El Triunfo (30 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: El Triunfo
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—Los
Duuk-tsarith
ya están trabajando en ello —intervino Garald—, pero se necesitará una extraordinaria cantidad de Vida, un poco de cada persona Viva de Thimhallan, al menos es lo que les parece.

—¿Y qué es lo peor? —preguntó lord Samuels tras una pausa.

Joram apretó los labios.

—Que Boris pida ayuda. No tenemos el tiempo ni la energía para detenerlos en la Frontera. Debemos fortificar Merilon. Debemos despertar a esta ciudad de su sueño encantado y preparar a sus habitantes para defenderla.

—Lo primero es que alguien le quite el mando a esa temblorosa masa de gelatina que se acurruca en la Catedral de Cristal y lloriquea a Almin para que lo proteja —indicó Garald—. Os suplico me perdonéis, Padre Saryon.

El catalista sonrió con tristeza y sacudió la cabeza.

—Tenéis razón, desde luego, Alteza, pero ¿a quién seguirá la gente? —Lord Samuels se removió en su sillón, echándose hacia adelante. Esto entraba en el terreno de la política, una disciplina que comprendía—. Hay algunos, como d'Chambray, que son lo bastante inteligentes como para apartar a un lado las diferencias y unirse para luchar contra este enemigo común. Pero también existen los recalcitrantes, como sir Chesney, esa mula tozuda y terca. Dudo que dé crédito a vuestro relato sobre otros mundos ¡Almin misericordioso! —Se pasó la mano por la canosa cabellera—. Yo mismo no estoy muy seguro de creerlo y tengo la prueba delante de mis ojos...

Saryon desvió su mirada del estudio donde conversaban los hombres y se dirigió a la salita contigua. Surgiendo del interior de la fría y severa habitación de elegante mobiliario, que apenas podía verse a través de la puerta entreabierta, podía escuchar la voz de Gwendolyn. Le pareció que su triste y obsesiva cantinela era un acompañamiento muy apropiado a aquella conversación sobre guerra y muerte.

—Por favor, no me malinterpretéis —le estaba diciendo Gwendolyn a su confundida y turbada madre—, el conde Devon está muy satisfecho con la mayoría de los cambios que habéis efectuado en esta casa. Es tan sólo que lo encuentra todo desconcertante, quizá por el mobiliario nuevo. ¡Hay
tantos
muebles! Se pregunta si todos son necesarios. Especialmente estas mesitas. —Gwendolyn agitó una mano en el aire—. Por doquier se hallan mesitas, y no hace más que chocar contra ellas por la noche. Luego, justo cuando empezaba a acostumbrarse a las mesas, cambiasteis de lugar la vitrina de la porcelana. Había estado durante años en el mismo sitio, en la pared norte del comedor, ¿verdad?

—No... no... dejaba entrar la luz de la mañana... desde los ventanales situados en la pared este... —murmuró débilmente lady Rosamund.

—El pobre hombre se golpeó contra ella por la noche —siguió Gwen—. Rompió un salero, pero os asegura que fue un accidente. No obstante, el conde se preguntaba si sería mucho problema volverla a su emplazamiento originario.

—¡Mi pobre niña! —gimió lord Samuels. Hizo un brusco movimiento con la mano, y la puerta que comunicaba el estudio con la salita se cerró en silencio—. ¿De qué está hablando? —inquirió en voz baja y angustiada—. ¡No nos reconoce a nosotros y sin embargo sabe lo de... de la vitrina de la porcelana y el salero! ¡El salero! ¡Dios mío! ¡Dimos por sentado que uno de los criados lo había roto!

—¿Cómo se llamaba el anterior dueño de esta propiedad? —preguntó Joram. También él había estado escuchando a su esposa, la mirada ensombrecida por un dolor que resultaba patente en su voz.

