Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy (13 page)

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Authors: Bruno Cardeñosa Juan Antonio Cebrián

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BOOK: Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy
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De ser cierto esto, estaríamos en presencia de un espejo mágico, de un sofisticado aparato de alta tecnología, construido con materiales no enteramente de este mundo, que además de servir para ver acontecimientos futuros servía para la navegación aérea. Pero hay más datos que avalan esta hipótesis, aparentemente tan extravagante. Francisco Picus, en el
Libro de las seis ciencias
, describía la construcción del espejo de Al Muchefi, según las leyes de la perspectiva y adecuados aspectos astronómicos. Se dice que en aquel espejo se podía ver un panorama del Tiempo.

En cuanto a quién pudo construir un objeto tan asombroso, la tradición dice que Tiro, la más poderosa de las ciudades fenicias, le ayudó en la construcción del templo. El rey designó como arquitecto a un tal Hiram o Abhirán. La construcción duró siete años, tiempo excesivo si tan sólo se dedicaron a la edificación de un templo de cincuenta y cinco metros de largo por veintiocho de ancho y quince de alto, pero no si además hicieron otras cosas. Para Eslava Galán, la construcción del templo encubre el magno esfuerzo del rey judío por reunir a los sabios del mundo, con objeto de hallar la fórmula del nombre del Dios Primordial o principio básico que conjugara, en admirable sincretismo, los principios solares y lunares hasta entonces en pugna. Y, ciertamente, Salomón llegó a ser una persona muy poderosa y sabia. Tenía buenos marineros, buenos arquitectos, carpinteros, una buena flota de barcos, madera de cedro y excelentes fundidores de metales. Fundió para su amigo diez grandes vasos de bronce, cada uno de los cuales tenía la capacidad del Arca de la Alianza, es decir, cuarenta
baths
—un
bath
representa 0,029163 metros cúbicos.

Luego Hiram fundió para Salomón una enorme copa de bronce, una verdadera piscina, con una capacidad de dos mil
baths, o
sea, cincuenta veces la de los vasos. Esta enorme copa, que pronto se llamará el Mar de Bronce, tenía un volumen de 58,320 metros cúbicos. Su superficie era de unos sesenta metros cuadrados y al parecer su espesor era de diez centímetros, por lo que debía de tener seis metros cúbicos o sesenta toneladas de bronce, lo cual es una barbaridad y, tal como dice Maurice Chatelain, resulta difícil creer que un monumento semejante pudiera ser construido para el baño de Salomón o de sus concubinas. Es mucho más probable que este enorme espejo, cuyo diámetro era superior al del reflector del observatorio de Monte Palomar en California, hubiera sido construido con fines astronómicos. Chatelain dice que quizá se encuentre aún a una gran profundidad bajo las ruinas del templo. Entonces, ¿qué era? ¿Un gran telescopio, una especie de antena parabólica, un radar, un gran espejo con propósitos astronómicos o un simple objeto decorativo? Recordemos que estamos en el siglo X a.C. Diversas leyendas no se limitan a decir que fue construida por un ser humano, sino por una serie de espíritus serviciales que tenía Salomón: los djins o genios de la mitología musulmana.

De la Mesa o Cofre de Salomón poco se sabe desde que el templo fue destruido por Nabucodonosor II en el 587 a.C. Ciertos tesoros debieron de quedar a salvo en escondites secretos, no muy lejos de la zona, hasta que en el año 70 d.C. el tesoro del templo es saqueado por las legiones de Tito y llevado a Roma, donde se coloca en el templo de la Paz Judaica —para unos— o templo de Júpiter Capitolino —para otros—. Flavio Josefo, testigo presencial de los hechos y cronista de aquella conquista, escribe que «entre la gran cantidad de despojos, los más notables eran los que habían sido hallados en el templo de Jerusalén, la mesa de oro que pesaba varias toneladas y el candelabro de oro».

En el año 410 los visigodos de Alarico se apoderan de Roma y del tesoro, que pasó a formar parte del tesoro antiguo de los godos, siguiendo con ellos durante su largo vagar por Italia y la Galia, hasta que quedó depositado en Tolosa, en Aquitama, la capital de los godos desde el 418, una vez que se asentaron en un territorio firmemente. Este tesoro antiguo constituía una especie de patrimonio de la nación visigoda y era distinto del tesoro real, que constituía la reserva monetaria del Estado. El historiador Procopio, en su libro V de
Historia de la guerra gótica
, dice que Alarico escapó con «los tesoros de Salomón, el rey de los hebreos, espectáculo muy digno de verse, pues en su mayor parte estaban adornados con esmeraldas y en tiempos antiguos habían sido tomados de Jerusalén por los romanos».

