Pero detrás de la hermosa muchacha, Walter vio otra cosa que desencajó su rostro: Newen Cayuki, con su tamaño y fortaleza, tendido exánime en la entrada de la sala.
El hombre avanzó, haciendo a un lado a Cordelia.
—¡Dios mío! ¿Qué sucedió?
En la angustia que expresaba vio Cordelia que aquel hombre era de fiar.
—Está herido. Iba a darlo vuelta para ver, pero es muy pesado para nosotros.
—¿Nosotros? —el hombre echó un vistazo y sólo encontró al perro junto a la muchacha. De modo que aquellos dos ya se habían entendido. Cosa rara, Dashe era duro de pelar. Hasta él temía acercarse sin ser visto.
—¿Qué le pasó? —exclamó Walter mientras intentaba mover el hombro de Cayuki con cuidado.
—
Arrétez!...
—y la chica semidesnuda se agachó junto a él para colaborar en la ardua tarea de volver cara arriba a Newen. "Vaya piernas", pensó Walter, a pesar del momento. La belleza de la joven nublaba un poco su entendimiento. Jamás había visto una mujer que pareciera tan etérea y sensual al mismo tiempo. Cayuki era un hombre afortunado... si vivía para disfrutarlo.
El guardaparque tenía la camisa rasgada a la altura del estómago, y una fea mancha de sangre seca en todo el frente, que ahora se veía humedecida por el movimiento. La mancha se había extendido tanto que era difícil precisar el lugar de la herida. Walter temió lo peor. Ya Cordelia estaba terminando de romper la camisa con sus manos delicadas para dejar a la vista el vientre plano de Newen. La joven palpó la zona hasta dar con el lugar donde la sangre manaba abundante. Bajo la última costilla, el guardaparque tenía la piel rajada por una tremenda cuchillada. La herida mostraba sus labios abiertos y un color negruzco que espantó a Cordelia.
—
Mon Dieu!
Se ve fatal...
—Sí. Pero no está muerto quien pelea, ¿verdad? —murmuró Walter, y con un gesto de su cabeza señaló a Cordelia el rostro de Newen, que se contraía en una mueca de dolor.
—¡Está vivo! ¡Está vivo! ¡Oh,
merci, le bon Dieu!
Walter sonrió a pesar de la preocupación al ver con qué alegría la muchacha recibía la noticia. Sin duda, era un alma samaritana o sentía algo por el rudo guardaparque. Quién lo hubiera dicho...
—Señorita Cordelia. Debemos limpiar esta fea herida o se infectará. ¿Tiene a mano alcohol o desinfectante?
—Sólo agua de alibur, la que le puse en la frente. Pero el señor Cayuki debe tener un botiquín de primeros auxilios,
n'est-ce pas?
—Seguramente. ¿Por qué no mira en el cuarto de baño? Parece el lugar indicado.
—¡Oh, sí,
bien sûr!
Ya mismo voy.
—Tenga. Ésta es mi linterna. Con ella vine hasta aquí. Yo usaré la que lleva él en su cinto.
Mientras la muchacha corría en busca de los elementos, Walter se concentró en Cayuki. Su color se había vuelto cerúleo, pero respiraba acompasadamente y eso era bueno. ¿Qué diablos le habría sucedido? Tenía una cuchillada, sin duda, pero ¿de quién? Walter no le conocía enemigos, aunque tampoco podía decirse que tuviese amigos. Lo más probable era que hubiera tenido un encuentro desafortunado en el bosque con algún cazador. El artesano verificó que no hubiese otras heridas peores en el cuerpo de Newen. Le desabrochó el cinturón con todos sus aparejos, y comprobó que la pistola había desaparecido. Otra mala noticia. Estaba en el proceso de desnudar a Newen cuando apareció Cordelia con un estuche metálico entre las manos.
—Oh... —exclamó la joven al ver las largas piernas de Newen. No estaba más desnudo que ella misma con esa camisola azul, pero de todas formas se ruborizó.
