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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El Triunfo (31 page)

BOOK: El Triunfo
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—¿El enemigo? —le recordó Garald.

—¡Oh, sí! Bueno, ¿qué otra cosa podía hacer, Alteza? Corrí por el campo de batalla un poco pero, aunque resultaba indudablemente entretenido, advertí de repente que existía la posibilidad de que viera la luz, por decirlo así, de una forma dolorosa. El que me perforen un agujero en la cabeza no es mi idea de una experiencia luminosa. No obstante —continuó Simkin, haciendo surgir del aire el pañuelo de seda naranja y pasándoselo con delicadeza por la nariz—, decidí hacer algo por mi país, así que, con gran riesgo para mí, determiné —perfiló un dramático gesto con el pañuelo naranja— ¡convertirme en un espía!

—Sigue.

—Desde luego. A propósito, Joram, querido compañero —siguió Simkin, recostado entre abundantes almohadones de seda—, ¿te he dicho que estoy encantado de verte? —Agitó el pañuelo naranja en el aire—. Tienes un aspecto espléndido, aunque debo decir que los años no te favorecen nada.

—¡
Si
estuviste en el campamento enemigo, explícanos lo que viste! —lo instó Joram.

—¡Claro que estuve allí! —repuso Simkin, alisándose el bigote con un delgado dedo—. ¿Tengo que demostrártelo, Rey mío? Después de todo, soy tu bufón. ¿Lo recuerdas? ¿Dos cartas de la Muerte? ¿Morir tú dos veces? Se rieron de mí entonces —miró a Mosiah y a Saryon con malicia—, pero ahora su actitud ha cambiado. Me costó muchísimo introducirme en el campamento. El Corredor está lleno de cosas negras y espeluznantes —en este punto, dedicó una mirada cáustica a los
Duuk-tsarith
— que acechan al enemigo.

»Por cierto, eso se va a acabar —añadió con indiferencia—. Un viejo amigo tuyo que se llama a sí mismo "Dun Duu el Hechicero", o algo parecido, ha sellado el Corredor.

Los labios de Joram se quedaron lívidos, palideció de tal forma que Saryon se colocó junto a él, y apoyó la mano sobre su brazo para darle aliento. «Ya está», pensó Saryon, «ha sucedido lo que ha estado temiendo desde el principio».

—Menju —rectificó Joram con un hilillo de voz.

—¿Qué has dicho? ¿Menju? ¡Eso es! ¡Un nombre horroroso! Sin embargo, se trata de un individuo encantador. Viaja con un tipo ordinario: un militar bajo y rechoncho que no bebe té. Sin embargo, allí estaba yo, una perfecta tetera colocada sobre su escritorio. Ese individuo vulgar me hizo sacar por un tosco sargento, bastante tonto, afortunadamente. Me resultó la cosa más sencilla del mundo regresar a la mesa cuando se distrajo. Oye, querido muchacho, ¿me estás escuchando?

Joram no le contestó. Apartó a Saryon con suavidad, y se dirigió a ciegas hasta la chimenea, barriendo el suelo con su túnica blanca. Se agarró con fuerza al borde de la repisa y clavó la vista en los rescoldos del fuego moribundo, su rostro aparecía cansado y preocupado.

—¡Está aquí! —dijo al fin—. La verdad es que lo esperaba. Pero ¿cómo lo ha conseguido? ¿Se escapó o lo liberaron? —Se volvió para mirar a Simkin con ojos que ardían con más fuerza que las llameantes brasas—. Describe a ese hombre. ¿Qué aspecto tiene?

—Un demonio muy apuesto. Sesenta años, aunque pretende pasar tan sólo por treinta y nueve. Alto, ancho de espaldas, pelo canoso, una dentadura perfecta. No creo que sean suyos esos dientes, por cierto. Y vestido con unas ropas terriblemente sosas...

—¡Es él! —masculló Joram, golpeando con el puño en la repisa con repentina furia.

