Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy (16 page)

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Authors: Bruno Cardeñosa Juan Antonio Cebrián

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BOOK: Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy
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Respecto a la única imagen que disponemos del cronovisor, podemos afirmar que, sin lugar a dudas, es falsa. Dicha imagen de Jesús en la Pasión carece de toda vitalidad y su gesto es idéntico al que existe en muchas tallas religiosas propias de la Semana Santa. Es más, algunos investigadores creen haber encontrado la imagen auténtica en la que se inspiraría Ernetti para tomar su fotografía del pasado. Se trataría, efectivamente, de una talla procesional. Y parecen estar en lo cierto…

Capítulo V
Linajes, órdenes y caballeros
Samuráis, los guerreros del Sol Naciente

En los últimos años ha cobrado auge la fascinación por el mundo oriental, palabras como
ninja
,
bushido
,
samurái
o todas las relacionadas con las artes marciales seducen a jóvenes de todo el hemisferio. Pero ¿por qué tanta fascinación? Seguramente, por la búsqueda incesante de valores humanos, muy difuminados en los últimos tiempos para nuestro aburrido y decadente sistema de vida. Y, en ese sentido, virtudes como el honor, la lealtad y el heroísmo nos han puesto en contacto con un universo enigmático hasta hace pocas décadas. Es admirable la condición y el alma de los antiguos guerreros medievales, hombres dispuestos a sacrificar sus vidas en la defensa de lo que ellos entendían como nobles ideales. Los caballeros europeos son sobradamente conocidos gracias a nuestra literatura más cercana, empero, los paladines de Oriente, acaso por la distancia o por una ignorancia aceptada, han sido cubiertos por la bruma o por los fantasmas del recelo. Curiosamente, si nos ponemos a la tarea de comparar vida y obra de estos luchadores, comprobaremos que no se diferencian en exceso en cuanto a determinadas pautas de comportamiento y pronto observaremos que hay pocas cosas que separen al Cid de un samurái Minamoto.

Según rezan las antiguas leyendas de la mitología japonesa, en el albor de los tiempos una bella diosa nipona contrajo tristeza de amor, y de sus lágrimas brotaron islas que conformaron el archipiélago del Sol Naciente. Siglos más tarde, surgirían guardianes para proteger las costas y territorios de una de las culturas más apasionantes de las que pueblan nuestro planeta.

Samurái significa en japonés ’servidor’, y eso es precisamente lo que esta casta guerrera e intelectual hizo durante su tiempo de hegemonía —servir a sus señores feudales—, esos mismos
daimio
que pugnaban por el control de un imperio cuya representación figurativa máxima es el crisantemo. Dicen que la vida de un samurái era bella y breve como la flor del ciruelo, por eso no es extraño que uno de sus lemas vitales fuera: «Morir es sólo la puerta para una vida digna».

Estos magníficos caballeros mantuvieron una intensa vida militar entre los siglos XII y XVII. En ese periodo de luchas entre clanes, se les podía ver orgullosos a lomos de sus pequeños aunque resistentes caballos y fieles al ritual guerrero impuesto por el
bushido
, auténtico código de conducta para aquel que se formara en esta indomable casta. La liturgia del samurái antes de cada batalla sigue estremeciendo a todo aquel que se acerque a su historia. El poder contemplar a cualquiera de estos hombres en la preparación de un combate constituía un enorme espectáculo donde la intensidad y el honor lo invadían todo. Con sumo cuidado ceñían a su cuerpo majestuosas armaduras lacadas en negro en las que un sinfín de piezas ajustadas milimétricamente protegían a su dueño. La ceremonia se completaba cuando el samurái cogía sus armas personales, en las que destacaba la
katana
, una infalible espada de sesenta centímetros de largo elaborada con técnicas ancestrales sólo conocidas por escogidos maestros herreros, los cuales necesitaban tres meses para forjarlas. La tradición exigía que fuera la espada la que eligiera a su compañero, para ello el guerrero se situaba ante una selección de espadas expuesta por el forjador. La elección sólo dependía de las vibraciones comunes emitidas por la espada y el samurái. Una vez juntos, no volverían a separarse jamás, entroncándose sus almas hasta el combate final.

Los samuráis ocupaban sus periodos de ocio en el perfeccionamiento del espíritu. Gustaban de la poesía y el teatro y se refugiaban con frecuencia en la creación de maravillosos jardines flotantes. Eran ilustres pensadores que engrandecieron Japón en diferentes ámbitos.

Su declive llegó cuando la paz y los tiempos modernos se instalaron en el país. En 1868 el 7 por ciento de la población japonesa se podía considerar samurái, es decir, dos millones de personas regentaban sus vidas basándose en el código
bushido
. Muchos, ante el temor popular que seguían infundiendo, se refugiaron en las ciudades, convirtiéndose en artistas, comerciantes o profesores; otros no tuvieron esa suerte, quedando abandonados a la marginación o al alcoholismo.

