Read El taller de escritura Online

Authors: Jincy Willett

Tags: #Intriga

El taller de escritura (25 page)

BOOK: El taller de escritura
11.48Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Amy cerró los ojos y escuchó los hurras. Edna se inclinó hacia delante y le dijo:

—Creo que estás desbordada.


, pensó Amy.
Pero ¿por quién
?

—Muy bien —dijo—. Aquí tenemos exactamente cuatro páginas para comentar, a menos que alguien tenga alguna otra cosa preparada. Pero mientras nos ponemos a ello, ¿quién ha traído algo para la semana que viene?

—Yo tengo una revisión —dijo Edna—, pero no la tengo lista todavía.

Harry B. dijo que también había revisado y ampliado su historia de vampiros. Tiffany y Ricky dijeron que estaban trabajando en algo nuevo. Surtees, por supuesto, siempre tenía listo un capítulo, aunque curiosamente, había dejado de traer consigo bolsas llenas de copias.

—No hay nada que temer —dijo Amy—, porque Dot va a enviarnos por correo su obra de misterio. Deberíais recibir la copia a mediados de semana.

—Oh, eso no tiene precio —resopló Harry B.

—¿Qué se supone que significa eso? —preguntó Amy, que sabía perfectamente bien lo que quería decir. Ya era hora que sacaran a relucir el tema.

Harry B. intercambió miradas con Carla, Marvy y Surtees. El resto miró hacia abajo. Nadie dijo nada durante medio minuto. Amy se acordó de la primera clase, de aquellos incómodos momentos en los que nadie quería levantar el cuello y todo el mundo esperaba que alguien interviniera. Alguien, nadie, todos. Idea para una historia: tres pronombres buscando desesperadamente un antecedente.

Al final, fue Tiffany la que habló.

—Pensamos que es ella —confesó.

—Ella —dijo Edna.

—El francotirador —dijo Carla.

—¿Basándoos en…?

—En su simple rareza. —Tiffany tuvo la suficiente clase como para sentirse avergonzada—. Sé que eso no significa nada, pero fíjate en lo que ha pasado esta noche. ¿Dónde está ella? Todos los demás recibimos llamadas y vamos a la caza del ganso salvaje, y ahí está Dot, refugiada en su casa. Y probablemente riéndose en la oscuridad.

—¡Uhhhh! —dijo Carla.

El fenómeno del patio. Amy lo había presenciado innumerables veces, aunque nunca en unas circunstancias tan peculiares. Cuando se tiene un grupo de adultos juntos, y la clase se agrupa, tarde o temprano surge, habiendo sido previamente acordado por todos, un chivo expiatorio. Alguien sencillamente extraño, o quizá simplemente sin ningún talento, o sencillamente alguna otra cosa que no le haga encajar en el grupo. Normalmente, lo único que sucedía era que los relatos del «intruso» no eran tomados en serio, o eran, por rutina, tratados con condescendencia. Pero esto era peor. Estaban confabulados contra Dot.

—El francotirador —explicó Amy—, es un ser complejo, un individuo astuto cuyos movimientos hasta ahora han probado ser, al menos en mi opinión, impredecibles. ¿A vosotros eso os recuerda algo a Dot Hieronymus? ¿A alguien?

—No —dijo Carla—, pero recuerda que siempre estás hablando de lo sorprendente que es la gente. Sobre cómo, en última instancia, nadie es predecible, al menos para sí mismo. Siempre dices que, de otra manera, escribir ficción no tendría ningún sentido.

¿Iba Carla a clase con una grabadora? Aquel era un pensamiento inquietante por más de una razón.

—Lo que quiero decir es que, si ella es tan brillante e ingeniosa, ¿por qué está en casa esta noche cuando todo el mundo ha sido enviado a recorrer el condado de San Diego entero?

Chuck dijo que él había pensado lo mismo.

—Quizá —comentó— le han tendido una trampa.

—¡Ey, eso me gusta! —exclamó Syl, que verdaderamente parecía encantado.

—¿Y dónde demonios está Frank? —preguntó Chuck.

