Heliconia - Verano (25 page)

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Authors: Brian W. Aldiss

BOOK: Heliconia - Verano
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Sus súbditos le habían traído esas especies desde distintos puntos de su reino. Ella no sabía gran cosa de la astronomía que SartoriIrvrash intentaba enseñarle, ni de las lentas y morosas maniobras de Freyr en el cielo; pero conocía bien aquellas plantas, que daban instintiva respuesta vegetal a las elipses abstractas y desconcertantes de las que tanto solía hablar el canciller.

Ya no volvería a ver ese dichoso lugar. Las elipses de su propia vida conspiraban contra ella.

JandolAnganol y su canciller aparecieron en el portal. Incluso desde lejos pudo advertir la reina que deseaban conversar con ella. Vio la tensión en el porte del rey. Alarmada, apoyó la mano en el brazo de su dama de compañía.

SartoriIrvrash se acercó e hizo una reverencia. Luego se apartó con la dama de compañía, para dejar solos a los dos monarcas.

Instantáneamente, Mai prorrumpió en ansiosas protestas.

—El rey quiere matar a Cune. Sospecha que ella ama a mi hermano Hanra, pero no es cierto. Lo juro. La reina no ha hecho nada indebido. Es inocente.

—Las intenciones del rey corren por otros caminos, y no la matará —dijo SartoriIrvrash, casi sin mirar a la joven. Parecía encogido dentro de su charfrul, y tenía el rostro ceniciento—. Se aleja de la reina por motivos políticos. Cosas así han ocurrido antes.

Con impaciencia, alejó de su manga una mariposa.

—Entonces, ¿por qué hizo matar a YeferalOboral?

—Esa parte del disgusto no se debe atribuir al rey, sino a mí mismo. Basta de charla, mujer. Ve con Cune al exilio y cuida de ella. Yo espero poder mantenerme en contacto un tiempo, si la situación no cambia. Gravabagalinien no es un mal sitio.

Penetraron en una arcada y de inmediato quedaron aislados en las sofocantes complejidades de la construcción. Mai TolramKetinet preguntó con voz más serena:

—¿Qué se ha apoderado de la mente del rey?

—No conozco de él más que su ego. Y brilla como un diamante. Puede cortar cualquier otro ego. Y es incapaz de tolerar la gentileza de la reina.

Cuando la muchacha se hubo alejado, él aguardó al pie de la escalera, tratando de sosegarse. En alguna parte, arriba, se oían las voces de los diplomáticos extranjeros. Esperaban con indiferencia el desenlace del asunto, y partirían pronto, ocurriera lo que ocurriese.

—Finalmente, todo termina… —se dijo. En ese momento deseó la compañía de su esposa muerta.

Mientras tanto, la reina estaba en el jardín, escuchando la voz baja y rápida de JandolAnganol, quien intentaba descargar sobre ella sus sentimientos. MyrdemInggala retrocedía, como si se enfrentara a una ola.

—Cune, la supervivencia del reino impone nuestra separación. Conoces mis sentimientos, y sabes también que debo cumplir con mi deber.

—No, no me convencerás. Obedeces a un capricho. No es tu deber quien habla, es tu khmir.

Él sacudió la cabeza, como si intentara deshacerse del visible dolor de su rostro.

—Debo hacer esto, aunque me destruye. No deseo tener a mi lado a nadie aparte de ti. Dime que lo comprendes antes de que nos separemos.

La expresión de la reina era severa.

—Has manchado mi reputación y la de mi hermano muerto. ¿Quién, sino tú, ha dado la orden de difundir esa mentira?

—No deseo esta separación. Por favor, comprende que si lo hago es por el bien del reino.

—¿Y quién, sino tú, la ha determinado? ¿Quién sino tú es quien manda aquí? Si lo que afirmo es falso, entonces ha llegado la anarquía y no vale la pena salvar el reino.

La miró de soslayo. El Águila sufría.

