Read Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy Online
Authors: Bruno Cardeñosa Juan Antonio Cebrián
Tags: #Divulgación
Tenemos delante los cuatro Evangelios oficiales, que ocupan apenas un centenar de páginas. Al lado hemos colocado otros evangelios, los prohibidos, y ocupan más de cuatro mil páginas…
Así es. Al margen de los que siempre nos han presentado como los auténticos, hay decenas de textos que nos transmiten igualmente los hechos de la vida de Jesús. Por desgracia para la Iglesia, unos y otros merecen la misma consideración, sea mucha o poca, pero quieran o no tienen la misma credibilidad. El problema es que unos presentan determinadas informaciones que resultan contrarias a los dogmas mantenidos por el Vaticano durante dos mil años. Y son precisamente los que apoyan esos dogmas aquellos que merecen la catalogación oficial de favoritos…
Hacia el siglo II y III circulaban decenas de relatos evangélicos entre los fieles seguidores de la entonces herejía cristiana. Sin embargo, quienes mandaban en la incipiente Iglesia procuraban que los seguidores de Jesús mantuvieran unas creencias determinadas que les asegurara el control ideológico de los creyentes. En ésas tuvo lugar el concilio de Nicea, allá por el año 325. Fue allí —y sólo entonces— cuando se decidió cuáles de los más de cincuenta evangelios conocidos pasaban a recibir el sello de «autenticidad». Y los elegidos fueron, como el lector puede imaginar, los de Lucas, Mateo, Marcos y Juan. Mientras tanto, el resto quedó condenado al ostracismo y al olvido, cuando no al desprecio más absoluto.
¿Cuál fue el criterio del que se sirvieron los padres de la Iglesia para determinar qué evangelios eran los válidos? Como se puede suponer, dejaron la elección en manos de Dios…
Hay varias versiones al respecto. Según relatan algunos textos, los obispos colocaron todos los evangelios sobre el altar y pidieron a Dios que enviara una señal para elegir aquellos que fueron escritos por inspiración divina. De repente, cuarenta y seis de aquellos libros empezaron a caer uno tras otro al suelo. Los únicos cuatro que no se movieron fueron los que, según los reunidos, eran auténticos…
No mucho más creíble es otra versión según la cual una paloma sobrevoló Nicea durante la celebración del concilio, coronando a los obispos tras entrar en la sala de reunión atravesando un cristal sin romperlo. Entonces, la paloma se fue posando sobre el hombro de cada uno de ellos susurrándoles al oído cuáles eran los verdaderos evangelios que debían ser tomados como «palabra de Dios».
Una versión algo más lógica —sólo en parte, claro— dice que los obispos colocaron sobre el altar aquellos textos evangélicos que en opinión de ellos eran los más coherentes. Tras ello, comenzaron a rezar pidiendo a Dios que les diera alguna señal si estaban equivocados al elegir aquellos cuatro textos. Una señal que podía consistir —relata el libro anónimo
Libelus Synodicus
— en arrojar a las paredes cualquiera de los libros que fueran contrarios a Dios. Lógicamente, ninguno de aquellos libros se movió un centímetro de su lugar. No es difícil adivinar que se trata de los cuatro Evangelios conocidos y que fueron elegidos previamente por los obispos porque, sencillamente, su contenido no quebraba las normas y creencias que ya se edificaban como pilar vital para los millones de cristianos que existían en Europa. Eso sí: al margen de esos cuatro, no colocaron ninguno más sobre el altar.
Por culpa de esta división entre «canónicos» y «apócrifos», la humanidad no ha podido tener fácil acceso a infinidad de textos que podrían arrojar luz sobre la figura de Jesús de Nazaret. De haber sido públicos, sabríamos mucho más sobre el personaje más importante e influyente de la historia. Habríamos descubierto a un personaje mucho más humano de lo descrito por los Evangelios canónicos, conocedor de las tradiciones esotéricas imperantes en la época, fuertemente implicado en las luchas políticas de su pueblo a favor de la libertad e independencia, sabedor del pálpito desgarrador que significa sentir amor carnal y transmisor de conductas pragmáticas encaminadas a buscar la paz y sabiduría interior de un modo distinto a como lo enseñan los Evangelios «legales». El problema es que, de no haber existido una criba para determinar qué evangelios estaban prohibidos, el Vaticano jamás habría tenido sentido. Porque, entre otras cosas, esos textos heréticos no dicen nada sobre que Jesús fundara una Iglesia…
Sin la más mínima duda. Por desgracia, los análisis mediante el C-I4 realizados por tres laboratorios y dados a conocer el 13 de octubre de 1988, fueron interpretados por los grandes medios de comunicación como un punto y final a uno de los grandes enigmas de la Humanidad. Según aquellos estudios, la Sábana Santa databa de entre los años 1260 y 1390, razón por la cual se dictaminó que es «una falsificación medieval» y no la mortaja que habría envuelto el cuerpo de Jesús de Nazaret después de ser crucificado.
