El taller de escritura (29 page)

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Authors: Jincy Willett

Tags: #Intriga

BOOK: El taller de escritura
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De hecho, en realidad era el sermón dado en la capilla Seaman Bethel en
Moby Dick
y la voz era la de Orson Welles, que salía de un todoterreno de color blanco estacionado enfrente de su casa. En el asiento del conductor estaba Edna Wentworth.

—¡Edna! —Amy estaba, de manera absurda, contenta de verla. Aquella apagó su reproductor de música y se apoyó contra la ventanilla.

—Siento aparecer así, sin haber avisado —dijo—, pero tienes desconectado el teléfono y no hemos podido contactar contigo.

—Envié un correo electrónico…

—Odio esas cosas —dijo Edna—. ¿Cómo estás? —Edna observaba a Amy con una expresión de curiosidad amable, pero no tan intrusiva como la simpatía. Amy recordaba que Maine estaba repleto de mujeres como Edna, mujeres curtidas que no se andan con tonterías y son totalmente competentes. Por supuesto que Edna conducía un todoterreno. Probablemente incluso le cambiaría el aceite ella misma.

—Estoy bien. ¿Por qué no pasas dentro? —La casa estaba llena de polvo, latas de refresco y libros, pero no podía ser desconsiderada con Edna.

—Menudo susto debiste de llevarte —dijo Edna declinando la invitación.

—Bueno, todos nos lo llevamos.

—Pero fuiste tú quién lo encontró.

—Sí. —Para su horror, Amy se encontró de nuevo al borde de las lágrimas—. Este es mi perro, Alphonse —dijo.

—Estamos planificando reunirnos el viernes por la noche en casa de Carla a la hora de siempre. ¿Te viene bien?

—Mira. —Amy se arrodilló y acarició al perro escondiendo el rostro hasta que pudiera recomponerse—. No tiene sentido que sigamos reuniéndonos —dijo, levantándose—. Carla tiene razón en eso. Lo siento si os he dado la impresión de que necesitaba…

—La versión de Carla es algo distinta —dijo Edna—. Todos hemos supuesto que la renuencia era tuya, no de ella. En cualquier caso, sí tiene sentido seguir. Todos nosotros estamos escribiendo y todos estamos aprendiendo gracias a ti. Eres una profesora estupenda.

—Pero…

—Además tenemos un misterio súper bueno en nuestras manos. —Edna encendió la llave de contacto.

—¡Edna! Alguien podría resultar herido. De hecho, uno de nosotros ya ha muerto, ¡por Dios santo! Esto no es un juego.

—Eso díselo al francotirador —dijo Edna, dando marcha atrás hasta el final de la calle. Una vez allí, le gritó—: Nos vemos el viernes entonces. —Y se marchó.

Amy podría haber permanecido allí durante horas mirando cómo Edna se marchaba, pero Alphonse estaba hambriento y tiraba de ella hacia la casa. Amy le llenó el cuenco de agua y le preparó un plato de comida con sobras de jamón y pollo asado. Puso Peggy Lee en el estéreo y empezó a recoger el salón. Le quitó el polvo a todos los libros de las estanterías. A medianoche, estaba cantando
Big Bad Bill
lo suficientemente alto como para resucitar a los muertos.

Estaba tan animada que se sintió con ganas de echarle un vistazo a su blog, algo que había evitado desde que un imbécil analfabeto le había preguntado si se creía graciosa. Aquello era lo que llamaban una ridiculez, pero en vez de afrontarlo había preferido dejarlo estar. Pero la buena y vieja Edna la había hecho fortalecerse.

LÁRGATE

PALABRAS DE APARIENCIA DIVERTIDA

Sábado, 24 de noviembre de 2007

Prepucio

Percherón

Ojal

Obnubilado

Archivo, Comentarios 35

NOVELAS HÍBRIDAS

Sábado, 24 de noviembre de 2007

Las crónicas marcianas de Narnia

El león, la bruja e Ylla K.

Gentle Ben Hur

Reconfortante saga de un oso pardo de doscientos setenta kilos que se hace amigo de un joven solitario, gana una carrera de cuadrigas y presencia la crucifixión de Jesucristo.

Archivado, comentarios 22

Bien, uno de dos no estaba mal, pero definitivamente se estaba entrando en dique seco. Echó un vistazo a los mirones, porque a veces tenían unas sugerencias bastante decentes, y ahí estaba.

Tu fan número uno escribió:

Eres la bordelesa más borde a bordo

Viernes, 23 de noviembre de 2007, 17.36. Enlace permanente

Amy experimentó diversas reacciones opuestas, todas al mismo tiempo, así que tuvo que dejarlas a un lado como si se tratara de un nudo de cables. La primera fue: bueno sí, probablemente lo soy. La segunda: ¿cuándo hemos empezado a utilizar «borde» como adjetivo y de dónde viene «bordelesa»? Y finalmente, ¿es Tu fan número uno el francotirador?