Saryon intentó ofrecer unas palabras de consuelo, pero lord Samuels estaba contestando ya la pregunta de Joram y el catalista cerró los labios con fuerza. El sacerdote se agitó inquieto en su asiento y empezó a frotarse los deformados dedos, como si le dolieran. De todas formas, ¿qué alivio podría ofrecer él? Palabras vacías, sólo eso.

—¿El dueño anterior? Está muerto. Se llamaba... —Lord Samuels se interrumpió y miró a Joram comprendiendo horrorizado—. ¡Conde Devon!

—Intenté explicároslo —suspiró Joram—. Habla con los muertos. En este mundo se la llamaría Nigromante.

—¡Pero los Nigromantes desaparecieron! ¡Todos los de su especie fueron destruidos durante las Guerras de Hierro! —Lord Samuels trasladó su atormentada mirada de nuevo de Joram a la salita; la voz de su hija podía oírse aún muy débil a través de la puerta cerrada.

Joram se pasó los dedos, distraídamente, por entre los cabellos.

—En el Más Allá la consideraban loca. Ellos no creen en la Nigromancia. Los hacedores de salud tenían la teoría de que el terrible trauma sufrido por Gwendolyn la hizo buscar una escapatoria en un reino fantástico creado por su imaginación, un lugar donde se siente a salvo. Yo soy el único que cree que hay cierta cordura en su demencia, que
puede
comunicarse de verdad con los muertos.

—No eres el único... —corrigió Saryon admonitorio.

Las oscuras cejas de Joram se fruncieron.

—No, tenéis razón, Padre —afirmó en voz baja—. No soy el único. Menju el Hechicero, el hombre que mencioné en mi relato, también cree que es una Nigromante. Cuando comprendió lo valiosa que podría resultar para él esta habilidad, intentó secuestrarla. Fue entonces cuando me di cuenta de cómo era en realidad ese hombre.

—¿Valiosa? —Garald se movió en su sillón. Había estado estudiando mapas de Thimhallan, sentado ante el escritorio de lord Samuels, pero ahora había demasiada poca luz en la habitación para examinarlos, y se dedicaba a escuchar la conversación—. ¿Cómo? ¿Qué pueden ofrecer los muertos a los vivos?

—¿No habéis estudiado nunca el trabajo de los Nigromantes, Alteza? —preguntó Saryon.

—No muy a fondo —admitió Garald con indiferencia—. Aplacaban los espíritus de los difuntos reparando ofensas, terminando tareas que habían quedado por hacer y ese tipo de cosas. Según las crónicas, su desaparición después de las Guerras de Hierro no supuso una gran pérdida.

—Siento disentir, Alteza —repuso Saryon vehemente—. Cuando los Nigromantes desaparecieron, la Iglesia hizo
creer
que no era una gran pérdida. Pero yo estoy convencido de lo contrario. He pasado muchas horas con Gwendolyn, escuchándola hablar con aquellos a los que sólo ella puede ver y oír. Los muertos poseen algo de incomparable valor que permanecerá oculto para siempre a los vivos.

—Y eso es... —apremió Garald con un cierto tono de impaciencia, deseando evidentemente que la conversación regresara a cuestiones más
importantes
, aunque era demasiado considerado para ofender al catalista.

—¡La comprensión total, Alteza! Cuando muramos, nos fusionaremos con el Creador. Conoceremos Sus planes para el universo. ¡Veremos por fin el Esquema Cósmico!

Garald pareció interesado de repente.

—¿Creéis eso? —preguntó.

—No... no estoy muy seguro. —Saryon se sonrojó, volvió el rostro y se puso a mirar sus zapatos—. Es lo que se nos enseña —añadió sin convicción. En su alma se alzaban de nuevo las viejas y torturantes dudas sobre su fe, las cuales había creído desterradas con la
muerte
de Joram.

—Decid si es verdad —insistió Garald—. ¿Pueden los muertos transmitir ese conocimiento del futuro a los vivos?

