Read Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy Online
Authors: Bruno Cardeñosa Juan Antonio Cebrián
Tags: #Divulgación
Finalmente, quedan algunos que ven en el secreto cátaro algo más importante. La posibilidad de que los defensores de Montsegur fuesen los últimos custodios de algo de mayor importancia, la descendencia de la
sangre real
, la mítica herencia biológica de Jesús y María Magdalena y del rey perdido de los merovingios, de quien nacerá el monarca que ha de gobernar el mundo en el fin de los tiempos, mito este último de gran éxito en ensayos y novelas seudohistóricas de todo tipo.
Cada pueblo necesita sus héroes, personajes valerosos que infunden un ánimo especial por el bien, en detrimento de la oscuridad y las tinieblas. Esos valientes encarnan los mejores valores de la sociedad que los acoge y son el espejo en el que los jóvenes se miran con el secreto anhelo de imitar el comportamiento de aquellos seres casi perfectos cuyo modelo de vida tanto entusiasma. Quién en algún momento de su existencia no ha soñado con poder emular las proezas del gran rey Arturo y sus caballeros de la Tabla Redonda; quién no ha tenido la necesidad de realizar un viaje iniciático buscando la verdad de su espíritu; quién no ha intentado conquistar el corazón del ser amado; quién no ha reivindicado en alguna ocasión sus raíces y su identidad patria. Por casualidad o no, lo antes expuesto está encerrado tras las murallas de Camelot, la luminosa capital del reino artúrico. Lo cierto es que esta historia épica se ha convertido con los siglos en una referencia obligada para los seguidores de la fantasía y de los ideales más nobles. Pero ¿en qué se fundamenta esta antigua tradición?
En el caso del rey Arturo es difícil desligar su verdadera epopeya de la planteada por cientos de libros, decenas de películas e incontables narraciones populares. Lo poco que sabemos de forma fidedigna es que, sobre el siglo V o VI d.C., existió un carismàtico caudillo anglorromano llamado Owain Dantgwyn, cuyo sobrenombre
Art
(Oso) fue el que finalmente le proyectaría de manera universal hasta nuestros días.
La figura de Arturo ha sido modelada a lo largo de los siglos, primero, por los clérigos amanuenses, luego por trovadores y juglares y, más tarde, por narradores románticos y guionistas cinematográficos.
Según aparece en las crónicas elaboradas por el monje Gildas en el siglo VI, existió un jefe tribal que logró, tras muchos combates, unificar a las tribus celtas de Britania; eran los tiempos de la edad oscura y poco o nada de lo acontecido pasaba al papel. Es, por tanto, mérito de los oradores el que nuestro personaje haya llegado a tan digno puerto. En los siglos IX y X Arturo surgirá de nuevo como guía de los sajones en las eternas luchas de Albión. Libros de gran calado como la
Historia Brittonum
o
Armales Cambriae
reforzarán la idea de un pasado glorioso para los británicos.
En el siglo XII la
Historia Regnum Britanniae
, de Geoffrey Monmouth, asentará la filosofía vital del universo artúrico para que años más tarde la inmensa reina Leonor de Aquitania —madre de Ricardo Corazón de León— encargue a sus trovadores la recuperación total de esta mítica tradición. Serán autores medievales como Chrétien de Troyes o Robert de Boron los que darán el impulso definitivo al rey Arturo y los suyos: el mago Merlín, Morgana, Ginebra, así como los caballeros puros de la Tabla Redonda, donde destacan Lancelot, Percival… Todos giran en torno a la magia de
Excalibur
; espada prodigiosa protegida por la dama del Lago, quien, en el deseo de dar a Inglaterra el monarca más capaz, la incrustará en una roca a la espera de ser extraída por el joven Arturo, el único elegido para regentar el destino escrito por los dioses celtas.
Camelot es la ciudad cuna de los mejores sentimientos humanos, su defensa es vital para contener a las hordas malignas. Los caballeros buscan el Grial como signo de pureza ante los ojos del creador. Y, por si todo falla, queda la enigmática isla de Avalón, la conexión perfecta con la ancestral religión pagana.
Finalmente, en 1469, el escritor Thomas de Mallory dio el toque definitivo a la mitología artúrica imaginando un apasionado romance entre la reina Ginebra y el caballero sir Lancelot. Sea como fuere, nunca sabremos cuánto de mito o cuánto de realidad tiene esta sugerente historia universal. Aunque casi todos nosotros nos hemos empeñado, por fortuna, en que esta narración sea verosímil, y de ahí su gozosa magia invisible que nos hace seguir soñando con emular gestas sublimes y encendidos amores puros.