No tenga duda el lector: aquellos exámenes fueron una gigantesca estafa científica. La última prueba al respecto ha llegado gracias a investigador norteamericano Raymond Rogers, que ha descubierto a comienzos de 2005 que el fragmento de la también llamada Síndone que se utilizó para datar al sudario mediante el carbono-14 contenía una sustancia llamada vanilina, mientras que el resto de la Sábana no presentaba tal «contaminación». La presencia de estos cestos indican —y así lo ha confirmado un equipo de expertos independientes que ha aprobado la publicación del trabajo de Rogers en la revista científica
Termochimica Acta
— que el trocito analizado era un remiendo y no parte del lienzo original.
Por desgracia, la ciencia y sus portavoces se han olvidado de lo que ocurrió justo antes de que el Vaticano diera a conocer los resultados de aquel estudio. Y es que tras el recorte del fragmento —de siete por un centímetros— cientos de escépticos clamaron contra los análisis, cuyos resultados se darían a conocer meses más tarde.
La publicación de los resultados desfavorables a las tesis vaticanas sorprendió a propios y extraños, pero especialmente a aquellos que meses antes habían renegado de la prueba al considerar que los científicos no la habían efectuado en condiciones de control óptimas. Los escépticos estaban convencidos de que tras el examen del carbono-14 había una conspiración para favorecer la autenticidad de la Sábana Santa. Como es lógico, los negativistas echaron marcha atrás y aplaudieron los estudios de Oxford, Zúrich y Arizona. De repente se olvidaron de todo lo que habían dicho con anterioridad y se erigieron en altavoces de los resultados de aquellos análisis.
La extraordinaria acogida mediática que tuvo la desilusionante noticia sirvió para que la Sábana Santa abandonara para siempre el olimpo informativo. El asunto dejó de interesar, pese a que entre los sindonólogos de todo el mundo se abrió un acalorado debate sobre la idoneidad o no del empleo de ese método para aplicarlo a una muestra tan singular. Dos congresos internacionales celebrados en París (1989) y Milán (1990) sirvieron para que científicos de diversos países presentaran ponencias que cuestionaban el estudio. Todas aquellas «quejas» cayeron en saco roto, pese a que Michael Tite, director del Museo Británico, pidió disculpas por los errores metodológicos y protocolarios que se cometieron durante el estudio del que él mismo fue nombrado garante por el Vaticano. A fin de cuentas, Tite había sido el elegido por la Iglesia para que el análisis se efectuara de acuerdo con unas normas de seguridad previamente establecidas. Pero muy pocos medios de comunicación se hicieron eco de que hasta los propios científicos que efectuaron ese análisis dudaban de cómo se habían hecho las cosas. Tampoco dieron a conocer la más que sospechosa actitud del responsable del laboratorio de Oxford, al que un diario británico le prometió una importante suma de dinero si filtraba a la prensa los resultados antes de que el Vaticano los diera a conocer. Pero ojo: la exclusiva sólo era válida si el resultado del análisis era favorable a la tesis del fraude…
Quince años después el misterio resucitó de la mano de Rogers: «El hecho de que la vanilina no se haya encontrado en el tejido de la parte central de la Sábana, de la misma manera que no se encuentra en otras telas igual de antiguas, indica que la datación anterior tiene que estar equivocada. El trozo que analizaron los laboratorios, efectivamente, es de en torno al año 1290, pero es imposible que el resto de la reliquia sea de la misma fecha. Tiene que ser mucho más antigua». Como nueva datación, en función de la vanilina, Rogers propuso que la Sábana Santa tiene un mínimo de mil trescientos años y un máximo de tres mil. Es decir: podría datar de la época de Jesucristo y ser, por tanto, lo que la tradición dice que es una suerte de impregnación del lienzo por medios inexplicables de alguien que falleció tras ser crucificado.
