Read Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy Online
Authors: Bruno Cardeñosa Juan Antonio Cebrián
Tags: #Divulgación
Sin embargo, por mucho que nos llamen la atención los ingeniosos inventos y creaciones de los sacerdotes de Oriente, algunas menciones de autómatas realizadas por los griegos son aún más inquietantes. Homero cita en la
Ilíada
a unas jóvenes de bronce similares a las mujeres de carne y hueso construidas por los dioses para escanciar la bebida en los banquetes y afirma que el dios Vulcano había construido un perro de oro animado. Aristóteles, creador él mismo de máquinas fascinantes, habla de una estatua leñosa, representativa de la diosa Venus, que incluso caminaba y gesticulaba merced a la animación proporcionada por la circulación del mercurio en su interior y por las variaciones de temperatura. La mitología narra la existencia del terrible autómata Talos, un gigante cretense de bronce capaz de arrojar enormes piedras en todas las direcciones y de triturar entre sus brazos a los asaltantes y flotas enemigas. Esta estatua, así descrita por los historiadores griegos, ha llamado siempre la atención, pues al igual que algunas leyendas sumerias, lo que sugiere es algo muy similar a un robot.
Pero es en el siglo V a.C. cuando, según la historia, se construyó el primer autómata del que tengamos noticias fiables. Lo diseñó y fabricó Architeo de Tarento para demostrar algunas propiedades geométricas. Se trataba de una paloma de madera capaz de volar. Unos siglos después, la fantástica sede de saber y conocimiento que era la biblioteca de Alejandría creó una escuela que produjo los primeros tratados técnicos sobre autómatas. El catálogo de los extraños objetos que describían y la forma en la que funcionaban se han perdido en su mayor parte, pero algunos retales fueron recopilados para ser usados después por los bizantinos, romanos, árabes, etc.
Tras la caída del Imperio Romano hubo unos siglos de escasas noticias sobre autómatas, pues Europa había entrado en una larga época de oscuridad, hasta que poco a poco la técnica y la ciencia medievales lograsen llevar a cabo notables creaciones, gracias al desarrollo de lo que iba a ser el símbolo de la creatividad europea de la época, el reloj mecánico, con sus ruedas dentadas y sus ejes diferenciales, todo un logro mecánico y de precisión. La mayor parte de aquellos autómatas de los que hemos tenido noticia estaban vinculados de alguna forma a los relojes, sin duda lo más elaborado de la técnica medieval europea. Hoy en día nadie discute la enorme importancia de la relojería en el desarrollo de la cultura occidental. La capacidad de construir pequeñas maravillas mecánicas que fuesen capaces de controlar y medir el tiempo con precisión, y que estuvieran al alcance de todos, cambiaron el mundo para siempre. Los relojes se instalaron en las catedrales, en el centro de las ciudades. De la técnica cada vez más depurada de los maestros relojeros europeos nacieron verdaderas maravillas que fueron el goce de reyes, prelados y nobles, creando escuelas de artesanos capaces de realizar maravillas mecánicas, como las senes de muñecos levantados en campanarios de catedrales o ayuntamientos que daban golpes a una campana para marcar las horas.
Vinculados a escuelas de canteros e incluso de herméticos alquimistas, algunos creadores de los siglos XII al XV buscaron fórmulas que les permitieran dotar de vida de una vez por todas a la materia inanimada, lo que hoy llamaríamos vida artificial, y se extendió por las doctrinas herméticas de todo el mundo, según los relatos fantásticos de la época, que san Alberto Magno había sido capaz de proyectar e incluso de construir un robot móvil que daba respuestas a todo tipo de problemas. La misma leyenda asegura que santo Tomás de Aquino destruyó el invento calificándolo de obra del diablo, aunque con el perfeccionamiento de engranajes y sistemas de relojería se generalizó también la afición de inventores por crear ingeniosos autómatas, hombrecitos artificiales y muñecas animadas, y se dice que el propio papa Silvestre II construyó autómatas capaces de realizar funciones complejas. Estos autómatas eran probablemente verdaderos prodigios mecánicos, elaborados con una paciencia infinita por especialistas en relojería y miniaturización, hábiles artesanos capaces de manipular metales a escalas muy pequeñas. En 1429, aparecieron los
Tratados técnicos de Fontana
, primeras publicaciones sobre autómatas, a los que siguió
De vmachinis
, de Mariani, y en 1472 la obra de Venturio Garini sobre los autómatas militares. Incluso se atribuye al gran Leonardo da Vinci la construcción de un león mecánico con ocasión de la entrada en Milán de Luis XII en 1494.