—Y está al mando, querido amigo. Al parecer ese mayor Boris estaba decidido a largarse y... ¡Ja, ja! Sucedió algo muy divertido, tengo que mencionarlo aunque sea someramente. El Hechicero, ¡ja, ja!, mutó la mano del mayor. ¡La transformó en una pata de gallina! La expresión que apareció en el rostro de ese pobre desgraciado... ¡os aseguro que no tenía precio el contemplarlo! ¡Ah, bueno! —se recompuso Simkin mientras secaba sus ojos—. Supongo que tendríais que haber estado para poder juzgarla. ¿Por dónde iba? ¡Oh!, sí. El mayor estaba dispuesto a cesar el ataque y pactar, pero ese... ¿cómo dijiste que se llamaba? ¿Menju? Sí. Ese Menju cambió la mano del pobre Boris por un muslito, lo cual hizo que el mayor se comportara como un «gallina» y se rajara, si me perdonáis la expresión.

Simkin pareció estar muy satisfecho de su ocurrencia.

—¿Y? —siguió preguntando Joram.

—¿Y qué? ¡Oh!, pues que el mayor no se va.

—Joram... —empezó Garald con severidad.

—¿Qué planean hacer? —preguntó Joram, silenciando al príncipe.

—Utilizaron una palabra —respondió Simkin al tiempo que se acariciaba el bigote, pensativo— que lo describía con mucha exactitud. Déjame pensar... ¡Ah! ¡Ya lo tengo! ¡Genocidio!

—¿Genocidio? —repitió Garald perplejo—. ¿Qué significa?

—El exterminio de toda una raza —contestó Joram con voz lúgubre—. Tiene sentido, desde luego. Menju necesita matarnos a todos.

4. ¡Que Almin se apiade de nosotros!

—¡Joram, no hables tan alto! —ordenó Mosiah.

Era ya demasiado tarde. La puerta que separaba las dos habitaciones se abrió y apareció lady Rosamund, con el rostro lívido. Era evidente que tanto ella como Marie habían oído a Joram; tan sólo Gwendolyn permanecía indiferente, sentada en la salita y charlando tranquilamente con el difunto conde Devon.

—Estoy segura de que volverán a poner la vitrina de la porcelana en la pared norte, ahora que les he explicado el motivo —decía—. ¿Hay alguna otra cosa? Ratones, decís, ¿en el desván? ¿Se están comiendo vuestro retrato que está guardado allí arriba? Lo mencionaré, pero...

Aturdida, lady Rosamund pasó la mirada de su hija a su esposo.

—¡Ratones! ¡Vitrinas para la porcelana!... Y ahora... ¿qué es lo que escucho? ¿Van a matarnos? ¿Por qué? ¿Por qué sucede todo esto? —Hundió la cabeza entre las manos y empezó a sollozar.

—Querida mía, tranquilízate —intentó calmarla lord Samuels, corriendo a su lado. La tomó entre sus brazos y la obligó a apoyar la cabeza sobre su pecho, acariciando sus cabellos con una mano—. Piensa en los niños —murmuró—, y en los criados.

—¡Lo sé! —Lady Rosamund mordió su pañuelo en un intento de acallar su llanto—. ¡Seré fuerte! ¡Lo seré! —afirmó atragantándose—. ¡Sólo que son demasiadas cosas! ¡Mi pobre niña! ¡Mi pobre niña!

—Caballeros, Alteza —Lord Samuels se volvió hacia el interior del estudio—, os ruego me disculpéis. Ven, querida —dijo mientras ayudaba a su esposa a sostenerse en pie—. Te llevaré a tu habitación. Todo va a ir bien. Marie, quédate con mi hija.

—Gwendolyn estará bien, mi señor —intervino el Padre Saryon—. Yo me quedaré con ella. Marie debería permanecer con su señora.

Lord Samuels condujo a su esposa arriba, con Marie ayudándola también, y el Padre Saryon se sentó en una silla cerca de Gwendolyn, mirándola ansioso para ver si aquella noticia producía en ella alguna alteración. Al parecer no ocurrió así. La muchacha se sentía tan cómoda en el mundo de los muertos que no atendía en absoluto a lo que sucedía en el de los vivos.