—Es una política que debo seguir. No te envío a la prisión, sino al hermoso palacio de Gravabagalinien, donde Freyr tiene menos dominio sobre el cielo. Quédate allí en paz, y no conspires contra mí, o tu padre responderá por ello. Si las noticias de la guerra mejoran, quién sabe si no volveremos a reunirnos.

Ella giró y se situó frente al rey; su vehemencia le obligó a mirar ese rostro devastado.

—¿Acaso te propones, entonces, casarte con esa lasciva hija de Oldorando ahora y divorciarte más tarde, como has hecho conmigo? ¿Piensas en toda una serie de matrimonios y divorcios para salvar a Borlien? Has dicho que me envías lejos; debes saber que cuando lo hagas, me mantendré para siempre lejos de ti.

JandolAnganol extendió la mano hacia la reina, pero no se atrevió a tocarla.

—Te he dicho que en mi corazón, si crees que lo tengo, no te alejarás nunca. ¿Comprendes? Tú vives dentro de la religión y los principios. Deberías comprender qué significa ser rey.

Ella cortó una ramita de ydront y la arrojó lejos.

—Sí, me has enseñado qué es ser rey. Meter en una celda a tu padre, ahuyentar a tu hijo, difamar a tu cuñado, expulsarme a los confines del reino… ¡Eso es ser un rey! He aprendido bien la lección.

“Y por eso, Jan, te responderé en los mismos términos. No puedo evitar que me envíes al exilio, no. Pero al hacerlo, heredas todas las consecuencias de esa acción. Deberás vivir y morir ateniéndote a esas consecuencias. Esto no lo digo yo, lo dice la religión. No esperes que yo altere lo inalterable.”

—Pues sí, lo espero. —El rey tragó saliva. Tomó el brazo de MyrdemInggala y lo retuvo a pesar de sus esfuerzos. La condujo por el sendero, espantando mariposas.— Espero que aún me ames, y que no dejes de hacerlo sólo por conveniencia. Espero que te pongas por encima de lo humano y que veas el sufrimiento de los demás, más allá de tu propio sufrimiento.

“Hasta hoy, en este mundo despiadado, tu belleza te ha protegido del dolor. También yo te he protegido. Debes admitir, Cune, que te he dado amparo estos años terribles. Volví del Cosgatt sólo por ti. Quería volver… ¿No será tu belleza una maldición cuando no esté junto a ti para defenderte? ¿No serás perseguida, como el ciervo en el bosque, por hombres que no se parecen a nadie que conozcas? ¿Cómo terminarás sin mí?”

“Juro que te seguiré queriendo, a pesar de mil Simodas Tal, si tan sólo me dices, al darme el último beso, que todavía me amas, a pesar de lo que tengo que hacer.”

Ella se liberó de él y se apoyó contra una roca, con la cara en la sombra. Ambos estaban pálidos y transpiraban.

—Te has propuesto asustarme, y lo has conseguido. La Verdad es que me apartas de tu lado porque no te comprendes a ti mismo. En tu interior sabes que te comprendo y comprendo tus debilidades como nadie, salvo, quizá, tu padre. Y no puedes tolerarlo. Sufres porque me compadezco de ti. De modo que sí, maldito seas, ya que me lo arrancas de ese modo, sí: te quiero y te seguiré queriendo hasta que me confunda con la Observadora Original. Pero no puedes aceptarlo, ¿verdad? Eso no es lo que buscas.

—¡Basta! —la interrumpió, con furia—. Lo cierto es que me odias. Tus palabras mienten.

—¡Oh, no! —gritó salvajemente MyrdemInggala, echando a correr—. ¡Vete, vete! Estás loco. ¡Digo lo que quieres oír y te enfureces! Lo que buscas es que te odie. Sólo conoces el odio. Vete. ¡Te odio, si eso tranquiliza tu alma! JandolAnganol no intentó alcanzarla. —Entonces habrá tormenta —dijo.