En 1876 los samuráis se rebelaron ante el poder. Durante más de un año mantuvieron en jaque al gobierno con sus armas tradicionales. Sin embargo, el peso de la nueva tecnología bélica aplastó sus tradiciones y orgullo y más de veinte mil murieron acribillados por fusiles repetidores o ametralladoras de posición mientras realizaban sus últimas y gloriosas cargas de caballería. Fue la única manera que concibieron para morir de una forma noble que hiciera justicia a las enseñanzas recibidas; otros optaron por el
seppuku
o suicidio ritual, acabando sus días por su propia mano y no por la del enemigo.

En 1944 el espíritu samurái resurgió en forma de kamikazes que intentaban frenar el avance norteamericano sobre sus islas. Como sabemos, todo fue inútil, y aquel viento divino terminó por estrellarse contra el acero blindado de los buques aliados. No obstante, algo queda en la idiosincrasia nipona de aquellos bravos guerreros, lo vemos en su talante nacional, el mismo que ha impulsado a un imperio abatido por la guerra a volver a situarse posteriormente en una posición de liderazgo, junto a las potencias que lo derrotaron.

Los viajes secretos de los templarios

Como el lector estará comprobando a lo largo de este libro, en muchos museos se esconden piezas que han sido denostadas, pero que permanecen expuestas y a la vista de todos los visitantes que deseen contemplarlas. Su sola presencia es una demostración de que nos quedan muchas preguntas que responder, por mucho que algunos inquisidores opinen que lo sabemos absolutamente todo sobre nuestra historia. Para demostrar cuan equivocados están estos seudoescépticos, no estaría de más que alguno se pasara por el Museo Nacional de Arqueología de La Paz (Bolivia). Si lo hace, descubrirá que existe una pequeña estatua pétrea que representa a un personaje cubierto por una túnica en cuyo pecho presenta en alto relieve una cruz griega… ¡la cruz templaría! Y lo llamativo es que la pieza fue tallada por indígenas antes de la llegada de Colón a aquellas tierras, cuando aquel símbolo —y menos aún en la acepción del Temple— ni siquiera era conocido por aquellos hombres, al menos, en apariencia.

Para piezas como ésta no existe otra explicación más que abrir la mente a la posibilidad de que, de algún modo, los templarios pudieran haber alcanzado las tierras americanas antes de la llegada de Colón. Ciertamente, muy pocos creen ya aquella lección de historia en la que nos contaban como el descubridor salió al mar esperando encontrar las Indias por el otro lado. Ahora sabemos que Colón conocía perfectamente lo que hacía y adonde se dirigía. Y lo sabemos gracias a investigadores como José Antonio Hurtado, un ingeniero aeronáutico que, rebuscando en documentos antiguos, halló indicios suficientes como para demostrar que, en el siglo XIV, marineros mallorquines pudieron haber encontrado una ruta que les encaminaba a América. Dicha información acabó en manos del propio Colón y, según el estudioso, el origen de esos datos quizá había que buscarlo en fuentes próximas a la orden del Temple.

Los templarios poseyeron dominios en multitud de lugares, reflejo fiel de que su poder e influencia fueron enormes. La codicia que generó tanta riqueza fue, quizá, una de las causas que explica el trágico final de la orden. Lógicamente, se adentraron en nuevas sendas comerciales y pudieron desarrollar un pequeño imperio privado que les pudo llevar más allá de lo que se cree. Se sospecha, por ejemplo, que las grandes cantidades de plata que inundaron Europa en el siglo XIII tuvieron que ver mucho con ellos. ¿De dónde llegó esa plata? Muchos estudiosos sospechan que de América…

Algunas de las informaciones más secretas de los templarios fueron preservadas tras su desaparición por la orden de Cristo, radicada en Portugal, y que, en cierto modo, fue heredera del Temple. Quizá esa transmisión documental puede explicar por qué del entorno de esta orden surgieron marinos como Vasco de Gama. Además, existe un mapa de origen luso y templario que mostraba una tierra más allá de Cabo Verde, que era una suerte del fin del mundo para los hombres de aquella época. Por si fuera poco, las carabelas de las expediciones portuguesas llevaban velas con la cruz templaría a modo de estandarte. ¿Acaso los navegantes portugueses lograron convertirse en los dueños de los mares gracias a la información que obtuvieron los templarios en sus años dorados? Si se ordenan las piezas siguiendo dictados racionales, la historia de los viajes secretos de los templarios presenta una lógica aplastante.

