El taller de escritura (20 page)

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Authors: Jincy Willett

Tags: #Intriga

BOOK: El taller de escritura
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—Vale, a lo que quiero llegar es que, lo normal es decir «mostraba su placa», no «mostraba el contenido de su cartera». Me refiero a que si yo miro en mi cartera y se la enseño a cualquier persona, lo único que esa persona podrá ver será mi tarjeta Visa y esta foto de mi novia. —Marv y Chuck echaron un vistazo a la foto de la novia de Pete.

—Pero si tuvieras una placa de policía —dijo Dot—, la verían en lugar de mirar a tu tarjeta Visa.

—Quizá, pero aun así suena raro.

—Mostrar la placa es un estereotipo —dijo el doctor Surtees—. Obviamente, Rick estaba intentando evitarlo.

—Entonces —dijo Amy—, ¿cuál es la moraleja?

—Más vale lo malo conocido —añadió Ginger Nicklow.

—¿Alguien me puede decir qué es lo que sucede en esta historia? —preguntó Amy. Siempre tenía que preguntarlo, porque nunca nadie se mostraba voluntario para hacer un resumen. Era mucho más fácil parlotear sobre el uso de la metáfora y sobre si los nombres de los dos personajes eran lo suficientemente reconocibles y otras cuestiones triviales, que ponerse a pensar en la historia como un todo—. Alguien más aparte de Edna —añadió. Edna era su mayor apoyo.

—Está este tipo, Herk —dijo Chuck. Frank Waasted resopló, y rápidamente agachó la cabeza—, que es policía de la brigada antivicio y está enamorado de una presentadora de telediarios. Ella es secuestrada por la, no sé, por una banda mafiosa, y él la rescata. Eso es todo.

—Sí —dijo Syl Reyes—. Es como un espectáculo de policías.

—¿Y eso es bueno? —preguntó Amy.

Syl salió en defensa de Ricky.

—Supuestamente no —dijo—, pero ¿qué tiene de malo una buena historia?
Noche de cristal
es realmente apasionante.

—¿Todo el mundo está de acuerdo con Syl? —preguntó Amy.

Entonces se sucedió el silencio incómodo que normalmente precedía a un sondeo negativo. Harry B. se aclaró la garganta y mencionó que la historia era un poco larga. Eso les dio algo de qué hablar durante un rato, ya que la historia de Ricky tenía casi cuarenta páginas, el doble de lo que Amy había sugerido que fuera el límite de para las historia sometidas a debate en clase. Dot, Surtees y Syl defendieron su extensión. En primer lugar, eran cuarenta páginas de acción, persecuciones en coche, tiroteos, ascensores desplomados y respiraciones agitadas.

—También —añadió Surtees siendo muy preciso—, es el único relato acabado que ha sido entregado hasta la fecha. Tiene un principio, una parte central, y un final. Cuando acaba sabes perfectamente que ha terminado. No nos quedamos con un montón de preguntas y dudas no resueltas.

—¿Y eso es bueno? —Amy estaba chinchando más que de costumbre, en parte porque era divertido verlos retorcerse y también porque, si no dejaban de dar vueltas los unos sobre los otros, la clase se iría a pique. Amy les concedió un minuto más y suspiró.

—Muy bien —dijo—. Dot también ha felicitado al autor por el uso de la metáfora. ¿A alguien le gustaría comentar el estilo del autor?

Ginger levantó la mano.

—¿Podemos hablar del título?

—¿Por qué?

—Sí —dijo Carla—. ¿A alguien aparte de mí le ha molestado también?

¡
Oh, por amor de Dios
!

—Hablaremos de eso en un minuto. Ahora quiero hablar de…

—De hecho —dijo Harry B.—, raya lo ofensivo. —Por lo menos parecía avergonzado, pero insistió de cualquier forma—. Es un juego de palabras demasiado obvio. ¿
Noche de cristal? ¿Kristallnatch
?