Hoy en día existen diversos enclaves mágicos distribuidos por el Reino Unido que nos evocan la figura del semilegendario rey, iniciador de una saga monárquica llena de sortilegios, aventuras y paradigmas de las tradiciones más elevadas. Si queremos buscar la tumba de Pendragón —su valiente progenitor— debemos acudir al conjunto megalítico de Stonehenge. En cambio, si anhelamos rendir homenaje ante su supuesto sepulcro, obligado es el viaje a Glastombury, gran epicentro del misterio británico. Les aseguro que, aunque no nos topemos físicamente con estos santuarios del pasado, sus mentes quedarán impregnadas por una estela mística difícil de calibrar salvo para aquellos que sepan que el Grial sólo se encuentra en nuestros corazones.
Querido lector: en cuanto usted disponga de cuatro o cinco días libres, no dude en coger su coche y marcharse a conocer el lugar más bello y enigmático del mundo. Lo encontrará si llega a Francia a través del Pirineo, tras alcanzar Perpignan y tomar dirección a Carcasonna, esa ciudad medieval y amurallada que pasa por ser el principal foco de turismo del sur de Francia. Pero no cometa el error de todos los turistas que acuden hasta allí. Sí, pasee por esta ciudad; dedíquele una mañana y contemple las alamedas, murallas y castillos. Tómese un «café olé» —más o menos, un café con leche— mientras contempla una calle empedrada y, antes de caer en la tentación de entrar a una tienda de
souvenirs
—se sentirá estafado, se lo advertimos—, salga de las murallas y coja de nuevo el coche para tomar rumbo al sur, rumbo a la ciudad de Limoux.
No muchos kilómetros más abajo comenzará a descubrir como la calzada se estrecha bajo los árboles, que poco a poco son más y más grandes, más y más frondosos, y están rodeados por un entorno de ensueño. Acabará sintiendo que ha entrado en un túnel, pero no de piedra, sino de hojas verdes. Eso le indicará que está a punto de alcanzar un lugar maravilloso…
Cuando tras superar Limoux alcance Cuiza, diríjase al Château de Ducs Le Joyeux, un castillo del siglo XIII reconvertido en posada y que se trata, posiblemente, de uno de los hoteles más sorprendentes y embriagadores en los que usted haya estado nunca. A su alrededor respirará que por allí estuvieron cátaros y templarios. Y que muy cerca —aseguran los historiadores— pudieron haber dejado escondidos algunos de sus secretos más inconfesables.
Tan sólo a tres kilómetros de allí —no faltan las indicaciones, no se preocupe— una carretera de curvas infernales le invitará a penetrar en una aldea que posiblemente no tiene censados a más de un centenar de habitantes. Sin duda, tal lugar es sólo un vago recuerdo de la gran capital que fue en tiempos pasados, ya que desde allí se atisba toda la región de El Razés a la perfección. Se sentirá en el centro del mundo…
Y, de hecho, en parte, lo está.
Cuando haya escalado la carretera, descubrirá como muchas de las revueltas parecen apuntar como una flecha hacia el cercano monte Cardou, la montaña en la que se inspiró Julio Verne para convertirla —con otro nombre y otra ubicación— en el escenario de su
Viaje al centro de la Tierra
. No es casualidad, porque el genial escritor bretón ya sabía que los constructores mágicos de todos los castillos de la zona edificaron sus torres orientadas precisamente hacia este punto tan significativo.
Nada es casual. Aquella carretera fue trazada por un singular párroco que llegó en 1885 a Rennes-le-Château casi como castigado. Se llamaba Berenger Sauniere. No era un cura típico; sus superiores decidieron «desterrarlo» al fin del mundo. Y el fin del mundo más cercano para ellos estaba aquí…
Seis años después de su llegada acometió la reconstrucción de la antiquísima iglesia local, una obra románica del siglo XI que se caía de vieja. Y mientras efectuaba las obras, en el interior de un balaustre de madera hueco que sostenía el altar encontró unos pergaminos sorprendentes. Parte de ellos representaban genealogías y otros eran jeroglíficos. Para averiguar de qué se trataba aquello viajó a París, en donde varios paleógrafos trataron de descifrar el contenido de aquellos textos. Fuera cual fuera, las élites parisinas le abrieron sus puertas y se convirtió en el personaje más importante del esoterismo local.
Es como si hubiera encontrado un Santo Grial, un tesoro documental verdaderamente intrigante que le convirtió en un hombre millonario. A fin de cuentas, parecía el depositario de un secreto que trascendía de su tiempo. Para reflejar su hallazgo decidió transformar la iglesia en un nuevo jeroglífico. Y eso es lo que hoy puede encontrar ahí el viajero…
Hace no muchos años, Rennes-le-Château era destino de buscadores de tesoros y viajeros inquietos. Hoy, por mor del impacto mundial del libro
El Código Da Vinci
, es visita obligada para muchos turistas ávidos de encontrar «pruebas» cifradas de la posibilidad de que Jesús de Nazaret tuviera descendencia con María Magdalena, y de que esa línea genética hubiera llegado hasta nuestros días…
Si visita el lugar, prepárese para encontrarse ante el templo religioso más herético de la Tierra. Nada más entrar, leerá una leyenda en el frontispicio que le advierte: «Este lugar es terrible». Y, por si le quedaban dudas de ello, nada más atravesar el umbral, mire a su derecha… Ahí verá una escultura de madera que representa al demonio Asmodeo —el guardián del secreto, según la tradición— sujetando una pila bautismal. Un demonio que le mira desafiante, como avisándole de que está entrando en un lugar entre prohibido y sagrado. No es para menos, porque descubrirá que sus pies reposan sobre un tablero de ajedrez. Y es que todo el suelo está formado por baldosas negras y blancas, del mismo modo que lo estaban en tiempos los templos de rosacruces y masones.