—Padre —llamó Joram bruscamente al tiempo que se volvía desde el lugar que ocupaba junto a la chimenea del estudio—, por favor, colocaos más cerca de modo que nos podáis oír. Necesito vuestro consejo.

«¿Qué consejo puedo ofrecer?», se preguntó el catalista con amargura. Joram trajo la perdición a la mujer que amaba, a los padres de ésta, al mundo y a sí mismo.

¿Tuvo elección? ¿La tuvimos nosotros?

Saryon le dio unas palmaditas a Gwendolyn en la mano, y la dejó discutiendo con el conde sobre la necesidad de adquirir un gato. Acercó su silla a la puerta que separaba la sala del estudio y se sentó, sentía tal peso en el corazón que apenas si podía soportarlo. «¿Qué hará ahora?», se preguntó el catalista, los ojos fijos en Joram. «¿Qué?»

Joram levantó la cabeza y lo miró a los ojos, casi como si hubiera oído aquella pregunta no formulada, y Saryon sintió que el corazón le caía a los pies, arrastrado por el peso de sus temores. Las líneas de dolor y de angustia grabadas en aquel rostro cincelado se habían desintegrado y ahora aparecía liso, duro e inflexible. El sangrante espíritu se había arrastrado hasta su fortaleza de piedra y se ocultaba allí, lamiendo sus heridas.

—Genocidio. Eso lo explica todo —empezó Joram fríamente—. El asesinato de los civiles, la desaparición de los catalistas...

—¡Joram, escúchame! —interrumpió el príncipe Garald con severidad, haciendo un gesto en dirección a Simkin, que permanecía repantingado sobre el diván, con los ojos cerrados—. ¿Cómo entendió
él
lo que decían?

—¡Almin bendito! —juró Joram en voz baja—. ¡Es cierto! —Se apartó de la chimenea—. ¿Cómo
comprendiste
sus palabras, Simkin? Tú no conoces su idioma.

—¿No? —Los ojos de Simkin se abrieron de par en par. Pareció muy asombrado—. ¡Por Júpiter! ¡Ojalá alguien me lo hubiera dicho! Estuve perdiendo el tiempo miserablemente, allí sobre el escritorio del mayor, permitiendo que aquel grosero sargento saliera corriendo conmigo, escuchándolos hablar de pedir refuerzos, enterándome de que éstos no podrían llegar hasta al cabo de setenta y dos horas... ¿Y ahora insinuáis que no capté el significado de sus frases? ¡Me siento desconcertado! —Simkin les dedicó una furiosa mirada, indignado—. ¡Vuestra obligación consistía en avisarme antes!

Simkin aspiró con fuerza por la nariz, se secó luego ésta con el pañuelo de seda naranja y, tras dejarse caer de espaldas sobre los almohadones del diván, permaneció contemplando el techo con expresión lúgubre.

—Setenta y dos horas —murmuró Joram para sí—. Eso es lo que se tarda en llegar desde la base estelar más cercana...

—¿Le crees? —exigió Garald.

—¡Tengo que hacerlo! —replicó Joram—. Y vos también debéis intentarlo —añadió inexorable—. No sé cómo explicarlo, pero ha visto al Hechicero. ¡Los ha descrito, a él y al mayor Boris! Y lo que afirma que oyó tiene sentido. ¡Boris
no
vino aquí con órdenes de masacrarnos! No hay duda de que su misión era intimidarnos con una demostración de fuerza, imaginando que nos rendiríamos. Pero Menju no se conforma con eso. —Joram apartó su mirada de Garald para dirigirla de nuevo a los vacilantes rescoldos del fuego—. Él quiere la magia. Es de este mundo. Quiere regresar a él y obtener el poder que hay aquí. ¡Y quiere muertos a todos los habitantes que podemos significar una amenaza para él!

—Por eso toma prisioneros a los catalistas —completó Saryon, comprendiendo de repente—. Los está utilizando para que le den Vida...

—... Y utiliza esa Vida para intimidar al mayor Boris y sellar el Corredor.