—Sí, eso es —dijo Syl.

—¿Y qué tienen de malo los juegos de palabras, ya sean obvios o no? —empezó a responder Carla.

—Dejad que Syl lo explique —dijo Amy, que estaba dispuesta a apostarse mil dólares para confirmar que Syl no tenía ni idea de lo que, en realidad, significaba
Kristallnatch
.

Syl discurrió.

—¿Es alemán?

—Hay palabras con las que no se debería jugar —dijo Carla—. Lo dijiste tú misma, ¿recuerdas? Hace tres años, cuando aquel surfero repartió una historia bastante desagradable sobre nazis.

—Carla —dijo Amy—, ¿estás de acuerdo con Dot acerca del acertado uso de la metáfora del autor?

Carla miró a Amy a los ojos y asintió, casi imperceptiblemente, en dirección a Dot.

—Dot —dijo Amy, ignorando el gesto de asentimiento de Carla—. Me temo que es tu turno otra vez. ¿Puedes por favor darnos uno o dos ejemplos de las metáforas que más te han gustado?

Ahora a Dot se la veía tan desafortunada como a Syl. Empezó a hablar sobre la historia de forma confusa, haciendo pausas de vez en cuando solo para volver a hacer algún comentario que no venía a cuento.

—Como os he aconsejado cincuenta mil veces —dijo Amy—, se supone que debéis hacer vuestras anotaciones en el texto. Resulta que la mayoría de las veces, las copias son devueltas a sus autores sin ningún comentario. Dot, si realmente te gustó algo en una página, deberías haber anotado algo en el margen.

—¡Aquí hay una! —Dot, triunfante, sostenía entre sus manos una página. El resto de
Noche de cristal
había caído a sus pies en forma de cascada—. «La devoción de Herk por Crystal iba más allá de lo físico. Más que su despampanante físico y su sonrisa pícara, él adoraba sobre todo su inteligencia, que destacaba y brillaba como el arco iris sobre Silver Creek». —Alzó la vista y miró al grupo—. ¿Acaso no es maravilloso?

—No —dijo Tiffany. Todo el mundo se quedó helado excepto Ricky Buzza, que se sonrojó y bajó la cabeza—. Ella tiene la inteligencia de un pez. ¿Qué tiene eso de maravilloso? —Tiffany, que obviamente había servido de inspiración para el personaje de Crystal Molloy, estaba aparentemente más molesta por eso que preocupada por fastidiar a Dot—. Sin mencionar la puesta de sol en su legendario trasero. —Tiffany era básicamente una buena persona, pero como la mayoría de las chicas guapas, no se andaba con miramientos con los pretendientes no deseados.

Con esto, el grupo pareció salir de su estado de parálisis. Todo el mundo empezó a comentar las metáforas del pobre Ricky. Algunos (sobre todo chicos) salieron en su defensa mientras que Dot se quejaba sobre el hecho de que la metáfora no tenía nada que ver con peces sino con el arco iris, pero nadie se molestó en explicarla que había una especie de trucha llamada arco iris. Finalmente, habló Edna.

—Si vamos a hablar de la metáfora —dijo—, ¿podemos por favor centrarnos en las más lógicas? ¿Cómo por ejemplo «flotando como un rayo de sol» y «caderas meneándose como olas en un mar embravecido»?

Amy, feliz de acceder a su solicitud, se dispuso a hablarles de la metáfora. Sin embargo, a medio camino se detuvo para sacar de su maletín su maltrecha copia del libro de Fowler al respecto y los deleitó, durante quince minutos, con algunos de sus pasajes favoritos. Aquello silenció a todo el mundo, excepto a Dot, que con valentía siguió defendiendo a Ricky. Dot dijo que aquello no era correcto, pues el lenguaje metafórico nos hacía libres. Si esas reglas iban a serles impuestas, entonces, ¿qué sentido tenía?