A Walter le gustaba cada vez más la muchacha. Era una combinación deliciosa de candor y audacia. Y no carecía de valor, desde luego. Como fuera, ella sólita se las había ingeniado para acarrear al guardaparque. Estaba claro. Cuando vio la huella del arrastre por el sendero, Walter comprendió que algo malo sucedía. Quizá estuviese sugestionado por la preocupación de Lemos, pero la verdad era que había temido por la suerte de la joven. Y resultó que la víctima era Newen.
—Déjeme. Yo lo limpiaré. Usted vaya preparando la gasa y la venda. Corte así, ¿ve? Un trozo bien grande, doblado en varias partes.
Cordelia asintió y puso manos a la obra. Transcurrieron varios minutos durante los cuales sólo se escuchaba el roce cuidadoso de la gasa sobre la piel y la respiración del herido.
—Encienda un fuego. Lo va a necesitar. No debe enfriarse.
—
D'accord
—la muchacha brincó, dispuesta a colaborar en todo lo posible. Recordaba a Newen la última vez, encendiendo una antorcha de papel junto a la encimera, así que se dirigió allá y encontró lo que necesitaba. Comprobó con satisfacción que no era tan inútil después de todo. Al cabo de un rato, un alegre fuego crepitaba, caldeando también el espíritu de los improvisados enfermeros.
—¿Le duele? —preguntó suavemente Cordelia al acercarse.
—Sin duda. Por eso sabemos que está vivo, ¿no? Pero cuando despierte, necesitará calmantes.
Walter se incorporó sobre sus rodillas, después de la extenuante tarea de desinfectar y vendar al robusto guardaparque.
—¡Listo! Ahora todo depende de él, de su fortaleza. Quién sabe cuánto hacía que estaba herido en el bosque.
Cordelia juntó las manos graciosamente y murmuró una plegaria.
—¿Es usted francesa?
—No, sólo mi sangre lo es.
Walter sonrió con simpatía.
—Qué coincidencia. Mis abuelos eran franceses también, de la zona de Jura.
—Por eso el apellido. Sí, lo noté.
—Vamos, tenemos que acomodarlo cerca del fuego. Con cuidado para que no sangre. No sabemos cuánta sangre perdió ya. Así... de a poco... muy bien. Déme esas mantas, las que están sobre el banco. Vamos a cubrirlo hasta el cuello. ¿Tiene algo fuerte a mano?
—¿Algo fuerte?
—Algo para beber. Whisky. Cualquier cosa. ¿Cayuki no bebe?
—Bien, no lo sé. Nunca lo vi beber. Mi abuelo bebe cognac.
—Cualquier cosa estará bien.
—¿Va a darle alcohol?
—En realidad... pensaba en mí mismo —Walter rió—. Necesito un estímulo para recomponerme. Pero no estaría mal darle un poco a Cayuki cuando se despierte. Va a dolerle bastante.
—Espere —Cordelia se levantó y se dirigió al batiburrillo de cosas que llenaban los estantes sobre la encimera. Había botellas, frascos, latas, ninguna aclaraba cuál era el contenido, hasta que tuvo una idea. Si Newen bebía, era probable que guardara la botella en un lugar privado. Su dormitorio. Subió la escalerilla de troncos con agilidad, dejando pasmado a Walter con el espectáculo de sus piernas, y bajó inmediatamente con expresión de triunfo.
—Voilà!
En su mano sacudía una botellita oscura.
Walter destapó la botella y olió el contenido. Arrugó la nariz.
—
Chicha.
Lo suponía. Está bien, cualquier cosa es buena ahora —y se echó un sorbo al gorguero, para después ofrecerle a Cordelia.
La joven puso cara de asco.
—Oh, no, señor... No bebo cosas fuertes. Apenas champagne para brindar. Pero sólo mojo los labios.