La moda de los autómatas creció en los siglos XVI y XVII, hasta culminar en el siglo XVIII, algo que no tendría mayor importancia si no fuese por su relación con un invento trascendental, que a la larra cambió el mundo de hoy: la máquina de calcular, la automatización industrial, la tarjeta perforada y el comienzo de la «memoria artificial». El primer inventor que dio un paso en esa dirección fue Blas Pascal, quien en el siglo XVII inventó la primera máquina de calcular, perfeccionada más tarde por Grillet de Roven (1678), Poleni (1709) y, sobre todo, por Jacques Vaucanson, quien, después de haber construido un revolucionario telar mecánico, asombró al mundo de su tiempo con un prodigioso juguete que expuso en París, en 1738: era un pato de tamaño natural que nadaba, aleteaba, se alisaba las plumas, tragaba agua, picoteaba e ingería alimento, y que después de algún tiempo evacuaba lo tragado, en forma de materia amorfa, y todo gracias a ingeniosos sistemas de relojería. Algo, sin duda, digno de elogio.
Leonardo da Vinci es, sin duda,
el homo universalis
. Un ser que se anticipó a la época que le tocó vivir y que, en consecuencia, sufrió la sordidez e incomprensión intelectual de la mayoría de sus coetáneos.
Nacido en 1452 en Vinci, una aldea próxima a Florencia, destacó desde bien joven por sus aptitudes para las bellas artes, lo que le granjeó credibilidad suficiente entre la sociedad florentina y, más tarde, la milanesa y la romana, lugares donde recibió la protección de grandes casas nobiliarias y del mismo papado. Su mente inquieta trabajaba febrilmente cada hora del día: pintaba, diseñaba edificios, concebía fiestas llenas de glamour, creaba trajes, platos de cocina y trabajos de ingeniería por igual. Su constante preocupación por el alma le llevó a diseccionar más de treinta cadáveres. Pero, sin duda, lo que le catapultó a la fama universal, además de sus obras maestras en la pintura, fue la concepción de inventos adelantados varias generaciones a su tiempo.
A su periodo de estancia en Milán hay que atribuir la mayor fertilidad de su legado. En esos años, pinta, construye, diseña, inventa y escribe la mayor parte de sus códices testimoniales, de los que hoy se conservan doscientos dieciocho cuadernos con unas siete mil páginas escritas al revés, dado el temor que siempre tuvo Leonardo a sus contemporáneos. La única solución para su lectura era situar el códice frente a un espejo. Gracias a estos textos, hemos averiguado mucho acerca de la personalidad abrumadora de nuestro zurdo artista.
De todas sus invenciones debemos resaltar varias, pero obligado es empezar por la que alcanzó mayor notoriedad: hablamos del famoso
carro blindado de combate
, vehículo accionado mediante manivelas que utilizan como fuerza motriz los músculos del conductor y cuya defensa consiste en una coraza cónica. Tan novedosos como adelantados resultaron sus diseños sobre naves acorazadas, submarinos o trajes de buzo. No debemos olvidar en estas líneas de guerra leonardescas los fusiles repetidores, ametralladoras, bombas fragmentarias, armas químicas, máscaras antigás o un sorprendente modelo de helicóptero. Nada escapó a la intuición del visionario, convirtiéndose en vanguardia pensadora de lo que llegaría, por desgracia, siglos más tarde.
En cuanto a la mecánica e ingeniería, sobresalen sus máquinas destinadas a la construcción y mejoramiento de ciudades y cauces fluviales. El mejor ejemplo lo constituye una grúa móvil muy parecida en concepción a las que hoy se utilizan en cualquier obra. También destacan sus apuntes sobre la creación de un primigenio buque de dragado o excavadora flotante que podía ser empleada para facilitar el tránsito naval por los ríos. Leonardo pensó en ciudades futuristas con varios niveles por donde discurrirían separados peatones y carruajes. En esa urbe, existía una compleja pero perfectamente vertebrada instalación de calefacción central.
El genio de Leonardo da Vinci rebasa su propio tiempo y, aún hoy día, deja boquiabiertos a los estudiosos de su obra. |
Igual de interesantes resultan sus estudios sobre aerodinámica. Las indagaciones efectuadas sobre el vuelo de las aves darán como resultado ornitópteros, aparatos voladores para un solo ocupante, movidos por la fuerza muscular de las piernas y donde se puede ver un timón direccional. Por si fuera poco, en 1510, inventa un molino de aire caliente, basado en el principio de la rueda de palas y en el aprovechamiento del calor residual. El mismo sistema será utilizado en otro de sus artilugios haciendo que el motor sea propulsado por agua, convirtiéndose así en precedente de los medidores de caudal utilizados posteriormente. Todos estos artefactos estaban reforzados por las ideas que Leonardo dio para su construcción con el fin de hacerlos factibles.