En el año 507, después del desastre visigodo en la batalla de Vouille, fue llevado a Toledo, donde fue guardado en una cueva conocida como Gruta de Hércules. El rey Rodrigo, según la leyenda, abrió el Cofre de Salomón y vio las imágenes de aquellos que acabarían con su reino. Ese mismo año, el 711, los musulmanes, al mando de Tariq, invadieron España y llegaron hasta Toledo, donde se apoderaron del tesoro antiguo de los godos, en un palacio llamado la Mansión de los Monarcas, donde se dice que encontraron la Mesa en la que estaba inscrito el nombre de Salomón y otra mesa de ágata. Los historiadores árabes enumeran las cosas maravillosas que encontraron en el palacio, entre ellas un espejo mágico, grande y redondo formado por una aleación de metales, que en su tiempo había sido fabricado para Salomón, hijo de David —¡sobre ambos la paz!—; el que se miraba en ese espejo «podía ver en él la imagen de los siete climas del universo».

¿Para qué sirvió la máquina de Antikitera?

Aquel o aquellos que la poseyeron podían conocer gracias a este mecanismo insólito los desplazamientos del Sol y la Luna a lo largo del año. Del mismo modo, servía para localizar a Venus y Marte, además de otros astros, en la bóveda celeste, y para averiguar dónde se iban a encontrar en el futuro. Era un complejo almanaque astronómico para el cual se dispuso de conocimientos científicos de la más absoluta vanguardia. Ciertamente, a partir de Galileo la observación del cielo se convirtió en una ciencia de precisión. Pero en este caso había un problema de primer orden: la máquina fue fabricada cientos de años antes de que naciera el genial astrónomo y hereje. Cómo podía haber dispuesto de tales conocimientos sigue siendo un enigma monstruoso para el que aún no tenemos respuesta.

Esta singular pieza, que hoy se conserva en el Museo Arqueológico de Atenas, fue rescatada del fondo del mar Egeo allá por el año 1900. Se encontraba en el interior de una galera del año 80 a.C. junto a ánforas, jarrones, estatuas de mármol… En un principio, lógicamente, nadie reparó en una pieza cuyo valor material era aparentemente nulo. Sin embargo, medio siglo después, el ilustre arqueólogo Dereck de Solía Price decidió investigar aquel objeto del que nadie quería saber nada.

Tras limpiarlo descubrió algo insólito. Esa piedra escondía una rueda central dentada de doscientas cuarenta secciones que se acoplaba con enorme precisión a otras cuarenta ruedas también dentadas. Encontró, además, que toda la pieza estaba formada por un solo bloque. Para ello —sobra decirlo— los hombres de la época tuvieron que haber dispuesto de una tecnología muy desarrollada. No hablamos, por supuesto, de que dispusieran de una técnica propia de la era espacial, pero sí de unos conocimientos muy superiores a los que se atribuyen tradicionalmente a los hombres que vivieron en la misma época de Jesucristo.

Para que la astronomía alcanzara el nivel de conocimientos astronómicos que muestra la máquina de Antikitera, tuvieron que ser necesarios mil quinientos años y muchas toneladas de piras inquisitoriales para asar vivos a aquellos hombres de ciencia que intentaron explicar cómo se movían las estrellas en el firmamento. Pero hubo alguien que, hace dos mil cien años, ya sabía todo eso. Por prudencia, quizá, sólo se atrevió a reflejarlo en este sorprendente reloj astronómico que incluso mereció un hueco en una de las revistas científicas aceptadas como tales,
Scientific American
. En sus páginas pudo leerse que este hallazgo «nos obliga a revisar nuestros conocimientos sobre la historia de la ciencia». Por desgracia, los lectores, la mayor parte de ellos científicos, no hicieron mucho caso y siguen cerrando sus ojos ante el desafío que supone este artefacto tan singular.

¿Lentes en la Antigüedad?

Decía Chesterton: «Muchas ideas nuevas no son más que ideas viejas puestas en otro sitio».

Y esta frase se puede aplicar a esta pregunta: ¿hubo lentes pulidas en la Antigüedad? Y por antigüedad nos referimos a varios siglos antes de Cristo. Si la respuesta es afirmativa, significaría que algunas culturas como los egipcios, los griegos, los sumerios o los mayas tuvieron un conocimiento muy avanzado en astronomía y óptica. Partamos de la base de que las lentes, gafas y telescopios se consideran generalmente como inventos recientes. Se acepta que los anteojos aparecieron por primera vez en la Italia del siglo XIII y que el telescopio empezó a usarse a comienzos del siglo XVII. Sin embargo, cuando terminen de leer este capítulo, tendrán otra opinión.

Se cree que las lentes fueron inventadas como consecuencia de una gradual acumulación de conocimientos y se ha estimado erróneamente que la primera se debe al escritor Aristófanes en el año 424 a.C., quien hizo un globo de vidrio soplado y luego lo rellenó de agua, aunque su objetivo no era amplificar las imágenes. En la obra teatral
Las nubes
, el personaje Strepsiades planea usar una lente quemadora para enfocar los rayos del Sol en una tableta de cera y así fundir el registro de la deuda de una apuesta.

Recordemos, para empezar, que el científico griego Ptolomeo (100-170 d.C.) realizó en su libro
La Óptica
un detallado estudio sobre las propiedades de las lentes y los espejos, tanto convexos como cóncavos, adelantándose con mucho a los estudios de los científicos renacentistas.