—Aunque yo participara de esa idea, Alteza —Saryon sonrió con tristeza—, me parecería imposible vuestra conclusión. El mundo que ven los muertos está más allá de nuestra comprensión, tanto como nos está vedado a nosotros entender el mundo que Joram ha visto. Vemos el tiempo a través de una única ventana que mira en una sola dirección. Los muertos, sencillamente, observan el tiempo a través de cientos de ventanas que se abren en todas direcciones. —El catalista extendió sus manos llenas de cicatrices, en un esfuerzo por expresar la enormidad de esa aprehensión—. ¡Cómo pueden ellos, entonces, esperar poder describir lo que ven! Pero sin duda pueden ofrecer consejo a través de los Nigromantes. En la antigüedad, a los difuntos se les concedía la oportunidad de aconsejar a los vivos. La gente veneraba a sus difuntos, se mantenían en contacto con ellos, y se beneficiaban de los conocimientos de los muertos al formar éstos parte de la Mente Universal. Eso es lo que se ha perdido, Alteza.

—Comprendo. —Garald reflexionó sobre ello, mirando pensativo en dirección a la puerta cerrada.

Saryon sacudió la cabeza.

—No, Alteza —denegó con calma—. Ella no puede ayudarnos. Por todo lo que sabemos, este desdichado conde que nos habla de vitrinas para la porcelana y saleros, puede estar intentando atraer nuestra atención para explicarnos algo mucho más importante. Pero, si es así, Gwendolyn no podría transmitirnos esa información. Puede estar en contacto con los muertos, mas no con los vivos.

El príncipe pareció dispuesto a continuar con aquel tema, pero el catalista, con un gesto dirigido a lord Samuels y otro a Joram, meneó la cabeza ligeramente, para recordar al príncipe que, al menos para dos personas, aquél era un tema doloroso. El padre de la muchacha tenía los ojos clavados en la puerta con una expresión de perplejidad y de dolor. El esposo contemplaba el jardín marchito y cubierto de nieve con amarga resignación. Garald carraspeó y cambió de tema con brusquedad.

—Estábamos discutiendo la cuestión de que Merilon necesita un jefe, alguien que reorganice a la población —aseguró con energía—. Ya he declarado antes que sólo puedo pensar en una persona...

—¡No! —Joram se volvió desde la ventana con un gesto de impaciencia—. No,
Alteza
—añadió en tono más suave en un tardío intento de suavizar la aspereza de su respuesta.

—¡Joram, escúchame! —Garald se inclinó hacia adelante para razonar con él—. Eres con derecho el...

Un Corredor se abrió de repente en el centro del estudio, interrumpiendo al príncipe. Todos los ocupantes de la habitación se quedaron mirándolo expectantes, pero durante un momento nadie surgió de él. No obstante, Saryon pudo oír voces que provenían de su interior y lo que parecía un forcejeo.

—¡Sácame las manos de encima! ¡Palurdo! Me has aplastado el terciopelo. ¡Tendré marcas de dedos en la manga durante una semana! Te...

Simkin, vestido con unas calzas de brillante color verde, un gorro naranja y un jubón de terciopelo verde salió dando tumbos del Corredor, para aterrizar hecho un ovillo en el suelo. Tras él emergieron Mosiah, vestido todavía con el uniforme de arquero de Sharakan, y dos enlutados y encapuchados
Duuk-tsarith
.

Aparentemente en absoluto turbado por su poco elegante entrada, Simkin se puso en pie, hizo una reverencia ante los caballeros allí reunidos y pronunció grandilocuente, con un revoloteo de seda naranja y un gracioso gesto de la mano:

—Alteza, felicitadme. ¡Los he encontrado!

Sin hacer caso de Simkin, quien se pavoneaba de su último triunfo, Mosiah se volvió hacia el príncipe.

—Alteza,
lo
encontramos
nosotros
. Estaba en el campamento enemigo. Cumpliendo vuestras órdenes, los
Thon-li
, los Amos de los Corredores, lo atraparon y lo trajeron ante mí. Con su ayuda —indicó a los Señores de la Guerra— he conseguido arrastrarlo hasta aquí.