La tercera pregunta al parecer había surgido de la manera más extraña. Sin embargo no se podía figurar por qué, dado que debería habérsele ocurrido antes, cuando él le había hecho aquella pregunta impertinente. Ciertamente, era posible. El francotirador era un buen imitador, así que los mensajes de texto no deberían ser un problema. El fan era un provocador, tal y como también lo era, al cien por cien, el francotirador. Pero cuanto más tiempo miraba aquella frase, más le gustaba. La hacía sonreír de la forma en que podían hacerlo las construcciones verbales de los más jóvenes (y las del francotirador nunca lo hacían). Amy solía tener un cuaderno, al que había perdido la pista hacía tiempo, dedicado para anotar solamente los diálogos que había escuchado a niños y adolescentes. Por ejemplo, le encantaba la musicalidad de las diversas inflexiones de «tío», desde su uso como sustantivo a la expresión de pensamientos complejos, desde «¡Eh, tío!» a «Siento mucho que hayas malgastado tu vida, tío». Adoraba el hecho de que ahora se dijera «¡cállate!» de forma rutinaria cuando ni siquiera la persona a quien uno se dirigía hubiera dicho nada. Y «bordelesa» era muy gracioso. Por un lado, era apropiado lamentar la degradación del lenguaje y el desuso de muchas de sus palabras más queridas, incluso las de apariencia divertida. Pero por el otro, instruidos o no, los jóvenes eran quienes tomaban el relevo y mantenían el lenguaje fresco y al día. El francotirador era de todo menos joven y fresco. El francotirador no era Tu fan número uno.

Amy observó la frase durante algún tiempo más y una idea fue calando en su mente. Quizá, después de todo, «la bordelesa más borde a bordo» no fuera algo tan fresco. Amy no trataba con jóvenes, pero por lo que sabía todo el mundo lo decía, y si ese fuera el caso, entonces podría haber pasado a la generación del francotirador, fuera la que fuese, como si se tratara de moda. Después de darle vueltas a esta cuestión, escribió en la casilla de búsqueda de Google e inmediata y maravillosamente se vio recompensada con una página sin resultados a la respuesta de su pregunta.

Quizás quisiste decir: La borde esa más borde a bordo

—Bueno sí, eso es exactamente lo que quería decir —dijo Amy en voz alta, apagando el ordenador para irse a la cama. Frank Waasted había muerto de una forma horrible, el diablo acechaba a su pequeño grupo y su vida era un túnel oscuro hacia ninguna parte, pero había alegría en Burdeos donde al parecer residían las más bordes de las personas. Así que se lo tomó por el lado bueno y se puso a componer una nueva canción de country: «Ella es la más borde de Burdeos, pero yo la quiero igual…».

Octava clase.
La brutal tiranía de los hechos

Cuando Amy llegó, toda la clase menos Dot estaba ya reunida en el salón de Carla. El doctor Surtees estaba de pie frente a la chimenea, apoyado en la repisa.

—Le dijimos a Dot que empezaríamos a las ocho —dijo Carla dándole a Amy una copa de vino y una hoja de papel.

—Esto es lo que sabemos —dijo Surtees, empezando a leer la primera línea de la hoja de papel. Claramente, lo había escrito él puesto que la hoja llevaba su membrete en la parte superior seguido por «Esto es lo que sabemos».

  1. El francotirador es lo suficientemente hábil con la informática como para poder gastar bromas con los correos electrónicos.
  2. El francotirador es lo suficientemente ágil como para agarrar una máscara del bolso de Carla y ponerla en el coche de Tiffany durante el descanso en clase, como hizo en Halloween.
  3. El francotirador es lo suficientemente fuerte para empujar a Frank por un acantilado.
  4. El francotirador es listo, rápido y no está necesariamente loco.

Todos los miembros de la clase asintieron a la vez después de la mención de cada uno de los puntos. Todos menos en el último.

—¿Es esa su opinión profesional, doctor? —preguntó Chuck—. Y de todas maneras, ¿qué importancia tiene?

—Yo estaba pensando lo mismo —dijo Harry B.—. Nadie en clase es un maniaco baboso, pero si el tipo está o no loco es algo que va más allá y que debe tratarse en los juzgados.

Tiffany habló en voz alta.

—Sabemos mucho más que eso. El francotirador no solo es listo. Él o ella es un escritor brillante.

Syl resopló.

—¿Has visto lo que escribió en el relato de Marvy?

—Sí —dijo Marvy tristemente—. «¡Bien hecho, capullo!» ¡Oh, Dios! Lo siento, Edna.

—He dado clases en el instituto durante cuarenta años —dijo esta.

—«Capullo» es justo a lo que me refiero —dijo Tiffany—. Esa misma persona es capaz de escribir algo así y también aquellos correos electrónicos tan inteligentes.

Carla miró de repente a Tiffany.

—Buena observación —dijo Chuck—. Pero no estoy seguro de que sea brillante sino más bien de que se trata de un verdadero escritor. —Chuck miró directamente a Amy—. ¿Estás de acuerdo?

Amy se recostó en su asiento.

—Es creativo —dijo—, y tiene más de un registro. Es un camaleón. Y es divertido.