—¡Sí! —dijo Syl—. ¡Quizá está en su casa!

Tiffany levantó la mano.

—Carla dice, y yo estoy de acuerdo con ella, que el estado de ánimo del francotirador parece estar cambiando. Ahora está menos furioso y sin embargo es más travieso. —Todo el mundo parecía estar de acuerdo, excepto quizá Chuck, a quien se le veía pensativo—. Por ejemplo, mirad lo que ha pasado esta noche. Vale, todos hemos perdido un montón de tiempo y gastado gasolina, pero en cierta forma ha sido divertido. Además, la broma ha sido inteligente. Es como si esa persona quisiera presumir de ello ante todos nosotros. Ya no actúa como antes, de manera tan personal. Y ya no resulta tan desagradable. No como antes.

Amy pensó en las llamadas que había recibido la otra noche con su propia voz grabada burlándose de ella en la oscuridad. La incesante forma en que el francotirador había marcado una y otra vez. A ella, eso le parecía desagradable y personal a la vez. Esta gente estaba divirtiéndose demasiado con todo aquello.

—¿Puede alguien por favor intentar llamar de nuevo a Frank?

—Llevo intentándolo cada diez minutos —dijo Chuck tristemente—. Hablé con él justo ayer. Iba a venir sin falta esta tarde porque había terminado algo e iba a traerlo a clase.

—Vosotros salís juntos por ahí, ¿verdad? —preguntó Tiffany—. Me refiero a sí os conocíais de antes…

—En realidad no. Solo conozco a Frank de las clases. —Chuck miró a Amy—. De hecho dijo que iba a traer algo interesante, pero no pude conseguir que me hablara de ello. Yo estaba un poco sorprendido, porque pensaba que Frank solo era un mirón.

Amy también pensaba lo mismo. Frank Waasted era brillante y un participante seguro a la hora de debatir en clase, pero le había llamado la atención lo receloso que se había mostrado ante la idea de traer algo a clase. Al final, se había comprometido a hacerlo para el último día de clase. Era normalmente lo que hacían los mirones, que además, en el último momento, les cedían su turno a los miembros de la clase que querían una segunda oportunidad.

—Esto es lo que sabemos —resumió Carla—: el francotirador le dijo a Frank que fuera a casa de Dot. Pero Frank no fue a casa de Dot…

—Según Dot —añadió Tiffany.

—¡Vaya! ¿Y qué se supone que significa eso? —Chuck parecía bastante molesto. Él parecía estar de acuerdo con Amy en el hecho de que aquellas personas estaban tomándose la desaparición de Frank bastante a la ligera. Estaban tratando todos los acontecimientos como si se tratara de una divertida obra de misterio—. Esa mujer tiene marido, ¡por Dios santo! ¿Os es que creéis que ambos van a tener a Frank escondido en la despensa del sótano, como la señora Bates?

—¡Buuh!

—¡Carla! ¡Y los demás! ¡Ya basta! —Amy había tenido suficiente—. Esto es lo que vamos a hacer. Vamos a leer el texto de Syl, en silencio. A menos que él quiera leerlo en voz alta. —Que no quería—. Y después vamos a comentarlo. Entonces discutiremos, brevemente, si vamos a reunirnos la semana que viene y, si es que sí, dónde. Después nos iremos a casa. Es tarde, y ya he tenido bastante por hoy.

Durante diez minutos el único ruido que se oyó fue el movimientos de papeles. Amy se dio cuenta de que Chuck, de cuando en cuando, echaba mano de su teléfono móvil, aparentemente para marcar a Frank, pero lo hacía de forma discreta. Edna, Chuck y el doctor Surtees marcaron sus copias. El resto leía con idénticas expresiones de total aburrimiento, qué fastidio, la profesora había puesto fin a la diversión. El silencio continuó una vez que Amy había dado por iniciado el debate. La profesora se dio cuenta de que no era solo mal humor. Lo que pasaba es que nadie sabía muy bien cómo empezar, ya que Dot no estaba allí para romper el hielo con sus acostumbrados elogios al uso de la metáfora por parte del autor.