—¡Que era precisamente adonde yo iba! —exclamó Simkin con expresión afligida—. O adonde me hubiera dirigido de saber dónde hallaros. He estado buscando por todas partes, consumiéndome casi por poder contemplar vuestro hermoso rostro, ¡oh príncipe! ¿Sabéis?, poseo una información terriblemente importante...

—Según los
Thon-li
, se dirigía a la Catedral —lo interrumpió Mosiah irónico.

Simkin aspiró con fuerza.

—Imaginé que Su Alteza estaría allí, claro está. Toda la gente importante se reúne en la Catedral. Los campesinos han organizado un motín de lo más divertido...

—¿Motín? —El príncipe Garald miró a los
Duuk-tsarith
para confirmarlo.

—Sí, Alteza —contestó uno de los enlutados brujos, las manos cruzadas ante él—. Veníamos precisamente a informaros cuando Mosiah requirió nuestra ayuda. Los Magos Campesinos se han escapado de la Arboleda y están asaltando la Catedral; exigen ver al Patriarca. —La negra capucha se inclinó un poco, una de sus manos hizo un gesto de desaprobación—. No pudimos detenerlos, Alteza. Aunque tienen pocos catalistas, todavía guardan gran cantidad de magia acumulada, y nuestros efectivos están muy debilitados.

—Comprendo —aseguró el príncipe Garald con voz grave mientras intercambiaba una mirada de alarma con lord Samuels. Saryon vio cómo los dos observaban a Joram, quien se negó a corresponderles, y permaneció vuelto de espaldas, contemplando el jardín que ahora apenas podía vislumbrarse en la oscuridad—. ¿Qué hace el Patriarca?

—Se niega a recibirlos, Alteza. Ha ordenado que se cierren las puertas de la Catedral con un sello mágico. Los miembros de nuestra Orden que aún tienen fuerzas suficientes para lanzar conjuros la custodian.

—¿De modo que la Catedral está a salvo de momento?

—Sí...

—¡No la atacarán, Alteza! —exclamó Mosiah—. ¡No quieren hacer daño a nadie! Sólo están asustados y quieren respuestas.

—¿Se halla tu padre entre ellos, Mosiah? —preguntó el príncipe Garald con suavidad.

—Sí, mi señor —contestó él muchacho y su rostro enrojeció—. Mi padre los encabeza. Él sabe lo que ocurrió realmente en la batalla de ayer. Yo se lo conté. Quizá fue un error —añadió con un tono de desafío entre avergonzado y orgulloso—, ¡pero tienen derecho a conocer la verdad!

—Desde luego —repuso el príncipe Garald— y confío en que se la podamos revelar. —Miró a Joram, quien continuaba contemplando la noche con rostro severo e impasible. El príncipe empujó a un lado los mapas, se puso de pie, y empezó a pasear por la habitación con las manos a la espalda—. De modo, Simkin —dijo súbitamente, volviéndose hacia el joven vestido de verde—, que has ido a visitar al enemigo.

—¡Cielos! ¡Desde luego! —respondió éste. Movió la mano e hizo aparecer un diván en la habitación—. Me disculparéis, ¿verdad? —preguntó con languidez, y se tumbó cuan largo era en el diván, colocado justo en el centro de la habitación, de modo que al príncipe le resultaba imposible seguir paseando por la sala sin chocar contra él—. Y ¿os importa si me cambio de ropa? He llevado este color verde durante horas y me temo que no favorece en nada a mi tono de piel. Me da un aspecto cetrino.

Mientras hablaba, las medias y el jubón verde se transformaron en una bata de brocado rojo, adornada con unos puños de piel negra y un grueso cuello de piel. Unas zapatillas rojas de puntas arrolladas adornaron sus pies. Simkin pareció sentirse encantado con éstas y, levantando un pie, las contempló con deleite.

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