, una espantosa, y largo tiempo recordada, escasez afligió al embrutecido pueblo, hasta el punto de que no había otro alimento en la isla que el que el arte de la caza proporcionaba. Y siguió al hambre una mortífera epidemia de peste que, en poco tiempo, causó tal número de bajas entre la población que no había suficientes vivos para enterrar a tantos muertos. Los desdichados supervivientes se reunieron en grupos y abandonaron el país, dirigiéndose al otro lado del mar. Y al pie de las velas de sus naves se les oía cantar con voces tristes y dolientes:

—«Nos has entregado, Dios mío, como ovejas a la matanza y nos has dispersado entre las naciones».

El propio rey Cadvaladro, navegando rumbo a Armórica con su miserable flota, contribuía al general lamento de esta manera:

—«¡Ay de nosotros, pecadores, por nuestros monstruosos crímenes, con los que no hemos cesado de ofender a Dios, mientras todavía teníamos tiempo de arrepentimos! La venganza de su poder ha caído sobre nosotros y nos arranca de nuestro suelo nativo, del que ni los Romanos antaño, ni después Escotes y Fictos, ni las traiciones y perfidias de los Sajones, lograron arrancarnos. En vano rescatamos tantas veces nuestro país del poder de nuestros enemigos, pues Dios no quiere que reinemos en él eternamente. Cuando Él, juez verdadero, vio que no teníamos intención de poner fin a nuestros crímenes y que no había nadie capaz de expulsar a nuestro linaje de la isla, quiso castigar nuestra locura y dirigió su cólera contra nosotros, obligándonos a abandonar en masa nuestro país. ¡Volved, Romanos! ¡Volved, Pictos y Escotes! ¡Volved, vagabundos Sajones! Las puertas de Britania están abiertas. La ira de Dios ha despoblado la isla que vosotros no fuisteis capaces de despoblar. No nos expulsa vuestro esfuerzo, sino el poder del Rey supremo, a quien nunca hemos dejado de ofender».

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Entre éstas y otras lamentaciones, Cadvaladro alcanzó las costas de Armórica y se encaminó con toda su gente a la corte del rey Alan, sobrino de Salomón, que lo recibió con todos los honores. Durante once años, Britania permaneció deshabitada, excepto por unos pocos a quienes la muerte había respetado en algunas zonas de Gales. Incluso los propios Britanos abominaban de su antigua patria, y a los Sajones no se les antojaba la isla un lugar deseable para vivir, pues también ellos habían muerto allí sin tregua, uno tras otro. Sin embargo, cuando cesó la mortífera peste, los escasos Sajones supervivientes, siguiendo inveterada costumbre, anunciaron a sus compatriotas de Germania que Britania había sido abandonada por su población nativa y que resultaría muy fácil que cayera en sus manos si acudían a instalarse en ella. En cuanto estas noticias llegaron a Sajonia, aquella odiosa raza, reuniendo una multitud innumerable de hombres y mujeres, desembarcó en Nortumbria y ocupó el desolado país desde Albania hasta Cornubia. No había quedado habitante vivo que pudiera detenerlos, a excepción de los miserables despojos de los Britanos que habían sobrevivido y permanecían ocultos en las espesuras de los bosques galeses. Desde entonces cesó en la isla el poder de los Britanos y los Anglos comenzaron a reinar.

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Tiempo después, cuando el dominio de los Sajones se hubo consolidado en Britania, Cadvaladro se acordó de su reino, libre ya de la peste, y pidió ayuda a Alan para recuperar el trono. Obtuvo lo que pedía y, mientras preparaba la escuadra, he aquí que un ángel se dejó oír con voz de trueno y le dijo que desistiera de su empresa: Dios no quería que los Britanos reinasen más en la isla de Britania hasta que llegara el momento que Merlín había profetizado a Arturo
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. La voz ordenó, además, a Cadvaladro que fuese a Roma, a ver al Papa Sergio, y que allí hiciese penitencia para contarse en el número de los santos. Dijo también que, como recompensa a su fe, el pueblo de los Britanos obtendría la isla en el futuro, cuando llegase el tiempo señalado, no antes de que los Britanos se apoderasen de sus reliquias y las condujeran desde Roma a Britania: sólo entonces, una vez expuestas de nuevo las reliquias de los demás santos, las mismas que fueran escondidas a raíz de la invasión de los paganos, recobrarían el reino perdido. Tan pronto como llegaron estas palabras a los oídos del piadoso Cadvaladro, se dirigió inmediatamente a Alan y contó al rey lo que le había sido revelado.

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Tomó entonces Alan diversos libros, el de las profecías del águila que profetizara en Seftonia y los de los vaticinios de la Sibila y de Merlín, y comenzó a consultarlos, con ánimo de ver si la revelación de Cadvaladro coincidía con los oráculos escritos. Cuando comprobó que no existía discrepancia alguna entre ellos y la voz angélica, aconsejó a Cadvaladro que obedeciera el mandato divino y que, olvidándose de Britania, hiciese lo que el ángel le había ordenado. Le aconsejó también que enviara a su hijo Ivor y a su sobrino Ini a la isla, a gobernar a los restos de los Britanos, a fin de que el pueblo nacido de tan antigua estirpe no perdiese la libertad a causa de la invasión bárbara. Entonces Cadvaladro, renunciando a las preocupaciones mundanas en aras del Señor y de su reino eterno, viajó a Roma y fue confirmado por el papa Sergio. Allí se vio atacado por una repentina enfermedad y, el duodécimo día de las calendas de mayo
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del año 689 de la encarnación del Señor, fue liberado de su carne corrupta y entró en el reino de los cielos.