Pete Purvis se aclaró la garganta, sobresaltando a Amy. Ella no se había fijado en él. De hecho, rara vez se percataba de su presencia. Tenía cierta habilidad para camuflarse.

—Voy a aventurarme en lo que voy a decir, Syl, pero creo que realmente no eres un gran aficionado a la ciencia ficción.

Marvy, tomando el revelo a Dot, anunció sus pensamientos.


Encuentros cercanos de la peor índole
, aunque solo es el título, me parece un principio genial y lleno de energía. Espero que lo termines pronto.

—¿Qué? —preguntó Pete—. Lo único que ha hecho es inventarse un montón de palabras. Blimmix, Trombocóptero. Ni siquiera nos muestra lo que es un trombocóptero…

—Tienes razón —dijo Syl.

—¡Raggmopp!

—En realidad —dijo Surtees—, es «raggmot».

—¿Y qué más da?

—Estoy de acuerdo —dijo Syl.

—¿Qué quieres decir con eso? —dijo Carla ondeando su copia enfrente de la cara de Syl—. ¡Por amor de Dios! ¡Es tu historia!

—Ya —dijo Syl—, pero realmente no me la he tomado muy en serio. Simplemente la escribí, ya sabéis, porque era mi turno. No me interesa nada.

—Bueno, pues a mí sí —dijo Edna mirando a Syl con censura—. Acabo de perder diez minutos en leerla.

—Y es vulgar —dijo Pete. ¡Qué extraño que Pete usara esa palabra!—. La forma en la que habla de la chica, Cinnamon, como si fuera una tía guapa pero estúpida… es muy irrespetuosa.

Pete Purvis parecía estar verdaderamente enfadado. Hablaba como una feminista, y aparentemente lo era, cosa que no debería de haber sorprendido a Amy. Recordó la historia de Pete, lo dulce que era. Pete escribía muy bien desde el punto de vista de un niño. Según la experiencia de Amy, los escritores que tenían esa habilidad eran personas inocentes, alguna vez incluso en un sentido repulsivo. Pero Pete era agradable. También recordaba que él vivía con su padre.

La mujer dejó que Pete y Edna criticaran un poco más a Syl, y después dio por finalizada la discusión sin añadir nada al respecto. Aquella era la primera vez que hacía algo así, pero no se sentía culpable. La tarde, al igual que la estúpida historia de Syl, había sido una completa pérdida de tiempo.

—¿Dónde vamos a reunirnos la semana que viene? —preguntó.

—En mi casa —respondió Carla—. Todo el mundo sabe dónde está.

—Pero tu madre… —añadió Amy—. ¡Pobre mujer! No podemos imponernos.

—No os estáis imponiendo —dijo Carla.

—Pero es su casa —intervino Edna—. Tiene todo el derecho a no querer extraños merodeando por allí.

—¡Nada de eso!

—Bueno, al menos la mitad de la casa sí es suya.

—No, no lo es. Es toda mía. Yo la pagué. Le permito vivir en una mitad de la casa, pero es propiedad mía. Si quiero podemos celebrar allí la clase todas las semanas. —Carla parecía y hablaba como si fuera una adolescente malhumorada y agresiva de trece años.

A Amy no le hacía ninguna gracia la idea de volver a La pajarera, pero dado que ninguna otra persona había ofrecido su casa, no puso objeciones.

—¿Todo el mundo tiene claro qué leeremos para la próxima clase? Dot os enviará por correo su obra de misterio.

—Pero ya hemos comentado un texto de Dot —dijo Tiffany.

—Sí, pero ninguno de vosotros ha traído nada para repartir para la siguiente clase. Somos afortunados al contar con esa obra. Además —añadió Amy, recogiendo todas sus cosas y devolviendo a Syl su lamentable texto sin haber hecho ni una sola marca en él—, quizá podamos representarla y montar un espectáculo como los que se hacían antes en los viejos graneros. —Quejidos generalizados liderados por Carla—. O también podemos disolver el grupo ahora mismo.

