La compostura del Hechicero se alteró imperceptiblemente, pero el Patriarca no dejó de observar la rápida e intensa llamarada airada que apareció en sus ojos, ni la ojeada que lanzó a Simkin. Si aquel Hechicero fuera un
Duuk-tsarith
, Simkin sería ahora una mancha de grasa sobre el sofá. «Así que Menju no conoce al Bufón tan bien, después de todo», pensó Vanya con aire satisfecho.
—Por favor, no os precipitéis, Divinidad —dijo Menju en tono apaciguador—. ¡Seguramente comprenderéis que debemos actuar para protegernos! Las tropas adicionales que hemos pedido serán utilizadas únicamente si vuestro pueblo nos ataca.
La bota del mayor Boris chirrió contra el suelo. Vanya lo miró veloz y observó cómo el hombre se removía inquieto en su asiento.
—En cuanto a espías, nos tropezamos con este tipo espiando en
nuestro
cuartel general y...
Simkin, con una sonrisa, hizo que se volviera a arrollar la punta de su zapato.
—¿Qué puedo decir? —respondió con modestia—. Me sentía aburrido.
—... Al ver que adoptaba un punto de vista razonable de la situación, lo enviamos de vuelta a Joram, esperando, lo confieso, asustarlo para que pidiera la paz —continuó el Hechicero, algo irritado por la interrupción.
Menju se detuvo, luego se inclinó hacia adelante, su mano se posó sobre el escritorio de Vanya. Cuando volvió a hablar su voz era profunda y solemne.
—Seamos francos el uno con el otro, Divinidad. Joram es la causa de esta terrible guerra. Una naturaleza sombría y apasionada como la suya, combinada con una fina inteligencia, lo convierte en un criminal, en un proscrito de cualquier sociedad —el atractivo rostro del Hechicero se ensombreció—. Se me ha contado que asesinó en este mundo. En el nuestro se ha conducido incluso con más vileza.
El Patriarca Vanya se mostraba cuidadosamente indeciso.
—¡Joram estuvo fuera de Thimhallan diez años! ¿Por qué creéis que se molestó en regresar? ¿A causa de su gran amor por él? —El Hechicero se mofó de la idea—. ¡Ambos sabemos muy bien la razón! Joram se jactaba muy a menudo ante mí de cómo había escapado al castigo que tanto merecía. De la misma forma huyó de la pena que se le impuso en nuestro mundo. ¡Volvió aquí porque se lo buscaba, se lo perseguía! ¡Volvió aquí, así me lo confesó, para obtener su venganza! ¡Para cumplir la Profecía!
El mayor Boris se puso en pie de un salto. Hundió las manos en los bolsillos y anduvo rápidamente hasta el otro extremo de la habitación. Vanya pudo apreciar el rubor que recorría la parte trasera de su grueso cuello, justo por encima de la camisa. Cuando estuvo ante la pared transparente, el mayor extendió una mano para apartar el tapiz.
—Yo no tocaría eso, si fuera vos, mayor —advirtió Vanya con frialdad—. Los
Duuk-tsarith
montan guardia fuera de la Catedral. Si os ven, no podré hacer nada para protegeros.
—¡Hace demasiado calor aquí dentro! —exclamó el mayor con voz ronca, tirando del cuello de su camisa.
—El mayor padece de claustrofobia —empezó el Hechicero.
—No tenéis que disculpar al mayor —interrumpió Vanya—. Conozco su tipo.
Menju se recostó en su asiento y estudió al Patriarca con una mirada especulativa por entre sus entornados párpados. De pie al otro extremo de la habitación, el oficial se secaba el sudor que cubría su rostro y se pasaba un dedo por entre el cuello de la camisa y el suyo. El Cardinal, en respuesta a un rápido gesto de su Patriarca, se levantó sin hacer ruido de su silla y fue a hacerle compañía al militar. Se colocó junto a él, e inició una conversación inconexa y unilateral.
Vanya miró en dirección a Simkin, pero un ronquido proveniente del sofá le indicó que el joven había vuelto a dormirse.