El humo comenzó a descender llenando el cuenco de Matrassyl. El rey, después de separarse de MyrdemInggala, parecía un poseso. Ordenó que llevaran paja de los establos y la apilaran junto a las puertas del salón donde estaban encerrados los Myrdólatras. También se trajeron jarras de aceite de ballena purificado. JandolAnganol arrancó una antorcha encendida de la mano de un esclavo y la arrojó sobre esas materias combustibles.

Las llamas se elevaron con un rugido.

Mientras la reina partía en su embarcación, el fuego crecía. No se permitió que nadie lo combatiese. Su furia aumentó.

Sólo a la noche, mientras el rey, acompañado por su runt, bebía hasta quedar insensible, los criados acudieron con bombas y sofocaron el incendio.

Cuando el pálido Batalix apareció por la mañana, el rey, como era su costumbre, se presentó ante su pueblo a la luz del alba.

Esa vez lo aguardaba un gentío mayor que el habitual, del que brotó un aullido grave e inarticulado, como el que podría producir un perro herido. Temeroso de esa bestia de muchas cabezas, se retiró a su habitación y se echó en la cama. Allí permaneció todo el día, sin comer ni hablar.

Al día siguiente parecía otra vez él mismo. Convocó a los ministros, dio órdenes, despidió a Taynth Indredd y a Simoda Tal. Incluso acudió unos momentos a la scritina.

Tenía motivos para actuar. Sus agentes trajeron la noticia de que Unndreid el Martillo, el Azote de Mordriat, avanzaba nuevamente hacia el sudoeste, ahora aliado con Darvlish, el enemigo de Borlien.

En la scritina, el rey explicó que la reina MyrdemInggala y su hermano YeferalOboral planeaban asesinar al embajador de Sibornal, quien había logrado huir. Por esa razón la reina había sido enviada al exilio; su interferencia en los asuntos del estado no podía tolerarse. Su hermano había sido ejecutado.

Sería una lección para todo el mundo, en esos momentos en que peligraba la nación. Él, el rey, había trazado planes para estrechar los lazos entre Borlien y sus amigos tradicionales, Oldorando y Pannoval. Revelaría esos planes a su hora. Su mirada desafiante recorrió la scritina.

Luego se levantó SartoriIrvrash, pidiendo que la scritina considerara los nuevos acontecimientos a la luz de la historia.

—Aún está fresca en nuestras mentes la Batalla del Cosgatt y sabemos que ahora existen nuevas armas ofensivas. Incluso las tribus bárbaras de los Driats tienen estas nuevas…, armas de fuego, como se llaman. Con una de éstas un hombre puede matar a un enemigo apenas lo ve. Cosas así se mencionan en las viejas historias, aunque no siempre se puede confiar en ellas.

“Sin embargo, estas armas son importantes. Habéis visto una demostración. Las construyen las naciones de Sibornal, en el gran continente del norte, que destacan en las artes de la industria. Ellas poseen depósitos de lignito y de minerales de hierro que nosotros no tenemos. Es necesario que sigamos en buena relación con esas poderosas naciones, y por esto hemos castigado con firmeza la tentativa de asesinar al embajador.”

Uno de los barones gritó iracundo desde el fondo de la scritina:

—Dinos la verdad. ¿Acaso no era Pasharatid un hombre corrompido? ¿No tenía relaciones con una muchacha borlienesa en el barrio bajo, contraviniendo sus propias leyes y las nuestras?

—Nuestros agentes están investigando —respondió SartoriIrvrash, y continuó rápidamente—. Enviaremos una delegación a Askitosh, capital de Uskutoshk, para abrir una ruta comercial, esperando que los sibornaleses sean más amistosos que hasta ahora.

“Por otra parte, el encuentro con los distinguidos diplomáticos de Oldorando y Pannoval ha tenido éxito. Como sabéis, hemos recibido de ellos algunas armas de fuego. Si podemos enviar cierta cantidad a nuestro valiente general Hanra TolramKetinet, la guerra con Randonan terminará en poco tiempo.”