—Espera un momento —dijo Marvy—. Nadie quiere dejarlo, ¿no? —El resto estaba de acuerdo.

—¿Por qué diablos no? —preguntó Amy—. ¿No veis lo que está pasando? Hemos perdido la disciplina totalmente. Todo el mundo está al límite. Aunque esta noche hubierais venido directamente a la dirección correcta, solo teníamos cuatro páginas para comentar, y ni siquiera, según su autor, valía la pena hacerlo. Nadie ha traído nada para llevar a casa para leer. Yo no estoy acostumbrada a trabajar así —dijo Amy.

—Y eso está muy bien por tu parte —dijo Edna con una cálida sonrisa—. Por eso valoramos tu liderazgo.

Traidora
, pensó Amy. De todos ellos, Edna debería haberla dejado marchar. Ella era una profesora de verdad. Edna nunca habría aguantado el tema del francotirador, y tampoco habría soportado a Carla.

Amy suspiró.

—Normas básicas —dijo al fin—: no más correos electrónicos. Si hay un cambio de planes, os llamaré personalmente a cada uno de vosotros. Ahora, ¿quién va a traer copias para la semana que viene? ¿Para nuestra última clase?

—Pero espera —dijo Carla—. No va a ser la última clase, ¿recuerdas? Queremos prorrogar… —Amy la miró fijamente, y la chica tuvo el suficiente sentido común como para permanecer en silencio—. Vale. Yo traeré algo.

—Yo también —dijo Chuck—. Y creo que Frank también. —Volvió a marcar en su teléfono móvil.

—Eh —dijo Syl—, que se haya acabado la clase no quiere decir que os tengáis que ir todos…

Fue como haber dado el disparo de salida. Al instante, todos se pusieron en pie recogiendo sus bolsos y cuadernos. No habían tocado los nachos ni las salsas. La cara de Syl era de una tristeza total, pero nadie excepto Amy lo estaba mirando. Después, ella apartó la mirada, tampoco le quedaba ya más simpatía.

—Una mala noche —le dijo una voz al oído, y una mano se posó en su hombro. Era el doctor Surtees, detrás de ella, rodeándola con el brazo como si fueran viejos amigos o algo peor. Tuvo que hacer un esfuerzo para no quitárselo de encima como si se tratara de una tela de araña. Amy odiaba que la tocaran—. Escucha —le dijo, totalmente indiferente—, puedo traer un capítulo si crees que serviría para levantar la moral.

¿
La moral de quién
?

—Si quieres… —dijo Amy, apresurándose hacia la cola que atascaba el descansillo de la casa de Syl. Intentó moverse y pasar entre Marvy y Pete para poner distancia con Surtees, pero parecía haber un serio tapón en la fila.

—¿A qué se debe este atasco? —preguntó.

—¿Hola? ¿Frank? ¿Hola?

Al parecer Chuck había logrado contactar con Frank. ¿Qué hacía la gente antes de tener teléfonos móviles? ¿Desde cuándo era tan importante estar localizable?

—Soy Chuck Hes… ¿Quién eres? ¿Dónde está Frank?

Amy se abrió paso a través del descansillo y llegó hasta Chuck, pero cuando empezó a pasar por su lado, él la agarró del brazo. ¿Qué demonios estaba pasando? ¿Por qué todo el mundo la estaba tocando?

—Frank Waasted —decía Chuck, que parecía alarmado—. ¿Quién eres tú? Oye, ¿puede pasarle el teléfono a Frank, por favor?

Chuck apretó con fuerza el brazo de Amy. Al parecer, no iba a dejarla marchar, e iban a tener que permanecer en aquel maldito descansillo toda la noche. Amy agarró el teléfono y se lo puso contra la oreja.

—¡Está hecho polvo! Está borracho.

BOOK: El taller de escritura
11.48Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

When the World Was Steady by Claire Messud
Furious by Susan A. Bliler
Softail Curves III by D. H. Cameron
Oxblood by AnnaLisa Grant
A Spark Unseen by Sharon Cameron
Choking Game by Yveta Germano