Su Divinidad, tras dar la impresión de que se permitía ser persuadido, contempló a Menju con la debida seriedad.
—Escucharé, por el bien del mundo, lo que tenéis que ofrecer. No considero necesario involucrar a los militares en estos asuntos, ¿estáis de acuerdo? Ellos comprenden bien poco del arte de la negociación y la diplomacia.
El Hechicero hizo un gesto de asentimiento con su elegante mano.
—No podría compartir más vuestra opinión, Divinidad.
—Muy bien. Mi único deseo es que terminemos con esta trágica guerra. Tal como decís, yo también creo que Joram es su causante. ¿Qué es, pues, lo que queréis de mí?
—A Joram... y a su esposa. Vivos.
—Imposible.
—¿Por qué? —El Hechicero se encogió de hombros—. Seguramente vos...
Vanya lo interrumpió.
—A Joram lo protegen los
Duuk-tsarith
. Habéis estado fuera mucho tiempo, pero debéis
recordarlos
, ¿verdad?
Era evidente que el Hechicero no los habría olvidado. Con el rostro algo más pálido, miró a Vanya, irritado.
—Recuerdo que vosotros, los catalistas, tenéis a un miembro de los
Duuk-tsarith
que actúa únicamente para vosotros.
—¡Ah! El Verdugo —asintió el Patriarca.
El Hechicero palideció aún más, su respiración se hizo fatigosa.
—¿Confío en que no padeceréis claustrofobia vos también? —preguntó Vanya.
—No —respondió el otro con una sonrisa demudada—. Me afligen... viejos recuerdos. —Se ajustó nerviosamente los puños de su camisa.
—El Verdugo puede sernos útil —empezó Vanya, frunciendo el ceño, aunque se sintió muy satisfecho al ver el desconcierto del mago—. No obstante, El Manantial tiene oídos y ojos y una boca. Joram es ahora el niño mimado de las masas. No puedo verme involucrado en ningún incidente.
—Veamos —se oyó decir a una voz fatigada—, exactamente, ¿qué es lo que pensáis hacer con Joram de todos modos?
El Patriarca dirigió una penetrante mirada al mago, quien se la devolvió a su vez. Ambos dirigieron la vista cautelosamente a Simkin. Tendido todavía en el diván, la cabeza levantada y descansando en su mano, el joven los miraba con aburrida curiosidad.
—Será devuelto a mi mundo para recibir su justo castigo —afirmó Menju.
—¿Y su esposa demente?
—¡Recibirá los cuidados que necesita! —repuso el Hechicero con severidad—. En mi mundo hay personas preparadas para tratar la demencia. Joram se ha negado siempre a que se acercaran a ella...
—Así que Joram tiene que regresar a
tu mundo
—continuó Simkin con un vago énfasis en sus palabras—, mientras que todos los habitantes de este mundo...
—Permanecerán aquí para vivir en paz y seguridad, a salvo de las maquinaciones de Joram, su archienemigo, tal y como discutimos antes —interpuso el Hechicero limpiamente, su mirada fija e inmutable sobre Simkin.
—Ya —dijo Simkin, y volvió a tumbarse.
—De hecho —prosiguió Menju, volviéndose en dirección al Patriarca tras observar prolongadamente a Simkin—, puedo arreglar que el juicio de Joram se retransmita a este planeta. Sería un vínculo entre nuestros mundos. Creo que os parecería fascinante, Eminencia. Poseemos enormes cajas de metal que podemos instalar aquí en vuestro despacho. Si adosamos algunos cordones y cables, vos podréis contemplar esa caja y ver imágenes de lo que está sucediendo en nuestro mundo a millones de kilómetros de distancia...
—¡Cajas de metal! ¡Cordones y cables! ¡Herramientas de las Artes Arcanas! —tronó Vanya—. ¡Llevaos a Joram de este mundo, y luego dejadnos en paz!
Menju sonrió, encogiéndose de hombros.
—Como queráis, Eminencia. Lo que nos devuelve a la cuestión de Joram.