Los cuadros del interior de la iglesia representan las estaciones de la Pasión de Jesús de Nazaret. Parece, de buenas a primeras, lo lógico en un templo levantado para piadosos convencidos. Pero no; porque los detalles de los cuadros son inquietantes. En ellos, María Magdalena aparece dolosa sufriendo en sus carnes el castigo que el propio Jesús vivió camino de la cruz. Pero la satanizada mujer —así nos la ha pintado la Iglesia durante dos milenios— está embarazada en estos cuadros. Ciertamente, eso es lo que parece hacernos creer la simbología de esta iglesia: Jesús se desposó con la Magdalena y tuvo descendencia con ella. Ese sería el contenido de los pergaminos cifrados que encontró Sauniere y que serían parte del tesoro documental de cátaros y templarios. Un secreto que habrían dejado allí…
Cometería un error si únicamente visitara Rennes-le-Château en su viaje. En aquella misma zona se encuentra Montsegur, ese castillo edificado en una escarpada cumbre que fue asediado por los cruzados cuando los cátaros se refugiaron allí con su secreto. Dice la historia que los hombres blancos, los hombres buenos, esos cristianos puros y sabedores de la verdad de Jesús, lograron escapar a última hora de la espada cruzada dejando a buen recaudo su tesoro.
Desde entonces hasta ahora, diferentes grupos de iniciados y sociedades secretas habrían logrado preservar en esta región el auténtico Santo Grial, la copa en la que según la tradición José de Arimatea guardó la sangre derramada por Jesús de Nazaret. Pero el verdadero Grial no sería un cáliz, sino que sería el secreto de la descendencia sanguínea de Jesús de Nazaret. Una descendencia que, según esos pergaminos, se habría preservado con el paso de los siglos confundida entre varias dinastías, desde los merovingios a las casas reales europeas. Incluso hoy, algunos Borbones aseguran sentirse descendientes directos de Jesús de Nazaret. Es por ello que reclaman para sí la restauración de la monarquía en Francia, la tierra sobre la que pusieron sus pies, de acuerdo con esta tradición, los primeros hijos de Jesús y María Magdalena.
Tanto dinero logró recaudar aquel sacerdote hace un siglo que reedificó el pueblo por completo. Construyó una vivienda sacerdotal a la que llamó Villa Bethania, hoy transformada en un museo de mil recovecos y sorpresas. En uno de sus extremos levantó una torre, la torre Magdala, desde la que contempla la región del Languedoc como si de un vigilante se tratara. Y es que algo así se consideró a sí mismo Sauniere: el último vigilante y cifrador del gran secreto de la cristiandad…
Esté atento a todos los detalles; no deje de contemplar el fresco que decora la pared de la iglesia, en donde verá representada una tumba de piedra custodiada por pastores. Es una representación del cuadro
Et in Arcadia Ego
, del artista Nicolás Poussin, de quien se dice que perteneció a las mismas corrientes esotéricas que salvaguardaron el secreto más terrible de la historia.
Pues bien, esa tumba se encontraba en el monte Cardou, aquel del que antes les hablábamos. Alguien, hace no muchos años, la dinamitó. Si visita los castillos de la zona, incluido el de Puivert, ese en el cual Román Polansky rodó las escenas de
La novena puerta
, descubrirá que todos están orientados hacia este mistérico monte en donde estaba la que se dice que fue la tumba de Dios, a la que mira directamente y con toda la intención la lápida de la tumba de Sauniere, enterrado en un cementerio que estremece el alma junto a la que fue su ama de llaves, la guardiana de su vida, Marie Dedarnaud. También fue la ama de su corazón, la mujer a la que amó y deseó. Para aquel sacerdote, amarla no fue sacrilegio alguno. A fin de cuentas, había descubierto el Santo Grial, el gran tesoro de los cátaros, la descendencia de Jesús de Nazaret fruto de su amor con María Magdalena…
Tras la caída del Imperio Romano de Occidente, y con ello de sus formas de gobierno a través de instituciones que llevaban operando durante siglos, el poder de los bárbaros germanos se extendió durante el siglo V por buena parte de los otrora territorios bajo la influencia romana. En el caso de las Galias, geografía perteneciente a la actual Francia, diversos pueblos como visigodos y francos se asentaron en aquella latitud dando inicio a una suerte de reinados, los cuales fueron a la postre el fundamento esencial para el futuro Estado francés.