En 1609, Galileo Galilei perfeccionó el telescopio del holandés Hans Lippeshey, utilizando dos lentes simples, una plano-convexa y una bicóncava, colocándolas en los extremos de un tubo de plomo. Galileo fue el primer hombre que vio los anillos de Saturno y las lunas de Júpiter ayudado por el telescopio. Este hito histórico provocó gran asombro, tanto que se adjudicó a Galileo el título de inventor del telescopio, error que todavía persiste. Y Lippeshey tampoco fue el primero. Ya se conocían excelentes lentes de cristal de roca desde hacía varios siglos.

Los chinos, por ejemplo, poseían catálogos de manchas solares y conocían los ciclos de máxima actividad solar que se producen cada once años. Salvo que tuvieran ciencia infusa, lo más lógico es pensar que se ayudaron de instrumentos ópticos para llegar a tener todos esos conocimientos astronómicos. Se sabe que estos pueblos y civilizaciones conocían lentes talladas en cristal de roca y no es descabellado pensar que averiguaron la técnica según la cual poniendo dos lentes con distancias focales diferentes se podían obtener resultados semejantes a los que obtuvo Galileo en el siglo XVII. El filósofo griego Demócrito, del siglo V a.C., describía la Luna como un lugar con montañas, similar a una segunda Tierra, y a la Vía Láctea como un conglomerado de numerosísimas estrellas, algo difícil de detectar en su época si no es porque tenía a mano un rudimentario telescopio.

Los sacerdotes babilonios ya daban datos representados en sus tablillas de los cuatro satélites mayores de Júpiter o del anillo de Saturno, conocido entre ellos como
Nirrosch
. Séneca advertía que los sabios de ese pueblo eran capaces de ver los objetos aumentados empleando para ello esferas de vidrio llenas de agua. Pero tenían otra clase de tecnología óptica. Tal vez la más conocida sea la denominada Lente de Layard (también llamada Lente de Nínive), que con forma oval se adaptaba perfectamente a la cuenca del ojo humano como si de un cristal de gafa se tratara. Lo inquietante de esa lente, que se conserva en el Museo Británico, en el Departamento de Antigüedades de Asia occidental, es que data del siglo VII a.C. Los historiadores aún no admiten que se pudiera fabricar —y menos usar— este tipo de sofisticada tecnología utilizando una pieza de cuarzo de gran calidad. Lo curioso además es que la Lente de Layard tiene estrías regulares de 45º que recorren el borde, estrías que fueron meticulosamente realizadas para permitir que esa lente estuviera montada, lo más firmemente posible, en una banda metálica que la rodeaba, vamos, en una montura posiblemente de oro, como la de la Lente griega de Ñola, que, con el tiempo, fue extraída o robada.

Los expertos coinciden en afirmar que la Lente de Layard fue fabricada a partir de una pieza de cuarzo de gran calidad, que fue tallada y luego pulida para adaptarse a un caso particular de astigmatismo, ya que es una lente plano-convexa de tipo toroidal, lo que significa que sólo se lo podía permitir alguien con poder, posiblemente un rey, lo cual concuerda con el lugar donde fue encontrada. Se la llama así porque apareció en una excavación realizada por Austen Henry Layard en 1849 en una cámara del Palacio de Noroeste de Kalhu, la antigua capital asiría más conocida por Nimrud y que debió de pertenecer al rey Sargon II, que reinó desde el 722 al 705 a.C.

Pero lo más probable, como afirma Robert Temple en su libro
El sol de cristal
(2000), es que Sargon heredara o capturara el monóculo. Existían varias ciudades con mayor tradición que las asirías en cuanto a la fabricación de lentes de cristal de roca. Por ejemplo, Troya y Éfeso eran importantes centros de cristal manufacturado. En las excavaciones de Éfeso se han encontrado más de treinta ejemplares cuyas investigaciones aún no han concluido y Heinrich Schliemann rescató cuarenta y ocho lentes convexas de cristal, totalmente pulidas, en el yacimiento arqueológico de Troya (actualmente en Turquía), datado en el 1300 a.C., incluyendo una magnífica lente perforada en el centro, a través de la cual el artesano podía insertar sus herramientas, mientras la lente aumentaba todo lo que se hallaba bajo ella. Se dice pronto. Los alemanes dijeron que estos objetos y demás tesoros troyanos, depositados en el Museo de Berlín, fueron destruidos por los bombardeos aliados de 1944. Hoy sabemos que no es verdad, ya que el gobierno ruso confesó a mediados de los años noventa que el «tesoro y el oro de Troya» obraban en su poder.

La construcción y uso de lentes nos podría hacer entender que se grabaran miniaturas sobre gemas chinas algunas tan diminutas que resultan casi invisibles a simple vista o quizá pudiéramos averiguar el secreto del «escudo incandescente» gracias al cual Arquímedes destruyó una flota romana.

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