—¡Cuántas tonterías! —exclamó Simkin de mal talante, al tiempo que se incorporaba—. ¿Os dais cuenta de que hace horas que deberíamos haber cenado? ¡Y yo no he probado bocado en todo el día! Toda esta charla sobre
Duuk-tsarith
y Verdugos no es muy apropiada para despertar el apetito. —El pedazo de seda naranja se materializó en el aire y revoloteó hasta la mano de Simkin—. ¿Queréis a Joram? Nada más fácil. Tú, Dientes Largos —agitó el pañuelo en dirección al Hechicero—, eres, supongo, perfectamente capaz de capturarlo.
—Sí, desde luego. Pero se los debe coger desprevenidos a él y a su esposa. No debe sospechar.
—¡Nada más simple!
Tengo
un plan —interpuso Simkin arrogante—. Dejádmelo todo a mí.
El Hechicero y Vanya miraron a Simkin con desconfianza.
—Te pido perdón, amigo Simkin —se disculpó Menju—, si parezco vacilar en aceptar tu generosa oferta. Pero conozco muy poco sobre ti, a excepción de lo que me ha contado Joram, y sabemos que puede tramar cualquier falsedad o engaño. ¿Debo confiar en ti?
—Yo no lo haría —afirmó Simkin con franqueza mientras se alisaba el bigote—. No hay un alma que lo haga, excepto una —empezó a canturrear para sí y le dio forma de lazo al pañuelo naranja.
—¿Y ésta es?
—Joram.
—¡Joram! ¿Por qué iba a confiar él en ti?
—Porque es terco por naturaleza. —El joven anudó el pañuelo naranja por encima del lazo—. Porque jamás le he dado ningún motivo para que confíe en mí. Muy al contrario y, sin embargo, lo hace, lo cual me resulta una constante fuente de diversión.
Simkin metió la cabeza a través del lazo que había hecho con el pedazo de seda, miró al Hechicero y le guiñó un ojo.
Menju arrugó el ceño.
—Protesto, Divinidad. No me gusta esta idea.
Simkin bostezó.
—¡Oh, vamos! Sé honrado. No es la propuesta lo que no te agrada. ¡Soy yo! —Aspiró con indignación—. Me siento terriblemente insultado, o me sentiría —añadió tras un momento de reflexión—, si no estuviera tan hambriento.
El Patriarca Vanya emitió un ruidito que bien podría haber sido una carcajada a expensas del Hechicero. Al volverse para mirarlo, el mago vio la expresión de desprecio en el rostro del Patriarca y enrojeció.
—¡Él mismo admite que no podemos confiar en él! —dijo Menju con alguna aspereza.
—Es su forma de ser —respondió Vanya tajante—. Simkin ha hecho trabajos para nosotros con anterioridad de forma satisfactoria y, por lo que habéis contado, también para vos. No hay mucho tiempo. ¿Tenéis alguna alternativa?
Menju contempló al Patriarca fría y pensativamente.
—No —replicó.
—¡Ah! —Simkin lanzó una risa regocijada—. Como exclamó la duquesa d'Longville cuando su sexto esposo cayó muerto a sus pies: «¡Al fin!». Ahora, pongámonos a prepararlo. —Se frotó las manos excitado—. ¡Esto va a ser una gran juerga! ¿Cuándo lo haremos?
—Debe ser mañana —apremió el Hechicero—. Si, según tú, planea atacar al anochecer, debemos detenerlo antes. Tras su captura podremos iniciar las negociaciones de paz.
—Sólo hay un pequeño detalle —interpuso el Patriarca—. Podéis quedaros a Joram y hacer lo que queráis con él, pero se nos ha de devolver la Espada Arcana.
—Me temo que eso es totalmente imposible —respondió con suavidad el Hechicero.
Vanya lo miró furioso, frunciendo el ceño.
—¡Entonces no sirve de nada negociar! ¡Vuestras condiciones son inaceptables!
—¡Vamos, vamos, Divinidad! ¡Después de todo, somos nosotros los que estamos amenazados por vuestras fuerzas! ¡Debemos protegernos de un posible ataque!