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Ivor e Ini reunieron una flota e, incorporando a la expedición a cuantos hombres pudieron, desembarcaron en la isla. Durante sesenta y nueve años hostigaron al pueblo de los Anglos con crueles cabalgadas, pero no les sirvió de mucho, pues la citada pestilencia, el hambre y las discordias civiles de rigor hicieron degenerar hasta tal punto a un pueblo tan soberbio que ya ni siquiera eran capaces de mantener a distancia al enemigo. Y tanto medró entre ellos la barbarie que ya no se llamaban Britanos, sino Galeses, vocablo derivado de su caudillo Galón, o de su reina Gálaes, o quizá de su propia barbarie. Los Sajones, por su parte, se condujeron más sensatamente: conservaron la paz y la concordia internas, cultivaron los campos, reconstruyeron castillos y ciudades. Y así, sacudiéndose por completo el dominio de los Britanos, se hicieron dueños de la totalidad de Logres bajo su caudillo Adelstan, que fije el primero en llevar la corona. Los Galeses, en cambio, rama degenerada del noble árbol britano, nunca recuperaron en lo sucesivo la monarquía de la isla; se entregaron, por el contrario, a estériles pendencias con los Sajones y entre sí mismos, desangrándose de continuo en contiendas externas o domésticas.

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La tarea de referir los hechos de sus reyes, que desde entonces en adelante se sucedieron en Gales, la dejo al cuidado de mi coetáneo Caradoc de Llancarfan, y de los reyes de los Sajones ocúpense Guillermo de Malmesbury y Enrique de Huntingdon
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, a quienes recomiendo que guarden silencio acerca de los reyes de Britania, puesto que no poseen aquel libro en lengua británica que Walter, archidiácono de Oxford, trajo de Bretaña, un libro que, tratando con toda veracidad de la historia de esos príncipes y compuesto en su honor, me he ocupado yo de trasladar de este modo al latín.

Geoffrey de Monmouth
(en latín
Galfridus Monemutensis, Galfridus Arturus, Galfridus Artur
, en galés:
Gruffudd ap Arthur, Sieffre o Fynwy
) (ca. 1100-ca. 1155) fue un clérigo escritor y uno de los principales personajes en el desarrollo de la materia de Bretaña y responsable en la expansión y notoriedad de los relatos sobre el Rey Arturo.

Si bien su lugar de nacimiento es desconocido, se conjetura que podría haber nacido en Monmouth (Gales), y que su ascendencia fuera bretona. Ciertamente tiene nexos de unión importantes con Monmouth, como su nombre sugiere, y según las descripciones de Caerleon en Historia Regum Britanniae certifica, indica una familiaridad con esta región.

Estudió en la Universidad de Oxford, donde conoció a Walter, quien era archidecano de Oxford. Desde aproximadamente el 1129 hasta 1150 sirvió como canónigo agustino secular de la escuela de San Jorge, castillo de Oxford, y seguramente fuese profesor.

El 21 de febrero de 1152, el arzobispo Theobald consagró a Geoffrey como obispo de San Asaph, tras haberlo ordenado sacerdote diez días antes.

Godofredo de Monmouth escribió varios libros. El primero en aparecer fue Prophetiae Merlini (Las profecías de Merlín), escrito probablemente antes de 1135, es considerado el primer libro sobre el famoso mago, escrito en otra lengua que no fuera la galesa. Antes de este libro, el mago Merlín era conocido como «Myrddin». Las profecías contenidas en este libro, fueron tomadas muy en serio, y citadas inclusive tres siglos después. Las profecías, que en un principio se publicaron de forma independiente, fueron incorparadas posteriormente a la redacción de la Historia Regum Britanniæ.

El siguiente libro fue la Historia Regum Britanniæ (Historia de los reyes de Bretaña), su trabajo más conocido por los lectores modernos. Allí relata la historia británica desde el primer asentamiento por Bruto de Troya, descendiente del héroe troyano Eneas, hasta la muerte de Cadwallader en el siglo VII, pasando por las invasiones de Julio César, y una de las primeras narraciones del rey Arturo. Godofredo de Monmouth advierte que su obra está basada en parte en un antiguo libro de Gales, aunque pocos consideran cierta esta aseveración. Gran parte del libro está basado en la obra del siglo IX Historia Britonum, otra llamada Historia ecclesiastica gentis Anglorum, y la obra del siglo VI De Excidio Britanniæ; complementadas con leyendas galesas y romanas.

Más tarde, Godofredo de Monmouth escribió Vita Merlini (La vida de Merlín) en algún momento entre 1149 y 1151. Ésta es la nueva versión de las antiguas tradiciones galesas sobre Myrddin. Todos estos libros fueron escritos en latín.

Notas

[1]
Son las cuatro personalidades dominantes en la
Historia regum Britanniae
. Nuestro cronista Juan Fernández de Heredia (c. 1310-c. 1395). incluye a «Brutus, rey de Bretanya». y a «Bellin et Brenyo» entre los personajes de su
Gran Crónica de los Conqueridores
, aún inédita (salvo algunos fragmentos, como las biografías de Carlomagno, Atila y Jaime I de Aragón). Todo indica que Heredia había leído a Geoffrey o, cuando menos, alguna de las numerosas recensiones posteriores de su
Historia. Cf
. B. Sánchez Alonso,
Historia de la historiografía española
, I, Madrid, 1947, pág. 273.

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