Los discursos del rey y de SartoriIrvrash fueron acogidos con frialdad. En la scritina había partidarios del barón RantanOboral, padre de MyrdemInggala. Uno de ellos se puso de pie y preguntó:

—¿Debemos creer que esas nuevas armas determinaron la muerte de sesenta y un Myrdólatras? Si es así, son muy poderosas.

La respuesta del canciller fue incierta.

—Lamentablemente, los defensores de la ex reina provocaron un incendio en el castillo, y muchos de ellos perdieron la vida entre las llamas.

Cuando SartoriIrvrash y el rey abandonaron el salón, estalló una tempestad de voces.

—Prepara tu boda —dijo SartoriIrvrash—. Olvidarán su ira y se enternecerán con la belleza de la niña novia. Que la boda se realice lo antes posible, majestad. Haz que estos necios olviden una conmoción con la siguiente.

Apartó la vista para ocultar la repugnancia que le provocaba su propia actitud.

A excepción de los phagors, cuyo sistema nervioso era inmune a la expectativa, la tensión pesaba sobre todos aquellos que vivían en el castillo de Matrassyl. Pero incluso los phagors estaban inquietos, porque el hedor de la quemazón se adhería aún a todas las cosas.

Con el ceño fruncido, el rey se retiró a sus habitaciones. Una parte de la Primera Guardia Phagor velaba ante su puerta, y Yuli permaneció junto a JandolAnganol mientras éste oraba con el vicario real en su capilla privada. Después de la plegaria, se sometió a la flagelación.

Mientras las criadas lo bañaban, llamó nuevamente a su canciller. SartoriIrvrash compareció al tercer llamado, con un charfrul sucio de tinta, y sandalias de cáñamo. El canciller parecía irritado y se detuvo ante el rey en silencio, alisándose la barba.

—¿Molesto por algo? —preguntó JandolAnganol desde la bañera. El runt estaba cerca, con la boca abierta. —Soy un anciano, majestad, y he padecido muchos disgustos en este día. Estaba descansando.

—O, más probablemente, escribiendo tu maldita historia.

—Para ser sincero, descansaba y lamentaba el asesinato de los sesenta y un Myrdólatras. El rey golpeó el agua con la palma abierta. —Eres ateo. No tienes una conciencia que apaciguar. No tienes que flagelarte. Deja eso para mí.

SartoriIrvrash hizo un gesto de circunspección.

—¿Cómo puedo servir ahora a su majestad?

JandolAnganol se puso de pie, y las mujeres lo envolvieron en toallas. Salió del agua.

—Ya has hecho bastante. —Dirigió a SartoriIrvrash una mirada oscura y brillante.— Ya es hora de que te envíe a pastar a las praderas, como esos viejos hoxneys que tanto te interesan. Buscaré como consejero a alguien que piense más a mi manera.

Las mujeres, agrupadas junto a las vasijas de tierra cocida en que habían traído el agua para el baño del rey, escuchaban complacidas el drama.

—Hay aquí muchos que fingirán pensar como lo desees. Tuya es la decisión de poner en ellos tu confianza. Tal vez quieras decirme en qué no he logrado servirte bien. ¿Acaso no he apoyado todos tus planes?

El rey se quitó las toallas con un gesto violento y echó a andar de un lado a otro, desnudo y amenazador. Su mirada era tan errática como su marcha. Yuli relinchaba, expresando así su simpatía.

—Mira los problemas que me rodean. Bancarrota. No tengo reina. No soy popular. Ataques en la scritina. Desconfianza. No me dirás que seré un favorito de la multitud cuando me case con esa chiquilla de Oldorando. Tú me has aconsejado que lo haga, y ya tengo bastante de tus consejos.

SartoriIrvrash había retrocedido hasta una pared, donde estaba algo más seguro de las idas y vueltas del rey. Se retorcía las manos con angustia.

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