Nosotros
guardaremos la Espada Arcana.
El Patriarca frunció aún más el ceño, tarea harto difícil con una parte del rostro paralizado y fláccido como su brazo inútil.
—¿Por qué? ¿Qué puede importaros ella a vos?
El Hechicero se encogió de hombros.
—La Espada Arcana se ha convertido en un símbolo para vuestra gente. Su pérdida, y el descubrimiento de que su Emperador es, en realidad, un asesino, los desmoralizará. ¿Dudáis por esta nadería, Eminencia? ¡No es más que una espada!, ¿no es así? —preguntó con suavidad.
—¡Es un arma diabólica! —replicó Vanya con dureza—. ¡Un instrumento del demonio!
—¡Entonces deberíais dar gracias por poderos deshacer de ella! —El Hechicero extendió los brazos y se ajustó de nuevo los puños de la camisa. Esta vez, no obstante, parecía seguro de sí mismo, había recuperado su compostura—. A cambio de esta muestra de buena voluntad por parte de vuestro mundo, pediré al mayor Boris que envíe un mensaje a mi mundo para cancelar la demanda de refuerzos. Entonces vuestro pueblo y el mío podrán iniciar las negociaciones de paz formalmente. ¿Estáis de acuerdo?
Los orificios de la nariz del Patriarca Vanya se ensancharon. Con una furiosa mirada a Menju, aspiró con fuerza por la nariz, su mano rechoncha dejó súbitamente de arrastrarse por encima del escritorio, sus dedos se curvaron como las puntas de los zapatos de Simkin.
—Parece que no disponemos de mucho donde escoger.
—Bien, ¿tenéis alguna sugerencia sobre dónde y cómo capturar a Joram?
El Patriarca cambió de posición en el sillón y al hacerlo, su mano paralizada resbaló de su regazo. Subrepticiamente, la sujetó con la otra mano, mirando de reojo al mago para comprobar si lo observaba. «¡Piensa que soy un estúpido!», se dijo Vanya, colocando la mano de nuevo en su lugar. «¡De modo que es la espada lo que quiere! ¿Por qué? ¿Qué
sabe
sobre ella?»
El Patriarca adoptó una expresión de indiferencia.
—La captura de Joram es cosa vuestra y de Simkin, me temo. Yo no entiendo de estas sórdidas cuestiones. Soy un clérigo, después de todo.
—¡Oh, claro! —Simkin suspiró exasperado—. ¡Esto está durando demasiado! Frase también pronunciada por la duquesa, al ver que su esposo tardaba una barbaridad de tiempo en morir. Ya os he dicho que lo tengo todo planeado.
Simkin extendió el pañuelo de seda sobre la mesa de Vanya y paseó la mano por encima de él, al instante aparecieron unas letras en su superficie.
—Chisst... —siseó al ver que Menju las iba a leer en voz alta—. El Manantial tiene oídos y ojos, ya lo sabéis. Encontraos conmigo aquí —indicó un nombre de lugar sobre el pañuelo de seda—, mañana al mediodía. Tendréis a Joram y a su esposa, ambos totalmente a vuestra merced y tan confiados como bebés.
El Patriarca Vanya, los labios muy apretados, los ojos prácticamente enterrados en varias capas de grasa, examinó el nombre escrito y palideció intensamente.
—¡Ahí no es en absoluto posible!
—¿Por qué? —lo interrogó Menju fríamente.
—¡Sin duda debéis conocer su historia! —exclamó Vanya, observando al Hechicero con incredulidad.
—¡Bah! ¡No creo en fantasmas desde que tenía cinco años! Por las descripciones que recuerdo vagamente haber leído sobre ese lugar, se ajustará muy bien a mis planes. Además, empiezo a comprender en qué consiste el plan de Simkin para llevar a Joram allí sin que sospeche. De lo más ingenioso, amigo mío. —El mago se dirigió con suspicacia al Patriarca—. No estaréis utilizando este pretexto para libraros de nuestro acuerdo, ¿verdad, Divinidad?