En realidad, el sentido del humor del francotirador era algo que asustaba a Amy más que cualquier otra cosa. La parodia del poema de Carla había sido muy ingeniosa, la ordinariez de la crítica al relato de Marvy, estrafalaria, y todavía, por alguna razón, estaba obsesionada con el correo electrónico falsificado que había enviado el francotirador. Aquel correo electrónico había sido para Amy como un codazo espectral en las costillas. La gente peligrosa y malévola no debería ser divertida. Para resultar divertido, hay que tener perspectiva, ser capaz de alejarse de la individualidad y las propias necesidades, rencores y temores y verse como la criatura ridícula e insignificante que en realidad se es. ¿Cómo puede alguien ser capaz de hacer algo así y todavía imaginarse a sí mismo con titularidad para acosar, herir y matar?

E incluso había algo más, algo aparte que se escapaba de «Esto es lo que sabemos». Un aspecto del francotirador que todos estaban olvidando, pero que Amy no podía sacarse de la cabeza.

—¿Y por qué estamos usando el pronombre masculino? —preguntó Tiffany.

Syl y el doctor Surtees, hermanos espirituales, pusieron los ojos en blanco, pero Ricky Buzza apoyó a Tiffany señalando que empujar a alguien, al menos por la espalda, no requería demasiada fuerza. Y Marvy dijo:

—Y de todas formas, si pensamos que es un hombre, ¿por qué demonios le hemos dicho a Dot, que no es un hombre, que venga una hora más tarde? ¿Qué estamos haciendo aquí, gente?

Mientras Marvy hacía aquella pregunta tan razonable, Amy miraba a Pete Purvis, que no había dicho una sola palabra y parecía inquieto. El pequeño del grupo, Pete, era un alma gentil, reacio a cualquier tipo de conflicto. Siempre que el grupo debatía los méritos de un texto, Pete miraba con cierta tensión hacia su cuaderno y a veces también hacia Amy, claramente deseando que ella hiciera algo para calmar las aguas. Amy era incapaz de imaginarse a Pete como el francotirador.

—¿Tú qué piensas, Pete? —preguntó Amy—. ¿Por qué le habéis dicho a Dot que viniera más tarde?

—Yo no tengo nada que ver con eso —respondió este cogiendo aire de forma resentida—. De hecho, creo que es bastante mezquino. A nadie le gusta porque ella… ella no encaja. Está fuera de sitio. —Uno de los hombres murmuró algo, y otro de ellos soltó una risilla—. Sí, vale, chiflada —dijo Pete por encima de su hombro—, pero lo fundamental es que no está en el grupo adecuado. Eso no la convierte en el francotirador.

—Fíjate en el relato que escribió —dijo Carla—. ¿Acaso no te pareció escalofriante? ¿Aquella esposa devota envenenando al marido?

—Si no recuerdo mal —apuntó Amy—, en su momento nadie dijo que la historia fuera escalofriante. La mitad de vosotros pensó que la esposa iba a suicidarse.

—¡Es verdad! —dijo Pete—. Pero ahora que la conocéis un poco mejor la tenéis tomada con ella porque es diferente.

Amy, recordando la historia de Murphy Gonzalez, supuso que Pete sabía algo al respecto de sentirse diferente.

—La tenemos tomada con ella —dijo Harry B.—, porque, por lo que todo el mundo sabe, Frank fue a su casa aquella noche. Solo. Por invitación del francotirador.

—¿Y cómo lo hemos sabido? —preguntó Chuck—. De la misma forma en que todos los demás fuimos mal redirigidos esa noche. El francotirador dejó una pista fácil de seguir en la bandeja de entrada de Amy.

—Chuck acaba de señalar un punto muy importante —dijo Amy—. Todos estáis de acuerdo con que el francotirador es listo. Pero ¿qué tiene de inteligente dejar un rastro de migas de pan que conduzca hasta tu propia puerta?

—También todo eso se puede trastocar —dijo el doctor Surtees—. El rastro de migas de pan puede ser la pista más errónea de todas.

Todo el mundo empezó a hablar a la vez excepto Amy, que se sirvió otra copa de vino tinto. La mayoría de ellos todavía estaba tratando aquello como un ejercicio, o peor, como si estuvieran trabajando con el guión de una serie de televisión. En particular, Surtees parecía estar representando con gusto el papel de detective como si estuvieran jugando a resolver con entusiasmo un misterioso asesinato. Aquella tarde, Amy había llegado a casa de Carla esperando encontrarse un grupo apesadumbrado y atemorizado, y sin embargo ahí estaban, riñendo acerca del procedimiento.

—Hablemos sobre la escritura de ficción —dijo Amy.

Todo el mundo se calló.

—Cuando era niña —dijo Amy—, me encantaba leer novelas de misterio de Agatha Christie, Ngaio Marsh, Ellery Queen… Incluso hubo una temporada en la que leí a John Bradford March y en la cual cada misterio implicaba que alguien había sido estrangulado detrás de una puerta.

—¡Ah! —dijo el doctor Surtees asintiendo sabiamente—. Sí.
La habitación cerrada con llave

—En otras palabras —continuó Amy—, cada asesinato era físicamente imposible. Eso era lo divertido de todo aquello.

—Precisamente —añadió Surtees.

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