—Nadie está imponiendo ninguna regla —dijo Amy—. Esto no es como decidir dónde colocar el tenedor para la ensalada. Las metáforas dictan su propia lógica. Y la gente se da cuenta cuando esa lógica ha sido violada. Frases como «levantándose de sus cenizas como una burbuja de jabón» suscitan carcajadas por la estúpida imagen que crean.

Dot abrió la boca para debatir aquel argumento, pero se quedó así, boquiabierta como si aparentemente estuviera absorta en sus pensamientos. Amy aprovechó la oportunidad para reconducir el debate hacia el argumento de la historia que, aunque estereotipado, no era tan susceptible de ser atacado como el estilo. Ricky ya había soportado bastantes ataques. Después de otra media hora, durante la cual Marv, Syl y Dot defendieron
Noche de cristal
, Amy dio por terminado el debate y anunció un descanso. Cuando Ricky Buzza tuvo la oportunidad de hablar, no dijo nada. Simplemente se levantó y salió fuera. Permaneció apoyado de espaldas contra la ventana y las manos metidas en los bolsillos. Pronto se unieron a él unos cuantos, pero no parecía que estuviera de humor para hablar con ninguno de ellos, así que fueron lo suficientemente amables como para dejarlo solo.

Durante el descanso se formaron pequeños grupos de gente fuera y dentro de la habitación, pero, evidentemente, todo ellos dejaron a Dot sola en el sofá. Amy se sentó frente a ella.

—Carla tuvo problemas para contactar contigo por teléfono —dijo—. Todos estábamos preocupados. Pensábamos que nos habías dejado.

Dot estaba zampándose un plato de nachos con guacamole y guarnición de chile chipotle. El relato de Ricky aún yacía a sus pies. No parecía tener intención de moverse, recoger las hojas, ni hacer nada que resultara más complicado que rebañar y masticar.

—He estado fuera —dijo sin mirar a Amy a los ojos. Si era consciente de la actitud que el grupo mostraba hacia ella, desde luego no parecía importarle. Se la veía más distraída que de costumbre, pero parecía contenta. Feliz como una vaca rumiando en el prado. Así, de cerca, el maquillaje resultaba abrumador además de que su dilatado pecho emanaba calor, pecho que había sido espolvoreado con, lo que a Amy le parecía, polvos para después del baño.

—¿Estás trabajando en algo nuevo? —le preguntó Amy.

Dot esbozó una sonrisa furtiva y asintió.

—¡Oh, sí! Estoy intentando escribir algo completamente diferente. —Mojó en el chile chipotle un nacho alargado que partió en dos mitades para hacerse una especie de sándwich. Con sumo cuidado arqueó sus pequeños dedos para comérselo como si estuviera sorbiendo té. Estaba completamente absorta en la comida y apenas prestaba atención a Amy, que no podía más que encontrar su actitud bastante grosera.

Amy estaba empezando a pensar que el grupo estaba tramando algo. Se aclaró la garganta.

—Dot —dijo, y esta vez esperó hasta que la mujer parase de masticar y la mirase—. ¿Hay algo que quieras preguntarme acerca del francotirador? Soy consciente de que puede resultar preocupante y…

Dot sonrió tan abiertamente, tan repentinamente y de forma tan poco apropiada, que la profesora estuvo a punto de recular ante ella.

—¿No es excitante? —dijo apoyándose una mano regordeta en el pecho.

—Bueno, esa no es exactamente la palabra que yo elegiría…

—Mi marido y yo hicimos dos cruceros en los que había que resolver homicidios, pero esto es mucho mejor que eso. ¡Esto es real!

Amy quiso preguntarle a Dot sobre su marido. Se dio cuenta de que había asumido, basándose en el relato de Dot, que su marido la había abandonado por una mujer más joven. Ella mejor que nadie sabía que no había que caer en eso, pero había algo en Dot Hieronymus que hacía que todo el mundo se creara expectativas estereotipadas sobre ella. Ahora tendría que preguntarle acerca de su marido, y hacerlo aparentemente de manera amistosa para realmente poder descubrir si el tipo todavía seguía con ella. Todavía estaba dándole vueltas a cómo abordar la cuestión cuando Dot dejó de masticar y se humedeció los labios.