—Bueno, téngalo a mano por si despierta. Lo va a necesitar. Escuche —dijo después, ya más serio—. Éste es un caso grave. Si alguien acuchilló a Cayuki, anda dando vueltas por ahí, en el bosque, a menos que esté asustado de lo que hizo y haya huido. Si usted no se opone, me quedaré esta noche a hacerle compañía. Puedo ser útil si hay que cambiarle el vendaje y, además, seremos dos contra el enemigo, ¿no? —y guiñó un ojo a la joven.
Cordelia aceptó el ofrecimiento, aliviada de tener con quién compartir su temor por la salud del guardaparque. No sabía qué habría hecho de estar completamente a solas.
—Prepararé un buen café —anunció contenta, para después agregar—. No se ilusione demasiado. No soy buena cocinera.
—Quédese junto a él. Si despierta, estará más feliz de ver su bonito rostro que el mío. Yo prepararé el café. ¿Cómo le gusta?
—Oh, bien dulce y...
—¿Sí?
—Bueno, me gusta con crema, pero no creo que el señor Cayuki...
Walter interrumpió sus dudas con una carcajada.
—No, el señor Cayuki no endulza su café... ni ninguna otra cosa.
Y se encaminó hacia la cocina, dispuesto a confortar a la bella joven con un buen café cargado.
Un dolor lacerante cortó la respiración de Newen cuando quiso moverse. Había soñado cosas rarísimas. Se veía a sí mismo en el suelo, mirando el cielo estrellado, mientras los pinos giraban a su alrededor. Después soñó con la maldita bruja. La veía saltar medio desnuda en torno suyo. Calor y frío se alternaban en el sueño, produciéndole una incomodidad que, finalmente, acabó por despertarlo. Pero no conseguía permanecer despierto. Los párpados le pesaban y la boca estaba pastosa, como si hubiese sufrido mucha sed. Quiso hablar, y sólo un graznido salió de su garganta. Antes de que pudiera intentarlo de nuevo, unas manos frescas lo tocaron con suavidad. Volvió a sumirse en un sopor, aunque extrañamente reconfortado.
—Mira, Walter, está despertando.
Después de tantas horas de vigilia, Walter y Cordelia habían pasado, sin proponérselo, a un tuteo amistoso. Walter llevaba la camisa roja arremangada y se encontraba descalzo, al igual que Cordelia. El fuego, alimentado durante toda la noche, caldeaba tanto la pequeña cabaña que el aire era sofocante. Dashe ya había salido y entrado varias veces, lo cual tranquilizaba a Cordelia. Si hubiese un merodeador, el perro ya lo habría detectado.
—¿Le doy agua?
—Esperemos. No parece muy despierto.
—Pero tiene los labios secos.
—Entonces, humedécelos con la gasa.
Cordelia empapó bien el trozo de gasa y deslizó la tela por los labios resecos de Newen, percibiendo que el hombre estaba ávido por beber.
—De a poco, es mejor. No tiene fiebre, ¿no?
Cordelia puso su blanca mano sobre la frente morena del indio.
—Parece que no.
—¿Así le tomas la fiebre?
Ella se mostró confundida ante la pregunta.
—¿Por qué?
—Pues... porque mi abuela francesa tenía un método infalible. Apoyaba sus labios sobre mi frente. Decía que no había termómetro mejor que ése.
Walter la miraba divertido. Aunque la muchacha no lo supiera, formaba un contraste encantador. Su delicada figura de porcelana junto a la rústica constitución de Cayuki. Walter no era ningún adivino, pero tenía un presentimiento sobre aquellos dos. Y si de él dependía, iba a colaborar todo lo que pudiera. Bien se merecía Cayuki una mujer que lo cuidara, durase lo que durase.
Cordelia acercó su rostro al de Newen, percibiendo el cálido aliento de él. Con delicadeza, apartó el cabello lacio de la frente, donde el rasguño ya había cicatrizado, y presionó suavemente sus labios sobre la piel húmeda. El contacto la electrizó y apartó los labios, sorprendida.