—¡No lo creo! ¡Esto es ridículo! —De pie entre las sombras del estudio, prácticamente olvidado de todos, Mosiah había escuchado incrédulo la historia de Simkin. Ahora, se adelantó y paseó la mirada del príncipe a Joram y de éste a Saryon, suplicante—. ¡Simkin se lo ha inventado! ¡No podrían matarnos a todos,
a cada uno
de los habitantes de Thimhallan! ¡Somos miles, millones de personas!

—Pueden y lo harán —respondió Joram categórico—. Han cometido genocidios antiguamente en su propio mundo y cuando se lanzaron hacia las estrellas y encontraron vida allí, se condujeron de igual forma, exterminaron a gran número de seres cuyo único crimen era ser
diferentes
. Han desarrollado sistemas de una gran eficacia para matar, armas capaces de aniquilar poblaciones enteras en cuestión de minutos.

»Sin embargo, no las utilizarán en este mundo —añadió Joram, pensativo—. Menju necesita que la magia permanezca intacta, sin que nada la perturbe. No se arriesgaría a emplear un arma de alto poder que pudiera alterar la Vida.

Garald sacudió la cabeza con frustración, evidentemente no comprendía nada.

—Estoy de acuerdo con Mosiah. ¡Es imposible!

—¡No, no lo es! —exclamó Joram airado—. ¡Sacaos esa idea de la cabeza! ¡Admitid el peligro! ¡Aquí hay millones de seres, sí! ¡Pero hay cientos de miles de millones en el Más Allá! Sus ejércitos son colosales. ¡Si quieren pueden disponer de tres soldados por cada habitante de Thimhallan!

«Lucharemos. Defenderemos nuestras ciudades —Joram se encogió de hombros—, pero al final acabaremos perdiendo, nos aplastarán simplemente porque nos sobrepasan en número. Aquellos que sobrevivan a los asedios y a las batallas serán acorralados de manera sistemática y eliminados: hombres, mujeres y niños. El Hechicero salvará a unos cientos de catalistas, para asegurarse de que su estirpe no desaparezca y el resto se extinguirá. Obtendrá el control de este mundo, de su magia, y él, y aquellos que son como él en el mundo del Más Allá, se volverán invencibles.

—El fin del mundo. —Garald habló sin pensar. Saryon lo vio enrojecer y dirigió una rápida mirada a Joram—. ¡Maldita sea! —exclamó el príncipe, golpeando el escritorio con ambas manos—. ¡Tenemos que detenerlos! ¡Debe haber un medio!

Joram no contestó inmediatamente. El fuego lanzó una llamarada y, por un instante, Saryon percibió a la luz de las llamas cómo los labios de aquél se curvaban en una sombría mueca; de repente, el catalista ya no se encontraba en casa de lord Samuels, ni en una Merilon cubierta de nieve, sino en la herrería del poblado de los Hechiceros. Distinguió el brillo de los tizones en aquellos ojos oscuros, vio al muchacho golpeando con un martillo un metal que refulgía de una forma extraña y, una vez más, recordó al amargado y vengativo joven que forjaba la Espada Arcana...

Alguien más pensó en aquel joven; otro de los presentes al contemplarlo, lo rememoró. Mosiah observó al hombre que, un año antes, había sido su mejor amigo, aunque ahora ya no lo conocía.

En medio de la excitación y el peligro que habían cundido el día y la noche anteriores, el joven había conseguido evitar mirar a Joram, el hombre que había envejecido nueve años más que él, que había vivido en otro mundo, que había visto maravillas para él inimaginables e incomprensibles. Ahora, en aquel forzado silencio, cargado de temor, Mosiah ya no pudo retrasar por más tiempo el examen de aquel rostro que conocía tan bien y que, sin embargo, le era completamente ajeno. Las lágrimas empañaron sus ojos y se reprendió a sí mismo, consciente de que debería sentirse preocupado por aquella otra tragedia de mayor importancia: la inminente destrucción de su gente, de su mundo; pero aquello era algo demasiado vasto, demasiado horrible para llegar a asimilarlo. Se concentró en su reducido drama personal, sintiéndose egoísta, mas incapaz de actuar de otra forma. Escuchar la voz de Joram era como oír a alguien que estaba muerto, como si se tratara del fantasma de su amigo que hablase a través de aquel extraño.

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