—A Harrison le encantan los cruceros sobre asesinatos —dijo Dot—. Y a mí también.

—¿De verdad?

—Tanto, que ahora mismo estoy trabajando en un guión sobre un crucero de misterio. Es para un concurso. Ya participé el año pasado y obtuve comentarios bastante buenos sobre mi guión. Esta vez voy a ganar. Especialmente, si me ayudas. Y los demás también, por supuesto. —Dot rara vez mantenía el contacto visual cuando hablaba con alguien, y cuando lo hacía, inmediatamente después apartaba la mirada y pestañeaba. Parecía un viejo hábito involuntario, muy de niña. Pero bajo todo el maquillaje y el artificio, Amy podía ver la joven mujer que Dot había sido: una mujer de mirada sensual y ojos brillantes dignos de atención masculina. Y probablemente también echados a perder por esa misma atención por lo que ahora, no tenía más recursos excepto Harrison.

—Normalmente no trabajamos guiones —dijo Amy.

—Esta es mi idea —dijo Dot inclinándose hacia Amy—: podría pasaros el guión. Seguramente habría una parte para cada uno de nosotros. Podríamos leerlo y… —El resto fue sofocado por una carcajada de Marvy, Syl y el doctor Surtees, que estaban apiñados en la entrada del pasillo, y después una carcajada aún mayor mientras seguían haciendo comentarios. Una carcajada más y despertarían al viejo Kraken que dormía al otro lado.

Amy se puso en pie.

—Suena bien —dijo. Y entonces, como se había levantado tan de repente, añadió—. ¿Y habrá una parte para mí?

Dot sonrió. Se puso nerviosa y con destreza se sacudió las migas de nacho del canalillo.

—Naturalmente —dijo—. Para ti será la mejor parte.

Esa noche, por diversas razones, a Amy le costó retomar la clase después del descanso. El primer problema era que todo el vino y la cerveza Dos Equis, en combinación con la inquietud generalizada que había suscitado la presencia de Dot «la loca» Hieronymus, había descentrado al grupo, y a pesar de que la maestra los había reunido y los había hecho sentarse, tuvo problemas para reclamar su atención completa.

Otro de los problemas era Tiffany, que había renegado de su texto justo antes de que Amy pudiera empezar el debate, disculpándose ante todo el mundo por haber entregado al grupo algo así. Dos semanas antes, había estado feliz por «simplemente haber sido capaz de haber escrito algo». Amy se debatió entre llamarle la atención o no. El texto de Tiffany estaba inacabado, no tenía título ni argumento, era autocompasivo y se iba un poco por las ramas, pero también era inteligente y ameno a pesar de sus defectos, como la propia Tiffany.

Pero antes de que pudiera decir palabra, Ricky Buzza se aclaró la garganta.

—Entonces, ¿qué? ¿Todos hemos perdido el tiempo al leerlo? —Tenía su copia de
Sin título
enrollada en el puño como si fuera un bate de béisbol. Ricky Buzza era el tercer problema.

Tiffany lo miró y se sentó en el brazo de la butaca en la que estaba sentada Edna. La chica parecía conmocionada, pero tenía razones para estarlo.

—Compañeros, no sé vosotros —continuó el hombre—, pero yo empleé una hora en leer esta historia. Y lo hice dos veces. —Era muy raro que una persona tan joven utilizara la palabra «compañeros», pero Ricky parecía estar de un humor extraño. Estaba más pálido que de costumbre y tenía manchas rosadas en los pómulos—. Así que al menos me gustaría hablar de ella unos cinco minutos.

—Yo no… —dijo Tiffany.

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