Sin embargo, ninguno de sus inventos consiguió plasmarse en nada concreto, acaso el único ingenio construido fue un león mecánico diseñado por el florentino con el fin de complacer y entretener a Francisco I, rey de Francia, y el último mecenas que supo entender la genialidad del primer artista intelectual de la historia. Y si bien sus maravillosas intuiciones no pudieron ser realidad, sí tenemos al menos entre nosotros sus prodigios pictóricos, sus esbozos, dibujos y grabados. Estos trazos nos permiten un acercamiento directo a la mente más lúcida del Renacimiento, aquella que fue capaz de idear nuevas técnicas artísticas como el esfumato, un gran recurso que permitió obras de altísimo calado como la inmortal Gioconda o las dos versiones sobre la Virgen de las Rocas, así como frescos de proyección universal, verbigracia
La última cena
, que tantas especulaciones esotéricas ha desatado sobre su autor.
Leonardo falleció el 2 de mayo de 1519 en el castillo de Cloux, su último refugio artístico y muy cerca de la corte francesa de Amboise. Nunca sabremos si este enorme
magister
estuvo inmerso en hermandades secretas, conspiraciones religiosas o prioratos de frágil sustento. Lo único cierto es que fue un inmenso científico adelantado a su época, que basó sus premoniciones en una profunda observación y documentación de su entorno. Por triste que parezca, sus inventos no se pudieron llevar a la práctica, simplemente por indescifrables para ese momento histórico; lo contrario hubiese supuesto una gigantesca revolución científica tres siglos antes de lo previsto. Personajes como él son los que impulsan cada cierto tiempo a nuestra humanidad.
Permitirán que se redoble el escepticismo, pero asegurar que en siglos pasados existió una máquina capaz de fotografiar el pasado parece una verdadera fantasía. De hecho, afirmar que existe a día de hoy también lo es, pero lo llamativo, ciertamente, es que esa cuestión no ha dejado de aparecer en numerosas publicaciones a lo largo del tiempo de forma reiterada y manteniendo siempre cierto halo de duda. Por si fuera poco, las noticias originales sobre el cronovisor van acompañadas de una fotografía obtenida con esta máquina, en la que se observa el rostro de Jesús con aspecto doliente, sufriendo, sin duda, la Pasión.
La historia de este artefacto saltó a la fama cuando en el año 1972 el diario italiano
Domenica del Corriere
publicó una exclusiva según la cual un equipo de doce físicos habría logrado desarrollar una máquina del tiempo en versión fotográfica. En realidad, el artefacto desarrollaba de nuevo un invento efectuado por «locos» científicos visionarios de siglos atrás. Tras el aparatejo se encontraba un monje benedictino llamado Alfredo Pellegrino Ernetti, que había partido de conceptos físicos avanzados y aparentemente sólidos. A fin de cuentas, la vida de este sacerdote no era la de un hombre recluido en una celda para orar. Ni mucho menos. Fue un personaje de enormes aptitudes científicas y artísticas cuya aportación al conocimiento en muchas ramas ha resultado fundamental para el futuro.
Ernetti se mostró muy interesado por las cualidades del sonido y de las ondas vibratorias que presentaba en sus diversas manifestaciones. Creó una cátedra de música especializada en ese asunto y se mostró especialmente receptivo a la aparición de fenómenos parapsicológicos como las psicofonías, esas grabaciones inexplicables que algunos atribuyen a las almas de las personas fallecidas. Tras estudiar este fenómeno, se planteó la posibilidad de que las imágenes y el sonido quedaran «grabados» en algo parecido al éter. Partiendo de ese conocimiento se planteó inmortalizar y grabar esas vibraciones del pasado, algo en lo que trabajó en colaboración con otro sacerdote llamado Luigi Borello. Sin embargo, este hombre ha negado que existiera algo más que un planteamiento teórico correcto. «Nunca quiso mostrar la cámara ni pudo demostrar que todo aquello que dijo fuera cierto», explicó dos décadas después Borello a la periodista Helena Olmo, de la revista
Año Cero
.
Según aseguraría Ernetti, su cronovisor era una realidad prohibida por el propio Vaticano. Aseguró poco antes de morir que fue perseguido y controlado para evitar que su hallazgo saliera a la luz; así lo confesó en su lecho de muerte al propio Borello, que no obstante no dejó de mostrar su incredulidad más absoluta, si bien fue consciente de como la Iglesia católica se encargó de denostar en lo posible a Ernetti. Este último fue el responsable de que Roma satanizara cualquier intento que se hiciera para captar la voz o la imagen de los difuntos o del tiempo pasado.