La Sábana Santa de Turín ha suscitado, desde 1988, tantas controversias como posibles investigaciones en aras de su falsedad o autenticidad. |
Sin embargo, ésta no ha sido la primera vez que la prueba del carbono-I4 sufre un jaque. Ya en 1988, Gabriel Vial, director del Museo de Tejidos de Lyon (Francia), advirtió a los científicos encargados de la prueba que «el punto seleccionado podría ser un parche». La advertencia cayó en saco roto. También lo recordó en septiembre de 1989 el experto Franco Testore durante el simposio de París: «La muestra analizada puede tener síntomas de contaminación, ya que se encuentra a muy escasos centímetros de una de las zonas que sabemos fue dañada por el incendio de 1532. Además, sobre este punto se han acumulado siglos de suciedad y se ha producido lo que se conoce como electroforesis: contaminación en la cavidad de las fibras de lino». Con anterioridad, el italiano Giovanni Riggi publicó un trabajo titulado
Rapporo Sindone
, en el cual advertía que la zona utilizada para el análisis «presenta hilos de otra naturaleza que, aunque en cantidad mínima, pueden conducir a variaciones en la datación, puesto que son de incorporación tardía». En cierto modo, lo que estaban haciendo estos expertos era anticipar el resultado al estudio publicado en el año 2005 por el norteamericano Rogers.
Uno de los investigadores disidentes —a los que tampoco nadie tomó en consideración en su momento— fue el británico Peter H. South, director del laboratorio de análisis textil de Ambergate (Gran Bretaña). Denunció que en las muestras utilizadas para el análisis mediante carbono-14 había elementos impuros: «Se detectó algodón, un algodón fino, amarillo oscuro. Desafortunadamente, es imposible explicar cómo esas fibras acabaron en la Sindone, que, fundamentalmente, está hecha de lino». Los periodistas a quienes reveló esas informaciones no lo tomaron en cuenta. Ni siquiera cuando South publicó en la revista especializada
Textile Horizonts
aquellos datos. Y es que lo podemos afirmar sin ningún tipo de miedo: el mundo entero sufrió un engaño masivo orquestado por los científicos escépticos para hacernos creer que, según el carbono-14, la Sábana Santa era un fraude.
En su libro
El escándalo de una medida
(ed. Marcombo, 1991), los periodistas Enmanuella Marinelli y Orazzio Petrosillo muestran que existieron enormes incorrecciones tras el análisis efectuado por los tres laboratorios, que condenaron a la Sábana Santa a convertirse en una falsificación medieval. Por un lado, no se siguieron los protocolos pactados previamente mientras que, además, los trozos examinados incluso pudieron ser alterados durante el proceso de traslado entre Turín r los diversos laboratorios, que, por si fuera poco, mantuvieron contacto entre sí durante todo el proceso de investigación «sin que nadie se enterara, pero asegurándose entre ellos que los resultados de unos y otros coincidían», denunció el periodista francés Bruno Bonnet-Eymard.
Por el contrario, se han efectuado otras pruebas para averiguar la antigüedad de la Síndone. Se ha examinado el tipo de tejido, y se ha llegado a la conclusión de que fue elaborado del mismo modo en que se confeccionaban telas en el siglo I en Palmira. Por no citar a los investigadores que llevan treinta años examinando los pólenes que quedaron adheridos a la trama: más de veinte tipos de esos pólenes arrecieron en Oriente Próximo sólo en el siglo I, ni antes ni después.
Además, Alan Whagner, un informático norteamericano que colabora con la Justicia en la resolución de casos policiales, aplicó sus técnicas a la imagen del rostro de la Síndone. En su examen comparo la cara que aparece en la Sábana con las primeras representaciones artísticas que existen de Jesús de Nazaret. Tras su estudio —al que aplicó las mejores técnicas informáticas— concluyó que, sin ningún género de dudas, aquellos iconos tomaron como modelo el rostro rae aparece impreso en la mortaja que nos ocupa. Lo relevante es rué aquellas primeras representaciones datan de los siglos III, IV y V, que quiere decir que entonces ya existía la Sábana Santa y que el resultado del carbono-14 no puede estar en lo cierto.
Por no hablar de otras mil pruebas que sirven para defender la autenticidad del lienzo. Cabría recordar que en la imagen no hay ningún resto de pintura, del mismo modo que podríamos efectuar —a tenor de los rastros que aparecen en la efigie— una autopsia del personaje cuya imagen aparece grabada. En dicha autopsia encontramos detalles que nos indican que, de haber existido un falsificador medieval, quien lo hiciera disponía de una serie de conocimientos científicos que por entonces no se habían desarrollado. Sin ir más lejos, el examen del cuerpo desvela que si alguien fabricó la imagen conocía, por ejemplo, todos los detalles sobre la circulación de la sangre. Sin embargo, en la Edad Media nadie sabía cómo funcionaba nuestro cuerpo a este nivel. Aún no había llegado Miguel Servet para explicarlo…