¿Acaso es casualidad que La Rochelle fuera, gracias a su orientación y a las corrientes marinas que lo afectan, el mejor puerto posible para aventurarse mar adentro en pleno Atlántico?

Jacques de Molay, ¿el último maestre?

El 18 de septiembre de 1314 Jacques de Molay, gran maestre de la orden del Temple, era condenado a la hoguera en compañía de sus dignatarios. Molay había confesado bajo tortura todos y cada uno de los delitos de los que se acusaba a él y a los caballeros de su orden —apostasía, idolatría, ritos obscenos, ultraje a Cristo y sodomía—, por lo que el rey Felipe IV de Francia decidió dar un gran espectáculo con los grandes líderes templarios, pero la jugada no le salió bien. El día 19, ante la muchedumbre, Molay se retractó de su confesión y proclamó su inocencia. Encolerizado, el rey Felipe ordenó que él y sus dignatarios fuesen quemados en la hoguera. Al comenzar a encenderse las llamas, cargado de valor, Molay reafirmó su inocencia y emplazó al rey y al papa, asegurando que morirían ese mismo año. Clemente V, que tenía algo más de cincuenta años, no duró ni siquiera un mes y el rey, de cuarenta y seis, murió en noviembre. La profecía de Jacques de Molay se había cumplido.

La destrucción de los templarios tiene unas causas bien conocidas. A finales del siglo XIII la orden del Temple era una verdadera potencia financiera. Tenían en Europa tierras, castillos, una gran flota y daban garantías en el transporte de mercancías valiosas. El tesoro real de Francia se guardaba en la fortaleza del Temple en París y el propio rey se había refugiado una vez en ella durante una revuelta. Sus letras de cambio eran las más apreciadas en el mundo e incluso los musulmanes habían confiado su dinero a los templarios. Cuando san Juan de Acre cayó (1291), los templarios controlaban de hecho los mercados monetarios de toda la cristiandad. Teniendo en cuenta que la fuerza militar del Temple estaba concentrada en sus dos fronteras militares —Chipre y Andalucía—, parece evidente que no había ninguna amenaza directa contra la monarquía francesa, por lo que sólo desde un punto de vista político puede apreciarse la verdadera dimensión del proceso abierto contra el Temple, cuya única razón era el deseo de los reyes europeos de obtener riquezas y poder, en los albores del absolutismo.

El 14 de septiembre de 1306, el rey Felipe envió un pliego sellado con órdenes directas a todos sus jueces para que las ejecutasen un mes más tarde. En las cartas se ordenaba la detención de todos los templarios de Francia. El 14 de octubre, en una espectacular operación para la época, el mismo día y a la misma hora, los agentes del rey Felipe detuvieron en sus encomiendas a la mayoría de los caballeros de la orden al tiempo que se difundía el contenido de la acusación. A partir del año 1307 se sucedieron las torturas y los interrogatorios a los detenidos. A una tímida protesta del papa Clemente V cuando se produjo la orden de arresto, siguió una total claudicación ante los intereses del rey Felipe y el 22 de noviembre de 1307, la
Bula Pastoralis Praeminientae
obligaba a todos los príncipes de la cristiandad a detener a los templarios. Finalmente, la orden fue condenada a ser disuelta, sin escuchar su defensa, en el conocido ecuménico de Vienne, en 1312, con la única oposición de los representantes de la corona de Aragón.

Cuando Jacques de Molay aseguró ante la multitud que se agolpaba en París que él y los dignatarios de la orden del Temple eran inocentes, estaba entrando en una leyenda de la que ya nunca saldría.

Es evidente que el Temple no desapareció de la noche a la mañana. Bajo terribles tormentos, el caballero Jean de Chalons confesó que cincuenta caballeros partieron de la fortaleza del Temple en París con destino a La Rochelle para poner a salvo las riquezas y los secretos de la orden, con ayuda de los dieciocho buques que allí se encontraban. El responsable de esta operación era Gerardo de Villiers, quien trabajaba a las órdenes de Hugo de Peraud, el tesorero del Temple. Otro caballero, Hugo de Chalons, había huido con la mayor parte del tesoro y, aunque ambos fueron capturados, del tesoro no se encontró nada. Este tesoro no era sólo material, sino que reunía los proyectos, planes y grandes conocimientos del Temple. Respecto a la flota, ésta partió con rumbo desconocido, aunque hoy en día conocemos perfectamente adonde se dirigieron. Una parte de la flota fue a Portugal, donde fueron muy bien acogidos por el rey Dinis I, que mostró un gran interés en sus técnicas de navegación y sus conocimientos de náutica. En Levante sus marinos habían empleado la brújula y la vela latina, que habían imitado de los
dhows
árabes. Tras desembarcar en Nazaré, se dirigieron a su impresionante fortaleza de Tomar.

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