—¿Y bien? —insistió Walter.
—Pues... no lo sé. Tengo que probar otra vez.
—¡Claro! Adelante. Tenemos que estar seguros.
Walter se divertía como nunca al ver el azoramiento de la joven.
Vio cómo ella mantenía el contacto por más tiempo esta vez, y cómo sus largos cabellos rubios se desparramaban sobre el pecho y el cuello del guardaparque, formando un manto de hilos de oro que parecía la protección de un hada.
Cuando se incorporó, la muchacha se veía algo cohibida, aunque se las arregló para parecer desenvuelta frente al hombre.
—
A mon amis,
no tiene fiebre.
—Eso es bueno. Quiere decir que la herida no alcanzó a infectarse.
Walter se sentó junto a la joven, recogiendo sus piernas al estilo Buda.
—A ver, amigo mío... No nos asustes más de la cuenta. A ver cuándo despiertas.
Como convocado por un brujo, Newen entreabrió los párpados. Sus pupilas negras se deslizaron por las vigas del techo y vagaron perdidas por el ambiente iluminado por la luz del amanecer, hasta que encontraron los ojos hechiceros que serían su ruina clavados en él. Permaneció mirando aquel bello rostro que a la pálida luz del día se veía algo demacrado. Frunció el ceño y trató de recordar cómo había llegado ella a su lado, si él se encontraba en el bosque, persiguiendo... Ah, el maldito furtivo... lo había atacado cuando menos lo esperaba. Es que su mente ya no estaba concentrada en el trabajo. Tenía la mitad del pensamiento perdido en la muchacha. Era un clavo en su pie. Tenía que sacárselo aunque doliera. Eso era lo que él iba pensando cuando aquel hombre le salió al cruce.
Entonces captó otro movimiento a su izquierda y la conocida cara del artesano blanco apareció ante él. Sonreía, aunque lo miraba con atención. ¿Qué hacía allí Walter Foyer?
—Bienvenido a tu casa, Cayuki. Linda manera de dormir la tuya, en medio del bosque.
—Shhh... Walter, que el pobre debe estar sufriendo.
"Walter", le decía ella al hombre. Como si fuese su amigo. Como cuando tomó la mano de Lemos y reían juntos. Newen sintió un ardor interno que nada tenía que ver con su herida. Clavó sus ojos en Cordelia, que parecía sinceramente preocupada y también lo observaba con detenimiento.
—Estoy...
—Está herido, sí. Pero gracias a Dashe, lo hemos salvado.
A la mención de su nombre en los dulces labios de la muchacha, Dashe se acercó al cuerpo de Newen y lo olfateó con anhelo. El guardaparque cerró los ojos, agradecido. Había temido por Dashe. Cuando fue atacado, escuchó un disparo y un aullido. Después, la oscuridad se abatió sobre él hasta que recuperó el conocimiento y pudo arrastrarse lo más cerca posible de su cabaña. Le sorprendía que la muchacha hubiese podido hacer algo por él. Con la ayuda de Walter, sin duda. Esa idea le hizo fruncir el ceño.
—¿No está agradecido de estar vivo? Señor, un poco de gratitud no le hace mal a nadie.
¿N'est-ce pas,
Walter?
—Completamente de acuerdo —dijo el artesano, divertido—. Pero tratándose de Cayuki, es difícil discernir si está contento o enojado. Amigo, esta dulce jovencita ha velado por ti durante toda la noche. Merece, creo yo, una sonrisa, al menos.
Newen miró la cara de Cordelia, que sonreía trémula. Se veía preciosa, más etérea a la luz lechosa del nuevo día, pero se adivinaba el cansancio en las ojeras y en la palidez de sus labios. Pensar que ella lo había cuidado, ayudada o no, le provocó sentimientos encontrados. Quería odiarla y alejarla de él y, sin embargo, saberla preocupada por su salud lo reconfortaba de un modo inexplicable.